Revista Latinoemerica de Poesía

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59. G. A. Chaves



Fotografía de Carolina Astorga

 

Presentamos siete poemas de G. A. Chaves (Costa Rica, 1979), pertenecientes al libro Wallau (Valparaíso, México, 2016). Además de su importante trabajo como traductor, ha publicado el libro de relatos Cuentos etcétera (2004), el poemario Vida ajena (2010) y la novela Diario de Finisterre (2014).

“Este libro es la crónica de un álbum ancestral, una búsqueda de identidad entre los patios donde ayer florecieron los nísperos, a través del exteriorismo nostálgico de un joven poeta que congeló el tiempo para que las cosas nunca acaben de irse”, escribe Osvaldo Sauma.

 


II. WALLAU: UNA ELEGÍA

En memoria de mi padre
JUAN DE DIOS CHAVES GARCÍA
(1929 - 2010)

 

1.

Salgo a darle de beber al orégano brujo.
Le ha crecido bambú alrededor
y el sol de enero insiste en marchitarlo.
También se marchitan los helechos
que van quedando atrapados entre telarañas.
Las garúas de la madrugada ya no son suficientes
para sostener el verde que cada día es más amarillo,
oro del viento, fósforo de los pastos.

Con Wallau hace unos años descendíamos a Salinas.
La floración estival era el único tema
que nunca acongojaba. De alguna forma
la muerte de las hojas
por escasez de humedad en las raíces
no lograba decirnos nada sobre nosotros.

“El brillo agobia”, es lo que parecen decir los cañafístulas,
caídos de brazos por el peso de tanto rizo amarillo,
oro del viento, consuelo de almas úricas.

Nos deteníamos junto a cañales en verolís
para que Wallau liberara sus riñones diabéticos.
Comprábamos semillas de marañón y cajetas rellenas.
El tueste de la piel del pescado que almorzábamos
era siempre del mismo ámbar que el de las cervezas.

Paléabamos toda la mañana alrededor de un guanacaste verde
y mirábamos la puesta del sol sin decir nada.
Espartano en Esparza, él se sabe padre y ya;
soy yo el que cree que algo falta para ser su hijo.

Algo debe ser tallado por el cuchillo fino de los años—
hasta que la simetría minuciosa de los actos de mi padre
(esa de la corvina y la cebolla de sus ceviches)
me cueza en el limón del trabajo sin queja—

No la aterciopelada amargura del orégano brujo,
su funerario aroma
entre sudor e incienso,
humedad del tiempo, fuego de los vivos.

 

 

 


2.

En una ciudad hecha de mármol cliché
desperté en una cama que no era la mía.
Regresé a casa, tomé una ducha.
Doné a la caridad mi ropa de invierno.
Hice café por la tarde y después
me fui a despedir de una vieja amiga.
Hablamos de la inmigración, recuerdo.
Me preguntó si volveríamos a vernos.
Yo le dije que sí, que de seguro. Es más,
brindemos por eso. Luego nos ganó la fatiga.
Cada uno volvió a su respectiva distancia.
Casi llegando a casa
mi hermana llamó para decírmelo.
“Ya Wallau murió”. Yo agradecí, tranquilo.

En casa, trago a trago,
me fui volviendo galés, incrédulo Thomas huérfano:
                             Do not go gentle…
Wallau, Padre: Do not go gentle…

Washington D.C., 22 de mayo, 2010.

 

 

 

 

6.

“Eu vim para recuperar a nossa língua
e mais eu perdi: perdi a minha terra.”

Bajo el sol, a orillas del río Tâmega,
lanzo piedras al agua, para que beban.

Toda la nostalgia que se guardó el abuelo
va arrimándose a mí entre olas pequeñas.

Chaves, Portugal: este es el lugar
de nuestra judería secreta.

Ya bebí agua termal
y saqué arcilla de las eras.

He andado solo, sin poder dormir,
buscando algo mío en las visagras de las puertas.

Dondequiera que voy está el cielo.
Es un incendio diario y me enferma.

¿Por qué nos fuimos de aquí, Wallau?
¿Tan triste fue? ¿Tan pobre era?

O quizá fue Aqua Flavia, ese pueblo de sol incendiario,
a ponta romana, la promesa del mar que trae el río Tâmega.

 

 

 

 

13.

Nunca noviembre brilló tanto. El sol hace chispear las placas
metálicas, las hojas del zacate y el agua de las pilas.
A tu alrededor, siete hijos y una hija bailan juntos, se pasan el
jabón y los trapos, raspan el musgo que ha crecido entre la losa.
Cinco nietos y siete nietas juegan escondido entre las bóvedas;
dos hermanas y dos hermanos se ayudan mutuamente a no
dar con su vejez en un hueco temprano.
Una viuda y dos cuñadas visitan a otras amistades en este
pueblo de nombres y fechas.
Adentro vos, tu primera esposa, los abuelos y el tío Miguel
conversan otra vez sobre las rutas de barro en Bebedero.
A pocos metros de aquí están Juan Manuel y Óscar Mario, de
seguro asustados por las luces que ven allá abajo en San José,
luces alegres, propias de la juventud que no tuvieron.
Trajimos flores para Wallau. Hoy es 2 de noviembre. El viento
no hace bulla al pasar entre las ramas, como un yigüirro
apurado o una viudita hambrienta.
Celeste el cielo, blanco el mundo, amarillo intenso el sol que lo
recorre. Nunca noviembre brilló tanto. Tan poca paz escondida
entre tanto duelo.

 

 

 

 

15.

Este es un país, Wallau, donde al fondo del cielo se ve el sol muy
claro, pero encima de las calles se asientan nubarrones que
obligan a los autos a encender todas sus luces aunque sean las
2 de la tarde.
De ahí tal vez este agobio que nos moldea, y esa credulidad de ver lo
mejor a la distancia.
Hoy las calles están verdes de luz esperando diciembre.
Mujeres incontables pasan todo el día por la calle en sus leggins
negros, sus botas altas y sus gafas oscuras que les cubren media cara.
El aire que respiro es grato, San José por la mañana casi siempre
tiene la cara limpia y se le va ensuciando conforme el día va
haciéndole crecer la barba.
La tía Alicia amaneció enferma y creemos que es algo viral y por
eso la llevaron al Seguro.
Mamá llamó y me dijo que mi ropa ya está seca y que pase por
ella cuando pueda.
Es que ahora vivo en un apartamento sin patio y ha estado
lloviendo mucho.
Vivo solo y mal acompañado en un lugar de dos pisos. Abajo
duermo yo y arriba mi cerebro vigila todo el tiempo.
Mi cerebro y yo nos toleramos mal pero estamos de acuerdo en
que el Amor es algo ridículo y ni hablar del Matrimonio,
que el sexo es entretenido pero es un mal escape para la pobreza.
Una muchacha de colochos y sonrisa antiofídica vino un día y nos
trajo paz, pero la confundimos con una Testigo de Jehová y la
obligamos a irse.
Pude haber compartido el resto de mi vida con ella, Wallau,
excepto que a veces siento que no me queda vida que compartir
y que ya no tengo miedo pero tampoco alegría.
Hace rato no me escribe Peter Beicken, que fue el que me dio
a leer La séptima cruz de Anna Seghers cuando vos te morías,
diciéndome que yo debía leerla y pensar en vos como mi Wallau:
Como el amigo que me echó a andar libre por el mundo otra vez y
fue el primero en caer al escapar del campo de prisioneros de
Westhofen, una metáfora del Mundo.
Mi Wallau, el que siempre está en la mente de sus amigos y esa
memoria les basta para seguir adelante aunque uno a uno van
cayendo hasta que sólo queda el que se llama George Heisler, que
es quien cuenta la historia y que ahora en este libro soy yo porque
yo desde que leí mi primer libro siempre quise ser el héroe.
A mí al principio no me gustó la novela, pero Beicken me dijo que
debía tener paciencia. “Tranquilo” –me dijo–, “recordá lo que está
en juego, y el hecho de que lleve tu nombre por unos días no es
más que un accidente”, con lo cual creo yo que Beicken me estaba
hablando de la Vida.

 

 

 

 

17. CANCIÓN DE LOS MUERTOS

Existimos. Tenemos nombres.
Ocupamos un espacio en la tierra.
Otros son cenizas en el agua.
Alguno es una mancha de dolor en un recuerdo.

No podemos ver a los vivos,
ni hablarles o interceder por ellos.
Somos perfectos. No nos equivocamos.
Finalmente comprendemos en silencio.

Ya no tenemos hambre ni sueño.
Somos la salomónica hierba
y los errantes pájaros marinos.

Nada nos perturba. Somos incontables.
En la película diaria de los vivos
somos los créditos finales, y la música al inicio.

 

 

 

I. PETRICOR

 

 


ÉGLOGA LISÉRGICA

En la librería donde trabajé por unos años
apareció un cliente con esta consulta:
                               “¿De casualidad tienen algo nuevo
                                          y emocionante
                                          sobre el Holocausto?”

Por un tiempo consideré tener una pistola bajo el mostrador
para espantar a los frenólogos y lectores neonazis.

Alguna vez un drogadicto se robó nuestras macetas de cactus
y, bueno,
ninguna librería que se respete está exenta de que le sustraigan libros.
Pero nunca nada de eso nos hizo perder la cordura.

Es la lesa humanidad lo que aterra, los crímenes contra la vida,
desde Siria hasta el puente del Saprissa:
todas las insolventes soluciones finales.

Y uno intenta no desesperarse
bebiendo hasta desesperarse
y luego intenta no perderse
alejándose hasta perderse.

Uno intenta algo, todo, nada.
Uno insiste en fumigar el ansia,
operarse la sonrisa, hacer deportes extremos,
cualquier cosa que apacigüe al miedo.

Uno abraza árboles o habla con las piedras,
rehúye a los humanos y rescata ballenas.

Uno se hace bautizar en la religión de La Bondad
cuyo único defecto
es no producir fundamentalistas
quizá porque el amor al prójimo siempre choca
contra el odio a uno mismo.

Finalmente uno intenta atravesar las paredes
con la pócima de Hoffmann.

 

*

Hay algo que jala, que cala
algo que tira hacia abajo.

El cuerpo es un peso
y es muy débil.

De pronto nos concierne la química.
La zambullida siempre asusta.

A los cuerpos flaqueantes les duele la energía.

Todo en el espacio sigue en pie
mientras uno por dentro se derrite.

El papel se arruga como formaciones nubosas.
La mente se desplaza por actividad sísmica.

El cuerpo es una cámara de resonancia y hace bulla,
porque siempre hay trabajos de construcción
en nuestras células.

 

*

De camino a la raíz recuperamos la brisa.

Atrás quedaron las líneas corduroy de siempre.
Hoy hay que dejar que la mente se divierta,

que vuelva a sentir amor y nos devuelva con vida
a la vida,

que nos devuelva al hambre

que haga del sexo una embriaguez de tigres,

que no nos desintegre, pero sí nos recomponga
y cree espacio entre nuestra piel y nuestros huesos
para el oxígeno y la música.

Y la música es lo que da textura
a la calidez y a las preguntas.

¿Qué es la calidez?
¿Qué música me pongo? ¿Qué ropa?

Andate afuera. Preguntale al viento.

Abrazá a tu mierdoso interno
pero no dejés que te convenza.

 

*

Con ustedes, La-Ebriedad-Que-No-Destruye:
el Viaje a la Raíz, que es un viaje en el tiempo;

que es poder percibir el hoy como si fuera siempre,
mirar de reojo las cortinas y los pisos
y percibir tras ellos el rumor
de los que levantaron la casa,
la nostalgia de vos
que tendrá la gente en el futuro,
la solidez del ahora
en aquello que parece no cumplirse.

Para viajar en el tiempo se necesita ayuda.
Se recomienda ver cine y caminar solos.

Se sugieren cronoviajeros expertos
como Philip Glass y Rebecca Solnit,

Michael Cunningham y Ferris Bueler.

Carlos de la Ossa, el gran Alan Poe,
Richard McGuire o Carmen Lyra.

Hay que apurar la yema del tiempo.

 

*

Reír y cantar. Reír y cantar. Reír y cantar.

Tenemos que encontrar un modo
de gastar menos agua y mojarnos más.

Cantar y empapar.

 

*

Ginsberg tenía razón: hasta el vómito es santo.
¿Quién putas decidió que la fineza era mejor que la hermosura?

(Dale like si estás usando la palabra “hermosura”
después del año 2016,
y tomá por la jeta, Gustavo Adolfo Bécquer,

que nadie como tú me sabe hacer, uh, angú.)

 

*

La neblina abre paso a las nubes y tras ellas salen las primeras luces en el aeropuerto. Las montañas se dejan ser azul-distancia. Parecen riscos bañados por la espuma de las nubes: mar de altura, mar de valle.
Desde el aire, y de día, Costa Rica parece un brócoli manchado de barro y zinc. De noche es un tablero de circuitos, como todos los lugares.
Dios me ha enviado al bosque para que recoja la basura ajena.
Dios me ha enviado al bosque a dispersar mis miedos.
“Dios” es una palabra que está mal traducida.

 

*

Y en medio de la fascinación que provoca el cielo nocturno
aparece el mercurio de un poste de luz
e incluso esto tiene algo de sagrado,
la intensidad en trémolo de sombras y fachadas.

 

*

Persigamos la alucinación de un bufón hecho de cables,
construyamos un bosque de jaúles contra el autodesprecio.

Que los brazos no sean ramas deshojadas bajo la lluvia,
que haya tanta vida afuera como adentro.

Volvamos a reunirnos en el moledero de ma,
con la refri a medio abrir y unos frijoles molidos.

Volvamos a urdir familias entre mejengas de barrio
y feriados inofensivos.

Recobremos la realidad acústica
y los sillones grandes donde duermen los que se quedan.

Escribamos algo que nos haga regresar al mundo.
Busquemos la geosmina del habla
                     y emanemos sin miedo.

Because, you see, in the world everything is happening
altogether everywhere at once!

(Alan Watts)

 

*

El Viaje a la Raíz dura más que el viaje.
Nada sigue vivo pero todo sigue siendo.

 

*

“Lo siento, señor. No tenemos nada nuevo
sobre el Holocausto.
Casi todo es poesía y novela”.

El cliente mira alrededor, se dirige a la puerta
y sale con un periódico bajo el brazo.

 

 

 

G. A. Chaves (Costa Rica, 1979) ha publicado el libro de relatos Cuentos etcétera (2004), el poemario Vida ajena (2010) y la novela Diario de Finisterre (2014). Ha editado la poesía selecta del costarricense Carlos de la Ossa y, como traductor, ha publicado la antología Fin del continente de Robinson Jeffers (2011), el poemario Bailando en Odesa de Iliá Kamínsky (Valparaíso, 2014) y, junto a Andrea Mickus, la novela Bitácora del SS El Señora Unguentín de Stanley Crawford (2014).

 



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