Entrevista a Fernando Valverde
Entrevista a Fernando Valverde
“Cuando escribía Desgracia, las palabras gritaban”
“Yo no elegí dónde nacer, pero puedo elegir las palabras”
Fotografía de Joaquín Puga
Por Allen Josephs
El español Fernando Valverde fue elegido por más de cien universidades, entre ellas Harvard, Oxford, Columbia o Princeton, como el poeta más relevante en lengua española nacido después de 1970. Valverde, profesor de poesía en la Universidad de Virginia, estrena estos días dos libros, una biografía sobre Shelley y su nuevo libro de poemas en español, titulado Desgracia (Visor Libros, 2022).
Hace unos días escribí que Valverde era una persona envidiable, haciendo referencia a Borges por la manera en que la envidia es el pecado capital de los españoles. Es extraño ver en una misma persona el talento literario y la rigurosidad científica, unido al amor por la enseñanza siguiendo un modelo peripatético que va a contracorriente de las modas académicas. Pero los estudiantes no son tontos y por ese motivo concedieron a Valverde la Orden de José Martí por su excelencia en la enseñanza y en el hispanismo.
A Fernando le molesta que le llame poeta español, quiere ser un poeta de la lengua. Nominado a un Grammy latino por un trabajo de fusión entre poesía y flamenco, investigador invitado en Oxford, Cambridge y Turín, merecedor de dos doctorados… uno se pregunta de dónde ha sacado tiempo para concebir la que en mi opinión es la mayor obra literaria de su generación.
¿Por qué lo de español molesta tanto a los españoles?
No es una cuestión ideológica, como sucede en mi país de origen. Es una cuestión meramente literaria. Yo no elegí dónde nacer, pero puedo elegir las palabras. En mi formación como poeta han influido con tanta o más fuerza los poetas hispanoamericanos que los españoles. Por eso sería injusto pensar que mi poesía es el resultado de una tradición española o “peninsular”, como dicen en los Estados Unidos. Soy un poeta de la lengua española y, además, como decía Cernuda, soy “español sin ganas”.
¿Por qué la Universidad de Virginia? Me consta que has echado mucho de menos Emory University en Atlanta y que has podido ir a otros lugares.
Llegué a esta universidad por el cariño y la admiración. Quería formar parte de un departamento donde enseñaban David T. Geis, Andrew Anderson, Michael Gerli, Randolph Pope… yo estudié con sus libros en la carrera. Soy injusto porque tendría que mencionar a mucha gente, como a Fernando Operé o a Gustavo Pellón. Lo cierto es que la posibilidad de colaborar con estos colegas decantó la balanza. En poco tiempo han cambiado muchas cosas, no sólo en la Universidad de Virginia. Tú has vivido en primera persona esos cambios. No quisiera formar parte de un grupo de trabajo que considera de igual importancia la receta del mole poblano que la poesía de Sor Juana. Entiendo la importancia de los estudios culturales, pero tal vez su lugar no está en los departamentos de lengua y literatura.
¿Por qué el Romanticismo? Con la publicación por la UNAM, tal vez en la colección de ensayo de mayor prestigio en español, de tu biografía de Shelley (500 páginas) has aparecido por sorpresa como uno de los mayores especialistas hispánicos sobre la segunda generación de románticos ingleses.
Porque en el romanticismo están las respuestas a una gran parte de las preguntas de nuestro tiempo. Jamás hubo una época tan parecida a la nuestra, tan llena de incertidumbre. Se ha llegado a asegurar que en la primera mitad del siglo XIX el mundo cambió más que en toda la historia de la humanidad. Tal vez se trate de una exageración, pero sin duda fue The age of wonder, como la llamó Richard Holmes: la época del asombro. Shelley, Byron y Keats, por ese orden, han cambiado de forma radical mi forma de entender la poesía y el papel del poeta. Me descubrieron que hay algo sagrado y misterioso en la escritura que no nos pertenece. Al fin y al cabo, algunas de sus vidas no tuvieron nada de sagrado. Pero es impresionante pensar que murieron con 25, 29 y 36 años. Creo que sólo Lorca, asesinado a los 38 años, fue capaz de igualar a Byron, comparando sus obras a la misma edad. A Keats y a Shelley no les ha superado nadie salvo Rimbaud.
Hablas de un declive de las humanidades en la enseñanza. ¿Qué haces estudiando el Romanticismo? Sería más fácil y rentable estudiar la poesía en internet, los poetas andaluces, la propia literatura del flamenco… Son campos sobre los que has escrito y que hubieran sido más “convenientes”.
Porque no puedo conformarme con el declive de la imaginación y de la bondad. Como académico, tengo que luchar por la primera, y como poeta, por la segunda. Sin esta convicción no valdría la pena dedicarse a lo que hago. Shelley nos dijo que la imaginación era la mayor herramienta para el bien moral, porque es lo que nos permite ponernos en el lugar del otro e imaginar su dolor. Gracias a ello podemos decidir si pasar por el mundo haciendo daño o no. Es una gran responsabilidad y no hay que ser un genio para darse cuenta de que la educación tiene que estimular esa imaginación, convertirla en la herramienta a la que se refería Shelley. Son las humanidades las que tienen esa misión. Son las humanidades las que mantendrán vivo el planeta o lo destruirán. La ciencia no es más que un instrumento. La elección del bien en lugar del mal depende de lo que enseñamos a nuestros jóvenes.
Acaba de aparecer Desgracia, publicado por Visor, tu editorial de siempre (has publicado cinco libros consecutivos bajo este sello). Es un libro oscuro, agónico, de alguien que parece haber sido tragado por las tinieblas. Leyéndolo pensaba que no eras tú quien lo había escrito. ¿Se trata de una decisión estética o te arrastró la vida?
Por desgracia, me arrastró la vida. Pero no es un asunto personal, es un fracaso colectivo. Dice Raúl Zurita que nuestra tarea no era escribir poemas, era hacer de nuestras vidas una obra de arte. No puedo estar más de acuerdo.
¿Un fracaso también como país?
Sin duda. De haber contado con las instituciones de otro país mi desgracia habría sido muy diferente, pero soy ciudadano de un lugar donde se puede poseer a una mujer, donde tu hermano puede robarte y el código penal dice que el hecho de ser familiares es una excusa absolutoria. Soy súbdito de un rey en una ficción de democracia. Un país donde decir que alguien es bueno pude ser lo mismo que decir que es tonto. Hay muchas cosas en España que valen la pena, pero como país el fracaso es evidente, aunque se ve mucho mejor desde afuera.
Eso iba a decirte, que llevar diez años viviendo lejos debe haber cambiado mucho tu visión del mundo.
No cabe duda. Fui educado por una mujer, mi abuela, convencida de que Franco fue el salvador de la patria. Yo creí sus historias durante años. Luego empiezas a descubrir que no todo el mundo tenía un apartamento en primera línea de playa. Después ves cómo el machismo machaca a tu propia madre, como la convierte en infeliz. Es una violencia que se ejerce desde todas partes: en el ámbito familiar, en el trabajo, en la sociedad… crecimos viendo a Martes y Trece en nochevieja ridiculizando a una mujer maltratada. Es difícil intuir el dolor de mi madre en aquel momento. Mis recuerdos no son tan claros como para hablar de ello, Allen. Pero sí puedo decirte algo. Este país (en referencia a Estados Unidos) me dio la oportunidad de enseñar poesía. Aquí he tenido un hijo con una nacionalidad diferente a la mía y tengo la sensación de que puedo acudir a un tribunal si alguien se aprovecha de la enfermedad de una mujer. Me dirán que no hay sanidad pública, que las armas de fuego… Sí, Estados Unidos es capaz de lo mejor y de lo peor, pero lo que no soporto es la mediocridad.
Volviendo a Desgracia. Es un libro en el que las palabras gritan y los versos se rompen. En uno de tus poemas incluso hablas de ello: “no entiendo por qué gritan las palabras”. Nada más lejos de tu tono anterior.
Gritaban las palabras, algunos poemas los escribí con los dientes. Hemos vivido un tiempo en el que mucha gente ha sufrido lo innombrable. La pandemia ha llevado la desgracia por el mundo, especialmente entre quienes menos tienen. Es una pandemia neoliberal, ideológica. Algo inimaginable. Mientras unos disfrutaban del ocio en sus sofás había gente que si no salía a trabajar no comía. Mientras unos privilegiados se negaban a ponerse la vacuna por estupidez o ideología, otros morían haciendo cola en los hospitales sin haber tenido la oportunidad de vacunarse. ¿Qué vamos a escribir sobre eso? ¿Frasecitas de Instagram para los jóvenes? ¿Libros de autoayuda para mejorar nuestro estado psicológico? No es esa la labor de la poesía. He querido ponerle nombre al sufrimiento y a la desgracia y eso me ha obligado a visitar la oscuridad, a pensar el mal, a estar cerca de ahogarme.
“Nadie podrá entender cómo el desierto / creció sobre mis manos / y me llené la boca de ceniza”. ¿Y los miles de lectores de Celia?
También han sufrido y han sido desgraciados, habrán sentido el dolor de la pérdida y el miedo. El primer poema del libro se llama La vida quema y es el reverso de Celia. Si en aquel poema daba la bienvenida a una recién nacida, ahora creí llegar al límite del abismo, a las puertas del misterio. Por eso el libro comienza con una despedida del mundo.
Es un poema que en mi opinión contiene todo el libro, pero el que nadie olvidará es Caín. Creo que lograste el tono de Byron sin su cinismo.
Eso es mucho decir, especialmente viniendo de ti. No creo que pudiera rozar algo así, pero te lo agradezco de corazón. Escribí Caín confiando en que la justicia que no encontraba en mi país me la daría la poesía. Si Caín es un poema inmortal, cosa que dudo, entonces siempre habrá alguien que se pregunte por qué, quién, cómo, cuándo. Ese es el poder de la literatura.
¿Ahora que has vuelto de las tinieblas, como empieza Caín con la cita de Byron, qué no repetirías?
La ingenuidad de creer en las personas hasta el punto de dejar todo en sus manos. Basta con una piedra y la mano de un hermano para inaugurar la Historia. Es posible que el ser humano sea la peor criatura de la creación. Ante eso, ¿qué podemos hacer? Eso no se arregla con un impuesto especial o con un decreto. El desorden moral del mundo nos conduce a la aniquilación. Mientras tanto, quiero disfrutar de la sonrisa de mi hijo tanto como pueda, porque en ella cabe el universo.
Poemas de Desgracia
LA PROFECÍA
Deberías saberlo.
Te lo han dicho las noches más largas que la vida,
te lo han dicho las sombras,
las ciudades que evitas en los mapas,
la lluvia deshaciéndose en sus muros.
Deberías saberlo.
Te lo han dicho los grandes diluvios y las arcas,
te lo han dicho las bocas que queman como soles,
te lo ha dicho hasta el cielo.
Búscalo en los bolsillos,
hay una nota dentro, hay un poema;
deberías saberlo.
Lo has escrito en los márgenes,
lo has escrito en la piedra y lo repiten
los milenios, los bosques, las corrientes,
te lo han dicho los truenos
con su terror de aguja,
te lo ha dicho la nieve debajo de otra nieve
por millones de años
a los pies del desastre
lo has leído en los bordes dorados de la cúpula,
lo has leído en las lápidas,
estaba en los poemas:
deberías saberlo
la mujer que gritaba
la ruina de tu nombre,
la inquina solitaria,
tu estirpe miserable.
Puedes abrir la tierra con las manos,
puedes sacar la arena de tu pecho,
puedes romper las cosas que están rotas,
puedes gemir de rabia
pero no va a cambiar.
Te lo han dicho hasta en sueños.
«No vayas a matarme», repetías,
y al final despertabas.
RESTA
Puedes contar la pena.
Es todo cuanto tengo.
Para llegar aquí la vida he malgastado.
Yo también tuve un río y una barca
con sus nubes mirándome
y una boca trayéndome la lluvia
y un pájaro de niebla
y un relámpago.
Puedes contar la pena,
es una sola pena.
He malgastado todo lo demás.
CASAS ABANDONADAS
Entrábamos llorando en sus habitaciones,
en sus cuartos que fueron
todo cuanto probamos de la felicidad.
Entrábamos llorando,
parecíamos tristes,
nuestros ojos miraban nuestros ojos,
también estaba el mar
y entrábamos llorando.
Quién podría olvidar aquella dicha.
HOY
Un día
un día cualquiera
el último
y terrible
escucharé tu nombre
rompiéndose
las olas
mi amor está en el suelo
no vayas a pisarlo
cruza mi soledad sin detenerte.
ALGUIEN DICE TU NOMBRE EN EL PASADO
Yo tenía una casa sin inviernos,
el olor de un magnolio,
las manos de mi abuela curando mi aflicción,
un puñado de luz amontonado
debajo de una araña,
un rincón en el mar
azul como la tarde en sus balcones.
Yo tenía un hermano y una abuela
y mi madre cantando siempre alegre
dentro de su desgracia,
llenándose las manos de pintura,
haciendo extrañas flores con la pena.
Yo tenía una casa,
no me perteneció,
quise ponerla a salvo,
me destrocé las uñas,
bebí todo el veneno
del miedo y la sospecha,
y al fin logré alcanzarla,
ya nadie estaba allí.
Yo tenía una casa
de lluvia
de alegría
de triste agua
pudriéndose:
la nada
rota.
ROTO
Una mujer espera la última noticia
crece su corazón sobre mi pecho
no entiendo por qué gritan las palabras
puedo cerrar los ojos
puedo decirte dónde está la luz
para que mires todo el abandono
—vas a creerme entonces—
pero luego
vas a verla llover
vas a mirarla
como si fuera el único presagio.
Nadie podrá entender cómo el desierto
creció sobre mis manos
y me llené la boca de ceniza
y me rompí los dientes
mordiendo la esperanza.
Colgué mi soledad en una cuerda
y vi los alacranes persiguiéndome
mi hermano sujetando una navaja
quiero chillar
parece que estoy muerto
despierto cuando gritan las palabras
y las veo caer sobre las cosas
una vez estuvieron en tus manos
voy a decirte dónde está la herida
voy a contarte todo cuanto olvido
—alumbra esta tristeza—
escucha cómo cantan las palabras.
Puedes seguir a Fernando Valverde en
Twitter @valverdefernan
Instagram @fernandovalverdeoficial