Revista Latinoemerica de Poesía

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Lo lejano



Santiago Espinosa: la poesía de Lo lejano

Lo lejano
Santiago Espinosa
El ángel editor
Quito, 2015
84 p.p.

Por Sharvelt Kattán Hervas

La memoria es un espacio donde la creatividad se nutre, encuentra material propicio para inventar y deja que lo evocado también “se invente” —poco o mucho, depende de la voluntad fabuladora—. Y Lo lejano, el más reciente poemario de Santiago Espinosa, es susceptible a este hecho, porque las imágenes los vamos viendo en porciones, en fragmentos líricos donde la voz busca, inventa y recrea sucesos que, sabe, solo pueden existir nuevamente en el hecho poético.
A través de las páginas del libro, el autor nos muestra un universo compuesto por viñetas hilvanadas entre sí, no tanto por su condición evocadora como por su efectividad para romper la ausencia. Hay que pensar en esta como una necesidad ineludible de la remembranza: no se puede recordar aquello que está presente. Y sobre esta base, que es también la base del lenguaje, Espinosa construye un proyecto poético cuyo motor radica en la exploración —más bien el acercamiento—de la realidad, bien llegue esta desde las sombras del recuerdo o de una imaginación que pretende recordar y «donde entran y/salen los fantasmas/que no [ha] visto».
Recordemos, por cierto, que la condición de signo se cumple cuando este se halla en lugar de una cosa que, necesariamente, no debe substituir cuando la represente. Por ello el autor observa, escucha, siente todo cuanto ocurre a su alrededor, para convertirlo en materia creadora: «Miro los rostros extranjeros hasta hacerlos míos», esto es hasta poetizarlos. Así, la actualización ocurre porque aquello que era ya lejano, por intermediación de la palabra, ha vuelto a nosotros con nuevos significados.
Santiago Espinosa escribe para recuperar todo aquello que perdió, que el tiempo volvió distante, a sabiendas de que al recordar, la vida caerá inexorable sobre él: «El tiempo encanece cuando dices / lo lejano». Y sin embargo está convencido de que las cosas distantes solo se vuelven propias cuando se habla de ellas, cuando esa separación se convierte en poesía.
Ocurre que tras deambular entre Lo lejano, queda una rara sensación de haber vuelto sobre nuestros pasos, aunque en realidad sean los del autor, y aunque esto también sea parcial. Lo que sucede es que el poeta colombiano lo ve todo con una mirada comprometida, que lo captura todo, pero que a ratos se confunde entre el cúmulo de experiencias personales y aquellas que, de una u otra forma, todos hemos llegado a compartir con otros. Lo difuso del recuerdo, quizá compartido, aparece como un cuestionamiento a ser vencido en el poema:

Tal vez, pienso ahora,
otros rondaban por los parques
cobijando nuestras sombras,
y de los que nosotros éramos
una fugaz repetición.

Y si el trabajo escritural de Espinosa se ha centrado en la recuperación de momentos definidos, ha sido por concesión de la palabra. Pero ya no hablamos de esta solo como fórmula poética, sino como sonido, como fenómeno de la realidad que lo embarga todo y ahuyenta la desolación. Tal vez sea por eso que nos empecinamos en pensar en voz alta, en hablar mucho para romper el hielo, porque, como el autor, «oímos el ruido y hacia él partimos». El vacío se desvanece bajo la presencia del sonido, y el ser humano puede cantar y contar sobre aquello que ve y recuerda.
Lo lejano plantea una sucesión de rupturas espaciales donde el ruido de la memoria cae como lluvia hasta abrir una fisura en las paredes del olvido. Pero para el poeta la ausencia está afuera, a la intemperie de lo real, y allá el recuerdo no alcanza a resguardarse. No si no se precipita sobre sí mismo: «Poesía es darle voz a la/ llovizna, desocupar el espacio/ para que vuelva a caer».
El libro semeja la marcha de un tren que avanza sobre las rieles de la memoria, copiando, (re)escribiendo todo lo que se ha guardado. Nos muestra momentos íntimos, como de una infancia difusa, pero también momentos ajenos que, por conmovedores, se han quedado registrados en su mente:

Cargan las madres sus ausentes,
atravesando el silencio de plazas y desfiles,
pero quién carga estas ausencias con su marcha,
la que limpia el retrato en las mañanas sin término;
la que apagó todos los radios para siempre;
la que sigue observando caballitos del diablo
pero no espera amigos ni retornos al final de la jornada.

Si nos asomamos a las ventanas del tren, es decir, si estamos dispuestos a dejarnos llevar por la poesía de Santiago Espinosa, podremos entonces acceder a un territorio donde los caminos desembocan en una voz íntima y melancólica; una voz decidida a desgarrarnos por completo solo para que, desde su hondo territorio, podamos emerger sabiéndonos distintos, con una memoria lejana que es ahora también nuestra.

 

Al margen

Tarde de sed,
llueve sobre las calles

detrás de lo que escribo
siempre hay lluvia.

La música abre una esfera
donde entran y
salen los fantasmas
que no he visto

cesa la gravedad
bajo sus botas mojadas

y llueve
adentro.



La arena y los olvidos

Quien se habita es el desierto:
su soledad es nuestra.
Carlos Obregón.

Se han reunido tus recuerdos
sobre el blanco de una imagen,
pidiéndote cuentas.
Qué de esto es tuyo y qué de los otros.
Dónde comienza el dolor de los demás.

Tanteando en torno, como sonámbulo,
buscabas la conexión entre tu voz y las cosas.
Te preguntabas por la herida de una herencia,
cuando al final de los caminos
no había nada por comprender.
Así fuiste habituando tu labor de escribano,
en el fulgor de las cosas perdidas.

Tenías que construir para perder.
Darle la vuelta a la comparsa
para quedar tan solo como al principio.
Había que alzar una escalera a lo invisible
para aprender a derribarla después.
Se abrió la puerta
y ahora miras lo tuyo en el silencio
de lo informe, pariente de un misterio perpetuo.

Deja que los muertos se concilien con los muertos.
Que el viajero que no fuiste se realice entre los suyos,
y que nunca regrese.
Que el estudiante y la señora de sombrero
vuelvan a cometer las mismas equivocaciones,
que la víctima se cruce por la calle
con su eterno verdugo
y que no se reconozcan.
Sombras o fantasmas, unos y otros pasarán.
Sigue ocurriendo al margen la fiesta de los vivos.

¿No oyes la música que envuelve
las montañas en su acenso,
en la balanza de los senos
donde un mundo se inclina,
es leve el destierro?

Escúchala en silencio, no mires para atrás.
Esta y no otra era tu historia:

el tiempo contemplado en las fisuras de la arena,
el lento madurar de los desiertos sin límite.


Lo lejano

El tiempo encanece cuando dices
lo lejano
y oyes tus pasos de niño
en las baldosas, las campanitas
enanas de los muertos
yendo por agua a las cocinas.
Tus huesos se hielan de abandono.
Sale de ellos el alma
por la puerta trasera,
para volver de asombro.
Casas amanecían su tristeza
con un soplo profundo
en “lo lejano”
y los padres no sabían
cuánto dolor nombraban.

 

Sharvelt Kattán Hervas (Ambato, 1991) Escritor, periodista y estudiante. Ha publicado el libro de poesía Delusiones (2012). Algunos cuentos suyos aparecen en las antologías: Los engendros de la luna (Quito, 2010), Ecuador de feria (Bogotá, 2011), Bajo las luces oscuras (Quito, 2012) y Amor y desamor en la mitad del mundo (La Habana, 2013). Formó parte del Consejo Editorial de la revista virtual de literatura y artes visuales Contramancha.



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