Revista Latinoamericana de Poesía

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Regreso a Casa de José Luís Peixoto




La editorial Isla de Libros nos comparte su más reciente publicación el poemario Regreso a Casa del escritor portugués José Luís Peixoto, traducido al español por Diana Alcaraz.  Un libro escrito en la pandemia, en donde el hogar, la rutina y las relaciones personales se redescubren bajo una luz poética.

El libro se presentará en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (2025), a continuación compartimos una selección de sus poemas:

 

OBSERVA la mañana que nos rodea.
Abraza esta claridad, es un hálito
que recorre nuestras venas. Hace un tiempo
escribí: cuando me cansé de mentirme
a mí mismo, comencé a escribir
un libro de poesía. Hoy de nuevo
aprendí esa lección y por eso
estoy aquí, estamos aquí. Por eso
avivé la existencia que nos rodea
y que nos llena, que está presente en todas
partes simplemente porque nos detenemos
frente a esta palabra:
manhã [mañana].
Observa la lejanía que se extiende
en el interior de la letra a, ella resplandece,
salúdala. Repara en la tilde, tan tímida
como ciertas sonrisas nuestras.
Un libro de poesía, otra vez.
Una pequeña casa, habitada
por nuestro tiempo, por los gestos
que hacemos en nuestro interior,
reflejos o sombras invisibles,
recuerdos y todo este esplendor.
Estamos vivos, date cuenta. Un libro
de poesía como una tregua secreta,
una ventana, como tus ojos
que me miran en silencio, o mis ojos
mirándote. Un libro de poesía,
como un regreso a casa.

 


NOS MIRAMOS a los ojos por internet.
Yo te transmito este domingo por la tarde,
la voz del vecino a través de la pared.
Tú me transmites la distancia que existe
después de lo que logro ver por la ventana.
Durante la noche cambió la hora y, sin embargo,
continuamos en el tiempo de ayer.
Qué extraño es este domingo, no podemos
garantizar que mañana sea lunes.
El futuro se perdió en el calendario, existe
después de lo que logramos ver por la ventana.
El futuro dice algo a través de la pared,
pero no entendemos las palabras.
Nos lavamos las manos para evitar ciertas palabras.
Y aun así, en este tiempo extraño, observa:
tú y yo estamos juntos en este verso.
El poema es como una casa, tiene paredes
y ventanas, está habitado por el presente.
Nos miramos a los ojos por internet,
estamos verdaderamente aquí.
El poema es como una casa
y la casa nos protege.

[29 de marzo de 2020]

 

 

En el 25.° piso del hotel Yanggakdo


He aquí mi cuerpo, casi sin motivo, y yo
tal vez disuelto en el olor de las sábanas, detergente
ácido y pobre, o tal vez, esparcido sobre estas alfombras
donde reposan años empolvados, décadas enteras
que murieron aquí, exactamente en este cuarto.

Mi cuerpo recostado sobre esta colcha áspera, y yo
recordando aquel perro que mi padre perdió en la maleza
mientras fingía cazar palomas. Fue hace tanto tiempo.
Mi cuerpo y yo no teníamos más de doce años.
Recuerdo la mirada de ese perro, la alegría con la que me recibía
cuando llegaba de la escuela. Recuerdo su nombre,
no lo menciono porque quedaría mal en el poema.

Es la luz de esta hora la que me ilumina los pensamientos,
desciende del cielo y escoge un lugar difícil entre las sombras.
Son estas cortinas conformadas por el final del día
las que me iluminan los pensamientos.

Era un domingo como hoy. Mi padre llegó
con las manos vacías, ninguna caza a la vista, y nos contó
que había perdido el perro. Buscó, llamó, silbó,
y solo recibió respuesta del silencio.

El silencio. En la cocina de nuestra casa, mi madre y yo
compartimos un luto sin palabras.

Después, tal vez haya subido a mi cuarto y tal vez
me haya recostado sobre la cama, sobre la colcha. Ahora
ese sería un paralelismo de extrema conveniencia,
pero no logro tener la certeza. Ahora, más concreta es la lástima
que sentí por ese perro perdido, indefenso ante la noche
que se posaba sobre su desesperación o sobre su ilusión.

He aquí este techo suspendido, cuerpo, y la presencia de esta ciudad, yo,
paisaje que podría contemplar si me aproximara a la ventana.
Este techo y esta ciudad son una buena metáfora del tiempo
o de la muerte, del tiempo y de la muerte.

Después de tres días, sucio, delgado, desgastado, el perro regresó.
Como si nunca hubiera dudado de su instinto,
entró por la puerta del patio, habituado a las hojas caídas.
A partir de ese momento fuimos capaces de amarlo mucho más.

Esa es la gran diferencia. Si me dejaran aquí,
perdido de mi cuerpo, nunca sería capaz de encontrar
el camino a casa.

 

Nuestra casa

¿Pertenecemos más al suelo, al mar o al cielo?
Estacionamos el carro allá abajo, oprimimos
el botón del 7 y, tan pronto como entramos a la casa,
quedamos rodeados por ventanas. La frontera entre
el mar y el cielo parece evidente y, a pesar de ello,
al intentar delimitarla, entendemos que es mucho más
incierta de lo que imaginábamos. También es así
cuando miramos hacia este lado: nuestra casa ahora.
André está en su cuarto jugando en la computadora.
Victoria está en su cuarto bailando. En la sala
estamos nosotros imaginándonos viejos. Los libros
son paredes como el océano. Los pensamientos
que tienes por la mañana, cuando estás despierta
antes que yo, están esparcidos por la decoración,
tal como los pensamientos que tengo por la noche
después de que te has dormido. La rutina doméstica
está muy poco valorada y, sin embargo, habremos de
leer odiseas en los recuerdos de este tiempo. Ulises
habría hecho buen uso del faro de Bugio. Sentiremos
nostalgia de estar encerrados en el elevador, de
enmarañarnos en la correa de los perros, de dejar caer
piezas de ropa, allá abajo. Somos un pueblo
saudosista, lo más difícil es esto, ser capaces ahora
de agradecer la paz de nuestra casa y este
ligero dolor lumbar. Paço de Arcos es un sustantivo
atlántico. Nuestra casa es un verbo. A lo largo de la vida,
no nos despedimos de la mayoría de las cosas que
perdemos. Afortunadamente, no tenemos que despedirnos
de este aquí y de este ahora, son nuestros para siempre.

 

Oftalmología

Cubro mi ojo izquierdo con la mano izquierda y
de repente, pierdo la mitad del mundo.

Soy incapaz de desobedecer a esta bata blanca,
a esta voz que como la mañana, llena la sala,
se desliza en el brillo del mobiliario funcional,
en el olor acre de los medicamentos.

Quiero ser el mejor alumno del grupo,
a pesar de ser el único. Me seleccionaron
entre un grupo de desconocidos
con cara de otoño.

El doctor tiene una varita fina,
habilitada para cortar el aire.
El doctor hace chistes que, se nota,
ya repitió muchas veces.

El pico de la varita es rojo y preciso,
podría apuntar cada letra de este poema
si, por casualidad, alguien ya lo hubiera escrito.

El doctor no me pregunta por la enorme E,
mayúscula, soberana, reina absolutista
de la pirámide incuestionable.

Prescinde también de la línea de abajo,
pareja de constantes aristócratas,
y también de las líneas que les siguen,
iniciales de palabras que solo se usan
en ciertos días.

Finalmente, cuando escoge una letra,
limpio mi garganta para pronunciarla.
Orgulloso, soy realmente
el mejor alumno del grupo.

Pero el doctor, solemne, desciende otra línea
y dejo de reconocer la diferencia
entre una C y una G.

Cubro mi ojo derecho con la mano derecha,
pero es demasiado tarde,
desaprendí.

En las últimas líneas:
tinta mezclada con agua,
letras deshechas por la lluvia,
alfabeto de un dios
que jamás volveré a leer.

He aquí la soledad absoluta


Regreso a casa

No era el Mediterráneo de Ulises, o quizá lo era,
no era la avenida entre Lisboa y Galveias, o quizá lo era,
era una idea que ahora me cuesta explicar: la sensación
de que ya no tenía lugar en mi casa. Era el miedo.
Entiendo ahora que un nómada de cuarentena
nunca para de viajar, principalmente si lleva a Asia
debajo de la piel, si continúa imaginando misterios.
¿Por qué me demoré tanto en hacer este camino?
Preguntas como esta deben responderse
poco a poco. Al final había muchos caminos
para llegar aquí, había días continuos en un diario,
páginas por traducir palabra por palabra. Al final
tenía amigos. Estaba toda esta familia que miro
y que me mira. Aquí estoy otra vez. Listo para
el almuerzo del domingo.

 

José Luís Peixoto (1974, Galveias, Portugal). Uno de los autores más destacados de la literatura portuguesa contemporánea. Su trabajo incluye poesía, narrativa, teatro, libros de viajes y cuentos infantiles. Su primera novela, Nadie nos mira, fue galardonada con el Premio José Saramago en 2001. Desde entonces ha publicado Cementerio de pianos (Premio Cálamo Otra Mirada, 2007), Gaveta de Papéis (Premio de Poesía Daniel Faria, 2008), A Criança em Ruínas (Premio da Sociedade Portuguesa de Autores al mejor libro de poesía, 2013), Galveias (Prémio Oceanos en Brasil, 2016, y Best Translation Award por su versión en japonés), Autobiografía (2019) y Comida de domingo (2021), Regreso a casa (Prémio Livro do Ano Bertrand en Brasil, 2021), entre otros títulos. Su obra se ha traducido a más de treinta idiomas.

 



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