Revista Latinoemerica de Poesía

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Poema del Viernes # 22



Por Hellman Pardo

  El indescriptible Gimferrer. El impenetrable. El catalán que solo escribe en catalán. El poeta de uno de los más grandes poemas españoles del siglo XX: Arde el mar, escrito cuando apenas rondaba los veinte años. De un sonido callado, la poesía de Gimferrer atraviesa todo ámbito.   EL ARPA EN LA CUEVA Ardía el bosque silenciosamente. Las nubes del otoño proseguían su cacería al fondo de los cielos. posesión. Ya no oís la voz del cuco. ¿Qué ojo de dragón, qué fuego esférico, qué tela roja, tafetán de brujas, vela mis ojos? Llovió, y en la hierba queda una huella. Mas he aquí que arde nítido y muy lejano el bosque en torno, un edificio, una pavesa sola, una lanza hasta el último horizonte, cual tirada a cordel. Nubes. El viento no murmura palabras al oído ni repite otra historia que ésta: ved el castillo y los muros de la noche, el zaguán, el reloj, péndulo insomne, los cayados, las hachas, las segures; ofertas a la sombra, todo cuanto abandonan los muertos, el tapiz dormido de hojas secas que pisamos entrando a guarecemos. Pues llovía -se quejaban las hojas- y el cristal empañado mostró luego el incendio como impostura. ¿Llegarán las lenguas y la ira del fuego, quemarán desde la base el muerto maderamen, abrirán campo raso donde hubo cerco de aire y silencio? No es inútil hablar ahora del piano, los visillos, las jarras de melaza, el bodegón, los soldados de plomo entre serrín, las llaves de la cómoda, tan grandes, como en el tiempo antiguo. No es inútil. Pero qué cielo éste del otoño. La abubilla que habla a los espíritus, la urraca, el búho, la corneja augur, el gavilán, huyeron" Ni una sombra se interpone entre el lento crepitar y el cielo en agonía. Abrid un templo para este misterio. Sangre cálida dejó tu pecho suave entre mis manos, amada mía: un goterón de púrpura muy tembloroso y dulce. Como yesca llameó la paloma sin quejarse. La muerte va vestida de dorado, dos serpientes por ojos. Qué silencio. Tarda el fuego en llegar al pabellón y hay que ir retirándose. Ni un beso de despedida. Quedó sólo un guante o un antifaz vacío. Cruces, cruces para ahuyentar los lobos! Un guerrero trae la armadura agujereada a tiros. En sus cuencas vacías hay abejas. Lagartos en sus ingles. Las hormigas, ah, las hormigas besan por su boca. Espadas de la luz, rayos de luna sobre mi frente pálida! Un instante velando sorprendí a vuestro reflejo la danza de Silvano. Ágiles pies, muslos de plata piafante. El agua lavó esta huella de metal fundido. Y un resplandor se acerca. Así ha callado el naranjo en la huerta, y el murmullo de su brisa no envía el hondo mar. Vivir es fácil. Qué invasión, de pronto, qué caballos y aves. Tras las nubes otras nubes acechan. Descargad este fardo de lluvia. ¡Un solo golpe, como talando un árbol de raíz! Se agradece la lluvia desde el porche cuando anochece y ya los fuegos fatuos gimen y corretean tras las tapias, como buscándonos. Recuerdo que encendías un cigarrillo antes de irte. Luego el rumor de tus pasos en la grava, sobre las hojas secas. Nieve, nieve, quema mi rostro, si es que has de venir! Se agradece la lluvia en esta noche del otoño tardío. Canta el cuco entre las ramas verdes. Un incendio, un resplandor el bosque nos reserva a los que aún dormimos bajo alero y tejas, guarecidos de la vida por uralita o barro, como si no estuvieran entrando ya los duendes con un chirrido frágil por esta chimenea enmohecida.  

Pere  Gimferrer



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