62. Mijail Lamas
“Trevas. Canción del navegante de sí mismo”
Andraval ediciones, Culiacán, Sinaloa, 2013.
Poemas de Mijail Lamas. Selección a cargo de Santiago Espinosa
El poeta Mijail Lamas se ha encontrado a través de Cesario Verde. Ya conocemos el juego al que nos invita este libro, entre el diario secreto y el palimpsesto, a Cesario Verde también lo conocemos: sabemos que nació en Lisboa en 1855, que fue dependiente de una ferretería, inventor de la poesía urbana en portugués… que su poema “Contrariedades”pudo ser la simiente oculta de todos los poetas que en Pessoa estaban, que fue tuberculoso, y fumaba…. Lo que hay de nuevo en esta conversación sería precisamente lo que no podríamos encontrar en los manuales y en las biografías: el acto de un lenguaje que se incendia en presente, lo que era la poesía antes de que tuviéramos que usar máscaras: la huella de una persona en movimiento, un cuerpo vivo que respira y se consume entre las páginas.
En la contraportada advierte el poeta catalán Antoni Marí que en este libro “las ideas se suceden como los sones en una pieza musical”. Y tiene mucha razón. Es difícil lograr esta música con un incendio. Aún más difícil mantener esta precisión frente a un cuerpo incandescente. La asfixia de Cesario Verde es reveladora, de sí mismo y del tiempo que nos vendría en suerte, pero es aún más reveladora la poesía que su anécdota. La voluntad de este ojo que quiere sentirse tan hondamente entre las cosas, los objetos, aquello que lo rodea y que agoniza con sus pulmones: memorias menos oscuras, mujeres que se guardan su misterio, calles junto a un puerto que se pudre, lecturas de Capitanes. La actitud de un poeta que quiere sentirse dentro del tiempo y no a pesar de él, y que paradójicamente lo logra gracias a los extrañamientos de una máscara escogida.
Mijail Lamas se ha encontrado en estos poemas de Cesario Verde otra manera de llegar a sí mismo, después de todo aquellos puertos y leyendas, este tabaco que se consume como el tiempo, hace parte una materia personal e intransferible. Y en el encuentro de esta poesía verdadera, no podría ser de otra manera, que conmueve por su sobria musicalidad, alguien se juega el corazón en cada verso, o como el mismo lo dice en otra parte, “cada respiración es un incendio”.
OSCURO Y DESGASTADO, la madrugada lo encuentra evocando las hazañas de los
capitanes. No sospecha de qué modo
se convierte en la ciudad y en su renuncia.
Es como si las avenidas recorrieran un camino hasta su pecho.
Sabe tomar su parte
y su canción
pero una tristeza que va de los Navegantes a él
le va a pasar tañendo telégrafos urgentes.
Refugiado en el campo no logrará curar el desamparo
que le hormiguea en los muelles:
un foco de infección que le carcome.
Hay días en que un golpe le atenebra la mirada y en el pecho le crece un ave de
infortunios: una noche que el día
ya no puede extinguir.
SOBRE LA MESA hay papeles manchados,
un cenicero, colillas…
Alrededor, en desorden,
se van acumulando las cajas de cigarros.
También el polvo es una marca de tiempo.
El Tiempo vuelve polvo a los troncos elevados
o cincela las rocas más duras con su nombre.
Apurando la copa de las respiración
el humo inunda mis pulmones.
El tiempo es esa flama que brilla en mi cigarro.
EL SOL ATISBA entre las nubes,
se arremolina el polvo
y todo se desgarra en la memoria.
El viento iba marchando el final de febrero.
No recuerdo las flores,
se imponen más el árbol y el reto de ascender.
Levantamos cometas en el último cuarto de la tarde,
el parque era la pista de despegue
y una telegrafía de papeles de china
marcaba el firmamento.
La bitácora entonces nos podía confirmar
puros buenos despegues
y una que otra corriente de viento
sacudía nuestra holgura.
En esta línea puede o no extinguirse el sol.
Sólo nos permitimos regresar
cuando el hilo tronaba sin aviso y el vuelo a la deriva.
Qué bien se respiraba entonces.
CUANDO TODOS ya duermen, el silencio es una pesada perra que vigila la casa, pero llega tarde. Mi hermana María Julia y mi hermano Tomás no dejan de morir en estos cuartos, casi puedo escuchar esa renuencia a desaparecer.
Sólo entonces enciendo un cigarrillo y puedo sentir cómo todo va a consumirse entre mis labios. Esa pequeña flama ilumina los rostros de mis muertos. La noche de mi voz claudica en mi garganta.
ALGO SE ESTÁ PUDRIENDO ahí en el pecho:
una parvada oscura
de tristes carroñeros
que van a desprenderse
en contra de ellos mismos.
Mientras tanto aguardan en la respiración.
Son un solo latido,
un solo aliento turbio.
Nadie sospecha ahora,
nadie podría jurar que esto que muere
es más que el dependiente
de una ferretería.
EL RESPLANDOR de un día
que sólo los que han muerto pueden reconocer
se asoma a la ventana.
Poema de los misterios
Ellas van perfumando la mañana
en esa correría tic toc de los tacones,
dejan vibrando el aire que abandona su paso.
Ellas al mediodía combaten el calor
restándole al vestido prendas
y el sudor va dejando cristales
en el camino que hay entre sus senos.
Por la tarde, terminada la faena en la oficina
o en las tiendas de moda,
esconden su cansancio
-y por eso es que su bolso pesa mucho-
y se salen sonriendo,
porque allá afuera Ellos las están esperando.
¿Qué es lo que Ellos esperan?
¿Unos ojos cansados y una boca
que incendia su carmín anhelante?
¿Un cuerpo que desnuda el ansia de hace tiempo?
Pero Ellos no resisten que sean un acertijo
hasta Ellas mismas,
y en el tiempo que aguardan
Ellos concluyen que el misterio
es la médula de su naturaleza.
Por el río desciende su cuerpo
Por su cuerpo desciende el río y su leyenda de Nobles
Caballeros Navegantes
Por el río su cuerpo oscuro descienden
Caballeros Capitanes y un Rey desaparece
dicen que este país ya no es lo antes que era
Por las calles que desembocan en el muelle las personas van felices
porque partirán en barcos por el río que lleva al mar
en esta parte del poema el río se confunde con el mar
Cesário también parte y todos ignoran que se aleja
como un acorazado entre Héroes Capitanes Caballeros Navegantes
y un Rey que se ha perdido
algunos todavía
esperan su regreso
Y la ciudad se acuerda
entre la bruma espesa que se aloja en los muelles…
LAS PALABRAS que escribe
cambian la geografía
del mar donde se hunde.
ESCRIBO ESTA CANCIÓN que es santo y seña,
llave del laberinto que da a otro laberinto,
tonada que relaja los muslos de la hidra,
oración que estremece e incinera mi lengua.
Escribo esta bitácora de viaje para mi salvaguarda
y dejo aquí mi voz como el último rastro.
Estos poemas forman parte del libro Trevas (Canción del navegante de sí mismo), que pronto apareció en la colección Punto Luminoso de la editorial mexicana Andraval.
Mijail Lamas es poeta, traductor y crítico literario. Nació en Culiacán, Sinaloa, el 22 de febrero de 1979. Ha publicado los libros de poemas: Contraverano (2007); Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (2008); Un recuento parcial de los incendios, selección de poemas (2009). Compiló junto con otros poetas Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982 (2012) colección Poesía y Ensayo de la UNAM. Es editor del blog de crítica La Estantería, reseñario de poesía (http://resenariopoesia.wordpress.com). Twittea en @mikhailenko. Actualmente adelanta sus estudios de Maestría en la Universidad de El Paso, Texas.