Revista Latinoemerica de Poesía

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Warsan Shire



Warsan Shire




Compartimos una selección de textos del libro Enseñando a parir a mi madre de la Poeta y activista keniana Warsan Shire, traducidos por Juan José Vélez Otero.




El primer beso de tu madre 

 

El primer chico que besó a tu madre violó a mujeres

cuando empezó la guerra. Recuerda que se lo oyó decir

a tu tío, y después se fue al dormitorio a tumbarse

en el suelo. Tú estabas en la escuela. 

 

Tu madre tenía dieciséis cuando la besó por vez primera.

Contuvo tanto la respiración que perdió el conocimiento.

Al despertar encontró su vestido mojado y viscoso

sobre el vientre, mordiscos de media luna en sus muslos.

 

Aquella misma tarde fue a casa de una amiga, una muchacha

que fermentaba vino de forma ilegal en su dormitorio.

Cuando tu madre le confesó nunca me habían tocado antes 

de esa manera, la amiga rio con la boca manchada de uvas

y le puso a tu madre la mano entre las piernas. 

 

La semana pasada lo vio conduciendo el autobús número 18,

el moflete hinchado y una marca que le subía hasta la boca

         como los zarcillos de una vid.

Estabas con ella, con una bolsa

de dátiles pegada al pecho, y la oíste soltar un profundo

suspiro al ver lo que te parecías a él. 




Las cosas que habíamos perdido aquel verano

 

El verano en que mis primas vuelven de Nairobi

nos sentamos en círculo junto al roble del jardín de mi tía. 

Parecen mayores. Los sólidos pezones de Amel empujan

contra el cachemir de su blusa, minaretes llamando a la 

          adoración a los hombres.

Cuando se marcharon, yo tenía doce años y estaba henchida

por el calor de la espera. Nos abrazamos en la cancela,

pobres niñas con pechos de pájaros sonando a madera, joviales,

largas estatuillas con faldas que esperan acostumbrarse

al hambre. 

 

Mi madre habla bajito por teléfono: 

¿Están todas bien? ¿Están creciendo sanas?

No quiere que la oiga mi padre. 

 

Juwariyah, de mi edad, se inclina y susurra

ya me ha venido el periodo. Su pelo en mi boca

cuando intento acercarme, ¿qué se siente?

Se vuelve hacia su hermana y una risa que no es suya

se escapa de su cuerpo como un gemido. 

Es más bella de lo que recuerdo.

Una de ellas me empuja las rodillas que tengo abiertas. 

Siéntate como una chica. Me meto el dedo en el agujero del 

          pantalón, 

la vergüenza me calienta la piel.

 

En el coche, mi madre me mira por el espejo

retrovisor. El cuero del asiento se pega a mis 

muslos. Abro las piernas como una puerta bien engrasada 

y la reto a mirarme, a darle un nombre

a aquello que aún no había perdido. 




Pájaros

 

Sofia utilizó sangre de paloma en su noche de bodas.

Al día siguiente, por teléfono, me contó

que su marido había sonreído al ver las sábanas, 

 

que se las llevó a la nariz,

cerró los ojos y pasó la lengua por la mancha.

Imitó su voz de barítono susurrando

 

su nombre: Sofía, 

pura, casta, intacta.

Nos morimos de risa.

 

Después de haberla ensalzado, ella le sonrío, le acarició la cabeza,

se imaginó a la madre ya en casa, enseñando

por todo el pueblo aquellas sábanas de sirena,

 

saludando a los balcones, el pecho henchido de orgullo,

los brazos, alas de carne saliéndole del cuerpo,

ignorantes del vuelo. 




Fuego

 

i

La mañana que decidiste marcharte, 

se sentó en los escalones de la entrada

con el vestido entre los muslos 

y un paquete de Marlboro Light

junto a los pies descalzos, pintándose las uñas

hasta que se secaron.

Su madre llamó por teléfono: 

 

¿Qué quieres de con que te pegó?

Tu padre me pegó siempre

pero yo nunca me fui.

Paga los recibos

y vuelve a casa por la noche,

¿qué más quieres?

 

Después, esa misma noche, se arrancó el esmalte

con los dientes hasta que la cama que compartisteis

durante siete años parecía salpicada de brillo

y sangre. 




ii

Conduciendo camino del hotel, te acuerdas

del funeral al que asististe cuando eras niño, 

el doble entierro de dos personas que 

se habían quemado en su habitación. 

La esposa había sido visitada

por la amante de su marido,

una joven y bella mujer que le mostró 

su cuerpo desnudo en la cocina,

se levantó el vestido para enseñarle los pechos

llenos de pequeñas marcas,

la espalda mordida y marcada, se vistió

y se volvió a marchar por la misma puerta. 

La esposa, mientras esperaba que el esposo llegara a casa, 

se empapó el cuerpo con líquido inflamable. Cuando llegó 

saltó sobre él rodeándole el cuerpo con las piernas.

El marido, sorprendido por aquel súbito impulso,

se la llevó al dormitorio donde ella 

se montó sobre él en la cama, le atrajo la cara

contra el pecho y encendió un fósforo. 




iii

Un joven te saluda en el ascensor.

Sonríe como si escondiera dinero en las mejillas.

Estás mirándole los zapatos cuando dice

las habitaciones de este hotel son sofocantes.

Anoche en la cama te juro que creí 

que mi cuerpo estallaba en llamas. 





En el amor y en la guerra 

 

A mi hija le diré: 

“Cuando vengan los hombres, préndete fuego”. 




Warsan Shire, nacida en Kenia en 1988 y de padres somalíes, se mudó a Londres con su familia con tan sólo un año. Su primer libro, Teaching My Mother How to Give Birth, fue publicado en 2011, pronto se convirtió en un bestseller. En 2013 ganó el Inaugural Brunel University African Poetry Prize y en 2014 fue elegida la primera Poeta Joven Laureada de Londres. También fue Poeta en Residencia en Queensland, Australia, donde colaboró con el Centro Aborigen de Artes Escénicas. En 2015 publicó una edición limitada de Her Blue Body y en 2016 participó en la adaptación cinematográfica y poética para el álbum visual Lemonade, de Beyoncé. En 2017 fue incluida en la prestigiosa antología Penguin Modern Poets, junto a autoras como Sharon Olds o Malika Booker. Enseñando a parir a mi madre (Valparaíso Ediciones), con traducción de Juan José Vélez Otero, fue su primer libro publicado en español. Blessed the Daughter Raised by a Voice in Her Head es su último libro, publicado en 2022. Bendita sea la hija criada por una voz en su cabeza es su versión en español, en edición bilingüe, de nuevo de Juan José Vélez Otero. 



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