Revista Latinoamericana de Poesía

Revista Latinoamericana de Poesía

post

Altares y banquetes: Todo lo que fue futuro, de Iliana Pichardo Urrutia



Una reseña hecha por Natasha Rangel

 

Dos promesas tiene el banquete: la muerte y la metamorfosis. Esta dualidad abunda en los mitos. Es el castigo de Fineo, la tentación de Ofelia en El laberinto del fauno, el sueño de muerte de Psyche después de las tribulaciones para recuperar a Eros; la antesala de Suzy, en Suspiria, antes de revelarse como la Mater Suspiriorum. Consumir cierto alimento puede atraparte en un lugar o facilitarte la entrada a otros reinos, si seguimos la lógica de los cuentos de hadas; o puede ser el motivo de nuestra expulsión si dicho alimento está ligado a lo que “una cultura considera prohibido o execrable, es decir, con la idea de un límite transgredido”, apunta la escritora Liliana Colanzi en su ensayo “Festín del horror: la comida siniestra en la ‘Alta cocina’ de Amparo Dávila”.


Esa invitación a la transgresión y a conectar con el velo de otro mundo es algo que encontramos también en los altares, pequeños lugares de contacto con lo divino por medio de nuestros deudos, nuestros temores y por la reverencia a la memoria, a la permanencia. Altares y banquetes se hermanan en la obra poética de Iliana Pichardo Urrutia (Salt Lake City, Utah, 1980), Todo lo que fue futuro (Mouthfeel Press, 2024), libro debut en el que la autora combina sus oficios como guionista y documentalista para presentar un altar de poemas a las posibilidades extraviadas y plasmar el lenguaje como banquete a ser devorado por las hijas. Pichardo Urrutia trenza la muerte en sus versos para estirarla: “tu madre/te lleva/polilla de diez años/por la ceniza de la noche”. El poemario se divide en dos partes “Un altar es/An Altar is” y “Para la muerte: un altar/ For Death: An Altar” donde las imágenes parecen sacralizar la materialidad de los cuerpos maternos, pero también de las ausencias familiares: los duelos secretos, el desplazamiento, los silencios. Los versos de la autora se demoran en los dientes, las placentas, los naufragios, las cenizas, los bosques y la sal. Naturaleza materializada, un altar que es un banquete listo para ser canibalizado.


En ese sentido, la figura de las hijas orbita en el poemario como un ancla capaz de trastocar el tiempo. Las hijas devoran, se revelan, agitan el pasado, incendian el presente y se marcan la frente con las cenizas del futuro. “Tu abuela en la tierra nueva te recibe, dice que tu pelo no es ceniza es fuego”, escribe Pichardo Urrutia en el poema de prosa poética “El destierro”. Prosa y encabalgamiento uniendo fragmentos de la historia personal. Lo femenino enraizado, repitiéndose. La sensación que atraviesa el poemario, al menos desde mi lectura, es febril. Es un
descenso afiebrado, como el de la niña que vela el cadáver de su abuelo en el poema “El acantilado”: “tu forma era la de un perro/que alumbra el inframundo/y que atraviesa/la espuma de los muertos/hasta el océano”. La transgresión está en la insistencia: las hijas son guías, son polillas, son perros del inframundo. Y, en particular, la hija/poeta, que ensaya en sus versos la incertidumbre del futuro familiar, nos hace cómplices de su transgresión. Sus versos capturan fotos, escenas, momentos donde la cámara nos acerca al primer plano de la intimidad y la pérdida.


La voz poética de Pichardo Urrutia se recuerda hija, pero, a su vez, se anuncia madre devorada; país y tierra de los cuerpos que salen de ella. Las madres en este poemario son el banquete, mientras que su memoria, narrador poco confiable, es el altar. Y nosotros los comensales que asistimos al festín sin remedio. Los cantos a la muerte (física, anímica y sus ritos de pasaje) encuentran su asiento en la imagen, precisamente, porque desconfían de la memoria. Las abuelas son espuma de mar, los abuelos son canciones, los varones son pulpos de agosto o cocos rayados.


Un libro hermoso con una traducción equivalente de Kadiri J. Vaquer Fernández (Juncos, Puerto Rico, 1987) que destaca por la inminencia del tono. En inglés, las invocaciones del sujeto lírico devienen designios: two hours were enough/for his sun face/ to appear. El inglés de Vaquer resguarda todos los ecos de futuro y hace aún más patente el cruce de los límites: este poemario es un empujón hacia el centro de un cuerpo ofrenda, cuerpo suspendido en todos los tiempos verbales que nos regresa a la fiebre inabarcable de las hijas.

 

Natasha Rangel (Caracas, Venezuela, 1994). Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela y magíster del programa bilingüe de Escritura Creativa por la Universidad de Texas en El Paso. Amante del folk horror, el ecoterror y los videojuegos de terror psicológico. Ganadora de la sexta edición del premio Lo Mejor de Nos (2023) con su crónica “Saborear la casa en una sopa de arroz”. Forma parte de las antologías Cabezas en la ventana. Antología de terror latinoamericano (Elefanta editorial, 2025), 266 microdosis de Bolaño (La Conjura, 2024); y Feroces. Compilación de autoras jóvenes venezolanas (Sello Cultural, 2023). Autora de Estorninos negros (DosPájaros, 2024) y Un animal impronunciable (Trazos de Aves, 2025). No toma café, pero le encanta el barismo.



Nuestras Redes