
Cristina Rivera Garza
Me llamo cuerpo que no está
Entrar en la poesía de Cristina Rivera Garza es encontrarse de frente con un muro de lenguaje, fuerza, lucidez y potencia emocional. Sus versos son territorios de memoria, duelo, deseo y resistencia. Leerla es entrar en un lenguaje que se abre al cuerpo, a lo político, a lo íntimo. Sara Uribe nos dice de su poesía: “Se trata de una obra poética entreverada por las relaciones entre palabras, cuerpos, territorios y afectos y configurada a partir de precisos dispositivos de escritura y lectura”.
1
[HOSPITAL DE NEUROLOGÍA]
Hay un hombre entre nosotros
los que aguardamos la muerte, los que estamos despiertos
desde el alba hasta el advenimiento del alba
sobre sillas de plástico color naranja y los huesos rotos
de tanto ir
hacia el vidrio de la esperanza
hacia la burla inminente de la esperanza
hacia la crucifixión puntual de la esperanza.
Alguien acaba de morir. Son las 3:20 de la mañana.
El hombre entre nosotros está sentado como nosotros
con los codos sobre las rodillas y los ojos estancados
en este afuera del mundo que es un mundo
antiséptico y claro
el residuo alrededor y abajo y atrás de todo lo que es:
una burbuja de piel casi humana cruzada de sondas
amarillas
por donde entra el aire y sale la súbita falta
de aire;
un mundo de Isodine y yodo y otros olores sin olor
que borran el olor de los cuerpos en su propia
malformación
sus propios errores, sus propios tumultos, sus propias
y genéticas imperfecciones;
un mundo acechado por el azar de dios y rodeado
de ventanales ilesos
ventanales impávidos
muros de córneas bruñidas por la luz urbana de marzo
que todo lo aleja y todo lo difumina;
un mundo donde algunos visten de blanco y caminan
y otros muchos visten de negro y callan inmóviles
porque alguien acaba de morir
aquí donde son siempre ya las 3:20 de la mañana
y donde se muere en el sueño lógico de los sedantes
y el no saber
que ya no habrá más, nada más, para nosotros
los que esperamos con el pulso disminuido
de no querer sentir
deseando con todos los dientes ese letargo suyo
de nunca saber
que nos quedamos aquí, hora tras hora, encendiendo
cigarrillos
bebiendo café negro, imaginando al hombre que está
entre nosotros
dulce y voraz como ninguno
encerrado en el cántaro de la sed y el cántaro
del deterioro
nuestro como el animal que llevamos dentro
que es inaccesible a nosotros los que sabemos de morir
y de soportar la sobrevivencia desde la medianoche
hasta el advenimiento de la medianoche.
6
[ HORA DE VISITA]
De tres a cinco, cuando podemos respirar y dejar
de mordernos la uñas
está prohibido sentarse cerca de ti a la orilla
de tu lecho angosto y sin olor
pero me siento cerca de ti
y eres tú y no yo la que desgaja las mandarinas.
Ésta es la hora de volver a hablar.
Yo soy la decepción
la única de tus dos únicas hijas que logró sobrevivir
a la tortura
la condena de crecer en mujer,
la que salió corriendo del valle más alto y la ciudad
más mezquina
en dirección contraria al volcán de todos nuestros
veranos y todos nuestros inviernos;
la que prometió nunca regresar bajo ninguna
circunstancia y está de regreso.
Yo soy tu decepción
la única de tus dos hijas únicas que quedó viva
sin dulzura
sin piedad.
La que se aferró a una armadura de piel y vidrio donde
nada tiembla y nada es lo que es.
Vil entre todas las mujeres y vil el producto del vientre
este aire sin ojos, sin venas, sin más frente que el vacío
de las palabras juntas.
Infame como pocas y avara de luz, tu hija.
La que compró coche y casa y todos los pequeños
lujos de la responsabilidad que tú admiras
de la que tú hablas tanto ante conocidos
y desconocidos.
La otra única hija, la ungida de amor y sedienta
de amor
la que sí concibió el hijo
la que echó raíces en el valle más alto y en la ciudad
más mezquina
la de las manos perfectas para la enfermedad
y para la caricia
la que debería estar aquí
sentada a tu lado ofreciéndote el consuelo que sí sabe
entender y dar
ésa está muerta
enterrada y muerta desde hace siete años
enterrada y muerta a los pies del volcán del valle
más alto
enterrada y muerta en la ciudad más mezquina
y más fría
enterrada y muerta y vuelta huesos y vuelta polvo
y vuelta escándalo.
Yo soy la que queda
la única que te queda.
Errante entre todas las mujeres que has conocido
o conocerás
la que no oye las palabras de conmiseración ni sabe
del refugio de la paz
a la que nunca tocó la mansedumbre con sus dos alas
estáticas
la que entre tres y cinco y aun a tu lado no puede
hablar ni pestañear ni extender los brazos
la astilla que no te dejará morir y te forzará a regresar
una y otra vez.
La decepción más tuya y más íntima
que te mantiene en vela, que te mantiene en vida
desgajando mandarinas.
Del libro La más mía, recopilado en Los textos del yo (2005)
V. LA TERCERA PARADA
From this day on, we shall build. We shall flee and build
fleeing. If you like, you may join me; if not, then go with your
two gold coins in your beard, let them be yours for the trip.
Whatever I know how.
Milorad Pavic, The Inner Side of the Wind, Leander
Y cuando todo esto se pudra bajo la persistente lluvia
de ácido
cuando la Ciudad Más Grande del Mundo yazga
empequeñecida como un arrugado pergamino o
como un antíquisimo mapa de bordes quemados,
cuando los saqueadores se lo hayan llevado todo
y nosotros hayamos perdido todo lo que íbamos
a perder
(despojados hasta de huesos)
alguien le cantará al desastre.
Y los humanos restos, los difuntos fieles, tintinearán
sus llaveros de espuma y de clave.
Y los furibundos, las feministas, los acorazados
encontrarán consuelo bajo los árboles
transparentes de sus propias manos. Sus propios dientes.
Y los sobrevivientes saldremos a llorar quedo
por la Bestia que murió sola entre los muros
de su cuarto, víctima de quien sale
cuántos crímenes.
Y los que quedamos reiremos con mi hermana muerta y Joaquín
muerto y con Marco Antonio ya siempre muerto.
Y los testarudos robaremos cuarenta veces los mismos
libros que nos enseñaron a robar de cuarenta
maneras diferentes.
Y nosotros los orates, los locos de remate, las piratas,
los lisiados de preguerra, los pirados, las mariquitas,
los drogos, las mujeres sin hijos ni marido,
los pránganas, los mudos para siempre, los inútiles,
los poetas, los quebrados, ondearemos la bandera
y escupiremos el copal hacia las nubes cándidas.
Y nos verán avanzando como un ejército de perros
con rabia vivos y muertos de rabia.
Un estupendo amanecer de junio.
Todo esto bajo la boca abierta del cielo. Todo esto bajo
el vendaval, ciegos de brillo y de ecos y de filos.
Todo esto sobre las anchas avenidas de la madrugada,
tan contundentemente solas y tan irremediablemente
olvidadas.
Y nos tendrán terror.
Y no pediremos perdón y no perdonaremos nada.
Del libro Yo ya no vivo aquí, recopilado en Los textos del yo (2005)
VII.
ES VERDAD, LA MUERTE ME DA
En tu sexo
(armadura tajadura tachadura) (ranura)
en el aquí de todas las cosas del mundo, me da
la muerte (que es este paréntesis) (y éste)
huelo como miro duelo: una colección de verbos
la pájara del deseo en el nido: un agüero
es verdad, la muerte es verdad
me da, dadivoso dardo en duelo, en el sexo plural.
Primera persona. Habla, carajo, primera persona.
Mi boca.
Mi lágrima.
Mi bragueta.
Mi necesidad.
Mis notas. Tú quieres
mis notas
do re mi do re mi fa sol sol.
La muerte es de verdad. Mi duelo. Mi escopeta.
Mi sospecha. Mi culpa.
Primera plana: el cuerpo boca abajo. Los brazos atados
y frente a la cabeza. El rostro cubierto de vendas.
El pantalón: hasta la rodilla.
Veo ardo observo callo duelo: segunda colección
de verbos.
Ya nada será igual.
Del libro La muerte me da por Anne-Marie Bianco (2007)
VIERNES, MARZO 12, 2010
8:07 AM
Érase una vez. Había un bosque. Los caminos de tierra bajo las plantas de los pies. La soberanía reside en La Intemperie: eso es cierto. Nómada la mano, que se alza hasta la piel. El cielo suele ser un cuerpo o un manto. Las raíces, enormes. Los muslos, que avanzan. Las pantorrillas. ¡Ah, las pantorrillas! No tengo casa o, si tengo casa, la casa no tiene techo. Tomo todos los tordos. Los árboles se mueven de lugar. Vivía, ciertamente, dentro del nombre de ciertas matas. Orquídea. Helecho. Lavanda. Había agua. Érase que se era. Respirar es una costumbre inaudita. Te inhalo/Te exhalo. Las aves negras. Las aves marías. Las sabes. Carezco de religión o de estío. ¿Había, de verdad, un bosque? Había un bosque, eso es definitivo. Alguien parpadeaba bajo las sombras de las ramas carnívoras. Alguien besaba, labiodentalmente. La verdad es que quiero un reino. Alguien caminaba sobre el agua, aproximándose. Lentamente es un adverbio muy largo. Serpenteaban las raíces bajo las plantas de sus pies. Orquídea. Helecho. Lavanda. Los caminos de tierra: el placer de escribir eso: los caminos de tierra. Y luego la lluvia, que cae. Había una vez. O dos. Había un bosque. Desde ahí miraba todo lo que sería.
Del libro Viriditas (2011)
Doctora en Historia Latinoamericana, Cristina Rivera Garza es una autora, traductora y crítica mexicana. Su disertación doctoral sobre el manicomio mexicano en la época del Porfiriato, La Castañeda, da origen al libro La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General México 1910-1930 (México: Tusquets, 2010) y sirve de semilla para una de las novelas más reconocidas en las letras Nadie me verá llorar (Tusquets Editores/CNCA, 1999). Sus libros más recientes son Autobiografía del algodón (2020), El invencible verano de Liliana (2021), Terrestre (2025) y la publicación de su poesía completa, Me llamo cuerpo que no está (2023). Su obra ha merecido reconocimientos como la MacArthur Fellowship 2020, Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2021 que otorga la Universidad de Talca en Chile, el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2021, el Premio Mazatlán de Literatura 2022, o el reciente Premio Pulitzer 2024 en la categoría de Memoria o Autobiografía.