Revista Latinoemerica de Poesía

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Siete poetas colombianas de la “Generación del 50”



 

Hoy, 21 de marzo, celebramos el día mundial de la poesía. No hay mejor manera de festejarlo que con la lectura de poemas. Preparamos una selección de Siete poetas colombianas de la “Generación del 50”, resaltando su indiscutible aporte para la historia de literatura colombiana y latinoamericana, siendo un referente inmediato para las recientes generaciones de escritores.

 

 

Luz Mary Giraldo
(Ibagué, 1950)

 

DONDE ESTÁ LA VIDA

En esta casa
donde cambian de sitio las memorias
cada palabra es aleteo del insomnio
un canto una meditación un quejido
que vienen del silencio.
El color de la luz es cada hora diferente
y si el viento se asoma a las ventanas
es otra la sombra de todos los mortales
otro es el gato que sube a los tejados
o el perro que ladra ante la puerta.

Alguien golpea
como buscando lugar a su tristeza
un sitio a la alegría
una página en blanco
la pantalla de algún ordenador
luz que se enciende con el tacto
música grave
que de lo profundo llega

Se abre la puerta
y uno por uno entran los vocablos
se instalan en una habitación
como poniendo en su lugar los muebles
y se encuentran las luces y las sombras
como puertos celestes.


Entran
sonidos que ascienden o descienden
por el pentagrama
se posan en la página
letras que salen del lápiz o el teclado
y caminan mirándose a los ojos
acomodan sus voces y sus tonos
auscultan los rincones
se ubican en el patio o en la sala
y saben que ahí está su casa
donde cada palabra y cada gesto
a todos nos reúne
como en última cena.

Con todos los vocablos
-dóciles ecos de la luz-
oímos el canto de los pájaros
que rasgan el aire como un chelo
o gritan como un violín que rompe el arco.
Se oyen de una pared a otra
caminan del corredor a la cocina
habitan esta casa
donde la vida pasa breve
tomada de la mano con la muerte.
Inasible y costurera
oye pasar el viento
fatigado por los pájaros.

 

 


Amparo Osorio
(Bogotá, 1951)

 


HONDURA

Luego que me signaron
un miércoles ceniza,
mi rostro
–el de la infancia–
tuvo temblor de pájaro.
Fue mi propio silencio despeñándose
hacia la hondura de la noche.

El impreciso
vacío se detuvo
y quedamos anclados
en el fragor del tiempo.
En su cúmulo de tumbas.

Arañado ya el vientre
hicimos la penosa travesía del ciego.
Golpeamos errantes
huyendo hacia el abismo.
Allí donde aletea
la necesaria sombra
que nos vuelve
a revelar los ojos que perdimos.

 

 


Piedad Bonnett
(Amalfi, Antioquia, 1951)

 


LECCIÓN DE SUPERVIVENCIA

Nada hay de bello en el pepino o carajo de mar.
Es, en verdad, un animal sin gracia,
como su nombre.
En el fondo de los grandes océanos,
inmóvil, blando, amorfo,
permanece
condenado a la arena,
y ajeno a la belleza que encima de su cuerpo
despliega el mar.

Se sabe que
cuando el pepino de mar huele la muerte
en el depredador que lo amenaza,
expele
no sólo su intestino
sino el racimo entero de su vísceras,
que sirven de alimento a su enemigo.

Con un limpio ritual
huye el pepino de aquello que amenaza con dañarlo.

Para sobrevivir queda vacío.

Liviano ya de sí y libre de otros
muda de ser.

Y poco a poco
sus entrañas
                     se recomponen.
Y vuelve a ser, en letargo de sal,
una entidad en paz que vive a su manera.

 

 


Eugenia Sánchez Nieto
(Bogotá, 1953)

 

PAISAJES SECRETOS

En el espejo se miró mil veces y fue bella
tres viudeces sombrearon su camino
en lustrosos recintos fue el centro de atención
sus hijas observan desde la primera fila.

El tiempo fue un soplo
el frío quebranta mis pulmones
mil veces fui bella, el espejo ya no es el mismo
un ser invisible traza un camino que no deseo
no logro detenerme
lámparas iluminadas, noches suntuosas
en el hotel todos somos extranjeros.

En el espejo se miró mil veces y fue bella
tres rostros visitaron su lecho
desde el fondo de la noche hay labios, amor y sonrisas
sus hijos tiemblan en su sueño, tienden puentes movedizos.

Temo mirar el espejo, allí el ser invisible
alguien oculto me empuja
crece el corazón, golpea a cada instante
en fatigosas noches rostros blancos me visitan
mis hijos tienden puentes movedizos
en mi dedo la alianza entre la soledad y la noche
no logro detenerme
extraños ángeles elevan mi cuerpo
alguien murmura al oído el adiós sobre mis ojos.

 

 

 

Orietta Lozano
(Cali, 1956)


ORFANDAD

En la orfandad del silencio
no espero la respuesta,
hurgo, como el águila hurga el aire de su vuelo,
porque la palabra que retorna,
es el cristal donde la luz restalla,
déjame decir en el solar del árbol,
dos sílabas de pájaro temblando.
Acaso estás tan ausente en mis tendones,
tan herido de las yedras de mi pausa,
tan silencio en la espina dorsal de mis palabras,
tan ido de mi lado, tan éxodo por mí,
tan encallado en mí
como ramas temblando de granizo.

Y un día, después del ayer y antes del mañana,
nos podamos encontrar
para arribar por siempre en la azul orilla
de la aurora.
Por ahora, sueño la tortuga
que arrastra la casa hacia su piedra,
los lobos en cardumen,
los peces en jauría;
el cuerpo vuelto arcilla,
en la epidermis de la esfera.

Escribo
como se traza un mapa de membranas,
para que mi aurícula no se piense rota,
y mi hueso sacro no delire espera;
porque de migajas se hace el pan,
reclamando migajas, escribo
delante de nueve cartas que se juntan,
hacia atrás del tiempo en contravía,
a unas horas de regreso,
en las mañanas antiguas del futuro;
como la yedra que hoy se inicia
y empieza a recordarnos.

 

 


Mery Yolanda Sánchez
(Guamo, Tolima, 1956)

 

EL REGRESO

Una extraña atmósfera le determina la vida. Un olor denso y pesado, nunca antes presentido, se cuela por el vestido y se esconde entre el ombligo.

Sí, sacaron al muerto, pero su olor se instaló en las axilas de la noche, en los pliegues del pañuelo en desuso; se mantuvo ocho días entre las subidas y bajadas de los inquilinos. Tal vez, Dios también utilizó el ascensor inhalando su propio sabor. Es la costumbre de dormir entre el incienso.

 

 


Tallulah Flórez
(Barranquilla, 1957)

 

WILLIAM BLAKE

Estoy bajo tu árbol pero no soy inocente.

Soy la mujer de las mujeres que levantó sospechas
sin venerar a Dios y supo de sus trampas
robando tus palabras por tu llama muerte
salí cada mañana para ser la de siempre
envuelta en una nube Si tú me reconoces te entregaré las mías
serás el mensajero de los hombres sin ojos
tan mudos e infelices que aprovechan la noche
segados por los bordes como si fueran Tiriel

El hombre de la espada como guardián prudente
que reinventó los mitos llorando el dulce sueño

Para poder vivir en el lugar de siempre
para poder morir estoy bajo tu árbol
sin pronunciar sentencias que yo sé de las guerras
de tanto contemplar la afrenta y la prudencia
las horas que nos miden el énfasis del gesto
la angustia de los hombres que es la misma de Dios
el júbilo que engendra toda clase de injurias
los ángeles que arrojan señales del imperio
con sus curiosas manos como si fueran ciertas.

Si tú me reconoces me buscarás a tientas
que estoy bajo tu árbol para saber morir.

 

 



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