Revista Latinoemerica de Poesía

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Luisa Villa, Premio internacional de Poesía Gabriel Celaya



Presentamos una selección de poemas de la escritora colombiana Luisa Villa, pertenecientes al libro Hijas de las perras negras (2024), ganador del VI Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya. Un poemario en el que la voz del pueblo afrodescendiente se hace presente para nombrar, desde la mirada del cuerpo, de lo roto, de lo ancestral, del silencio y de la muerte, la fortaleza de su raíz. Un libro en el que el peso del habla no teme visibilizar la historia y el dolor de nuestros territorios. Hay en la poesía de Luisa Villa, como lo indican sus versos, una forma de “heredar la memoria y justificar la existencia”.



HIJAS DE LAS PERRAS NEGRAS



A Edwidge Danticat

Celianne parió a una niña
y la nombró con el nombre escrito en el cuchillo.

Swiss no llora,

bajo la brea que remienda el barco,

algo, alguien retiene sus gritos.

La madre se aferra hasta hundir sus uñas
en la espaldita renegrida.

Cientos de niñas violadas tiran a sus hijos al río.

Escucho en la tele: Bella dentadura de los héroes vestidos de verde

llegan a domar a los nadies.

En el trueque de espejos se fragmentan rostros nativos.

(Las invasiones a los cuerpos son públicas,

pero permanecen

ocultas).

Cuatro niños salieron de la selva,

sobrevivieron durante cuarenta días y cuarenta noches
                               -cuatro es el orden salvaje-.


¿La selva es mejor que el mar?,

¿mejor?,

la selva tiene su caudaloso río
de muerte.

Emigrantes caminan por el lodo,
la mitad muere

mientras sacuden en vano su reseca vara de la fe:

agua amarga no se endulza,

agua no emana del cactus,

agua no abre paso a los hijos de los guerreros

de Túpac Amaru

ni a los de Benkos Biohó.

La arpía sobrevuela el sueño vencido de la flecha.

Hombres insolados esperan, frente a Celianne,

como parteras que quieren matar.

La tierra prometida está maldita,

no Swiss, no las niñas, no los emigrantes…

Por la promesa, miles de Sísifos atraviesan mares y ríos

metiendo la gran piedra en sus bolsillos.

Todos suman el peso de una pluma, pesan

el peso de la muerte.

Cualquiera es el próximo
héroe caído,          mártir mojado,     hueso roto
o Lázaro hediondo, para inspirar terror al que huye.

Escucho a Celianne saltar

tras la carnada trifásica
de ombligo, placenta, hija.

Escucho a las placentas:

A ti llamamos las desterradas hijas de Eva y Agwé;

Agwé, a ti suspiramos gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.

A las perras negras y los perros negros nos ha tocado hundir
siempre algo: casas, dioses, lenguas...

En la orilla, de donde salimos, gallos cantan
al amo,
obligados a negar a sus ancestros,
vender a los suyos por maíz de plástico

para sobrevivir

y caminar tranquilos con sus nombres «limpios»,

sin que los llamen

brujos,          guerrilleros,         rebeldes...


Yo pensaba que escribir era sacarse agujas

del pecho.
                 Escucho a las agujas:
Poesía es madre que pare a mar abierto,

nos tira y se lanza tras nosotros.


Me oigo:

La magia blanca que me dieron en la escuela de monjas,
                                  como cucharada de veneno,
no me salvaría si decidiera tirarme;

porque no quebró los dedos de quienes firmaron

la entrada al territorio

a los hombres que pusieron botas
en los pies de los cadáveres de nuestros jóvenes;

porque no quebró los dedos de quienes firmaron
la emergencia migratoria

y alejaron los buques de socorro del Mediterráneo.

Las perras negras, sus hijos y sus hijas se hunden
con la historia en su boca.


Escucho al Mediterráneo:

La poesía buscará entre los ahogados, y como otra perra
lamerá sus huesos

para heredar la memoria y justificar la existencia.

 

* * *

Escribiré para vengar mi raza.

ANNIE ERNAUX

 

I


Los que se fueron dejaron las voces de sus animales
como carpas y jaulas abandonadas
por un circo llamado olvidar:

Me llama
        la morrocoya con ruedas que salta entre el
                                                           hacinamiento;
         el perro que sufrió por la cinta de un casete de
                                      horror atorada en sus intestinos.

Me llama
       otro perro, lleva su lomo sangrante
       por la marca de hierro de las águilas crueles;
       el burro, al que los invasores dieron a tragar una bomba
(aclaro, invasores y águilas crueles son sinónimos en estos
                                                                           poemas;
y digo águila, porque no puedo decir ese nombre;
y escribo poemas, porque es la única forma de maldecir al
                                                             águila a la cara;
y escribo poemas, porque es la única forma de comprobar
                                                                     que tengo
alas de pájaro
y no una escopeta).

 

Me llama
        el pato, lazarillo de los muertos;
        el chivo dado en sacrificio,
        para no entregar a la esposa.

Me llama
        el pájaro de la resistencia;
        y la lechuza, reveladora de traidores y malas horas.

Me piden retornar al territorio
—afuera no hay comunidad—.
Debo terminar el volcán que inicié
con niños fantasmas, en mitad de la calle;
en su cráter caerán todas las injusticias y opresiones
hasta que reviente la rabia,
y con cenizas escribiré poemas
que venguen mi raza,
         mi género
         y mi clase.

II

En el fondo del espejo se ve el callejón de una casa,
dos niñas juegan a cubrirse con sábanas, tablas y ramas.

Las niñas crecieron rápido
y su padre metió a treinta morrocoyas, en su lugar,
excepto a una que nació sin las dos patas traseras,
amarró con alambre una tabla en la coraza
y le acomodó dos llantas de un carro de juguete.

Las más sanas cavaron y construyeron un túnel,
hasta inundar mi supuesta habitación propia;
el agua fangosa traspasó el espejo.

Las morrocoyas no son rápidas, aunque tengan llantas;
cuando son deformes no tienen barriga de tierra
ni espalda de cielo;
no llegan a tiempo para prevenir la filtración, la huida,
la injusticia…
                     como yo, que corro, camino,
salto y me enredo una cuerda en las patas,
y me ato al pecho una tabla, en las noches

III

¿Cristo sana morrocoyas
y las ama a todas por igual?

Ni la carne de Cristo
ni la de las morrocoyas deberían ser consumidas,
ambos sacrificios son inútiles;
papá no las crió para inmolarlas.

A todas nos costó asumir que el hogar de la ciudad
no era el del pueblo.
Nunca volví a jugar en un callejón.

El callejón de la casa se achicó tanto
que solo sirvió para desfiladero
de agua fangosa.

En ningún lugar del mundo volví a tener casa;
es mentira,
no se carga como caparazón.

 


* * *

A Kim Jensen

 

Querida, del arrebato a la inocencia no hay quien se salve:
de niña vi cómo en casa los colchones cubrían ventanas y
                                                                         puertas,
caía el barrio, Chibolo, Ruanda, Bosnia, Mali, Siria, Irak,
                                                        Fonseca, El Copey…
Familiares, como aves peladas, escapaban del agua
                                                                        hirviendo
y se ocultaban con nosotros en el hogar sin agua.

En la radio nos pedían ser solidarios con los sedientos
                                                                        del mundo,
lo intentamos, hicimos santos con esquirlas de balas,
los envolvimos en paños con vinagre
para que nuestra gente tuviera esperanza. Tantas cosas vi y
                                                                             olvidé…
olvidé para mi suerte.

No permitas que te digan
¿crees que tiene sentido escarbar con esa pala brillante?
Cierra
tus oídos,
no tiene sentido creer
que el leproso ama el pozo desocupado y triste de su cuerpo.


Me aflige no aliviarte, escucho tu lamento en lengua
                                                                      extraña,
también mía, lengua de loba magullada.
Nunca te lastimaré, solo sobre mis heridas pongo la sal y el dedo.

Me atormenta saber por qué desde niña despierto y grito
como un chivo a punto de ser
la ofrenda del sacrificio.

Nuestro lenguaje acoge al mismo pájaro desplazado,
las mismas aguas revueltas de la memoria…
pero yo sepulto los huesos en el poema
y tú buscas la mejor pala para desenterrar.

Haces bien,
tendrás dos entierros
y miles de resurrecciones,
como mis hermanos wayus.

Creo en ti, en la paz que traes
al refugio de la misma madre.

 

* * *

 

Los trapos rojos se abren como atarrayas;
quienes pasen sabrán que bajo la envoltura hay una casa
agonizante, como pez hambriento, dicen los que confían
                                                                 en la piedad
de los cuervos.

Los foráneos blancos se acercan,
                    leyeron el periódico de ayer, de ayer, de ayer;
ninguno puede convertir piedras en yuca
ni multiplicar la yuca,
saben retratar pantalones y calcetines
para colgar sus fotos sobre sus palacetes
virtuales;
              ellos no necesitan tender trapos rojos
pero creen que los chillidos de la furia de las perras negras
son moda para imitar y lucir
                      en el norte,
en el centro,                        en la derecha,


clic,                 clic,                  clic;
estamos haciendo parte de un hecho histórico.

Yo no hago parte de nada,
no tengo
                            casa propia,
cuelgo mis poemas en
                            pecho, orejas, rodillas y pelos,

como instalando al pájaro escarlata en un árbol sembrado sobre agua.

Nadie pasa,
los poemas no trinan con suficiente potencia,
nadie viene,
ni siquiera el viento a registrar el canturreo angustioso
de una cimarrona ansiosa
                                  de memoria
que se rehúsa a la muerte.

 


* * *

 

¿Solo hubo una mujer encerrada?

Sin hacer ruido puse bolsas sobre mis zapatos
para atravesar el camino fangoso;
                       lo siento, me quedé con los pies forrados,
cargué a pie, entre las manos huesudas, mi pesado busto.

Un maestro de la imagen dijo:
                      todo
                      lo haces pésimo;
y otro, sobre mi lenguaje cimarrón, emitió:
                      horrible no, horroroso;

así que subí a un segundo piso y tiré
la cabeza;
no era una cabeza,
era un bulto de mariposas de arena negra.

Hice una pésima imitación de Van Gogh;
sin atreverme a cortar mi oreja,
intenté y puse el cuchillo en todas las partes de mi cuerpo,
hasta que ¡zas!,
                      rasgué      la     tela    de    la     pintura,
y estoy
intentando salir por la herida.
Afuera está la mujer libre,
detrás del tapiz amarillo.


* * *

 

El alacrán pegado a la espalda,
durante cuarenta años
ha intentado levantar la carne.

La abuela me convence todos los días:
ya pasó,
estás completa.

Vivo con miedo,
podría colarse el veneno en mis poemas.

 


* * *

A Arturo Rivera

 

En los árboles quedan pocas hojas. Me aferro a tu mano,
lo único tibio en el paisaje.
El estallido ha dejado sus evidencias en la ciudad.
Fotografías a los monstros aferrados a los troncos
y los mensajes de resistencia que resucitan los muros,
hablas un rato con los muros y con toda la naturaleza muerta,
y me traduces;
caminamos juntos por la ruta de los caídos.

Dentro de la guerra está mi guerra,
te has esforzado tanto por hacerme feliz,
ya, ni la profesión ni la brujería anhelada
alivian mis ataques de pánico.
                                 Está tu amor.
Está bien que salgamos a tomar aire fuera de mi cabeza
(el río crece y quiere desbordarse…).
                                 Intentas traerme el sol,
¿y yo que te ofrezco?
Te prometo que mañana hará un mejor tiempo para los dos.

 

 


LUISA VILLA (Luisa Isabel García Meriño) 23 de junio de 1979. Docente, poeta, artista visual, performance y gestora cultural afrocaribe. Nació en El Copey, Cesar (Colombia). Licenciada en Artes Visuales. Estudiante de la Maestría en Derechos Humanos, Gestión de la Transición y Postconflictos. Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya 2023-Gipuskoa, con el poemario Hijas de las Perras Negras. Ganadora de la Residencia Artística Colombia–México, FONCA (2015). Trabaja en proyectos de memoria, paz y reconciliación, desde las pedagogías de las artes, por la dignificación de los y las afrodescendientes, la visibilización de sus territorios, historias y culturas. Ha publicado los siguientes libros: Dios fue mejor cuando era tigre, Ed. Escarabajo, Colombia, 2024; Hijas de las Perras Negras, Ed. El Gallo de Oro, España, 2024; Tratado sobre las brujas, Ed. Jade Publishing, EE. UU, 2023; Dios fue mejor cuando era tigre, coedición: Ediciones Morgana (México) y Baraja Gráfica Editores (Colombia), 2020. Incluida en la Antología Morir es un país que amabas: Poesía y memoria por nuestros líderes y lideresas sociales, coedición editorial Abisinia y editorial Escarabajo, Colombia. 2024; La Bestia Indócil, Ed. Morgana, México, 2024; en Luz al Vórtice de las Palabras, Ed. Escarabajo, Colombia, 2022; Yo vengo a ofrecer mi poema, Coedición: Abisinia y Escarabajo, 2021 y Prima antología di landai ispanoamericani, Proyecto 7LUNE, Italia, 2014.

Fotografìa: Jorge Arturo Rivera Vargas.



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