Escribo este poema en mi celular
Escribo este poema en mi celular
Una poética de la caída en Vuelo sostenido, Angueyra, E. (1era edición. Bogotá. Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2024. Colección Poesía).
Por Mateo P. Giraldo
Todo cae con una fuerza irremediable. En esa caída hay una naturaleza que muere, y mientras perece despierta una visión en la poeta. En Vuelo sostenido, de Estefanía Angueyra (1992), hay un carácter que se enfrenta al deterioro sutil de aquellos lugares en los que habitó una voz poética ingenua, sensible, dolorosa. Los árboles caen, las flores están hechas de pleno desprendimiento en el pétalo, los hombres asesinados, en su desplome, son reclamados por la tierra; los dientes, los perros, las zancudos de finca se vienen abajo como ícaros; las detonaciones, los viajes en paracaídas y la fotografía de aquél Falling man de Richard Drew, durante los atentados del 9/11, son el plano desde el que se erige Vuelo sostenido donde, a través de cada poema, nos “hace olvidar que el tiempo existe, que el suelo existe”. Desde allí podemos perseverar ante la embestida de la gravedad que clama todo hacia su centro, hacia su fin. Y, sin embargo, esta caída no pertenece enteramente al dominio de la física, sino que comprende múltiples planos de experiencia de la poeta: la infancia que se derrumba al descubrir la violenta mirada de los adultos, la naturaleza que sucumbe ante los embates de la modernidad, el silencio que se instala donde las palabras fracasan para nombrar la distancia que se crea entre lo percibido y su descenso hacia el poema.
En este descenso Angueyra propone una suspensión en el movimiento. La caída, entonces, no es necesariamente un arco o parábola, tan sugerentes en la tragedia, sino que llama a un nuevo estado de percepciones, una conciliación sensible gracias a la voz poética que describe, relaciona y asocia. Esa voz encarna, por lo tanto, la experiencia que universalmente también reconocemos como propia. Es la expresión flamante de Whitman que pide suspender y vagar “al azar [...], vagar por mi alma. Vago y me tumbo sobre la tierra, para contemplar un tallo de hierba”. ¿No es semejante este lirismo a cuando Angueyra, comprendida desde su contemporaneidad, dice, por ejemplo: “hay que tener el hábito de estirarse, y después hacer angelitos en el piso de nieve falsa”? Aquí existe una actitud ante el mundo que se emparenta con la voz del poeta que desea celebrar lo humano, lo primordial, el místico ciclo que persiste en la naturaleza. Angueyra conserva la perplejidad de la voz poética whitmaniana: aquella que se puede deslumbrar por los bosques tanto como por el tallo, por el nogal cafetero y el yarumo, y sentirlos como si fuesen una experiencia propia que solo permite la poesía. Dice Whitman en Una hoja de hierba (1885):
[...]
“Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.”
Y dice Angueyra en Árboles (2024) que, como Whitman en una hoja, desea encarnar su yo en el espíritu del tronco de un árbol y desde allí hablar:
[...]
“Yo podría atrasarme en el camino
esperar que el hielo triture mis manos
y alguien las intente calentar
como quien hace una fogata
cuando muera seré gran alimento
las hormigas me desmembrarán
me repartiré como azúcar” (p: 19)
Sin embargo, hay una postura que se complejiza en Vuelo Sostenido, porque no deberíamos engañarnos al creer que, en esta actitud poética, únicamente se resalta la oda, la incandescente contemplación, la inocencia del espíritu. En Angueyra este tono es más que una voz poética perdida, es también el rastro de un terreno traicionado. Es inevitable leer la forma de esta poesía como el dictado auténtico de una niña interior de la autora que necesita ser preservada. Pero en sus poemas se refuerza un sentimiento de desengaño que nunca cruza el umbral del cinismo; más bien, esta crítica de la desilusión nos recuerda constantemente que la caída es también etapa vital de la naturaleza misma. En lugar de rechazar el dolor que implica crecer y descubrir, Angueyra lo abraza como un motivo para calar hondo en el mundo. Es por ello que sus poemas nos devuelven a la mirada inocente de la infancia, pero no para idealizarla (porque no se trata de una infancia feliz y apacible), sino para mostrar cómo en esa etapa se siembra el jardín que deberá desmoronarse posteriormente. Aquí, el adulto es el testigo hipócrita que observa la caída sin intervenir, un silencio que Angueyra nos revela como profundamente violento.
Esta comprensión es latente, de igual manera, en una poesía como la de Marosa di Giorgio (1934), de quien Angueyra hace una lectura importante. En el universo de la poeta uruguaya la naturaleza adquiere un papel ambiguo: es fuente de vida, pero también espacio de violencia atroz. Esa tensión crucial en Vuelo sostenido es la misma que reside en uno de los poemas de Papeles salvajes (1991):
De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego; después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos, como rosas, como ratones que volvieran del infinito, todavía, con las alas. Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas: "Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...". Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este, el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran. De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra, arriba de las calas. (Di Giorgio, M: 147)
Angueyra recoge ese hilo temático y lo amplifica en sus imágenes de la caída, donde los paisajes naturales que describe no son idílicos sino, en ocasiones, intencionalmente perturbadores. Las montañas a veces se descuelgan en la noche, ribetes amarillos de promesas amarradas en robles se sustituyen por cintas de “peligro, no pase” y los esguinces son recordatorios tanto de desgarro como de crecimiento. La naturaleza puede ser pensada como cómplice de la violencia que los adultos perpetúan, no tanto con actos directos, sino con omisiones: lo que no se dice, lo que no se nombra, lo que permanece enterrado bajo el silencio: “hay cosas de las que no hablamos / pero que resisten más de mil fuegos / y caminan ocho grados bajo la sombra” (Angueyra: 48), dice la poeta.
Ahora, el aspecto cotidiano, que Angueyra no suprime bajo la influencia de estas tradiciones líricas, refuerza una contundencia simbólica en esta obra contemporánea. Vuelo sostenido acoge el instante y su capacidad para extraer lo poético de lo mundano y lo natural, sin dejar a un lado las tensiones que hemos resaltado. Así como las licencias de Frank O’Hara (1926) lograron hallar en la mundanidad una fuerza poética, de igual manera Angueyra se permite enunciar en un verso los elementos domésticos que traen, dentro de sí, una carga lírica potente. O’Hara decía de la cursilería tras las bodas de sus amigos: “Amor, amor, amor, / la luna de miel ya no se usa mucho en poesía / y si te regalo una pastilla / de jabón Palmolive / sería bastante básico / de mi parte, ¿no?”, en este mismo tono Angueyra habla del paso del tiempo en sus cercanos: “tus manos de dedos frágiles / casi sin huellas por el uso excesivo / de jabón de platos de jabón de pisos / de jabón de ropa”. Mientras que O’hara usa el elemento cotidiano para burlar y usurpar la solemnidad de los regalos a los recién casados, Angueyra evidencia en el jabón una violencia perpetrada, silenciosa, el desgaste del cuerpo doméstico de las mujeres de su familia. Lo cotidiano, en la poesía de Vuelo sostenido, es también el terreno donde se esconde la violencia de la que somos testigos silenciosos. Los objetos más simples —un vaso con agua, una muñeca rusa, una lámina de chocolatina Jet— pueden adquirir una dimensión inquietante cuando se observan desde la perspectiva de la caída, como si cada cosa estuviera enunciada para, en seguida, romperse. En este sentido, su obra guarda una relación enrarecida con la de O’Hara: si bien ambos poetas encuentran en lo cotidiano un espacio para la poesía, Angueyra ve en ese mismo espacio la posibilidad de revelar lo que esconden las modestas apariencias.
Estas influencias, que se emparentan con la poética de la caída en Angueyra, no pueden ser leídas sin comprender, por último, la crisis de algunos fundamentos que forjaron la mirada de la poeta y lo que ella ha hecho con estos. Educada en un colegio de monjas, Angueyra se distancia del marco religioso tradicional, lo que la lleva a enfrentar los principios desde una perspectiva desarraigada, carente de las certezas espirituales que le fueron impuestas y con las que puede aportar una nueva génesis que se ancla a la violencia oculta que solo el poema revela:
“Como el hombre más vivo del mundo
notó que Dios no existía,
lo inventó.
esto fue el primer día
el segundo día, separó al mundo en razas
el tercero, en sexos
el cuarto, en partidos políticos
el quinto, creó la división de trabajo
el sexto, la vigilancia
el hombre más vivo del mundo vio que esto era bueno
así que el séptimo día hizo que todos trabajaran para él
y descansó.” (Angueyra: 42)
En lugar de hallar consuelo en la fe, su poesía explora una rotunda teología del mal que, desde siempre, se disimula en la fragilidad inherente de las instituciones educativas católicas. Una disputa radical contra los sermones que venían en forma de exámenes, con tufo de interrogatorio; de avemarías agendados y semanales, del misterio del espíritu santo como de la selección en los métodos anticonceptivos y de la urbanidad eclesial. La poesía en este caso es un campo de resistencia: “nunca pudieron quebrarnos / porque siempre fuimos más elásticas / porque siempre hay algo / que separa el dedo de aquello que toca / la regla de aquello que golpea / la risa de aquello que burla” (Angueyra: 40). Esa separación y esa elasticidad están magistralmente representadas en el fenómeno poético de la caída: hay una búsqueda por desentrañar lo que se esconde detrás de las máscaras sociales y religiosas, pero lo hace desde el rasgo personal. En este sentido, caer es ver el mundo desde abajo, es ver la caída suspendida desde las raíces mismas de la experiencia, donde todo aquello que parece sólido se disuelve en una detonación de incertidumbres.
Esas incertidumbres son las que reverberan en la contemporaneidad, en la que se enmarca Angueyra, que está condicionada por una sensación constante de pérdida donde caemos como productos del desencanto humano. Vuelo sostenido, es una obra que responde a esta caída con una sensibilidad que se preocupa por los detalles fugaces del desmoronamiento, de la fragmentación y del desarraigo a través de estéticas que desean, como nunca, cerrar la grieta que se agudiza entre escritura y tecnología. Estamos hablando de una poeta que se presentaba, en lecturas abiertas, con su poema leído en una pantalla y no impreso a fuerza de norma. Estamos hablando de una poeta hija de su tiempo. Esos primeros poemas que reflexionan sobre la tensión entre naturaleza, experiencia y lenguaje, se disipan en el último poema que deja, por lo demás, una puerta abierta para el camino lírico que le aguarda a la poeta.
“Estoy preocupada por tu futuro”
—dice Angueyra en Canción para Billie Holiday—,
“no hay manera de que sepas esto
desde que nací existe la tecnología
y avanza a una velocidad de miedo
hoy, por ejemplo, escribo este poema en mi celular.” (p: 68)
Con este manifiesto, que no sugiere una ruptura sino una transformación, Vuelo sostenido devela el tono que reconoce un fatalismo que solo la poesía puede contemplar. Angueyra parece operar desde una comprensión intuitiva de las fuerzas que rigen el universo porque desde allí están ligadas la naturaleza, la poesía y el futuro. Conceptos como la gravedad, la entropía y la idea misma de desintegración, que no están explícitamente en el libro pero que son de interés de la poeta, son cruciales para enriquecer el concepto de caída que no solo afecta la materia física, sino también la experiencia humana. En este sentido, Angueyra ha alcanzado una forma de hacer visible lo que estas leyes sugieren en términos existenciales. La entropía poética no podría ser otra sino el marco en el que todo tiende hacia el desorden: pero el poema es un acto creado frente a esa disolución. Este parece ser uno de los caminos que, junto a obras como Vuelo sostenido, están recorriendo los poetas contemporáneos. Desde allí emergen como un nuevo campo de conocimiento que no se opone a la ciencia y a la hipermodernización, sino que la crítica y la complementa, ofreciendo una forma de sentir lo que las leyes del universo nos muestran a nivel físico. Este es el cruce majestuoso entre ciencia, poesía y futuro, pues hemos encontrado una verdad compartida: el caos es necesario para la creación, y ese caos está representado en la caída que es el comienzo de nuevos modos sostenidos para sentir el mundo.
Estefanía Angueyra. (Bogotá, 1992) Es poeta, traductora y mediadora digital. Cursó la carrera de Estudios Literarios en la Pontificia Universidad Javeriana y la Maestría de Escrituras Creativas en Español en la Universidad de Nueva York. Algunas muestras de su trabajo aparecen publicadas en revistas como El Malpensante, Círculo de Poesía, La Raíz Invertida. También dirige el pódcast Tufillo de Poeta.
Mateo P. Giraldo. (Madrid, 1995) Es escritor, ensayista y poeta. Cursa la carrera de Creación Literaria en la Universidad Central de Colombia. Ha dirigido y diseñado experiencias pedagógicas y editoriales enfocadas en la divulgación literaria junto al desarrollo colectivo de escrituras creativas. Actualmente, la muestra de su trabajo está disponible en su página: patreon.com/mateopgiraldo; allí reseña, publica y escribe bajo las colecciones de ensayo, poesía e instantáneas.
BIBLIOGRAFÍA
Angueyra, E. (2024) Vuelo sostenido. 1era edición. Bogotá. Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Colección Poesía.
Whitman, W. (2010) Hojas de hierba. Editorial del Cardo. Biblioteca virtual universal.
Di Giorgio, M. (2021) Los papeles salvajes. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021 674 p.; 22 x 14 cm. - (la lengua /poesía)
O’Hara, F. (1956) For Janice and Kenneth to Voyage. Poetry Foundation. Jstor: https://www.poetryfoundation.org/poetrymagazine/browse?volume=87&issue=6&page=30