Yorlady Ruiz López
Publicamos una selección de Yorlady Ruiz López, poeta y artista plástica. En el año 2012 fue ganadora del Premio de Poesía Colección de Escritores Pereiranos con el libro “Diarios Íntimos”. También fue reconocida con el Premio Nacional de Poesía XII Festival de Poesía de Medellín en el año 2002.
4.
Piedra domada
Eunice no sabía leer,
pero aprendió a escribir en las piedras con sus manos.
Ella que no albergó en su vientre la continuidad de su especie
(para no condenarla al lavadero y la cocina),
crió seis hijos ajenos
y machacó con la piedra día a día sales y especias
entre más de 5840 almuerzos, por más de 16 años.
No sabía leer, pero leía las cartas y el tabaco,
así, entre bruja,
nana y cocinera
con el paso de los años, me heredó una piedra
con la huella de su mano izquierda:
tesoro encontrado y revelado,
piedra recorrida desde la Divina Providencia hasta Alejandría.
Los barrios que viví y donde le conté a la piedra mis secretos,
forzándola a mi diestra,
resistiéndola golpe a golpe.
Piedra cocinada,
domada,
amoldada,
pulida,
canto rodado entre la mano y el ajo,
piedra de la rabia y el silencio.
Piedra desnuda, arena tras arena,
cuerpo de Eunice revelado en su origen.
7.
Diario del límite
El límite debe ser una raya, una línea imaginaria,
una delicada hebra que construyo cada día,
una frontera,
un pasadizo,
un canal,
un remiendo.
Como cuando rompiste los objetos de la casa.
Intentaste pegarlos de nuevo pero quedaban siempre esas líneas,
esas cicatrices en los platos,
en las porcelanas que ponía mamá en las repisas.
Las réplicas se oyen todavía, como las oí cada día que ahora
son años.
El límite es el borde de mi cuerpo,
esa línea que dibuja mi contorno,
esa línea que sube repetidas veces y es un muro,
una frontera,
una pared separando la habitación del vecino que duerme y lo
llamo entre miles de arenas para que acompañe mis noches de
angustia cuando los sueños me atormentan.
Ese territorio donde no soy más que un cuerpo vulnerable,
una amalgama de gritos y miedos,
un espacio que existe mientras duermo,
el terreno de los sueños donde veo mi muerte y hablo con
seres desaparecidos,
luego despierto y soy este otro territorio de carne y huesos,
un cuerpo de mujer al que le sumo y le resto,
este centro de poder que uní cuadro a cuadro,
hebra con hebra,
cosí invocando la muerte para que alargue mi tiempo,
cada año,
como una dulce condena habitada de pequeños sucesos,
de agradables excesos.
El centro de mi centro en el centro del centro, hebras y
pequeñas punzadas,
profundas en el dedo,
sangre infecta de malaria, cada semana un chuzón para
verificar mi sangre, para limpiar mi sangre mezclada: india,
mestiza, mulata, negra, amarilla, soy un río de colores por
dentro, en el centro de mi centro un armazón de hilos y
oscuridades. Cada cuadro es un diario, no es negro porque
una tinta lo bañe de negro, es negro porque está lleno y
también bañado de tinta. Cada día lleno mi vida de vida para
extinguir el límite del vacío, de la muerte.
1.
Cada noche,
entre el cuchillo y la silueta de su esposo ausente
Serezhada narra entre risas el desespero
hunde una,
dos,
tres veces,
hiere la duda,
hiere el silencio
hiere su obediencia.
Unge la sangre derramada sobre su piel
Y luego zurce las sábanas rotas.
2.
Del sabor de la carne
Se alzó un olor.
Cualquiera que pasara fuera sentiría invasivo el ambiente de grasa y pimienta,
alguna especia, quizá tomillo y un tris de ajo.
Jamás pensó que esa carne fuera tan parecida a la de un cerdo.
en cada chirrido de la sartén sentía alivio,
la tranquilidad que añoró tantos años con la espera paciente y el esmero de ser una buena mujer.
La casa parecía más grande, incluso los platos por primera vez le parecieron bellos, los restos de comida dibujaban paisajes, formas de vida.
De pronto presintió juventud y sus ojos traspasaron el vidrio del espejo, tuvo la sensación de inocencia en los pies.
No le importó que el colchón transformará las flores rosas en un lila profundo, aquel cuerpo al fin, dormiría todo su sufrimiento, los gritos se detuvieron como pasados sobre los viejos trastos de la casa, la marca de grasa y mugre detrás de la silla aún dibujaban ese cuerpo.
El silencio fue su reino, no probó bocado, pero lavó los platos.
6.
Esteban
Al regreso vino la carroña
Un grupo de puntos negros oscurecían el cielo
Instalando sus alas sobre la cobija del aire.
Su cuerpo regresó vacío de ojos,
Sin líneas en las manos,
Su vientre expuesto y roto.
Volvió en las manos de los pescadores
Que como rescatando a su hermano del agua
Lo acunaron entre costales para ponerlo en la orilla
Imagino ese viaje de regreso.
Imagino esa visión del horror mientras dañaban su cuerpo.
¿Qué recuerdo le llevaste a Caronte?, sin paga, con las cuencas vacías, desnudo y desterrado,
sin familia, sin nombre, sin tierra en la boca.
Regreso a la tierra después de navegar y ver el cielo,
después que el sol se reflejara en su melancolía y la luna se mirara en la ignominia,
Regreso a la tierra de quienes le mataron,
testigo,
esquelético,
deambula en silencio sobre nuestra vergüenza.
3.
Amita
La que fue crucificada, muerta y sepultada
regresó de los infiernos,
bajo a la ciudad,
fue a plazas y
caminó en las calles.
La que fumó tabacos y pregonó extraños futuros,
la que fue ultrajada, viuda y desgraciada.
la que lavó ropas ajenas en ríos y caños,
la que vio manchar las sábanas con la sangre de sus hijos,
Se sienta ahora a la diestra y a la siniestra
de todos nosotros,
muda,
casi transparente,
regresa al fuego fatuo de la noche moribunda
y cierra los ojos para abrir los nuestros.
5.
No esperé crecer.
Poco a poco medía la fuerza de mis manos enterrando el machete en el platanal,
Paf, paf, sonaba y caía la mancha que oscurecía la ropa,
mientras mi mente hilaba mitos sobre esas formas extrañas que dejaba la mancha: caminantes, brujas, muertes, nunca fui buena para ver el lado positivo de la vida…
No supe absolver sus manos de mi cuerpo
No supe quitarme la mancha del recuerdo
7.
Desde el palo de mango vi arder el rancho,
Pequeñas llamaradas evocaban los gritos de la casa.
Te mataron a balazos, no sé si por los rumores del maltrato, pero a mí no me tocaron.
Esa tarde tomó café sentado sobre la banca de madera,
Se quitó las botas para revisar las candelillas de los dedos, dejó caer la cabeza sobre la tapia y soñó:
Nubes de polvo espeso invadían la visión, alaridos de perros luchaban por una moribunda chucha, torpe, enceguecida.
Una voz grave te llamó:
Reinaldo López
Abriste los ojos, aún con el reflejo del polvo en la mirada,
El sonido de los perros se animó en tus oídos y se hizo presente,
Maldijiste
Y tu cuerpo se sacudió siete veces, fue rápido.
Echaron montaña abajo y ya no los vi más
Toqué tu cuerpo y mi vientre se estremeció con miedo.
Me percaté de tu muerte tres veces y escupí en tu cara,
Se pasmaron mis piernas y sentía que alargarías tus manos para estremecer la tarde.
Mamá decía que el peor castigo era no tener una santa sepultura.
A mi manera, yo también cobré.
8.
No usó el cuchillo y aun así en medio de mis piernas un hilo de sangre dibujó un río.
9.
Indóciles
Se levantó entre las cenizas de la tarde
Limpió sus ojos y escupió en el piso ese mal sabor seco de la pavesa.
Tiempo de llorar no había,
así que si una lágrima bajaba por el ardor del fogón y la cebolla
era de aprovecharse, así se camuflaba la amargura.
Desde ese día se decidió a volar y con el murmullo del recuerdo
De las brujas que trepaban por los techos y trenzaban las crines de los caballos
Se dibujó bruja, marcó su escoba y se maldijo:
El vientre
Las manos
La boca
La mirada.
Cada mañana el patio de su casa sentía la caricia de la iraca
Mientras ella soñaba un vuelo nostálgico,
no el mismo que ardía en el fogón,
no el mismo que dolía en su vientre.
Yorlady Ruiz López, Pereira. Poeta y artista plástica. Magister en Estética y Creación de la Universidad Tecnológica de Pereira. Hace parte del colectivo Magdalenas por el Cauca donde exploran trabajos colaborativos desde el performance, la pintura y la instalación alrededor de la desaparición forzada en Colombia. Premio Nacional en artes visuales a nuevas prácticas artísticas Ministerio de Cultura de Colombia, 2014. En el año 2012 fue ganadora del Premio de Poesía Colección de Escritores Pereiranos con el libro “Diarios Íntimos”. Premio Nacional de Poesía XII Festival de Poesía de Medellín en el año 2002, en ese mismo año obtuvo el premio de Arte Talentos Carlos Drews Castro en la Ciudad de Pereira. Ha publicado los libros de Poesía Versos Para Tu fresca Alborada (1998), Novela Inconclusa (2001), Poemas para Juno (2009), Diarios Íntimos (2012).