Los apuntes de Humboldt
Celebramos este reconocimiento al libro "Los apuntes de Humboldt", del poeta colombiano Daniel Montoya, flamante ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez en su última versión. Cinco poemas que abren una puerta a la vida del humanista alemán. Felicidades, querido amigo.
LA HERENCIA DEL COSMOS
Hay una hora en que la canción de los grillos
hace brillar las estrellas
una hora en que la gallina se yergue
como su antepasado dinosaurio
el fresno percibe las plumas húmedas
del vencejo y lo deja posar en su rama seca
hay una hora en que las estrellas
escriben sus memorias en la arena
una hora en que el fruto que cae
se convierte en una casa
y las hormigas llevan sus huevos
a la orilla del río
hay una hora en que la araña desteje
la trampa y fabrica un lecho
los pájaros sienten los lentos ríos de fuego
que corren debajo de la tierra
y el cielo entra en el cascarón
que dejó la chicharra
hay una hora en que las especies
se anudan al hilo de la vida
una hora en que comprendo
la herencia del cosmos
una hora en que no estorbo
LA ARAÑA DE AGUA
La araña de agua se asoma a la superficie, toma aire y, como por arte de magia, hace aparecer la burbuja. Desciende con la burbuja, mete adentro la presa conseguida y por último entra ella.
Debajo del agua, dentro de la burbuja, la araña pasa desapercibida para los depredadores de la superficie. Acomodada en su frágil oasis se toma su tiempo para chupar la presa. Es la única araña que sabe que una casa se construye todos los días.
Y la burbuja la espera. Es la única casa que espera que su habitante termine de comer.
EL SEMBRADOR DE LA LUNA
Para qué queréis minas de cobre
para qué queréis minas de oro
para qué queréis minas de plata
para qué queréis piedras ocultas
para qué queréis excavar la roca
si tenéis una tierra blanda
y las aves siembran las semillas
LAS TORTUGAS BUSCAN EL RÍO
Como caballos en una subasta
examinan a los esclavos en el mercado
enfrente de la casa recién alquilada
en la plaza principal de Cumaná.
Su piel brilla por el aceite de coco
que les obligan frotarse en el cuerpo
desnudo y de atlético silencio.
Como caballos en una subasta exploran
con brusquedad sus dientes,
meten los dedos en sus bocas y hurgan
rabiosamente buscando llagas,
buscando secretos o palabras indecibles.
A las mujeres les palmean las nalgas.
A los niños les golpean las piernas
con una vara untada de sangre.
Ellos, quietos, dejan hacer.
Cuando el cielo se oscureció, ellos
continuaron de pie, ahí, en silencio;
cuando la tierra tembló (por primera
vez para mí); cuando una lluvia
de meteoritos colmó el cielo de colas
blancas y llameantes; cuando
empacamos los baúles en las barcas
con cuatro mil especímenes vegetales,
ellos siguieron ahí, en silencio.
Mientras el caudaloso Casiquiare conecta
el Amazonas y el Orinoco; mientras crecen
los campos de maíz, caña e índigo;
mientras una nube de garzas, flamencos
y patos salvajes sobrevuelan el lago
Valencia al atardecer; mientras las serpientes
de nueve metros se arrastran
en el bosque y las palmeras con flores rojas
y los cangrejos azules y amarillos
son batidos por el mar y por el viento
ellos siguen ahí, de pie, en silencio.
No importa que los vendan y vengan otros,
siempre serán los mismos como lo son
las hormigas y las chicharras,
como los son las abejas y los primates.
Siempre serán mujeres, niños y hombres.
Mujeres de nueve años, las más
apetecidas por los traficantes desde los
tiempos de Cristóbal Colón,
o veinteañeras sin críos pero con abundante
leche (y le oprimen con fuerza
las tetas para comprobar los hechos).
Hombres macizos para exprimir
en las plantaciones de plátano y en el campo.
Y niños ágiles para estos vientos.
Generación tras generación han estado
aquí, de pie, sin poder seguir su curso,
como esos huevos de tortuga en las playas
del Orinoco que nunca llegan al río:
los misioneros los recogen y elaboran
con ellos finos aceites para iluminar
sus viejas iglesias
atestadas de hongos y termitas.
CARTA A BOLÍVAR
Viajaste a Europa, cruzaste el mar
y en ese mundo viejo y plano
hallaste el aire que requerías
para aventar las colonias españolas.
Yo viajé a Suramérica, crucé el mar
y en ese mundo nuevo y montañoso
hallé el movimiento que requería
para volcar las taxonomías científicas.
Parecer ser que no se trata
únicamente de cruzar el mar.
A veces la verdadera libertad
es regresar a la jaula.
A veces el verdadero amor
es tragarnos los alambres.
DANIEL MONTOYA (Meta, Colombia). Docente de la Universidad de Ibagué.
Entre otros, es merecedor del Premio de poesía Juan Lozano y Lozano en 2020 y del IX Premio de Poesía Granajoven, Granada, España, en 2018.
Ha escrito los libros de poesía El libro de los errores (2018), Políptico del aire (2018) y Manual de Paternidad (2019). Su libro "Los apuntes de Humboldt" ganó el XLI Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez (2021).