Revista Latinoemerica de Poesía

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Balam Rodrigo



Balam Rodrigo



Publicamos una selección del poeta Balam Rodrigo, un autor que nombra las diferentes caras del dolor (los invitamos a leer el ensayo de Esteban Ríos Cruz si desean ahondar más en la obra de este notable autor:  Los rostros del dolor en la poesía de Balam Rodrigo: https://www.laraizinvertida.com/detalle-2558-los-rostros-del-dolor-en-la-poesia-de-balam-rodrigo)




Hipótesis del hombre roto

 

A lo lejos, el amante de Kervala

gime por amor

bajo los astros olvidados

de la noche 

los niños ciegos de Da?ang 

ríen a carcajadas

mientras arrancan alas

a los pájaros de octubre, 

y el mulato gris del Mato Grosso

llena con rocas de sal 

la boca de un jaguar ungido 

de muerte.

Dijo el anciano de Corinto

bajo el almendro: 

Si pudieran volver de Ítaca 

los barcos, 

y los huesos del águila

crecieran nuevamente en nuestros brazos,

entonces,

volveríamos a ser hombres. 




SERMÓN DEL MIGRANTE (BAJO UNA CEIBA)

 

Declaro: Que mi amor a Centroamérica muere conmigo.

Francisco Morazán

 

Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;

viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión

sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él

mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,

arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,

desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin;

y vi claro como sus costillas eran atravesadas

por la lanza circular de los coyotes, por la culata de los policías,

por la bayoneta de los militares, por la lengua en extorsión

de los narcos, y era su sufrimiento tan grande

como el de todos los migrantes juntos, es decir,

el dolor de cualquiera; antes, mientras estaba Él en Centroamérica,

esa pequeña Belén hundida en la esquina rota del mundo,

nos decía en su sermón del domingo, mientras bautizaba

a los desterrados, a los expatriados, a los sin tierra,

a los pobres, en las aguas del agonizante río Lempa:

“el que quiera seguirme a Estados Unidos,

que deje a su familia y abandone las maras, la violencia,

el hambre, la miseria, que olvide a los infames

caciques y oligarcas de Centroamérica, y sígame”;

y aún mientras caía, antes aún de las mutilaciones,

antes de que lo llevaran al forense hecho pedazos

para ser enterrado en una fosa común como a cualquier otro

centroamericano, como a los cientos de migrantes

que cada año mueren asesinados en México,

mientras caía con los brazos y las piernas en forma de cruz,

antes de llegar al suelo, a las vías, antes de cortar Su carne

las cuadrigas de acero y los caballos de óxido de La Bestia,

antes de que Su bendita sangre tiñera las varias coronas de espinas

que ruedan sobre los rieles clavados con huesos

a la espalda del Imperio Mexica, el Señor recordó en visiones

a su discípulo Francisco Morazán y le dio un beso en la mejilla,

y tomó un puñado de tierra centroamericana y ungió con ella

su corazón y su lengua, y recordó que Morazán le preguntó una vez,

mientras yacían bajo la sombra de una ceiba,

aquella en la que había hecho el milagro de multiplicar el aguardiente

y las tortillas: “¿Maestro, qué debemos hacer si nos detienen

y nos deportan?” a lo que Él respondió: “deben migrar setenta

veces siete, y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar,

denles todo, la capa, la mochila, la botella de agua, los zapatos,

y sacudan el polvo de sus pies, y vuelvan a migrar nuevamente

de Centroamérica y de México, sin voltear a ver más nunca, atrás…”.




14°40`35.5”N 92°08´50.4” W – (Suchiate, Chiapas)

 

Este es el origen de la reciente historia de un lugar llamado México. 

Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua

y la muerte nueva, el origen del horror,

el origen del holocausto, el origen de todo lo 

acontecido a los pueblos de Centroamérica,

naciones de la gente que migra.

Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre

en su camino hacia Estados Unidos, 

sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto. 

Baje de los Cuchumatanes, desde los bosques 

de azules hojas de la nación Quiché,

desde la casa en donde habitan la niebla y los quetzales

hasta llegar, cerca de Ayutla, a la orilla del río Suchiate.

Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea,

la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”

mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm, 

su huracán de violaciones y navajas

que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados

por un gobierno que alumbra el camino de sus genocidas

con antorchas de sangre y leyes de mierda. 

Hui del penetrante olor a odio y podredumbre; 

caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo

para curarme los huesos y el hambre.

Nunca llegué.

Dos machetazos me dieron en el cuerpo

para quitarme la plata y las mazorcas del morral: 

el primero derramó mis últimas palabras en quiché;

el segundo me dejó completamente seco, 

porque a mi corazón lo habían quemado los kaibiles

junto a los cuerpos de mi familia. 

Dicen algunos que en la ribera de este río 

se aparece un fantasma, pero yo sé que soy, 

que he sido y seré, el unigénito de los muertos, 

guardián de mi propia sombra, negro relámpago de mi pueblo, 

bulto ahogado en esta poza en donde inicia Xibalbá. 

Dos fichas de cerveza Gallo pusieron en mis ojos: 

todos los días veo cruzar por estas aguas a los barqueros de la muerte, 

a los comerciantes del dolor que llevan en sus canoas de tablas

y cámaras de llanta las almas de los migrantes 

enfiladas puntualmente hacia el tzompantli llamado México. 

Dicen pollero y coyotes que ven mi fantasma en la ribera,

Por eso se santiguan y rezan al cruzar las aguas rotas

de este espejo seco en el que escriben su nombre 

con el filo estéril de las hachas votivas. 

Todos los días veo pasar a las hileras de muertos, 

a los que migran sin llegar a Estados Unidos: 

parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,

barro entre los insomnes dedos de Dios. 

Yo, primogénito de los migrantes muertos,

los recibo con un racimo de filosos machetes

en lugar de brazos, iluminado por la cara oculta

de esta luna leprosa

bienvenido al cementerio más grande de Centroamérica, 

fosa común donde se pudre el cadáver del mundo. 

Bienvenidos al abierto culo del infierno. 




14°53’37.0"N 92°14’49.0"W — (TAPACHULA, CHIAPAS)

 

Perseguidos por el genocida Efraín Ríos Montt

mis padres huyeron de Guatemala el año de 1982

y se refugiaron en un pedazo de selva en Chiapas, México.

Lejos de las montañas del Quiché, nací ixil en tierras mexicanas.

Volvimos después de la firma de los acuerdos de paz,

pero nadie firmó un acuerdo para terminar con el hambre.

No teníamos maíz ni para sembrar.

Cuando me llegó la luna decidí bajar de las montañas a Tapachula

y trabajar de cocinera en una casa.

Prometían buena paga, pero mis primas

me engañaron al llegar y me vendieron como un bulto

a la dueña de un prostíbulo en la frontera.

Me hacían abrir las piernas y cerrar, casi siempre,

la boca; basta decir que todos me golpeaban.

Hasta que hui con Daniel, taxista de Tapachula,

borracho y drogadicto, pero me mató a patadas

nomás saber de mi embarazo.

Tiró mi cuerpo al río, al pútrido Coatán,

donde antes lanzó también al niño.

Enterrada en esta tumba del Panteón Jardín,

sin nombre, estoy perdida, acompañada

por los varios rostros difusos de otras gentes.

Quiero decirles que ni todo el peso de la tierra

me asfixia tanto como el peso de uno solo de los cuerpos

jadeantes y sucios que en vida soportaba.

Sé que mi madre me busca en caravanas,

llevando en el pecho una foto mía,

esa en la que aparezco vestida en día de fiesta.

Mi tía la acompaña, cargando un abanico con tres imágenes más.

Pero mis primas están malditas, porque siguen vivas,

abiertas y partidas por el sudor y los erectos machetes de carne

de los choferes y estibadores del mercado San Juan.

Ojalá que mi madre vuelva a San Gaspar Chajul

y se quede dormida bajo la incandescencia de nuestro sol de maíz,

recién nacido de la muerte, como yo.




6°07’12.1"N 93°48’11.7"W — (TONALÁ, CHIAPAS)

 

Tengo 11 años, ahora y para siempre.

Nací en el Barrio FendeSal de Soyapango,

cerca de San Salvador, pero a mí nadie,

nunca, me salvó.

Mi padre fue asesinado por pandilleros de

la Mara Salvatrucha,

le quitaron una soda y una cora; no tenía más,

ganaba tres dólares al día en el vertedero.

Yo le ayudaba jalando el carro

y a veces encontrábamos comida

en las bolsas de desechos que llegaban de Metrocentro

y regresábamos contentos a la casa.

Hui de Soyapango con Pablo, de quince años,

mi amigo de la calle.

Quería ser futbolista como yo y jugar

en la Selecta, iríamos a la mls a probar suerte,

por eso intentamos llegar a Estados Unidos,

donde hay más dólares que pandillas.

En un local de tortas mexicanas,

en Coatepeque, Guatemala, miré en la tele

un bárbaro documental sobre el Mágico González:

jugando para el mejor Cádiz de la historia

le metió dos goles al Barcelona

el año en que nació mi padre: 1984;

lloré de la emoción.

Dos días hasta llegar a la frontera con México;

atravesamos el río y subimos al tren La Bestia

adelante de Tecún, en Ciudad Hidalgo.

Antes de Arriaga me quedé dormido

y todavía sigo cayendo.

Llevaré para siempre, como el Mágico,

un 11 tatuado en la espalda;

quizá por el número de bolsas en que guardaron,

todo partido, mi cuerpo;

tal vez porque traía puesta la camisa de la Selecta

con la misma cifra o porque la muerte lleva

el 11 infinito de las vías del tren grabado en el vientre.

Antes de caer, Pablo me contó este sueño:

Veía yo a Roque Dalton levantarse de entre los vivos

y venir de nuevo al mundo de los muertos.

A su diestra, el Mágico González driblaba a la muerte

y le hacía la “culebrita macheteada”

pateando cabezas decapitadas de pandilleros cuscatlecos,

haciéndole tremendo caño entre las piernas.

El estadio Flor Blanca estaba lleno, había un velorio inmenso

donde la muchedumbre velaba a todos los migrantes muertos.

Sé que Dios juega fútbol allá en el cielo.

Pero aún no quiero estar en su equipo.

Me quedaré esperando en la banca

hasta que me llamen, sonriendo,

mi amigo Pablo y el Mágico González

para jugar con ellos.




¿DÓNDE HA QUEDADO NUESTRA LENGUA? (Fragmentos)

 

1.

Una honda tristeza me golpea en estos días.

¿Qué sentido tiene todo lo que hago y escribo?

No se inmutan los astros. Ríe Dios, nos sueña.

Sólo la respiración nocturna de mi mujer y mis hijos

me dice que estoy vivo. Cierro los ojos a ratos

y mi cuerpo cae en el vértigo de la sangre sin sueño.

Reconstruir los rostros de la infancia,

los de aquellos migrantes centroamericanos que vivieron,

comieron y soñaron entre los horcones de mi casa.

Sus cuerpos y nombres se han vuelto niebla,

dibujados con cal en la memoria,

como los difusos garabatos que tajo en este libro.

 

2.

El tren de la memoria se descarrila, de golpe,

en mis manos. Manos con las que mis hermanos

y yo —monedas de carne aplastadas por el tiempo—

poníamos las cabezas de níquel de los héroes de la patria

sobre rieles para que las aplastara el tren hasta lograr

macabras muecas, dolorosos y deformes rictus, risas torcidas,

desvanecidas, migrantes hacia el rumbo sin norte de los sueños.

 

3.

Busco los rastros de la infancia como quien busca

una pepita de oro en la basura:

llegó al pueblo, camino por la calle Central,

dobló en su esquina solar y allí, sin almendros,

al frente de este incendio sin fuego,

se yergue mi antigua casa en el centro del mundo.

Apenas me acerco, busco mis huellas, pero no encuentro ninguna.

Camino hacia el andén y luego hacia el puente del ferrocarril:

sólo rescoldos aplastados por La Bestia del tiempo

sobre los duros y filosos rieles de la existencia.

(Migré por la vida y salí decapitado

por su imparable y despiadado tren.)




Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, México, 1974). Exfutbolista, biólogo y diplomado en teología pastoral. Autor de los libros de poesía Hábito lunar (Praxis, México, 2005), Poemas de mar amaranto (Coneculta-Chiapas, México, 2006), Libelo de varia necrología (Secretaría de Cultura, GDF, México, 2006; FETA, México, 2008), Silencia (Coneculta-Chiapas, México, 2007), Larva agonía (Instituto Mexiquense de Cultura, México,  2008),  Icarías (Ayuntamiento  de  Campeche,  México,  2008;  Literal,  México, 2010), Bitácora del árbol nómada (Jus, México, 2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (Ediciones La Rana, México, 2012), Logomaquia (Espejitos de Papel Editores, Puerto Rico, 2012), Braille para sordos (Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, México, 2013), Libro de sal (Editorial Posdata, México, 2013), Desmemoria del rey sonámbulo (Ediciones Montecarmelo/Secretaría de Cultura de Guerrero, México, 2015), Iceberg negro (Ediciones Atrasalante/Coneculta- Chiapas, México, 2015), Silbar de mirlos para la hermusa (Gobierno del Estado de San Luis Potosí/Secretaría de Cultura, México, 2016), Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (Ediciones O, México, 2016; UADY, 2017), Colibrije (Fondo Editorial  Estado  de  México,  México,  2017),  Marabunta  (Libros  Invisibles/CECAN- Nayarit, México, 2017; Praxis, México, 2018; Yaugurú, Uruguay, 2018; Los Perros Románticos,  Chile,  2019),  Ceibario  (IMAC/Tijuana,  México,  2018),  Libro centroamericano de los muertos (Fondo de Cultura Económica, México, 2018), Cantar del ángel con remos en la espalda (Puertabierta Editores, México, 2019) y Antiícaro (Proyecto Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2019). Su obra ha merecido diversos reconocimientos, entre otros: Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte México.



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