Revista Latinoemerica de Poesía

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El poeta y los otros



 

Por Jenny Bernal

 

 

Cuentan que alguna vez en Puerto Malo el maestro Blas Coll; un viejo tipógrafo que vivió a principios del siglo XX, afirmó que “los poetas, y no los académicos son los mineros del idioma”. Algunas anécdotas que han sobrevivido a generaciones dicen que sólo pocas personas tuvieron la oportunidad de verle junto a sus colígrafos y discípulos. Se rumora que una tarde de brisa en Puerto Malo se encontró con Eduardo Polo “un poeta notable, a quien sus amigos apodaban el ‘mago’, debido a los ritmos y maravillosos efectos que lograba en sus poemas”, juntos discutieron el asunto del idioma, Eduardo habló de chamarios y de poemas que están en el mar y al maestro Blas Coll se le vio una sonrisa cálida mientras el sol se escondía.

De otro lado del mundo, al oeste de Portugal Álvaro de Campos un ingeniero de quien se rumora era homosexual, compartía una copa con el maestro Alberto Caeiro quien venía de un origen modesto y campesino. Álvaro decía que no era nada, que nunca lo sería pero que aparte de ello tendría todos los sueños del mundo, a lo que Alberto le respondía que “el único sentido íntimo de las cosas /es que las cosas no tienen el menor sentido íntimo”. Los dos hombres brindaban y guardaban largos silencios, luego recitaban los más hermosos versos: “¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo.../y mientras tardan el Abismo y el Silencio ¡quiero estar solo!”.

Como estos encuentros muchos otros se dieron, para la dicha de la poesía, como el memorable de Julio Greco al sur de América con José Galván. Julio empezaba la velada afirmando que habría un par de cosas que decir sobre la poesía y José continuaba con la historia de un poeta portugués que tenía “cuatro poetas dentro y vivía muy despreocupado”, al llegar la madrugada también recitaban versos y cantaban a las mujeres y se le escuchaba a Julio afirmar que una mujer tenía 12.397 mujeres en su mujer. Los hombres brindaban y cuando la ebriedad les superaba lamentaban el llanto de Sim Simmons de quien se dice una mañana de otoño “se levantó sin ojos como caídos en favor de la estación” y dijo que no importaba “y se alisaba la memoria”.

Los ortónimos, los creadores, los hombres de la música ya no están, pero en sus libros siguen hilándose: las historias de los hombres a quienes atraviesa el mar, la saudade, el habla de los árboles, la tristeza del hijo ausente, la mujer amada. Eugenio Montejo poeta venezolano sabía bien que Blas Coll sería el mejor maestro y a él le dejó la responsabilidad de abrazar el lenguaje poético y pensar la labor del poeta, sus colígrafos: Eduardo Polo,  Tomás Linden, Sergio Saldoval, Lino Cervantes y Jorge Silvestre fueron la representación y óleo sobre el extenso lienzo de su obra. Por otra parte el gran poeta Fernando Pessoa siempre jugó a ser otro, bien sea como Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares o Ricardo Reis, en su otredad no sólo elaboró un estilo distinto y una apuesta particular para librarse de la saudade, sino que reinventó el instrumento por el que se sirve la poesía para quedarse en la memoria de los hombres. Finalmente está en ese descubrimiento de otros seres el poeta argentino Juan Gelman; quien inventó a Julio Greco, José Galván, Dom Pero, Eliezer Ben Jonon, Salomón Ibn Gabirol, John Wendell, Yamanokuchi Ando y muchos más como Sydney West que cantó los lamentos de otros tantos.

Del poeta se ha dicho que tiene una mirada particular y detenida del mundo, pero pocas veces se vuelve a esa posibilidad de desdoblarse y ver desde esta perspectiva el interior del hombre; sólo un poeta que tiene en su ser toda la generosidad es capaz de olvidarse de sí para ser otro. Como estos tres poetas muchos han descubierto en una identidad distinta las múltiples posibilidades de la palabra, a ellos siempre irá nuestro agradecimiento y nuestras lecturas estarán atentas a recorrer junto a sus apuestas heterónimas, la revelación y a escudriñar de su mano ese otro de la poesía.



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