Revista Latinoemerica de Poesía

Revista Latinoemerica de Poesía

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Christian Peña



Christian Peña

 

El reciente ganador del premio Xavier Villaurrutia es uno de los poetas más prolíficos de las nuevas generaciones de escritores. En su poesía converge una búsqueda constante de nuevas formas que le permitan entender el lenguaje, asimilarlo y transformarlo. En su obra lo místico se mezcla con lo cotidiano dando forma a la relación con la paternidad, la ausencia, las formas de asumirse padre, la enfermedad, el cuidado, la historia, el arte, la literatura y el existencialismo. Su poesía tiene un ritmo constante que navega entre lo lírico, lo prosaico y argumental. En ella se mezcla lo conversacional con lo intimista, documental y esencialista que se puede rastrear alrededor de toda su obra. Compartimos una selección de algunos de sus poemas: 




El síndrome de Tourette

 

El síndrome de Tourette [...] se caracteriza por un

exceso de energía nerviosa y una gran abundancia

y profusión de ideas y movimientos extraños: tics,

espasmos, poses peculiares, muecas, ruidos,

maldiciones, imitaciones involuntarias y compulsiones

de todo género. [...] El paciente de síndrome de Tourette´

constituye (tanto clínica como patológicamente) una

especie de “eslabón perdido” entre el cuerpo y la mente.

Oliver Sacks

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

César Vallejo

 

En el principio fue el verbo

y luego nadie supo qué decir.

O quizá todos dijeron tanto que era imposible entender,

prestar oído a la voz ajena.

Alguien dijo: Mi virtud es errar.

Otro dijo: La coz del caballo me destrozó el pecho y vació mi corazón.

Uno más, envuelto en una fiebre oscura,

hincado ante el retrato de algún santo,

juró que rasgaría el cielo con un aullido

igual o parecido al de un lobo de monte.

Alguien fue cacofónico.

Alguien amenazó de muerte a su esposa.

Alguien lloró.

Yo estuve en el principio, por lo que he escuchado.

Yo dije: Nada es relevante.

Luego me contradije: Todo tiene un valor.

Luego mentí y quise contárselo a los otros.

Luego me arrepentí.

Alguno más dijo tres veces: Lengua, lengua, lengua.

Luego, alguien le dijo que estaba enfermo.

Otro preguntó: ¿Acaso no estamos enfermos todos?

A mí me gusta oler las manos de la gente, a él le gusta comer moscas,

ése prefiere limpiarse las orejas hasta encontrar la sangre;

a ese otro le encantan las puertas giratorias,

aquél no deja de encoger los hombros.

¿Acaso no es eso estar enfermo?

 

Lengua larga. Lengua, otra lengua.

 

Por qué todo se repite.

En el principio fue el verbo

y luego nadie supo qué decir.

Por lo que sé, yo estuve en ese principio, pero quizás estuve en otro.

En ese principio alguien dijo: Hay quienes piensan que soy un farsante, que mi enfermedad no existe; que me encuentro cómodo gritando obscenidades a los cuatro vientos. Hay quienes piensan que sólo hablo el lenguaje de cantina y que no es cierto que la coprolalia sea un síntoma del síndrome de Tourette.

Otro dijo: Todos tenemos Tourette.

Vallejo estuvo ahí y dijo: Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Vallejo dijo: Golpes como del odio de Dios.

Vallejo dijo: El suicidio monótono de Dios.

Yo lo sé, porque estuve en ese principio.

 

Lengua, lengua, otra lengua.

 

Desde hace días tengo ganas de gritarle a alguien: Malnacido.

Un malnacido dijo en ese principio en el que estuve,

y que no recuerdo ya si ocurrió de noche o al amanecer,

que su ingle olía al sudor del mundo;

que su mujer era la mejor amante del mundo;

que su dolor era humano y de este mundo;

que él había creído en el mundo hasta que cayó enfermo.

Otro más dijo: A mí me duele el mundo, pero no me quejo.

Otro lo interrumpió y dijo: Yo nací mal: mi cuerpo se puso en mi contra desde el principio. Dentro de mí hay más de un centro, una cadena de mundos que chocan entre sí. Digo cosas que no pienso. Me muevo sin querer. Nací mal, seguramente un día que Dios estuvo enfermo. Yo fui el dolor de cabeza del mundo, el malestar de Dios. Yo soy el accidente.

 

Puterías. Muerdealmohadas. Soplanucas.

 

Alguien dijo ese día:

Qué vergüenza escribir malas palabras en un poema;

y más aún en un poema aislado,

un poema como una isla donde el lector no entiende lo que pasa

y sólo desespera e intenta en vano atravesar el mar.

Muchos le dijeron a ese alguien que estaba equivocado.

Otro le dijo que lo que había dicho era cacofónico, que rimaba.

Tal vez alguno estuvo de acuerdo. Yo no.

Yo estaba ocupado, diciendo: Nada es relevante.

Alguien, uno del que ya hablé,

ese día, o noche del principio del que hablo, dijo: Lo que yo tengo fue descrito por Georges Gilles de la Tourette, un neurólogo amigo de Freud. Lo que yo tengo, según Tourette, se caracteriza por tics compulsivos, repetición de las palabras o los actos de los demás (ecolalia y ecopraxia), y por pronunciar de una manera involuntaria o compulsiva maldiciones u obscenidades.

 

Lengua larga. Lengua, otra lengua.

Tengo un conejo gris que baño en leche.

 

Por qué todo se repite.

Ese día, o noche, del que aún no puedo contar todo,

yo dije: Todo tiene un valor.

Hubo alguien más que dijo:

Mi mujer tiene las piernas más duras de toda la ciudad;

sus pezones se erizan si acaricio su pelo o si escucha, de pronto, un silbato en

   la oscuridad;

sus ojos negros muestran la pasión de un perro atropellado.

Alguien le contestó: Eso que dices me hace ruido: oscuridad y ciudad riman.

Otro dijo: Yo tengo un amigo al que le gusta perseguir ambulancias en su auto.

Hubo otro que escupió su rostro en el espejo.

Otro se mordió la lengua.

Otro gritó el nombre de su esposa.

Otro más, cansado de escuchar a todos, se encogió de hombros.

Vallejo dijo: El traje que vestí mañana no lo ha lavado mi lavandera.

 

Otra, otra, otra lengua.

¡Cuidado con el perro!

 

No sé si fue ese día, o noche,

cuando le lancé un guiño a la muerte, y otro, y otro.

Pero la muerte no quiso coquetear conmigo

y le grité hasta que los labios me dolieron y fue en vano.

La muerte sólo vino por los otros, yo conocí a alguno,

que sí murieron y ahora me llevan ventaja.

Uno de ellos, antes de morir, dijo:

La muerte es una señorita de escote pronunciado.

La muerte cobra por hora y no da besos en la boca.

La muerte es blanca; tiene la piel de gallina,

y cuando no está matando a alguien,

se mira en el espejo y se arranca las canas y los pelos de la nariz.

Otro, señalando al cielo, dijo: Al amanecer el sol hará polvo las tumbas.

Otro más, dijo: En una urna de mármol tendrá lugar el desierto de mi piel y

    huesos.

Vallejo dijo: ¡Hoy he muerto qué poco en esta tarde!

Vallejo dijo: No temamos. La muerte es así.

Yo escuché lo que dijeron, aunque estaba ocupado diciendo:

Sé de memoria la fecha de mi muerte. Nada es relevante.

Alguien más, inmerso en su discurso, dijo: Hay quienes piensan que hay algo primitivo en mí, que el síndrome de Tourette libera lo que habita en lo más hondo de mi inconsciente. Pero lo que yo tengo es un trastorno neurobiológico de tipo hiperfisiológico; una excitación subcortical y un estímulo espontáneo de muchos centros filogenéticamente primitivos del cerebro.

 

Ramera, golfa, zorra, perra, puta.

Quiero tomar agua de alfalfa a medianoche.

 

Por qué en el principio fue el verbo,

por qué si nadie sabía qué decir.

Por qué nada es relevante.

Por qué alguien dijo que estaba a punto de rendirse.

Por qué otro aulló.

Por qué otro apuntó con un arma a su esposa.

Por qué otro encogió sus hombros.

Por qué otro insistió y dijo: Mi virtud es errar.

Por qué Vallejo dijo: Tengo fe en ser fuerte.

Por qué alguien más repitió: Todos tenemos Tourette.

Por qué alguien dijo: A veces lanzo cosas que terminan por romperse en la pared. Otras relaciono extrañamente a un perro con mi madre. Mi atención y mi oído son llamados por lo raro, lo inusual. Hay momentos en que comienzo a escribir obsesivamente, ¿por qué?, ¿acaso escribir es sólo un padecimiento?, ¿la escritura es una consecuencia de la enfermedad? No lo sé. La enfermedad podría ser, en todo caso, un síntoma de la escritura. ¿Escribir es un acto involuntario, un reflejo crónico? Lo ignoro.

Por qué alguien comenzó a aullar después de lo que se dijo.

Por qué todos nos creímos enfermos en ese momento,

en ese principio del que hablo.

 

Quiero comprar una dentadura postiza.

Quiero otra lengua, una larga.

 

Por qué el principio fue contradicción.

En ese principio era de día

porque los árboles tendían sus sombras al descanso,

las aves recogían migajas de la mano abierta de las banquetas

y una anciana llevaba lentes de sol.

Era noche, quiero decir, por qué todo es contradictorio.

Era de noche en ese principio porque mi corazón estaba oscuro

y los ciegos atenuaban su tiniebla,

pasaban desapercibidos entre la oscuridad de los otros,

y alguien quiso encender la luz, prender una vela,

y todos corrimos confundidos y alertas

y nadie supo qué hacer ni qué decir.

Por qué todo inicia con el caos.

Por qué la luz necesita la sombra.

Por qué no logro recordar si ese día era noche.

Por qué alguien preguntó si escribir es un acto involuntario.

Por qué dije: Escribir no es relevante, nada es relevante.

Por qué otro dijo: Lo que yo escriba quedará impreso en la noche

como una prueba de que siempre estuve solo.

Mi amor renacerá en cada palabra,

alguien escuchará ese canto afilado a la luz de una lámpara;

alguien dirá que era hermoso como el nacimiento de un leopardo;

otros dirán que era en verdad horrible

como una mujer amarilla de hepatitis;

otros dirán que nunca lo escucharon;

y alguien más, alguno, acaso, dará la vida por él.

Por qué los aullidos de alguien rasgaron el cielo

e interrumpieron intempestivamente lo que se decía.

Por qué Vallejo dijo: ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!,

por qué dijo: Esperaos. Ya os voy a narrar todo,

por qué dijo: ¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!

Por qué quiero otra lengua.

 

Por qué el mismo del que hablé hace un momento, dijo: Lo que yo tengo puede ser utilizado creativamente. Cuando los tourétticos nos exponemos a la música o a una actividad rítmica, puede producirse una transición instantánea de los tics descoordinados y convulsos a la capacidad de moverse de manera perfectamente orquestada. Lo que yo tengo puede darme paz a ratos. Lo que yo tengo puede olvidarse, pero no sanar.

 

Quiero otra lengua.

Quiero correr hasta borrar mi sombra.

 

En ese principio en que fue el verbo, alguien dijo: A veces me imagino, encerrado en un cuarto, con otros como yo: somos un griterío de personas a un mismo tiempo; una persona que lanza diferentes gritos. Comenzamos a hablar sin ningún orden, a emitir sonidos extraños, a articular una lengua ininteligible, a tratar de decir lo que no puede decirse; a repetirnos, una y otra vez, lo que no puede decirse; a atropellar lo que no alcanza a decirse; a dar la vida por oír lo que no puede decirse.

Por qué alguien le gritó a ese hombre: Malnacido.

Por qué alguien insistía en matar a su esposa.

Por qué alguien encogió sus hombros.

Por qué Vallejo dijo: ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!

Por qué otro dijo: Se trataba de reunirlo todo en una sola voz,

de conjugar un verbo en un tiempo estático;

de hablar otra lengua, una larga, una estática;

de formular entre el ruido una voz para todos.

Se trataba de tejer una red de lenguaje,

una red donde la palabra estuviera al alcance de la sed de todos,

de tener por siempre un verbo en la punta de la lengua.

Se trataba de tener qué decir,

de tener qué contar en el filo de un grito,

se trataba de un enjambre de gritos, de gritar al unísono.

Se trataba, más que de una cascada, de un despeñadero de sonidos.

Y luego ese alguien se detuvo.

Por qué, por qué demonios se calló.

Por qué demonios el aullido de alguien interrumpió lo que decía.

Y yo por qué demonios dije: Nada es relevante. Sé de memoria la fecha de mi

    muerte

Por qué empecé diciendo: En el principio.

Si no sé en qué principio era, ni de qué hablaba.




Autorretrato

 

No tengo el pudor necesario para guardar silencio.

Mis ojos son verdes como la hierba que crece en las banquetas.

Nací un día de lluvia. Alguna vez un hombre confío en mí y fue en vano.

Casi no abrazo a mi padre, pero la primera vez que hice el amor

llevaba sus zapatos puestos. No sé nadar pero conozco la muerte.

No pude estudiar química. No me enseñaron a trabajar sin quejarme.

Me gusta el ron. Tengo una úlcera del tamaño de mi boca.

He entonado la primavera en la voz de los muertos.

No he visto el atardecer en Punta del Este,

pero me enamoró la luz en los ojos de Gabriela.

Fui un hijo íntimamente deseado aunque mis padres no me planearan.

Adoro el mar y sus olas que me rompen los labios.

En mis sueños tengo siempre una mejor vida. Me dan miedo los pájaros.

Sé leer la hora en los ojos del gato. Puedo llorar por casi todo.

No tengo hijos, pero sé lo que es perder a uno.

Un día, no muy lejano, espero dar un grito que incendie a los hombres

y apague al sol, porque amo desinteresadamente.

Y sobre todo, voy a la poesía como quien va a la iglesia y me inclino

ante estos dolorosos papeles que no atienden plegarias.

 



La gran ola de Kanagawa pudo ser la ola que arrastró el cadáver de un marinero a las costas de Hawái en 1982 o la misma que sacudió un buque carguero zarpado de Hong Kong dejando a la deriva un contenedor con patitos de plástico para jugar en la bañera o la misma que temía pudiera ahogarme durante mis clases de natación. 

 

Los ahogados son azules y bellos.

Sólo una vez mi padre dijo eso.

Mi padre me heredó este color de ojos: azul para mirar el mar de cerca, para no temerle, para sobrevivir. 

Un color que coincida con lo inmenso, que tenga en la mirada la fuerza de una ola. Hay olas que rozan el cielo con su cresta, olas como crestas de gallos que rozan el cielo con su canto. Hay olas que devienen en gritos y arrasan con todo lo que tocan. Hay olas que devienen en muerte.

Hay padres como olas que arrasan todo a su paso, padres como catástrofes naturales cuya lección es sobrevivirles. 

Hay padres que dicen sólo una vez una cosa con voz de tromba y moridero. 

 

Viernes por la noche.

Escuché que el mar arrojo a las costas de Hawái el cadáver de un marinero al que le faltaba un brazo. Lo vi en un documental de National Geographic, mientras mi padre me cortaba las uñas de los pies para la clase de natación. 

Fue entonces cuando, sólo una vez, lo dijo: los ahogados son azules y bellos. 

Nunca he visto un ahogado. Nunca he visto un muerto en vivo.

Ese hombre, al que el mar arrojó de su entraña, murió años antes de que yo naciera. ¿Cómo puede sobrevivir alguien tanto tiempo en el recuerdo? ¿Cómo puede 1985 ser una fecha memorable a través de la muerte?

¿Acaso ese hombre tuvo también un padre que metió en su cabeza la idea de conquistar océanos, que sumergió con la mano su cabeza en una piscina? 

(Fragmento).




El tránsito de Venus 

 

Terminé de hacer las maletas 

cuando me llamaste

para que miráramos el tránsito de Venus. 

 

Subí a la azotea.

Me diste un cristal oscuro

que compraste en la tlapalería 

para mirar directo al cielo. 

 

Sucedió, 

pasamos uno frente a otro lo que dura un instante,

lo que dura a los ojos de los hombres

un planeta que pasa frente al sol. 

 

Fuimos por un momento el sol y el planeta.

El sol: una manzana de oro disputada 

junto a los libros, los sillones y otros muebles.

El planeta: Venus del mar al cielo,

de la espuma a la luz y a la sombra 

quemándonos los ojos. 

 

El otro planeta, el que hicimos para nosotros, 

decía adiós frente al sol del desierto. 

 

Inevitable. 

No sé cuándo va a ocurrir el próximo, 

pero tiene que ocurrir.  

 

Ahí estábamos, 

mirando a Venus pasar frente a nosotros: 

tú sin perder un detalle,

yo el boleto del autobús en el bolsillo,

apretándolo con la mano,

las maletas esperando iniciar su transito

en la puerta de la casa. 




Nocturno del suicida

Hemos sido suicidas y seguiremos siéndolo.

Sólo los inmortales no se suicidan.

Ramón López Velarde

 

1.

Todo lo que la noche

dibuja con su mano

de sombra.

X.V.

En la escena del crimen,

en la hora en que la muerte sale a escena,

hay algo que no acaba de cuadrarme.

Sin importar lo que se lee en el acta,

                   no creo que el infarto haya sido la causa:

el corazón, a menudo, es una falsa pista. 

 

Me detengo en medio de la habitación,

enciendo una lámpara 

y entre libros y fotos empolvadas

                                         montó un teatro de sombras.

 

Dibujo en la pared

con la sombra de las manos 

todo lo que la noche no me dice.

Reconstruyo la escena,

lo imagino: un traje, una corbata,

el doble nudo Windsor del que pende el ahorcado, 

un banquillo en el piso,          una patada,

y los brazos que oscilan en medio del vacío.

 

Es sólo una sospecha:

                      todo lo que la noche, mis manos y una lámpara

convierten en misterio; todo

lo que la noche esconde tras la muerte. 

 

Inventar en la noche sombras en las paredes,

eso hago,

a eso me dedico.

La mano con que escribo estas notas

                                es la sombra de un arma;

mi anular y meñique simulan el gatillo.

 

                                                       Todo

lo que el silencio confiesa a quien lo lee.

Mi sombra está de pie con el arma en la mano

y apunta a mi cabeza.

 

Todo lo que la noche 

                      Me orilla a interrogar.

Lo que hay en mi cabeza sabe su propia muerte:

todos somos culpables de la noche. 




Christina Peña. Nació en la Ciudad de México en 1985. Poeta y ensayista. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2005 a 2006 y 2006 a 2007 y del FONCA en el programa Jóvenes Creadores 2010-2011 y 2012-2013. Premio Nacional de Poetas Jóvenes Jaime Reyes 2008 por De todos lados las voces. Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2009 por El síndrome de Tourette. Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2009 por Janto. Premio Nacional Clemencia Isaura 2011 por Libro de pesadillas. Premio Ramón López Velarde 2011 por Herakles, 12 trabajos. Premio Enriqueta Ochoa 2012 por El amor loco & the advertising. Premio Efraín Huerta 2013 por Veladora. Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2014 por Me llamo Hokusai. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en la categoría de poesía por Expediente X.V. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano en 2017 por ¿O es sólo el pasado? Premio de Poesía Juan Eulogio Guerra Aguiluz 2018 por Short stories, otorgado por la UAS. Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2019 por Expediente X.V y el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores.



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