Jorge Eliécer Ordoñez
Jorge Eliécer Ordoñez Muñoz
Nombrar el día, mientras la lluvia sin sosiego sigue hilvanando su oscuro monólogo. Así el poeta Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz (Cali, 1951), nos incita a explorar la contemplación. El día como una experiencia vital que con maestría nos va hablando de los lugares comunes que habitamos y que de tanto andarlos pierden para nuestros saturados ojos la magia de la sorpresa. Aquellos personajes que por las ciudades se esparcen, la nombran, la definen: El reciclador, Los enanos, Tintorero… creando ese encuentro entre poesía y barbarie, a través del cual se aprecia la serenidad de lo bello, como lo menciona Miyer Pineda hablando de ese bello poemario Canto Nevado (2020).
Jorge habita su ciudad natal como un fotógrafo presto a encontrar la belleza y dialogar con ella en ese encuentro solitario y distante que tantos años lleva ejerciendo. El pensamiento contemplativo sería la forma más idónea para resumir su propuesta poética que con el paso de los años no ha mermado de crecer como el bosque de bambú, habrán de notar con los poemas de sus últimos tres libros Canto nevado (2020), Los murciélagos tienen su propio sol (2022) y el más reciente Agosto es mañana (2023) la capacidad de no tener sed porque con la palabra rio se enamoró del agua. Así es la poesía de Jorge, un creador de poetas:
De Canto nevado (2020)
ANTIESCRITURA
De pronto no escribir,
dejar a la intemperie los instintos,
mirar la noche,
sus ruidos en el vacío, de bestias y de insectos.
La vasta noche que va y viene
sobre esta nave redonda que viaja entreverada
en millones de astros y galaxias.
Voy en la noche a lomo de tierra,
con mi frágil escafandra de palabras
las mismas que se fueron haciendo lentas,
como pequeños guijarros hasta convertirse
en catedrales.
Palabras, finos hilos de una futura telaraña.
En su textura el rostro de la piedad,
la cercanía de un cuerpo,
fatal como un bramido de montaña
que se convierte en cráter.
Ese cuerpo, la noche; de pronto no escribir,
abandonarse en ese lecho de nubes que forman
un océano.
Sentir en la piel destemplada por el tiempo
esa leve oleada del viento medianero
que nos trae la albricia y la amenaza.
Escuchar el eco taciturno de la primera caminata,
junto a su cintura y la vorágine oscura de su fuga,
alguna tarde cuando la luz negó su redondez
a la manzana
y la hoguera tomó el rumbo de los vientos
contrarios.
No escribir, no alzar ningún vuelo,
no acuatizar en ningún estanque
por temor a mirar en su profundo
el rostro destrozado de Narciso.
No alunizar en ningún astro oscurecido
en el eclipse.
No escribir, dejar que el aire nos circunde.
VAGABUNDEO
Va errante por ahí, sin flor ni pentagrama,
uncida de un silencio que se pega a sus huesos.
Husmeada por los perros vagabundos del parque,
los malandrines le lanzan globos de humo
entreverado con la hierba.
Escapó de su pueblo lejano, con lago en sus orillas
y ráfagas de constelaciones y balazos.
Eran los tiempos de la gran matanza, con Barbazul
y el capitán Veneno,
sembradores de oprobio y sequía en las veredas.
En las noches cerradas de entre los cafetales
salía una música
que en la sombra tomaba forma de hombre
con guitarra o escopeta,
no se precisa, porque en la espesura hasta
los sentidos se confunden.
Huyó hacia la nada con el cuerpo quebrado,
ahora va por las calles, decidida y paupérrima;
tempranea, hace guardia en el semáforo,
tras un café oscuro que comparte
con la horda de los desterrados, bajo el puente.
Por si las moscas, por si los ociosos
o los vagabundos,
iza una caña al viento, con puntilla de acero para
espantar a los fantasmas.
No lleva más en sus ojos castaños
que tanto horror han visto.
El día es su presente, su habla es mínima
porque desde muy temprano
le hurtaron las palabras; su cara es un croquis
que devela
la ajada partitura de las horas en su reloj de polvo.
OCIO VESPERTINO
Mis pasos sobre la hojarasca
han de escucharse en la antípoda con su música
de marimba.
Ninguno de los caminantes tiene los ojos tan claros
para ver la flor de la guayaba,
apesadumbrados como van por su gusano.
El heladero campanillea la tarde
al unísono con el trino fugaz de los pájaros eternos.
Quien si no esa voz ha de trepar por la baranda
hasta la desnudez de la doncella.
Las altas torres que enarbolan su metal
en la distancia
no son el hueso de la barca, pero más tarde,
cuando la luz nocturna reparta su parpadeo
en las colinas,
han de lanzar sobre la ciudad del oprobio,
su roja chispa, intermitente.
Para entonces quedarán en silencio los umbrales
no perseguirá más el sirirí pendenciero
al aguilucho
en la tarde violenta, ya en sosiego.
De Los murciélagos tienen su propio sol (2022)
LA CIUDAD DE LOS CAUTIVOS
1
En la distancia
un resplandor intermitente
tal vez el mar
urdiendo sus tormentas
en la ciudad dormida
los murciélagos tienen su propio sol
3
Un cachorro de gato atigrado
emerge del seno de la muchacha,
que morosamente le ofrece
alguna golosina
para entonces ha cambiado el semáforo
la tarde pide pista
nada se derrumba en un instante
persiste el resplandor
en todos los ojos que hablan en silencio
la muchacha del gato, ya de espaldas
va desnuda, con ropa
en la pasarela de los transeúntes
15
Barre las hojas
una mujer
y el viento
en contravía
sigue moviendo
las ramas y la pena
De Agosto es mañana (2023)
LA CIEGA DEL BANDONEÓN
Ahora que graniza sobre la ciudad
Los hombres dan tumbos en la medialuz
de los comercios,
Todo parece inútil como los anuncios del obituario
O la retirada de los gansos cuando el semáforo
cambia
Pero hay algo de profunda metafísica
Cada vez que la ciega traduce su alma
En los acordes del bandoneón:
Como si la vida y la muerte pactaran su armisticio
Entonces, puede ladrarle un perro a los bomberos
O silenciarse la tarde en una efigie
Cuando la ciega del bandoneón trastabilla
su monótono tango
Hay un movimiento telúrico en la esquina
soñolienta,
El corazón, de prisa, salta con su escuadrón
de golondrinas
A mirarla tocar, en algún recodo de la plaza
La ciega del bandoneón es una estatua efímera
ANTES DE LA CÓLERA
Casas de bahareque carcomidas por las polillas
del verano,
Algunas cometas fatigadas por el viento.
Se desvanece el día,
Animal cansado en los andenes
Un almendro palpita
En la fermentación de las calles,
Hasta el silencio deja oler su caparazón
abandonado,
Pájaros negros chacharean en la antena parabólica
Sobre el tedio que invade los jardines.
Muchachos que alumbran solo por sus dientes
Se lanzan un balón de un lado al otro de la tarde.
Brillas los ojos ciegos de las armas
En la única cantina del entorno.
Se entiende que debemos irnos, antes de la cólera,
Se rumora bajo el árbol de dominó
Que por el rio ya no bajan peces, sólo despojos.
EL VIEJO EMBOLADOR
Este rostro, esta nariz, esta boca siniestra
Están en otra parte, en un cuadro de Brueghel,
Pero ahora son de aquí, de esta esquina del mundo,
A donde llega el político obeso
Con sus grandes zapatos de payaso
Y su pipa que exhala un vapor indefinido
Los emboladores están en fila india, cabizbajos
Como lo dicta la tradición de su oficio:
Tantos años de inclinación han formado su ángulo,
Tienen frente a sus manos de betún a un hombre
con patillas,
A una mujer de grandes botas que se siente
la reina del cuero
En medio de la plaza
Todos tienen un cliente, menos el viejo embolador,
Cada vez más doblado sobre su caja de alpiste
sin canarios.
Para que su jornada no se vaya en blanco,
Me siento frente a su caja de betunes
Y ahora sí, queda completa la pintura de Brueghel
JORGE ELIÉCER ORDÓÑEZ MUÑOZ. Cali, Colombia, 1951. Licenciado en Filología e Idiomas, UPTC, Tunja. Estudios de Lingüística en la Universidad del Valle. Magíster en Literatura Hispanoamericana. Instituto Caro y Cuervo, Bogotá. Profesor de Literatura y Artes del Lenguaje en la UPTC, de Tunja. Uno de los fundadores del grupo Si Mañana Despierto. Ha publicado los libros de poesía: Ciudad Menguante (1991); Vuelta de Campana (Premio Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, 1994); Brújula Insomne (1997); Farallones (2000); El Puente de la Luna (2004); Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, Tomos I y II, antología y estudio introductorio, 2005 y 2009; Exiliados del Arca (2009), Palabras Migratorias (2010), La Casa Amarilla (2011), Manuscrito de Sísifo (V Premio Nacional de Poesía UIS 2014), Cuerpos sobre campos de trigo (XV Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2014, reeditado en 2017 por Rosa Blindada Ediciones), La tarde no cae (Obra reunida 2008-2014, Finalista en el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura 2015), Nombrar el día (2018), Canto nevado (2020), Los murciélagos tienen su propio sol (2022) y Agosto es mañana (2023). Con su ensayo La Fábula poética en Giovanni Quessep, obtuvo el premio Jorge Isaacs a la Crítica Literaria, 1998.