Hugo Francisco Rivella
Estimados lectores de la Raíz Invertida los invitamos a leer esta breve selección de poemas del poeta argentino Hugo Francisco Rivella, una voz poética que como un canto trae la buena nueva de una valiosa melodía, la cual incendia las cansadas notas de la palabra.
De Caballos en la lluvia, La carretera y otros poemas
Mi madre con los caballos
a Hilda y Margarita
Mi madre ha salido al patio a juntar caracoles,
en la higuera,
con la leche que pende del tallo de los higos,
alimenta su infancia.
Corre como una niña por las enredaderas,
las hortensias.
El mandarino estalla en frutas amarillas
y el ají se disuelve en sus manos como el brillo del agua.
El cielo se desgarra.
La mañana se pierde por la lluvia.
En el patio de nuevo los caballos
y el metal de sus crines relucientes.
Mi madre se acurruca en una lágrima.
Los libros muerden el corazón del que los lee
Los libros muerden el corazón del que los lee.
Le meten en el cráneo clepsidras y luciérnagas, asesinos,
desiertos y mares trajinados,
piratas con barcos al asalto, trenes,
putas de terciopelo que beben a sorbos su destino.
Pasajeros sospechosos,
curas homosexuales y banqueros caínes, abogados corruptos,
niños que mueren sin haber recorrido el horizonte,
amores imposibles y de los otros.
La luna puntiaguda en el tejado como un volcán en gajos estallando.
Los libros están vivos como el ojo.
Vigilan en el hombre sus arterias cansadas.
Les ponen en el sexo diamantes que se extinguen si la codicia sopla sobre sus corazones.
Los libros guardan símbolos. Señales en la roca.
Hurgan la sangre del que está caído
y lo levantan.
De Monólogo del escupido
Aullido
aullando voy
a cielo abierto aúllo con sinrazones de saberme nada
pero me truena la desesperanza de un país que se rompe y se desmaña
pero me truena también la piel y el vaso y el refucilo de mi sombra en llamas
y me truena la boca
y por mi grito
la memoria me truena hasta que estalla.
De Piedra de Ángel
Yegua de amor
a la mujer que amo
Me llenas de alaridos la mañana,
me galopas al pie del ventisquero,
me galopas el alma
y por mis brazos te fundes a mi cuerpo como un náufrago.
Me galopas la sangre que se mece igual que una campana de otro siglo,
preguntas por mi nombre en los poblados,
me sabes piel de saurio entre las rocas y en las cuevas del sol me sabes lámpara.
Yegua de sombra y máscara,
te deshaces como la nieve cuando el fuego se mete en mis entrañas.
Galope y precipicio.
Sueño y peligro.
Los toros de Neptuno te persiguen bordeando los océanos y la jungla,
te borran los caminos que has andado para que no puedas volver sobre tus pasos.
Te mareas en el laberinto de mi corazón.
Yegua de amor
tus belfos desangran las rosas ocultas de la noche.
De Poemas en la lengua del sonámbulo
Amenaza
Un animal feroz ante la noche hociqueando mi dentro y mi secuestro,
lo que enceniza al tiempo,
la palabra sudada,
la celda en la que soy su prisionero.
Pulsa la sien del verso,
late como un estruendo de cigarras,
el animal acecha mi esqueleto y el hálito de mi último relámpago.
Yo sé que viene a mí, viene y perviene,
o viene de mil formas con sus garras,
golpea la puerta cuando me descuido y arremete hasta los últimos rincones de la casa.
Poesía,
en la garganta como un tajo,
el animal que eres me amenaza.
Canción a la muchacha que duerme
Kawabata despierta en medio de la noche tan sólo por ver dormir a una muchacha.
La recorre en el sueño y se desangra a orillas de la cama.
¿Quién hilaba la seda en Chijimi?
La nieve deshoja a la muchacha, perfuma sus cabellos,
bebe su sexo de cántaro y secreto.
Tan sólo por dormir pasa el crepúsculo y se altera en la muerte la rutina del viejo.
El olvido le teme a sus ojos, y en la luz que da al patio,
se desvive entre la furia de su soledad.
El país de la nieve es un eco que se quema en mi sangre
Pasó el mundo ante mí.
Plegaría del sonámbulo
La tristeza se acumula en mis ojos.
Tienen demasiado mirar.
Demasiada cerrazón a la alegría.,
los niños que crecieron de golpe,
las muchachas tendidas en los rincones que el tiempo consume hasta saciarse.
Si me llegara el olvido.
Si amaneciera muerto mi recuerdo no volverían los pasos que repercuten en las calles vacías,
la celda con la cruz y la picana, el alarido de dios ante la muerte.
Pero debo saltar el precipicio por el resto de cuerpo que me queda.
Necesito un poema en mi esqueleto.
Necesito una canción en mi garganta.
Una mano que me salve antes que pase el mundo en mis harapos.
***
Hugo Francisco Rivella
(Argentina en 1948). Ha obtenido diversos reconocimientos a nivel nacional e internacional, entre los que se destaca: el Primer Premio Poesía VIII Concurso Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba, Nava, España, 2010 y el Primer Premio Poesía Certamen Internacional Gilberto Owen Estrada, México, 2011. Libros editados: Caballos en la Lluvia (Alción) 2001; Zona de Otros Días (Cultura, Salta) 2006; Agua de Mis Manos (Córdoba) 1995; Yo, el Toro (Alción)2008; Centro de Tormentas (Salta)2010; PUTAS (la cacería del ángel) Alción, 2011. Ojo astillado, Alción 2013, Córdoba, Piedra del Ángel, UNAMex, México 2012, Espinas en los ojos, Ecuador 2014, Antología personal, México, editorial Norte Sur 2014.