Revista Latinoemerica de Poesía

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208. Rodolfo Celis Serrano



 

Presentamos una selección de poemas de Rodolfo Celis Serrano (El Copey, Cesar, Colombia) de su reciente trabajo ¨Bajo el alero hay una golondrina muerta¨.

 

 

Bajo el alero hay una golondrina muerta

 

 

¡Si uno pudiera decir algo, con sólo lo que encuentra,

una piedra, un cigarro, una varita seca, un zapato!

- Jaime Sabines

 

 

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Si fuera un poeta de verdad, digamos un Góngora, un Garcilaso, qué de cosas te escribiría. Te compararía con todas las frutas que se dan en los huertos y con las flores que en la tierra florecen. Si fuera un Lope de Vega diría que tu cabeza es de oro y tu cabello como el cogollo de la palma en rama. Si un Quevedo que por vos mis huesos serán polvo, más polvo enamorado. Si Pedro Salinas, que cada beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puedo besarte todavía. Si Miguel Hernández, arrebatado, te querría sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa. Si Sabines, moriría en tu vientre que no muerdo, ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin. Si Neruda, que me gustas cuando callas porque estás como ausente y me oyes de lejos y mi voz no te toca. Si Borges, que te veré por vez primera, quizá, como dios ha de verte, desbaratada la ficción del tiempo, sin el amor, sin mí. Si Cortázar, pediría que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estalle en la cara de un jefe de oficina y que el placer que inventamos sea otro signo de libertad. Si Benedetti, entonces tengo que amarte, aunque esta herida duela como dos, aunque te busque y no te encuentre y aunque la noche pase y yo te tenga y no. Si Bécquer, por poner un caso de poeta romántico, solo diría que la poesía eres tú. Si Juan Gelman, me comerás entonces dulcemente pedazo por pedazo, seré lo que debiera, tu pie, tu mano. Si García Lorca, añadiría que mil caballitos se dormían en la plaza con luna de tu frente, mientras que yo enlazaba cuatro noches tu cintura. Si Octavio Paz, esta invitación: tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de tanta vida que se ignora y que se entrega, tú también perteneces a la noche. Si Cernuda, ignoraría que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe. Y si fuera Nicanor Parra, apenas que ya no me queda nada por decir, todo lo que tenía que decir ha sido dicho no sé cuántas veces. Pero pasa que no soy ninguno de esos buenos hombres, no es la poesía lo que me habita, ni siquiera tengo una boina, una pipa o una bufanda para el frío. No tengo medio verso que pueda rescatarme del olvido. Y qué puedo decir, bonitura, si apenas tengo estos pulgares que teclean palabritas para vos, despojadas de luz y de viento, pero son mis pulgares y mis palabritas y son para vos, que eres libre y bella y no las necesitas.

 

 

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He sobrevivido a una sarta de accidentes y percances. Una camioneta me estrelló y un taxi me golpeó en un cruce de semáforos. He caído de árboles y caballos y hamacas. Un perro me mordió la mano. Me aguijonearon alacranes, avispas, abejas. Una araña me picó un dedo del pie. Para matar el veneno, madre me provocó una quemadura de segundo grado. Tengo un roto en el cráneo, una vena cabezona y una hendidura en el occipital que me hizo un palo con una puntilla. Todas las caídas posibles de bicicleta. De frente, de lado, hacia atrás, en arena, en barro, en concreto. A ritmo lento y a velocidad punta. Una quemadura con vela en el antebrazo de recién nacido, otra con plástico en el pecho. Una cicatriz me cruza el esternón, como una operación a corazón abierto. Dos veces estuve a punto de ahogarme, una de suicidarme. Me pateó un burro, me corretearon las vacas, me tumbó una yegua con una botella de aguardiente que me rajó la carne. Tengo heridas de machete por las manos y las piernas. Una grande en la rodilla. Cinco esguinces, un codo fuera de lugar, raspaduras y chichones, un desmayo. Un corte en la ceja derecha, otro en los labios con alambre. Una parálisis facial. La varicela, el sarampión, la fiebre reumática, la alferecía y las paperas. Un amago de poliomielitis. Tengo los pies torcidos, la lengua de trapo, un párpado caído, principio de alopecia, lumbalgia, rinitis alérgica. Una forma del síndrome de Asperger y otro tanto de dislexia. La torpeza también debe ser congénita. Unas cuantas muertes cercanas. El miedo con sus tropecientas caras. Mala o buena suerte, no sé. Cada infortunio fue una ordalía, pero siempre volví titubeante de todas las caídas. Otros no lo hicieron. Desarrollé algún músculo de palabra resiliente. Si diez veces bajé al centro de la tierra, once veces regresé a la superficie. Soy la verdolaga. Mala yerba. Cada zumo de ajenjo es una contraprestación, la alcabala de estar vivo. Aunque nunca retornas inocente, nunca el mismo. Todo lo que podía pasarme, pareciera me pasó, pero todavía me debo un terremoto, un incendio, el diluvio último. Una vida contigo, que eres la tormenta perfecta, mi mejor y más bonito cataclismo.

 

 

 

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Hay cosas bellas en el mundo, cosas casi perfectas. El cordón umbilical, las auroras boreales, las cataratas de Iguazú, los anillos de saturno, los caballitos de mar, el canto de las ballenas, las cadenas del adeene, la curva de Gauss, los eclipses de sol, los números primos, la velocidad de los guepardos, los pulgares oponibles, la novena sinfonía, los goles de chilena, la crema chantilly, el cometa Halley, los tigres blancos, las estrellas fugaces, la tabla periódica, las pirámides de Egipto, la teoría de cuerdas, las pinturas de Altamira, los juegos de espejos, el I Ching, el eco del Big Bang, la evolución de las especies, los cantos de Walt Whitman, la bomba atómica,  el código Fibonacci, los bonsáis, el vuelo de los colibríes, las trigales de Van Gogh, la implosión de las supernovas, la batalla de Stalingrado, el calendario maya, el silencio de las regiones estelares, la molécula del agua, la gran muralla china, las matrioskas, la danza de las galaxias, el instinto de supervivencia, las variaciones de Charlie Parker. Ninguna de esas cosas, ni de los diez millones de cosas bellas que son y han sido en este o en cualquiera de los infinitos universos paralelos, se compara contigo. Aunque ahora lo escribo, pienso en un sapo gigante que alguna vez de niño encontré debajo de una piedra —los ojos como planetas amarillos— y no sé, para serte sincero, me asalta la duda.

 

 

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Duérmete corazón de avena, raíz de jengibre, hojitas de albahaca, corteza de canela. Cuídame despierto, que yo te cuidaré dormida. Yo velaré veloz tras los velos de tus sueños. Te abanicaré el pelo para que las malas sombras no aniden en tu cabellera. Repintaré los trazos gruesos, sellaré con un beso tu piel de mariposa. Seré tu colchón de rayas y tu cobija. Cuatro tigres fieros rugen en mi espalda. Cada uno apuntala una rosa de los vientos, dispuestos a rendir sus garras. Duérmete, manitas de anís, pepita de pimienta, nuez de cardamomo, manojo de limonaria. Yo extenderé una red de mimos que te dará tres vueltas enteras. Teñiré de azul las pestañas de la noche para que te sea propicia. Chuparé tus dedos gordos, relameré los flacos. Desbrozaré río arriba los pilotes de tu risa, las zonas erógenas, las erosiones del tiempo. Seremos dos cucharitas de alguna madera florecida. Duérmete labios de achiote, tomillo en rama, cogollo de orégano, saborcito de vainilla. Yo espantaré a escobazos pendencieros a la pesadilla, callaré el pico a las aves agoreras, seré un hombre perro tendido en la antesala, con la nariz fría y el corazón ardiente. Mantendré a raya los fantasmas y las puertas bienvenidas para las buenas brisas. Seré un candado, una lámpara, un incensario. Una mano abierta, un abrazo cierto, una cierta cama. Duérmete cuando quieras, donde el sueño te rinda, donde el cansancio te alcance, donde la prisa se apague, que yo esperaré despierto por vos y esta voz te esperará dormida.

 

 

 

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Mientras hacemos el amor nacen siete mil quinientos niños en el mundo. Más de la mitad son pobres y vivirán como pobres. Al tiempo, mueren unas cinco mil personas. La mitad de hambre. Se casan poco más de tres mil ochocientas parejas, la mayoría por amor. Se divorcian dos mil setecientas, supongo por desamor, y hacen el amor otras ochenta y tres mil parejas, descontando tríos, orgías y variaciones. Se mudan de casa unas dos mil personas. Despegan de la tierra mil setecientos cuarenta aviones, llenos de pasajeros que contienen el aliento y sienten el vacío en el estómago. Mientras hacemos el amor, en Internet se publican tres millones de tuits, ciento ochenta artículos de Wikipedia, se hacen sesenta millones de consultas en Google, se envían cuarentaitrés millones de correos, se comparten ciento ocho mil fotos en Instagram y se suben más de dos mil horas de video a Youtube. En el mismo intervalo habrá treinta y nueve mil nuevos usuarios de celular. Se fabrican mil ochocientos automóviles y se roban otros doscientos cuarenta. Caen sobre la tierra diez mil ochocientos rayos y ocurren ciento cincuenta terremotos de baja intensidad. En el tiempo en que me amas y te amo, se publican cincuentaitrés libros, de todos los géneros y sobre todos los temas. Muchos contarán del amor como del máximo secreto. En ese lapso desaparecen cuatro variedades de vida y habremos avanzado cincuenta y dos mil ochocientos kilómetros alrededor del sol. La humanidad devorará trece mil quinientas hamburguesas de McDonald’s, más de un millón trescientos mil litros de vino, treintaitrés millones de tazas de café y treintaicinco millones de cocacolas. Mientras hacemos el amor se talan más de doscientas hectáreas de bosques tropicales y los desiertos se agrandan otras quinientas cincuenta. Cuatrocientas personas visitan la torre Eiffel y, es seguro, sentirán una felicidad de colores, a la que nunca volverán. En ese intervalo, parpadeas cuatrocientos cincuenta veces y un colibrí batirá las alas en cien mil revoluciones. La vida continúa sin nosotros. La gente viaja, ama, navega, comparte, nace, se reproduce y muere. Pasajeros en tránsito. Sin embargo, me gusta imaginar al amor como el motor del mundo y que en cada entrega, por ejemplo, hacemos girar alguna rueda minúscula y necesaria de la creación. Tú y yo completando la tarea de dioses primitivos.

 

 

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RODOLFO CELIS SERRANO (El Copey, Cesar, Colombia) es magíster en Escrituras Creativas y Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Fundador de la revista literaria Surgente, Letras informales. Ganador de varios concursos literarios, es autor del poemario Memomía y tiene cuatro libros inéditos en géneros disímiles. Ha publicado textos en diversos soportes y plataformas. Se ha desempeñado como editor independiente, gestor de proyectos culturales y tallerista de escrituras creativas.



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