"Luz distinta" de Santiago Espinosa
Publicamos una selección de poemas de Santiago Espinosa, poeta bogotano nacido en 1985, ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, 2016. La Colección de Poesía, Valparaíso México, acaba de publicar una antología titulada Luz distinta; en ella aparece el trabajo de tres libros: Los ecos (2010), Lo lejano (2015) y El movimiento de la tierra, próximo a publicarse.
Sobre su poesía Andrea Cote afirma lo siguiente: “Dos latidos sostenidos animan la poesía de Santiago Espinosa: la infancia que es resquicio solitario del asombro donde el poeta se hace vidente entre los símbolos; y la historia colectiva, sucesión de júbilo y naufragio, donde el poeta se hace humano entre los hombres. A todo esto lo reúne el privilegio de un ritmo justo y una mirada lúcida, ante ella el mundo se revela entre grietas y rumores, en la instancia imprevista que es de la realidad su “luz distinta”.
DISTANTE CERCANÍA
Te veo de frente
padre,
sentado en el bar de los sesenta,
y busco tus pasos rectos
en las huellas de la nieve.
Las nuevas de un joven
que hablaba del progreso
-Whisky, algo de soda-,
y leía las revistas de vanguardia.
Era tu nariz el trazo de la mía:
no había porque temerle a la sangre
cuando la sangre corre.
Entrabas a la casa, lejano.
Hacías sonar las puertas con tu andar tortuoso.
Sabíamos, padre, que algo tenías de perseguido
que a tu espalda la curvaban
los múltiples adioses.
Entrabas, con tu bastón de roble,
y en los pasillos
por el biombo chinesco
un suave olor de eucalipto impregnaba la casa.
Allí aprendimos que hay parte de daño,
parte de asceta
tras el digno silencio de los árboles.
Acreedores. Bancos. Tipos de sombra adusta.
Pero siempre hubo tiempo para entrar al cuarto,
a oscuras,
y dejar un billete doloroso
en la mesa de noche.
Hubo para comprar los discos
-un rincón para no huir más-
lejos del ruido y los escombros.
Y así, mirándote sin verte.
Sabiendo de ti por la música
que lenta
llegaba del estudio, respirándote,
nos enteramos de un mundo
que era menos cansado.
Pues era la historia un hacer fila, ¿recuerdas?
y no este fatigar entre difuntos.
Ahora, a la distancia, hojeo los libros
de segunda mano. Durrell, Stendahl,
y tus subrayados a tres tintas.
Así supe de tu amor por el paisaje,
que te gustaba el erotismo
sin ninguna culpa. Que aquello que te rondaba
era también un cuerpo.
Y el libro abierto, rumoreando a solas.
Cruzan tus sueños a caballo
dejando en los rincones de la casa
algo de niebla,
algo de los aplausos que ellos, tus amigos,
te supieron aplazar.
Padre, no era esta tierra de cálculo
un lugar para ti, y quizás no era para nadie.
Mas nunca olvidaste al niño de los campos,
eras uno con la noche
cabalgando en Santander.
Te negaste a desmontar las bestias
cuando tus piernas lo quisieron.
No hubo muchos abrazos. Sólo una distante cercanía.
Pero decirte que el café sigue humeante en la cocina,
como la hoguera que un ángel prolonga
y las vidas alimentan.
Que tus nudillos rotundos
siguen golpeando a mi puerta,
con un pocillo, la sonrisa de siempre,
y apagas cada una de las luces.
Tu, padre, y el verde olor del accidente,
sus calmantes de eucalipto.
Decirte que era duro.
Que tus caídas nos dolían hasta los huesos
pero había que mantener la dureza.
Envidio tus ejemplos de silencio.
La odiosa calma que no heredé.
No hubo muchos abrazos. Tampoco tragos compartidos.
Y sin embargo, lo se,
habremos de asomarnos a la misma música
mientras se hilvana la vida en paralelo.
¿No oyes los barcos, su aviso en los parlantes?
¿El amplio mar y los pájaros que vuelan al reencuentro?
Tu con tus planos, la placas tectónicas. Yo y mis cuadernos,
pero oigámosla, padre, una vez más,
antes de que una tierra sin palabras, menos geológica,
blandamente nos reúna.
BARCOS DE ARMADO
En las tardes de lluvia, el tío armaba los barcos
a escala de sus anhelos.
“El barco de Drake y las galeras de Morgan”
decía, “el astrolabio en su sitio para rodear las estrellas…
“Sir Walter Raleigh en sus galeras de cristal,
camino del Orinoco, “las velas erguidas de la Santa María.”
Y así juntaba las piezas sin reparar demasiado en las instrucciones.
“Estas las gavias astilladas del abuelo de los abuelos”
decía, “partiendo hacia el Dorado y las montañas”.
Una distancia intraducible ensombrecía sus manos.
En los ojos del tío la fugaz cartografía
de los encuentros malogrados, y el viento.
A su lado, entre cajas de armado o malecones
de papel, el niño imaginaba sus futuros extravíos.
LA ARENA Y LOS OLVIDOS
Quien se habita es el desierto:
su soledad es nuestra.
Carlos Obregón
Se han reunido tus recuerdos
sobre el blanco de una imagen,
pidiéndote cuentas.
Qué de esto es tuyo y qué de los otros.
Dónde comienza el dolor de los demás.
Tanteando en torno, como sonámbulo,
buscabas la conexión entre tu voz y las cosas.
Te preguntabas por la herida de una herencia,
cuando al final de los caminos
no había nada por comprender.
Así fuiste habituando tu labor de escribano,
en el fulgor de las cosas perdidas.
Tenías que construir para perder.
Darle la vuelta a la comparsa
para quedar tan solo como al principio.
Había que alzar una escalera a lo invisible
para aprender a derribarla después.
Se abrió la puerta
y ahora miras lo tuyo en el silencio
de lo informe, pariente de un misterio perpetuo.
Deja que los muertos se concilien con los muertos.
Que el viajero que no fuiste se realice entre los suyos,
y que nunca regrese.
Que el estudiante y la señora de sombrero
vuelvan a cometer las mismas equivocaciones,
que la víctima se cruce por la calle
con su eterno verdugo
y que no se reconozcan.
Sombras o fantasmas, unos y otros pasarán.
Sigue ocurriendo al margen la fiesta de los vivos.
¿No oyes la música que envuelve
las montañas en su ascenso,
en la balanza de los senos
donde un mundo se inclina,
es leve el destierro?
Escúchala en silencio, no mires para atrás.
Esta y no otra era tu historia:
el tiempo contemplado en las fisuras de la arena,
el lento madurar de los desiertos sin límite.
LA CASA ILUSORIA
Como un árbol
que se abre camino en la mitad del mar,
la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,
de redes y vacíos luminosos,
nació en el sueño del arquitecto.
“Una casa”, se dijo,
“huella de la vida,
que tenga por rostro
la prudencia del anónimo…”
“Que interprete la montaña
sin cortes sin remedos.”
“Pura y aislada como la hoguera.”
Y de la casa surgieron moradores.
Sus altos muros
fueron perdiendo la extrañeza,
cuando por el pasillo circularon las visitas
haciendo de los rincones escondites,
refugios,
donde la hombría pudo llorar las deudas
de rejas para dentro
y habría de llegar el sexo
a la lengua de los niños.
Sonaron los estruendos de cada noticiero.
El abandono
en las caídas del fútbol.
También hubo películas dobladas
que hablaban del África,
de una aridez distinta
a la que comenzó en los muslos
y terminó en el trazo de los rostros.
Fueron muchos los recuerdos
que se robó la mansarda.
La capa adusta del abuelo,
Caracoles de ecos prófugos.
Los niños jugando a la guerra
con sombreros de copa
o emprendiendo la caza del Mohán
en la selva imaginada.
Mientras tanto, en la noche, los otros
oían a su conciencia traquear en la madera,
dando sus primeros pasos.
En medio de los aromas del melón, siempre distintos,
viendo la luz colarse en los vitrales,
por la ventana entró el sonido
de un antiguo clarinete,
poblando la casa de fantasmas
y de barcos que se hunden.
Con el adiós de los nardos, creciendo en la portada,
quizás solo hubo tiempo de mirarse a los ojos
para estrellar las copas de cara a la montaña.
Hubo tiempo de alzarlas
y volver a brindar por los ausentes.
La obra estaba completa.
MEMORIA AJENA
Tiempo de mudanzas.
Una memoria ajena
es quien despide estos
turistas, quemadas sus
barajas desde otro lugar.
Poesía es darle la voz a la
llovizna, desocupar el espacio
para que pueda caer.
Mira que el humo se desliza
en sus cabezas
sin que puedas hacer nada,
cada vez más pequeñas,
como un cigarro que se apaga
en las ventanas lavadas
o el temblor de una hoja.
SOLILOQUIO DE UN RASPACHÍN
Con estas manos
planto semillas de viento.
Espero su floración
de limbos pardos
antiguos como el suelo.
Las hojas son los rostros
de los niños sin descanso
creciendo en la selva,
estrellas o corales
olvidados
que silban entre los árboles.
Desayuno. Pienso en el padre
de los lunes
frente a un pocillo roto,
repaso cicatrices.
Limpio las hojas secas
sobre una tablilla,
en calma,
como el que lava un aluvión de oro
en lo profundo de su casa.
En la semilla está el sol negro
de los puertos,
respirando a la distancia.
El viento llega a los bolsillos de la noche.
Recorre plazas que no conozco, avenidas desiertas.
Tiendas donde se paga una promesa
en la oficina de recaudos.
Descansa en la furia de las llaves,
traza dos líneas de fuego en la repisa del bar.
Construye palacios y destierra casas viejas,
casas de rejas blancas junto al espejo del lago.
Mi oficio es el oficio de mi padre.
Cuido la sal, el puño, mido los cristales,
espanto de mi casa pajarracos negros.
Con estas manos
he cosechado tempestades.
LA CAMA DEL TRAPECISTA
Al fondo, bajo la luz glaciar de una bombilla,
la cama sin patria del trapecista.
A su lado una banca para cuatro
donde se come en la sombra,
precario remedo de una estación fantasma.
Y si en la cama del trapecista
hay un cartílago de pollo,
amuleto de una esquina
en la que anidan
desplazados:
la calle y los escombros,
novias que pasan de largo
y hacen planes en voz alta.
Un viejo azota su tambor
con los muñones
indiferente a la parada de los buses.
Hay algo de río bajo las toldas,
de fiebre empozada o lluvias de invernadero.
Quien vea la marejada de las carpas
pensará que es un velamen extraviado
lo que se yergue en sus amarras.
Y si en la cama del trapecista
hay una carta imaginaria,
escrita para la bella desconocida,
y los resortes fueran herencias
de un tren abandonado,
el colchón un atado de papeles
que el forastero no firmó.
Y si alguien sueña con Dios desde su encierro
y despierto lo confirma en el sudario de sus sábanas.
Luz de bombillas. Adiós de los tendidos.
Y si en la cama del trapecista hay un revolver,
y la cama, los tendidos, las toldas y la banca
fueran el único emblema de un fugaz abandono.
PÁJAROS BARRANQUEROS
Pájaros barranqueros
traen el péndulo del mar
grabado sobre las plumas
que les cubren la cabeza.
Reptiles siguen su vuelo
desde abajo,
con esplendor mortífero,
se disputan los cazadores
su heráldica sexual.
Ellos demoran la nieve
y me visitan
otra mañana,
llevan hasta mi casa
las migajas
de un paraíso clausurado
y esta belleza
que excava.
ODA A CELAN
"Sous le pont Mirabeau coule la Seine"
Apollinaire
Fuimos al puente Mirabeau
para pagarte una promesa.
Las horas pasaban
sobre el Sena, las vidas
cada vez más diminutas
y más rápidas. Confiados,
pensando que un suicida
escogió el lado de la Torre,
que nada termina de caer,
arrojamos al agua
una moneda.
Para Carolina Londoño
LA VUELTA EN EL SENTIDO DEL RELOJ
Me dijo un amigo, poeta de Buenos Aires, que de noche los vieron llegar con los zapatos que se marcharon, intactos desde los autos negros.
Y el padre volvió a la esposa y el esposo a las hijas, insomnes todavía. Les dijeron a las madres que había que comenzar a caminar en el sentido del reloj.
Y juraron no irse más. Y los pintores descolgaron su silueta de los puentes.
A los que nadie esperaba se sentaron a pensar o a fumar, solos bajo los astros que volvían. Escribían un poema sobre climas felices.
Santiago Espinosa (Bogotá, 1985). Poeta y ensayista. Profesor de la Universidad de los Andes y del Gimnasio Moderno, donde coordina la Escuela de Maestros. Poemas y ensayos suyos han aparecido en diferentes muestras de su país y del exterior. Escribe habitualmente para la Opera de Colombia y para varios medios, y ha sido traducido al italiano, al árabe, al griego y al inglés. En 2015 Valparaíso ediciones publicó en España Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos. Su libro El movimiento de la tierra ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016. Recientemente fue publicada en México su antología Luz distinta.