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24 HORAS EN LA VIDA DE UNA LIBÉLULA
William Bluke es un ciudadano con el orgullo de un acertijo.
Ha abandonado su casa esta mañana medio dormido
con una corbata muy parecida a una merluza de terciopelo,
las malas lenguas dicen que su corazón es como una antorcha de butano
y que trabaja para el ministerio de todas las tristezas,
pero nuestro amigo a veces duda si en realidad existe,
especialmente después de darle cuerda a su reloj de arena.
William Bluke acaba de leer en el periódico que el “Estado Islámico” 
ha ejecutado a un periodista disfrazado de ruiseñor 
pero a él lo que le importa es saber más sobre la medusa Turritopsis 
que según la nota de prensa es biológicamente inmortal.
William Bluke no entiende por qué empieza a llover 
cuando acaba de pedir un café y ha salido a la terraza 
para imitar a Marlon Brando mientras se fuma un Lucky. 
Aunque le da igual, William Bluke no piensa dejar de estar enamorado 
de la camarera que le da cada día un número de teléfono diferente,
William Bluke le ha invitado 333 veces a ir al cine 
y ella le ha dicho 666 veces que “el próximo fin de semana seguro que sí”.
Dicen que se corre el mismo peligro en la cama de una pelirroja 
que cruzando el semáforo en rojo con un café en la mano 
mientras te haces el que lees los mensajes que nadie te ha enviado al móvil,
pero a William, un tío valiente, lo que le importa es que la camarera 
lo vea caminar sobre la lluvia, aunque ella lo ignore olímpicamente. 
William Bluke cree que en su vida pasada fue un caballito de mar, 
no porque se sabe capítulos enteros de Rayuela 
ni porque come helado de menta con chispas de chocolate para merendar
sino porque colecciona las lágrimas que los peces abandonan 
en las alcantarillas de su corazón 
cuando cae estúpidamente enamorado.
William Bluke llega al trabajo y lee poesía para cormoranes y otras aves, 
así que, cuando contesta los correos, empieza sus cartas 
imitando a Carlos Edmundo de Ory: 
“muy ruiseñor mío” escribe entre risas.
William Bluke se pasa la mañana esperando la hora del almuerzo 
y chinchando a los colegas del trabajo con bromas sobre los conservadores
o diciendo cosas absurdas, como “¿Sabías que si encierras a un pez dorado 
en una habitación oscura, terminará por volverse blanco?”
Bluky, como lo llaman sus amigos, los traficantes de besos, 
también se pasa las cenas esperando que los gorrioncillos de la mañana 
le soplen al oído el secreto de los pájaros melancólicos. 
Al final del día William Bluke se mete a la cama como una crisálida 
y cuando cierra los ojos 
es la misma libélula 
que vemos alejarse entre la niebla 
cuando abrimos nuestra ventana las mañanas frías y llueve.
Nilton Santiago
 
                         
                                             
                                             
                                             
                                            