Tal vez Manhattan / Maybe Manhattan: La Nueva York de Esteban Escalona
Por: Juana M. Ramos*
York College
The City University of New York
Nueva York ha sido, a través de los tiempos, objeto de deseo, sitio inalcanzable, ciudad idealizada, musa y gorgona de aquellos escritores —pienso en Martí, Lorca, Whitman, Kerouac, entre tantos otros— en quienes hemos leído, en prosa y en verso, los contrastes —las bondades y las crueldades— propios de esta urbe y que ni siquiera una mirada miope podría pasar desapercibidos. Así, sería válido preguntarnos, ¿qué más se puede decir de una ciudad a la que se le han dedicado torrentes de tinta, desvelos y sueños? A una ciudad que no solo ha sido articulada y recreada en el espacio textual, sino que también ha sido espacio que ha dado a luz a una suerte de estética de la re(adaptación) de las subjetividades que la transitan, y que han encontrado en sus resquicios un sitio en el que anidar y desde donde resignificarla. Quizás, sería más puntual reformular la pregunta y, en lugar de fijarnos en el qué, asestarnos en el cómo decir aquello que, de formas variopintas, ya se ha expresado sobre esta ciudad provocadora.
Tal vez Manhattan / Maybe Manhattan, del escritor chileno Esteban Escalona, es un libro bilingüe en el que damos con 22 crónicas sobre Nueva York y sobre la experiencia de vida de una voz narrativa que recorre la ciudad, se detiene a observarla y se la devuelve al lector desde sus propios presupuestos. El libro ofrece una lectura sobre la reescritura de lo que hoy es la entonces Manahatta —isla de las muchas colinas— con sus luces deslumbrantes y la celeridad de su paso. Pero más allá de acentuar lo ya icónico y emblemático del trazo urbano de esta megalópolis, el autor devela el talante y la naturaleza de la ciudad, a la vez que ilustra, con un lenguaje contundente y claro y, en muchas ocasiones, con un humor fino y elocuente, los aprendizajes y los procesos identitarios a los que se enfrenta la voz narrativa. Asimismo, Escalona toma “la consuetudo”, es decir, esos ingredientes habituales y cotidianos propios de esta gran urbe, y los resignifica, revistiéndolos del asombro que solo puede albergarse en los ojos del inmigrante que dialoga con una nueva realidad citadina y, en muchas instancias, dejando al desnudo la desigualdad, la pobreza y la estrechez que se esconden tras lo vistoso y lo espectacular del ruido ensordecedor de las luces y los oropeles. En mi lectura, a este ejercicio narrativo / cronístico le es inherente una bivalencia que nos advierte que no se trata únicamente de una fotografía de Nueva York o del momento en que le toca escribir al autor, sino además de una autoexploración de la voz narrativa. En este acercamiento crítico, encontramos, a toda vista, un “abrir los ojos”, esto es, un mostrar la realidad neoyorquina sin tapujos ni ropajes. La mirada de Escalona es una mirada fresca, cual niño que se enfrenta por vez primera a esta gran urbe, como el niño que se atreve a decir que “el emperador va desnudo”.
Así, en el relato “Carros dormitorios”, el narrador, en primera persona, nos toma de la mano y nos interna con él en los intersticios de una ciudad-otra, que carece del brillo y de la ostentosidad que colman los ojos de los turistas. El narrador conoce las entrañas neoyorquinas, las recorre de día y de noche y, en el texto, las expone. Esa ciudad-otra es un submundo habitado por sujetos abyectos, fagocitados por un sistema que los marginaliza y los deshumaniza; tragados por una Nueva York cruel e inhóspita, seres que moran en “las entrañas del monstruo”, en palabras de Martí. En este “averno” se esconde la otra cara de la ciudad: la indigencia, la pobreza, la insalubridad mental, la desigualdad e inseguridad económicas. El narrador desmitifica toda una narrativa construida sobre la base del país de las oportunidades. En Nueva York existe también la pobreza; los carros del subway son testigos del desamparo y se convierten en “dormitorios sin lámparas ni cabeceras, sin edredones ni sábanas ni veladores donde dejar un retrato del tiempo ya perdido” (69).
En “Cada noche a las siete” y “Conversaciones de la ciudad”, el tono se tiñe de un cierto optimismo que da paso a una caracterización más amable del neoyorquino, quizás, incluso, benevolente. En el primero, aparece en primer plano la pandemia que azotó a la ciudad en 2020. Aquí, el narrador nos recuerda que la historia de la humanidad es cíclica, que ninguna eventualidad de gran envergadura se da de forma aislada. Pero más allá de esto, se ponen de relieve la soledad, la resiliencia y, sobre todo, la solidaridad y la gratitud. Es necesaria una tragedia colectiva para sensibilizar a las personas y mermar los individualismos. El narrador hace hincapié, sin ninguna actitud moralista, en la importancia de actuar en comunidad. El ritmo ralentizado de ambos relatos mimetiza el contenido. En la segunda crónica, “Conversaciones de la ciudad”, de nueva cuenta la soledad característica de las grandes urbes cobra centralidad, es esta la gran protagonista. En el texto, la voz narrativa, en actitud positiva y entusiasta, intenta desmitificar la imagen grosera y huraña que el mundo tiene del neoyorquino promedio, es decir, tanto de locales como de extranjeros que han llegado a considerarse a sí mismos neoyorquinos tras décadas de residencia en la ciudad. El narrador opta por brindarnos puntadas geniales de un humor fino que agiliza el fluir de lo relatado. Es importante anotar que los encuentros y las conversaciones descritas por el cronista son un “pre-texto” que sirven de antesala para anunciarnos que, sin duda, se trata de la lid entre el ser humano y la soledad que experimenta y horada su condición gregaria. Por otro lado, con respecto a los personajes, me interesa destacar que, y esto llama mucho mi atención, el hombre amable en Bowling Green, si bien asimilado a esta geografía y, posiblemente, aculturado, no deja de ser un extranjero, “[e]ra de Canadá, llevaba casi cuarenta años en la ciudad…” (81). Asimismo, cabe destacar que en los personajes y las conversaciones que el narrador sostiene con ellos se objetiva la ciudad misma. No es gratuito el uso de la preposición “de” en el título de la crónica. No estamos frente a las conversaciones “en” la urbe, no es esta únicamente escenario o sitio en el que ocurren, sino que es la voz misma de la ciudad. Es NY la que habla a través de dichos personajes, estos funcionan como ventrílocuos de los que echa mano para que entremos en el imaginario de la metrópolis. Veo, sin temor a una sobrelectura, una prosopopeya o personificación de la ciudad. En el hombre de Bowling Green, la ciudad nos muestra su lado amable y sensible; en la chica con su perro Cooper, el que recibía sesiones de acupuntura, se concreta esa ciudad neurótica y ansiosa que el narrador, de forma magistral, nos dice sin decirlo: “…y yo me quedé con la amarga sensación de que ella era la responsable del estrés del pobre Cooper” (82). Si bien asistimos a dos facetas de la urbe, hay otra que no se nos devela, la del alma y corazón del sistema capitalista, aquella con la que hay que evitar cualquier conversación, por consejo de la maestra de inglés: “Luego con un tono de picardía nos advirtió: ‘ni se les ocurra intentarlo en Grand Central y Wall Street’” (83). Esas conversaciones de la ciudad quedan veladas y vedadas para el narrador y sus lectores.
Por último, en “Mi nombre Starbucks” el tema de la identidad entra en juego. El narrador, anclado aún a las idiosincrasias enquistadas en su imaginario, hace un breve recorrido por su genealogía masculina y la tradición familiar de acarrear el nombre del nombre del nombre, ad infinitum. Pero es precisamente en él donde se fisura tal relevo: debió llamarse Pedro, pero lo nombraron Esteban. Hay ahora una identidad fracturada. Y, en una ciudad nueva y ajena, la cadencia y la prosodia de su nombre en boca de los angloparlantes ya no lo representa: “La entonación es distinta, los pronuncian Estebán, acentuando toscamente la letra ‘a’. Siento que un tercio de mi nombre ya no me representa” (16). Y, lo mismo ocurre con su nombre escrito. El narrador se enfrenta a una suerte de imposición de una nueva identidad que como él mismo dice “debe aceptar como propia”. La voz narrativa no está divorciada de la idea de ensayar nuevas subjetividades, otros imaginarios de sí misma, y tomará de esas versiones que los baristas le lanzan en cada café esa posibilidad de experimentar o inventar(se) otras vidas – otras realidades: “A pesar de que me incomoda responder y aceptar un nombre que no es el mío…[m]e da la libertad de inventar nuevas vidas y jugar con diversas personalidades” (17). Leo este transitar en sí mismo, tal vez, como una manera lúdica de insertarse en el tejido social neoyorquino, dejar de ser ajeno a este e interiorizar la heterogeneidad y la multiculturalidad de la ciudad misma. Hay un viaje identitario que se concreta en la escritura. Dicho viaje lo promueve el hallarse vis a vis con un idioma ajeno que se objetiva en la realidad neoyorquina del día a día. Nueva York se le presenta como un abanico de oportunidades, incluso la de reescribirse a sí mismo.
Tal vez Manhattan / Maybe Manhattan es un ejercicio narrativo que nos sumerge en un fascinante recorrido por las arterias neoyorquinas, explorando temas tan vigentes como la soledad y la identidad, siempre desde los presupuestos del autor. También nos recuerda que Nueva York es, tal vez, aquella metrópolis forjada a base de imágenes televisivas o cinematográficas enquistadas en el imaginario juvenil de Esteban Escalona, o aquella verticalidad que lo embelesa con la belleza y majestuosidad de los rascacielos o simplemente “esa imagen de lo imposible, irreal y lejano…” (160). En este contexto, el autor nos invita a reflexionar sobre la complejidad de la vida en la gran ciudad y cómo esta afecta a quienes la habitan. Con una mirada perspicaz, Escalona nos muestra la diversidad y el contraste que define a esta metrópolis, así como las sombras que la conforman.
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*Juana M. Ramos (Santa Ana, El Salvador) Profesora de español y literatura en York College, Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Ha participado en conferencias, coloquios y festivales de poesía tanto en Latinoamérica como en España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí, Palabras al borde de mis labios, En la batalla, Ruta 51C, Sobre luciérnagas, Sin ambages/To the Point, Clementina (versión bilingüe italiano/español), Donde crecen amapolas, El agudo blandir al pronunciarte y el libro de relatos Aquí no hay gatos. Es autora del libro Nomadismo y alteridad. Las otras historias de la guerra y coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992). Además, sus poemas y relatos han aparecido publicados en antologías, revistas literarias impresas y digitales en Latinoamérica, EE. UU. y España, y han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. En 2021 recibió el premio Feliks Gross Award, otorgado por la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York, por su labor como docente e investigadora, y fue reconocida por la Fundación Chifurnia como Poeta del Año 2023 en El Salvador. En 2020 dio inicio a una intensa labor cultural a través de EntreTmas, un espacio digital donde entrevista y promociona a escritoras latinoamericanas y españolas que residen en Estados Unidos, Latinoamérica y España. Asimismo, es directora de la revista semestral de literatura EntreTmas Revista Digital y curadora, junto a Margarita Drago, de Palabra-Imagen-Escena, un espacio artístico creado para la difusión de las creaciones de poetas, narradores, dramaturgos y artistas visuales que producen su obra en español en NY.