Julio Flórez, semblanza de una huella
JULIO FLÓREZ, MUCHO MÁS QUE UN POETA
Por. Carlos Eduardo Torres Muñoz.
“Algo se muere en mí todos los días...”JF
Julio Flórez marcó toda una época cuando las artes de la poesía, las letras y la elocuencia ocupaban lugar de primer orden en la vida social de un país decimonónico en usos y costumbres, conservador, semirural y centralista a la vez. Eran los tiempos de interminables guerras y revoluciones que caracterizaron la historia política de Colombia en el siglo XIX y su influencia perduró hasta bien avanzado el siglo XX.
Un interés particular por el bardo, que no es nuevo, y el advenimiento del Centenario de su muerte, han hecho que repase los versos del legendario boyacense, además de releer algunos estudios críticos y añejas reseñas sobre el poeta de “La gran tristeza”. A noventa y cinco años de su muerte ocurrida en Usiacurí, pocos saben, otros no se detienen en la faceta juvenil como talentoso artista del grabado, preliminar al ascenso, apoteosis poética y final aislamiento en un pueblo de la costa.
Flórez Roa nació en Chiquinquirá el 22 de mayo de 1867. En la “Villa de los Milagros” recibió sus primeras lecciones con marcada influencia religiosa, continuó luego sus estudios en Vélez – Santander, donde su padre Policarpo María Flórez ofició como rector del Colegio oficial. Aún era un Jovencito cuando llegó a vivir a Bogotá con su familia, es matriculado en cursos de literatura en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, cumplidos los catorce años pasa a la Escuela de Grabado recién fundada por Alberto Urdaneta. Después de un año de aprendizaje adquiere un dominio magistral de la Xilografía. En 1884, la obra “estudio de jarras” logra una mención honorífica en la Escuela de Bellas Artes, donde había continuado sus estudios de dibujo y pintura.
La calidad de sus trabajos lo llevaron a ser colaborador habitual del Papel Periódico Ilustrado, entre los 27 grabados que ornaron las ediciones son notables “Escudos de armas de algunas ciudades de Colombia” en este grabado de Flórez, basado en un dibujo de Lázaro M. Girón, se ven los escudos de Bogotá, Popayán, Panamá, Mariquita, Tunja, Cartago, Darién y Cartagena. En el centro va el escudo de Colón con la siguiente leyenda: A Castilla y a León, Nuevo Mundo dio Colón”, “Bogotá, Colegio de Nuestra Señora del Rosario, fachada de la Capilla, fotografía de Racines & Cía. Grabado por Flórez.” y “Catedral de Guatemala” excelente obra de inusitado detalle.
Deben mencionarse también los siete grabados ejecutados para la revista Colombia Ilustrada, cuyos motivos denominados -paisajes colombianos- conformaron el género en el que Flórez se había especializado, sobresalen “La apoteosis de Páez” grabado por Flórez en Caracas - 1888, un catafalco en el que se trasladaron las cenizas del héroe al Panteón Nacional. “Vista de Ubaque” “Murallas de Cartagena, vista de los antiguos depósitos de Guerra” y “Navegación por vapor en el Rio Magdalena, vista del vapor Unión y del Champán, en 1840” el cual fue su último trabajo en este arte.
“Sus grabados y paisajes son la muestra de un pulso seguro, gran maestría en el corte de las maderas y elaboró unos buenos ejemplos en el tratamiento de la figura humana” (1)
La introducción del fotograbado desterró todo tipo de proceso manual para la reproducción de imágenes, desaparecidos también el Papel Periódico Ilustrado por la muerte de Urdaneta y la revista Colombia Ilustrada por la imposibilidad de seguir al frente José T. Gairbrois, el Flórez grabador decide cambiar de oficio, empezando a escribir algunos textos y comete nuevamente poesía, no olvidemos que la literatura fue su inicial interés de estudio. El Heraldo y la revista Gris reciben sus primeros artículos, además funda en compañía de Clímaco Soto Borda el periódico Oriente.
Participó directamente en la conformación y actividades de la famosa tertulia literaria “Gruta Simbolica”. Al fragor de agitada vida bohemia produjo sus mejores obras y al mismo tiempo declama sentidas odas que lograban encantar con frenesí al público de la época, además de la reconocida y contundente obra lírica supo conquistar los públicos expresando el estado del alma y la levedad del ser, juntos atormentados en sus cantos por el pensamiento eterno de la muerte, el desamor y la melancolía. También fueron temas recurrentes la naturaleza, la madre, la soledad y una constante obsesión por lo macabro.
“Julio Flórez es realmente un lírico post-romántico, en la línea de Gustavo Adolfo Bécquer, que no se llega a contagiar del modernismo de José Asunción Silva ni Rubén Darío, pese a la época en que vivió. Sus temas son típicos del Romanticismo: el amor no correspondido, el misterio lunar, el fúnebre ciprés, la orgía de los cementerios, la vanidad de las glorias humanas, el dolor, la voluptuosidad, …sabía pulsar la fibra de los sentimientos de su raza, su dolor es sincero y con él llega a lo hondo del pueblo y de las cosas” (2)
Fueron muchos los recitales con abrumador éxito en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Caracas, en México donde llegó a ser declarado ciudadano de honor, el resto de Centro América, España y Francia. El poeta fue celebrado por la generación romántica centenaria e inspirador de músicos compositores populares. La primera colección de versos se titula “Horas”, a partir de esta publicación se dedica por entero a la poesía, vivió en Caracas donde publicó Cardos y lirios, durante su misión con la Legación de Colombia en España, publica Fronda lírica, Madrid, Gotas de Ajenjo es publicada en Barcelona. Cesta de lotos y Manojo de zarzas fueron editadas en San Salvador, Flecha Roja se publica en Cartagena. De pie los Muertos, sale a la luz en Barranquilla. Oro y Ébano edición póstuma en 1943. Aun hoy, no hay certeza sobre la total publicación de sus escritos
“Sus poemas eróticos tienen la intemperancia grandiosa de una marea, y hay en ellos tal extensión de sentimiento y de furia pagana, que a veces no se sabe si es un niño que llora el hambre de la leche materna o un pequeño fauno que aúlla. El erotismo es uno de los rasgos más marcados de su poesía y la mórbida sensualidad de sus rimas sirvió muchas veces como piedra de escándalo para sus seguidores” (3)
La poesía de Julio Flórez se relaciona con Budelaire y los poetas malditos, un avezado lector podría remontarse hasta Víctor Hugo. Don José María Rivas Groot lo reseñó en la Antología Poética de 1886. Declamó en los sepelios de sus amigos suicidas Candelario Obeso y José Asunción Silva. Guillermo Valencia, amigo y admirador lo llamaba “el divino Flórez”, parece que era todo un placer escucharlo cantar tañendo la guitarra o acompañado en el piano por el maestro Emilio Murillo, otro de sus grandes amigos. Es el mismo Gral. Reyes quien lo nombra, para protegerle su vida, segundo secretario en la Legación de Colombia en España donde fue muy bien recibido, relacionándose con renombradas personalidades literarias españolas y latinoamericanas como Emilia Pardo Bazán, Rubén Darío, José Santos Chocano, José María Vargas Vila, Amado Nervo y Francisco Villaespesa
En 1910 regresa al país, se dedica a la agricultura y la ganadería en el pueblito de Usiacurí, allí se enamoró de una tierna morena, lugareña llamada Petrona Moreno, con ella fue feliz durante trece años y trajeron al mundo cinco hijos que llevaron nombres no menos poéticos que la vida misma del artista: Luz, Cielo, Lira, Divina, León y Hugo. Al final de la vida, se reía de sí mismo comprobando que su obsesión poética fue algo literaria, idealista.
Lastimosamente el inescrutable destino no le tenía dispuesto gozar por mucho tiempo de las bondades hogareñas familiares pues vino la implacable enfermedad que lo acabó cruelmente desfigurando el rostro e impidiendo el habla. Veinticuatro días antes de morir, muy deteriorado, es coronado como poeta nacional por representantes del gobierno central, en apoteósica y concurrida ceremonia, no sin antes haber aceptado confesarse, casarse y bautizar a sus hijos para que fueran reconocidos por la ley. El 7 de febrero de 1923, desprovisto de toda vanidad grandilocuente, vio llegar la muerte.
Conoció la vida desde los diferentes extremos. Como cualquier ser humano, en ocasiones de arrebato bohemio cayó en vicios que le indispusieron frente la sociedad pacata e hipócrita. Fue señalado como sacrílego, blasfemo y apóstata por el clero, conoció la guandoca, no escapó a los desmanes del entusiasmo entregando sus improvisaciones líricas sin reparar en el destino que tomaran, permitiendo que muchos poemas inconclusos, sin corrección alguna, fueran publicados y circularan sin permiso menoscabando la calidad de su obra.
Desdeñado por algunos envidiosos colegas que no entendieron el “alma popular” de su tiempo, mucho menos la compleja personalidad del Bardo, se encargaron de vituperar su obra. Decepciona recordar a la hija del gran Eduardo Carranza quien desde su Casa de Poesía bogotana, pregonaba a los cuatro vientos un odio visceral – injustificado- hacia el poeta y su obra; pobre mujer, el tiempo que pone todo en su lugar nos mostró como terminó suicidándose, presa de la soledad, triste y amargada, hoy nadie la recuerda y se ha olvidado el camino a su actualmente decolorada y silenciosa casa de poesía…
Julio Flórez, no compuso ni un solo Verso a Chiquinquirá, la ciudad natal, razones políticas de su familia paterna, de acendrado liberalismo, los llevaron a salir de la Villa con rencor y desilusión; pero dejemos este tema para una próxima ocasión, el poeta ha muerto, la casa donde vivió en Usiacurí, fue recuperada y actualmente funciona como Casa - Museo, allí está latente el espíritu del poeta y su familia, con las puertas abierta a la visita de jóvenes estudiantes, se ha convertido en la Meca para los románticos incurables del siglo XXI, que no dejaran de visitarla, ni dejarán de existir en esta inmensa bola de barro que gira locamente sin detenerse alrededor de otra bola más grande que es de fuego.
Hombre y poeta, Julio Flórez Roa fue brillante, de grande y clara personalidad, amante de la bohemia, con un temperamento nervioso, sentimental e inquieto. Polifacético en sus intereses y habilidades pues fue un talentoso artista grabador en su temprana juventud, sensible poeta, vigoroso y emocionado declamador, diplomático, viajero, liberal activo y orgulloso, ganadero, agricultor. En homenaje a su vida y obra emplazamos una rama de mirto eterna en su tumba y lanzamos este escrito al cyber-espacio como preámbulo a la conmemoración del Centenario de la muerte del primer y único Bardo de Colombia.
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Por. Carlos Eduardo Torres Muñoz. Centro de Historia de Chinácota. Academias de Historia de Ocaña y Norte de Santander. Sociedad Académica Bolivariana de Norte de Santander.
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Notas
- Ortega Ricaurte, Carmen. Dibujantes y Grabadores del Papel Periódico lustrado y Colombia Ilustrada Biblioteca Colombiana de Cultura. Col. Autores Nacionales. Instituto Colombiano de Cultura. 1973. Pág. 90
- Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, Tomo biografías.
- Ibidem