Revista Latinoemerica de Poesía

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Daniel Sarmiento



Compartimos una selección del último trabajo poético de Daniel Sarmiento, poeta bogotano.


Los pezuña de espíritu heredaremos el reino (o al menos eso nos dijeron)


Un toro por el campo de los años
arrastrando un arado, correas sujetándolo.

No se vuelve humano un toro
por tallar un nombre en sus correas.
Al arado no le falta estar marcado
con nombre de amo. No hay lengua viva
léxico bufidos de amansado.

La terca persistencia del espíritu
hecho pezuña es su única ciencia: un paso
luego otro paso luego otro paso…
                                     derecha delantera
izquierda trasera
                                      izquierda delantera
      derecha trasera
                                         salir del trabajo a las 5
llegar a casa a las 7
                                             salir de casa a las 5
    llegar al trabajo a las 7
                                            derecha delantera
izquierda trasera
                                                 izquierda delantera
          derecha trasera

Por el campo de los años un toro
camina siempre en línea recta.
Rezago involutivo los tendones del cuello,
rezago involutivo la pregunta,
un toro camina por el campo de los años
con su fe ciega en una fruta hipotética.


Mayakovski me heredó su flauta y no la pude hacer sonar

Hoy no me hace falta
tender la cama.
Ayer viniste a cenar;
el pan con mermelada
es solo mío
como todo lo demás.

No soy bestia plástica
que calienta sus miembros
en una jaula y espera
la improbable jungla,
no me suena la flauta
de Mayakovski en la columna.

Nos chocamos las vértebras,
se nos quebraron las copas.
Hicimos el brindis,
no dijimos las palabras.

Ningún temblor visita
nuestras vértebras de vidrio,
no encandila la luz
nuestro espinazo de cristal.
Ruina intacta de mi jaula
el pan con mermelada,
ruina los huesos
de mi espalda sin jungla.

Me arrojaría en Petersburgo
contra cualquier avenida,
pero me luxaría el tobillo
saliendo por la ventana.
No necesitamos un dios
para poder olvidarnos:
borré tu contacto, me fugué
de sus terribles alturas.

Volveré a llamar,
será otro el número.
Tocaré la flauta,
nada sonará.


Como cualquier músculo, el poético también se atrofia

Aunque toman turno nocturno,
no se les atrofian las antenas
a los murciélagos.

Para llevar comida a casa
y vivir hay que vivir
llenando formularios
que no hallan
(con el perdón de Parra)
la fruta poética,

poética en realidad
cualquier fruta,
lo que es decir ninguna:
de 7 a 5 solo captamos
a la cigarra del ruido blanco.

A los murciélagos no les falta
su día de antena en el gimnasio,
pero si no te ganas la cena
rebotando en tu cubículo un canto,
quémate los párpados a deshoras
leyendo hasta el ácido láctico.


Celebración de tu ciudad

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez
Constantino Cavafis — “La ciudad”


El hostel tenía tu nombre,
el de uno de tus poemas,
justo el tuyo.
Tú que me dijiste
que no hallaría otro mar,
otra ciudad;
que esta vida, mi vida
la he arruinado sobre toda la tierra.

El hostel tenía tu nombre,
justo el tuyo, en tu ciudad,
y por eso tendré que avergonzarte,
chancearte en plan de amigo
pa que dejes la bobada.

Tendré que avergonzarte contando
que me llevaste por tus calles,
por la dentadura cariada
de un cráneo sobre las aguas,
lo sobrante de mil imperios
ya cansados de serlo,

y que batiste caña y dátiles
para servirlos en mi vaso.
Tú que no podías ni comer
porque tu dios justo este mes
te manda encontrarlo, su corazón,
cultivando en tu estómago
el hambre de sus pobres,

y que luego de tu fuerte,
cerrado como tu estómago,
entramos descalzos a tu mezquita.
Para todas las altas golondrinas
se abrió una puerta de la jaula;
por allí pasaron los hombres,
las mujeres necesitaron otra,
y que cuando dieron las seis,
compraste pasteles y petardos
para sentarnos con los niños
en tu calle como infinita mesa
a la que llamamos a los hambreados
con una salva de cañonazos.

Ya te habrás dado cuenta,
ya sabrás por qué
tengo que hacerte esta chanza,
pasar esta vergüenza:
como todas las tierras, tu tierra
es otra tierra a la mía y mi vida
germina y se incendia
allí donde mi ojo decida.

Alejandría, marzo de 2024

 

Daniel Sarmiento (Bogotá, 1997). Estudió Literatura en la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente, vive en Berlín, donde cursa un máster Estudios Latinoamericanos en la Freie Universität Berlin. En su obra poética examina la creciente devaluación de la experiencia en el mundo actual y la posibilidad de contrarrestar esta pérdida a través del acto poético. En su trabajo artístico busca mezclar la poesía con diversos registros artísticos y no artísticos. Ha contribuido con textos líricos a las revistas de literatura Stadtsprechen Magazin (Alemania) y Santa Rabia Poetry (Perú).



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