Revista Latinoamericana de Poesía

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Carlos Fajardo Fajardo



Carlos Fajardo Fajardo

 

Les compartimos una selección de textos del poeta, ensayista, investigador y docente caleño Carlos Fajardo Fajardo, ganador del Premio de Poesía Antonio Llanos 1991 y Premio de Poesía Jorge Isaacs 2003.

 

 

 

De Modigliani a Jeane Hebuterne

 

El inclemente paso del tiempo

ha traído hasta aquí tandas de nubes negras

y en su trazado emblema corazones tristes

la canción sonriente…

 

Tú meditas en el cuarto

y esperas de dolor esa dulzura

amándote con esa envidiable suavidad que yo te represento

                       De eróticos rumbos

                                                           palmoteo y tacto

                                               en la oscuridad del beso.

 

Tú sueñas verme de gentil hombre esta noche

que se despoja algo de mi corazón adolorido.

Será mejor que el olvido nazca en ti amor mío

mejor que me apague en tu memoria

mejor no inventar el sabor perdido de mi nombre

que no me restablezcas

porque ya nada queda en mí para hacerte gloria

mañana muero con el día

mis débiles pulmones me habrán asesinado.

 

Del libro Origen de silencios

 

La calle de Miguel

 

Miguelito, el balón

Grito de la cuadra

 

Amo a aquel Miguelito y a su calle sin filosofías

ni conceptos,

no al que cortaba el césped a las señoras

ni al que lavaba la mierda de los perros.

Amo al que nos gritaba hijos de putas

cuando el balón destrozaba la flor más bella de la cuadra,

al que surgía de los sótanos

con un cuchillo dispuesto

a destornillarnos el ombligo.

 

Amo esa calle de Miguel

donde está aquella veranera roja bajo un cielo afortunado

que me recuerda el jardín y las begonias,

la misma donde la mano de Rosa la mía rechazara

y la sonrisa de Miche huyera de mis labios.

 

Demolerán la casa de Miguel

mas su imagen seguirá siendo una estatua de memorias

pulida en la piedra de nuestra risa

como un secreto que conoce

el desciframiento total del infinito.

 

Del libro Veraneras

 

Navíos

 

1

 

Nos enmudece el grito del mar

su insistente sonido.

Cruel es el viento.

Golpea cuerpos de legendarios guerreros

diestros en soportar el hambre milenaria.

 

Nos enmudece este mar antiguo

esculpido en la memoria

y el deseo de alcanzar su inabarcable horizonte.

 

Rumores nos llegan con el aire.

Arrastramos por la arena los navíos

y una gota de sal se posa en nuestros ojos.

 

Nos embriaga el sonido de las olas

el llamado de Caronte.

 

La soledad es esta barca envuelta de tragedia.

 

Las moscas circulan por nuestros rostros.

Tenemos ya tatuado el signo de la muerte.

 

 

 

9

 

Tengo miedo, Ibrahim, tengo miedo.

Desde nuestra partida

no he dejado de sentir este miedo

que se amontona en mi sangre.

 

¿Tendré que morir

sin más compañía que la de mis huesos?

 

Áspero rugir del agua bajo mis pies

y no sé nadar Ibrahim.

 

Cántame una canción

abrázame como la primera noche

regálame un beso bajo esta temerosa luna.

 

No sé nadar

y el mar da alaridos llamándome.

 

Tengo miedo Ibrahim.

 

¿Y es que acaso no existe otro horizonte?

¿Otra playa donde ofrecerte mi adolescente cuerpo?

 

 

 

Puertos

 

3

 

Hasta esta playa hijo

hemos llegado.

A esta soledad terrestre

donde ya nadie nos alcanza.

 

Era nuestro sueño ¿recuerdas?

La Otra Orilla

pedazo de ilusión

que desagarró nuestra alma.

 

A esta playa hemos llegado.

 

¿Crees que en casa

alguien habrá encendido un fuego a nuestro hombre?

¿Presentirán este vacío del vacío, sin dolor alguno?

 

Hasta esta playa hijo hemos llegado.

Te bañan acariciantes olas

el sol crece en el horizonte

y las aves petrifican su sonido en el acantilado.

 

Descansa.

 

En casa nadie sabe

que ahora somos dos cadáveres

sin compañía alguna

 

Del libro Navíos de Caronte

 

1

 

Hoy que llueve sobre Bogota

leo tus poemas Nazim Hikmet, tus cartas desde las cuatro

           cárceles,

el recuerdo de los patios sonoros en Istambul

el lento pero seguro avance de tu angina de pecho.

 

No me desilusiono ni lloro.

Tampoco soy un simple desesperanzado.

Sin embargo, Nazim, mi país es una cárcel mayor,

mayor que la de tu Ankara, más fría que la de Cankiri

más insoportable que la de Bursa.

Todas tus cuatro cárceles reunidas son apenas recintos con

           jardín.

 

Como tú, turco naciente,

en el nombre de esta tierra tomo la palabra

y malas noticias me llegan con lluvia matutina

malas noticias sobre un país cerrado donde nadie nos deja

           cantar.

 

Prisionero, exiliado eterno,

con quince heridas, según decías,

escribo en torno a estas paredes deseando ver una luz.

Escucha Hikmet este poema compuesto por varias manos

con despedazadas uñas de tanto escarbar.

 

También estamos incomunicados como lo estuviste en

           Ankara

donde te prohibían ver el cielo azul y un árbol silvestre

plantado en algún sitio.

También hablamos con nosotros mismos

en siniestras ciudades

y nos dan ganas de llorar sobre algún seno

llorar o insultar temblando en la lluvia.

 

Destrozados, solos con el vaivén de lentas horas,

vigilados desde los cuatro costados

se abre nuestra ira como una gran verdad

y en las torres del aire

lanzamos gritos por oscuras ventanas.

 

Nazim Hikmet, llueve sobre Bogotá.

Yo releo tu poema a Taranta-babu

pero no puedo hacer un himno para beberme el sol

no puedo estrechar mi pecho y darme alegría.

 

¿Cuándo cesará esta llama que a todos calcina?

 

 

 

Mis labios dirigiéndose al silencio

 

Para Fernando Garay,

amigo incondicional de este poema

 

Voy de terror en terror.

La mano que aferro no me favorece

ni establece un presente lleno de gloria.

Cada rincón de casa tiene el eco escondido de amores

que se van en mí.

Mis poemas son lunas que yo devoré soñando

y dieron un puntapié a la vida perfecta.

En los ojos de esta mujer

que toda la noche ha velado mi partida

veo un desfile de edades colmadas de costumbres

los cambios en mi cara

estas manos cada vez sin asombro

la prolongada distancia entre mi niñez y yo.

 

Y veo mi infancia.

Pasan pueblos distantes

atardeceres  indiferentes a mis tempranos llantos

una madre acariciando sus plantas

un solar

y calles con asustados viajeros.

Y más al fondo, en perspectiva,

veo a la muerte como un asunto que me deja sin amigos

mis labios dirigiéndose al silencio.

 

Del libro Las espadas de Dios

 

Carlos Fajardo Fajardo, Santiago de Cali, Colombia, 1957. Poeta y ensayista. Magister y Doctor en Literatura. Cofundador de la Corporación “Si mañana despierto”, dedicada a la investigación y creación artística y literaria.

Ha publicado varias obras de poesía, en ellas: Origen de silencios, 1981; Serenidad sitiada, 1990; Veraneras, 1995; Atlas de callejerías, 1997; Tierra de Sol, 2003; Navíos de Caronte, 2009; La ciudad del poeta, 2013; Ínsula del viento, 2016; Bajo extraños soles, 2017 y Las espadas de Dios, 2018.

Entre sus libros de ensayos se encuentran Estética y sensibilidades posmodernas, 2005; El Arte en tiempos de globalización: Nuevas preguntas, otras fronteras, 2006; Rostros del autoritarismo, 2010; La ciudad poema, la ciudad en la poesía colombiana del siglo XX, 2011; El bazar de lo efímero, 2014; La democracia global y otros escritos, 2017; La brevedad de la línea de tu mano. La poesía de Tomás Quintero, 2018; La poesía a la intemperie, 2019, La sal en la taza de café, 2022; Adoctrinamiento exquisito y controles digitales, 2024 y La balada. Educación sentimental de una época, 2025.



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