Poema del Viernes # 108
ORACIÓN POR EL HIDRANTE
En la resequedad de tu garganta donde hablan al tiempo flores
ponzoñosas y amantes, habitas un lugar alejado de las sirenas
de los bomberos. Ya sé que agradeciste la ausencia de los incendios.
No hace falta que lo recuerdes. Si te digo la verdad, me
alegra que no se advierta en tu columna castigada ninguna se-
ñal de tu heroismo, ni que se quejen los vecinos de tu constante
interrupción en los partidos de fútbol, plantado como un
incómodo monumento. Por favor, no nos pidas que nos apiademos
de tu límite desamparado.
Tu estatura de ángel de cementerio rural, tu porción de santidad
concedida, tu aleteo de pájaro trunco, llegó hasta nosotros esa
noche. Entonces cómo no conmoverse ante tu permanencia callada
y tan vulnerable, cómo no ser cómplices de tu infortunio.
Ya sabemos que tienes como única función repetir en tu cilindro
la resonancia de los truenos y ovacionar largamente sus exclamaciones,
pero quiero decirte que fuiste el primero en
revelar la existencia de un orden en la ley del olvido. Aprendimos
que todo lo que vemos, todo lo que el sol o la sombra
muestra, tiene grabado el indicio de su próxima desaparición.
Nos enseñaste el camino para dominar lo transparente, la necesidad
de hacer justicia a lo que está a punto del desvanecimiento;
fuiste el imán que nos atrajo hasta la llama sobrante de
lo precario, para que ahora pueda, con la recuperación y el
orden del tiempo, comprobar la veracidad de tus palabras.
Jacobo de la Vorágine: incluye este santo silencioso y sediento
en tu recopilación de mártires. Mira que nunca hizo milagros,
mira que lo queremos por una sóla cosa: solamente lo mínimo
nos salva. Por eso merece la permanencia.
Ramón Cote Baraibar