
Mónica Ojeda
Mónica Ojeda
“La escritura: inquietud blanca que se nombra de rodillas”, nos dice Mónica Ojeda. Y con esta apertura los invitamos a leer una selección de textos de esta grandiosa escritora ecuatoriana.
*
Me nombraron SinRostro
una tarde herrumbrosa en un valle de almendros
mientras me mecía en un columpio frente al río grande.
Y el río guardó mi cara en el reflejo de su agua.
Cientos de lágrimas cayeron aplastando los almendros,
aplastando mi paisaje de almendros de párpados blancos
como las flores creciendo
por todas las caras sumergidas en el reflejo de su agua.
Cientos de lágrimas cayeron por mi espejo perdido en la corriente:
plañeron las nubes de agua celeste,
esqueleto de gárgolas que repitían mi nombre;
plañó la tierra,
mondadora de la vida y de la muerte.
Brotaron dientes que hincaron mis pies colgados al viento.
El río era la tumba muy honda de las caras de los animales,
la fosa muy honda de las criaturas que sin dolor no crecen.
A veces quise aprender la ira de las corrientes.
A veces quise robarle la cara a una vaca
y ser sacrificada en un ritual
en honor al dios
que me robó mi cara.
[El reflejo del agua guardaba las caras de los animales.
Las gárgolas eran huesos que en ese tiempo repetían mi nombre].
*
Entonces se encendió el cielo y me vi sin conciencia frente al fuego,
ciega por la luz empedrada en lo más alto de la hoguera,
sola,
sin capacidad de amar,
sin fuerzas para oír la muerte pudriendo el paisaje más adentro
atravesando esta topía que arde como un cielo arrojado en el silencio
de mis hermanos
que no me reconocieron vaciada de mí.
Nadie en esta vasta jungla, pensé de rodillas, podrá nunca dibujarme,
y sin imagen fui la criatura más abyecta de todas
las criaturas sucias e irrepresentables sobre la tierra
[alimaña-alter del paisaje].
Mis hermanos ladraron mi falta de emociones al alto cielo.
Contaron que el fuego limpió mi contenido a la boca de un dios
irrepresentable.
Su ausencia de significado fue mi árbol de sentido.
Mi dolor sin imagen:
un animal sin lomo.
*
No alzo los cascabeles ni ronroneo la pérdida de mi desnudez. En este terreno sin fin después de la diáspora hay algo que no puede verse ni tocarse aunque arda en gusanos de amor —ellos atraviesan la pobreza: son las venas y las corrientes de una ciudad que me aísla en el peor peligro de mí misma—. La pobreza de la esfera es un hoyo en el discurso del vacío o la ausencia de un habla pura atenaceando la piel de tu espalda al horizonte. Hablo y me hablas cuando no hay nada y, ¿sabes?, es tan bello trepar por las sílabas que no dicen pero manifiestan nuestra existencia amoratada por el camino angular de una costilla. En esos momentos me respira una necesidad carnívora de morder el dolor de rostros rotando al revés del río y salto: esos cuerpos se corcovan en la cuenca del mundo de tu nombre. Es una inocencia que calienta el esqueleto de mis sueños. Quisiera regresar al estado anterior de ser-sin-velo, pero en el pecho se me cuela una cuna donde se mece toda la transparencia. némA.
*
PRIMERA EXPERIENCIA DE LA CRIATURA SIN ROSTRO
- El quebrado mundo
Como cuando me llovió un océano con la sangre de mis hermanos sobre el ancho lomo y levanté la conciencia hacia el centro del espejo. Así aprendí a respirar la primavera bajo la piel abierta de quienes alguna vez me amaron, y dije que ninguna imagen ni olor ni sonido articulado podría hacerme sentir nunca lo que era romperse encima de algo vivo | ninguna palabra podría comunicar el sentido de la fragilidad cayendo sobre la fuerza y bañándola de eso que la hace fuerte: la debilidad de los pétalos ardiendo el cielo, las raíces del relámpago encarnando el árbol. Toda la brutalidad estaba en la vida que era ternura empozada en la violencia, por eso el mundo se partía como los dientes de una casa enterrada en la herida de un niño.
(Poemas del libro El ciclo de las piedras)
+
Papá, tú querías un hijo y
en cambio
te nació esta cabeza
Una planta que crece hacia adentro
Una uña
Un estanque
Por eso dijiste
callado a la placenta: “UN HIJO ES UN HOMBRE”
Creías que serlo era irse callado de pesca
pescar la vida
sacarla del agua
y me llevas a pescar para que aprenda a ser un hombre
para que saque de la vida algo tibio que matar
“Matar te hace hombre”, me dijiste
Creías que serlo era irse risueño de caza
empuñar un rifle a un corazón con astas
reventarle el cráneo a la vida
tú piensas que eso que se inventa el bosque es un hombre
y me llevas a cazar contigo para que lo vea
me enseñas a dispararle a un árbol
a una nube todavía niña en mi cerebro
porque pienso demasiado fácil, dices
porque pienso cosas que se atraviesan
Y en cambio un hombre no arde de útero
dice la-madre-coja-de-las-axilas
ni sangra en los pasillos
ni riega su leche sobre las ecografías abiertas
ni se mete el dedo índice
para tocar a Dios
en un volcán de pelvis
Una hija mata
pero como un hombre respirando al revés
en mitad del bosque
Un amor umbilical rodeándote la manzana:
una hija es un ojo que muerde
-una mandíbula de leche-
un anzuelo al cielo de los cabellos
Por eso “pesca la muerte”, dice mamá lamiendo la escopeta
“caza la vida”
como una hija que es un hombre y una cabeza
como un río en una sábana de dientes mastodónticos
y el sexo abierto de las balas
goteando sobre la encimera
+
Mi padre me engendró sin ruido
Me crio
sin palabras nuevas
Muy adentro
al fondo de su esqueleto
crecen mis edades
Crecen los verbos
que él pesca
y cuida en la tierra de mis oídos:
“Pronuncia palabras viejas, princesa”
Es un ritmo repetitivo
este habla de su sangre
Lo practico con las vértebras y los dientes
con los senos
y el llanto de mis rodillas al doblarse
Este es el lenguaje
de mi nacimiento
La historia a la que voy sola
e invento
desde el centro de su vientre
+
Y mamá me dijo:
“Tendré una hija rota
y la peinaré con todos mis dientes
Le enseñaré
lo duro que es ponerse los zapatos
y lavarse la cara
para ir limpia
a ver las mariposas en verano
Le enseñaré
el brillo de los bisturíes
La invitaré
al circo de los cascarones sucios
rompiéndose
Y cuando ella
rota de nacimiento
pida desnacerse
como piden todas las hijas rotas
abriré mis piernas:
la invitaré a reencarnarse
a volver al primer grito
al único
al que no cose”.
(Poemas del libro Historia de la leche)
Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) es autora de las novelas La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014), Nefando (2016), Mandíbula (2018) y Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (2024) , de los poemarios El ciclo de las piedras (Premio Nacional Desembarco de Poesía Emergente, 2015) e Historia de la leche (2019) y del volumen de relatos Las voladoras (2020). Licenciada en Comunicación Social con mención en Literatura, Máster en Creación Literaria y en Teoría y Crítica de la Cultura, impartió clases en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival -en la lista Bogotá39 de 2017- y premiada con el Next Generation Prize 2019 del Prince Claus Fund por su trayectoria literaria.
Foto de Lizbeth Casas