Miel para la boca del asno, de Nilton Santiago
4 poemas de Miel para la boca del asno, de Nilton Santiago
Por si están aburridos, les allego una ración de poesía a tiro de clic. En esta ocasión la magia la pone el poeta limeño Nilton Santiago, en concreto, tomados de su poemario Miel para la boca del asno (Visor Libros, 2023), una de las obras más originales que he leído últimamente. El poema estándar es un micro relato del más puro realismo mágico, que arranca con una sentencia filosófica en labios de algún personaje secundario en la que se plantea el problema a resolver. La temática explora la identidad, el sentido profundo de la existencia; un yo lírico de acentuada sensibilidad, dubitativo y desubicado socialmente busca asidero que le permita reorientarse. Por su fuerte simbolismo, también es muy interesante el papel que asigna a los animales, como portales para un universo paralelo en el que flota la clave interpretativa del poema; casi siempre con finales que buscan la sorpresa o la paradoja. De la selección que les presento, me quedaría con Persecución y pesca de anchoveta con redes de cerco. Me gusta por el equívoco que genera su estilo vocativo: hasta el desenlace no se sabe si se dirige al lector, si es un desdoblamiento del propio yo lírico, si se refiere a alguien en particular o una mezcla de todo ello. Por otra parte, tiene una estructura compleja, en la que la reflexión filosófica se mecha con la narrativa social; y me resulta muy emocionante la empatía con el pez capturado, la fusión moral entre cazador y presa. No sigo que me apedrean; que lo disfruten. Salud.
Jorge Janeiro Suárez
ALGUNOS HOMBRES EN REALIDAD SON PÁJAROS QUE ALGUNA VEZ FUERON HOMBRES
Hay un vecino que saca la basura de madrugada.
No me despierto por el ruido de sus pasos,
sino por el peso de su vacío
(que hace rechinar el falso parqué de haya).
Antes de salir, arrastra la bolsa de basura,
como a veces otros arrastran lo que ya no somos.
Baja las escaleras, tambaleante, como un pingüino ciego.
Los restos de pescado empiezan a descomponerse en la bolsa.
Los vecinos lo sabemos,
como sabemos cómo huele la ausencia
(o la comida precocinada del supermercado).
Los gatos callejeros lo conocen mejor
que la funcionaria de los servicios sociales,
así que lo dejan acercarse.
Me levanto, tengo ganas de clavarle una estrella en el corazón.
Abro la ventana y veo que intenta meterse a sí mismo
en el contenedor.
No puede. Sus alas quedan atoradas. Gime.
Le grito algo como «¡Deje ya de jodernos la vida!».
De pronto levanta la mirada, sorprendido,
me señala la estrella que tengo clavada en el corazón
y se marcha alzando el vuelo.
Era eso que estoy a punto de ser, buscándome.
BORRAR HUELLAS
Se dice que una gota de sangre tarda
Sesenta segundos en recorrer el organismo y llegar al corazón.
Sesenta segundos para borrar huellas o para dejarlas.
Sesenta segundos en los que el ratón es engullido por la serpiente
tras adoptar la forma de la mandíbula dislocada.
¿Puede que el que ya no está,
ni en el aire ni bajo tierra,
viva en nosotros como en un yo disuelto?
Diría que mi abuela vive en mí, oculta.
A veces siento cómo florece su ojo morado
o me queman en las manos
las salpicaduras de la ardiente manteca de cerdo.
Deben de ser tonterías mías
o puede que el que ya no está
intente usarnos para borrar sus huellas.
Sólo recuerdo cosas que nunca he visto,
ojos morados, quemaduras,
buganvilias brotando entre las costillas rotas.
Memoria genética la llaman.
¿Heredará la cría el temor del ratón engullido?
UN CASTOR SE MIRA AL ESPEJO
«Ciénaga» es la palabra que usa
para referirse a un grupo de árboles
que ha caído de rodillas sobre el lago.
Los vemos, tendidos, acariciando a unos peces
que ignoran
que herirse es igual a elegirse.
Hasta los árboles más jóvenes
tienen marcas de dientes solitarias en sus huesos.
Te detienes y me dices que, para derribar un árbol,
esperan la luna llena
y que su poderosa cola les sirve de punto de apoyo
para atacar el tronco con los dientes.
No tienen buena vista, aunque pueden ver bajo el agua.
(Puede que también ellos sean animales solubles
y que su corazón, como el nuestro, sea 76% agua de lluvia,
una vieja medusa disuelta en la sístole).
Tu madre se acerca hasta un árbol herido,
abre la boca e imita al animal mordiendo el tronco.
Dices «Biber» mientras haces la foto.
Hay un riachuelo lleno de escombros que nos guía,
como a los peces, de vuelta al coche.
Antes de irnos, me agacho a tocar la arena:
mi reflejo en el agua son las piedras del fondo.
Entonces, lo veo. Sí, lo veo.
Sus pequeños ojos aparecen como escarabajos brillantes.
Me mira unos segundos y desaparece.
Como en mi niñez,
el animal
es el otro que me habita.
PERSECUCIÓN Y PESCA DE ANCHOVETA CON REDES DE CERCO
«Según Heráclito, las almas huelen lo invisible»
te dice el patrón,
antes de mandarte a limpiar las redes.
Juegas a que tus manos son picos de pelícano
y quitas –uno a uno– los pequeños peces que lloran
y fulguran desde tu interior.
También tú eres un cardumen solitario que huye,
aunque ni los marineros más viejos
ni el cachalote que mendiga en la proa del barco
son capaces de oler o ver tu luz.
No eres más que otro niño pobre que se gana el pan.
Mientras limpias la red,
recuerdas las palabras de tu madre:
«El alma disuelta de las anchovetas
yace en las bodegas de los barcos, m’hijito».
La red está lista: recoges tus alas y avisas al patrón,
que ordena lanzarla al mar que florece.
Al alba, la recogen como el pañuelo de Andrómeda,
pero ella, que ve a través de tu madre, no te ve:
tu pie de pelícano se ha enredado
y caes despedido
al agua.
Tu luz ilumina los esqueletos de las ballenas
en el fondo del mar.
Uno de los peces que llora te mira,
ya disuelto, desde mi interior.
Crees que así es la muerte
hasta que te arrojan una cuerda que te golpea.
Te giras a cogerla y lo miras a los ojos,
las fauces del animal se abren tanto
que podría morder el sol:
un enorme lobo de mar tragándose los peces
que caen de la red.
Te sacaron del agua hecho un amasijo de nervios
y apenas podías hablar.
Tu alma vagó durante años en la bodega del barco,
buscándote como un sabueso
hasta que un día abriste los ojos
y te hiciste mi padre.
Nilton Santiago nació en Lima (Perú) aunque reside en Barcelona hace años. En poesía ha publicado El libro de los espejos (Premio Copé de Plata de la XI Bienal de Poesía, Lima 2003); La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid 2012); El equipaje del ángel (XXVII Premio Tiflos de Poesía, Visor Libros 2014); Las musas se han ido de copas (XV Premio Casa de América de Poesía Americana, Visor Libros 2015); Historia universal del etcétera (Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro, Valparaíso Editores 2019) y, finalmente, Miel para la boca del asno (XXI Premio Emilio Alarcos de Poesía del Principado de Asturias, Visor Libros 2023). También autor del libro de crónicas Para retrasar los relojes de arena (Vallejo & Co., 2015) y del proyecto «sin fin» Supercherías (Las hojas del Baobab, 2022), ha publicado las antologías A otro perro con este hueso (Casa de Poesía, Costa Rica 2016) y 24 horas en la vida de una libélula (Scalino, Sofía 2017).