Revista Latinoemerica de Poesía

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De luces y de sombras. Lo vital y lo humano en la poética de Mónica Zepeda



 

 

Juana M. Ramos

York College – The City University of New York

 

 

 

 

En 2018, tuve la oportunidad de participar en el Festival Mundial de Poesía de San Cristóbal de las Casas, timoneado por la reconocida poeta y activista cultural chiapaneca Chary Gumeta. Me asaltan dos imágenes del día de la inauguración del festival: las buganvilias en La Enseñanza, edificio histórico que en su momento hospedó uno de los centros educativos más importantes de Chiapas, la Escuela Normal del mismo nombre, y la de la poeta sancristobalense Mónica Zepeda (1987), quien, con la fuerza de su palabra, estremeció tanto al público curioso por escuchar a los poetas invitados como a los poetas mismos.

 

Lo poético, en mi opinión, es aquello inasible que nos sacude y que, por supuesto, habita, se aloja, se afinca en el puntual engranaje de lo que se intenta decir y del cómo se dice, en esa relación simbiótica entre el contenido y la forma. La palabra en Mónica Zepeda es arrolladora, es también, como en algún momento lo expresé, fuerte en su sutileza y sutil en su fortaleza. Afirmo, sin temor a equivocarme, que la poesía de Mónica Zepeda no es incipiente ni prometedora, sino que se trata de una poética establecida y comprometida (con el ser humano y todo lo que a este le concierne) y, además, es ya un referente en el panorama literario chiapaneco. Su palabra traspasa las fronteras nacionales y continúa dejando eco en múltiples escenarios internacionales en los que se celebra la poesía.

 

No pretendo, en estas breves palabras, perderme en academicismos ni abstracciones que frenen el entusiasmo que me produce aproximarme al trabajo de Mónica, simplemente quiero acercarme como una lectora asidua que procura descifrar los enigmas de la condición humana que tan bien se codifican en sus textos. Arriba, me he referido a la poesía de Mónica con adjetivos que apuntan a una suerte de vigor, de potencia que, como magma, se abre paso a la superficie hasta alcanzar el espacio de resistencia que ha forjado en el texto. Hablo de resistencia en tanto su manera de interpelar al mundo y de, a través de la voz poética, interpretar y codificar las diversas realidades con las que se enfrenta y que le interesa hacer presentes en su ejercicio escritural. La fortaleza y vigor a los que aludo me refieren, inevitablemente, a pensar en la propuesta que hace Audre Lorde en La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, con respecto a lo erótico. Para la poeta y estudiosa afroamericana, lo erótico no se limita a la cama, sino que radica en la capacidad de compartir y experimentar el gozo en todos los ámbitos de la existencia, el estar consciente de nuestras propias necesidades como mujeres y como sujetos históricos. Para Lorde “…lo erótico es una afirmación de la fuerza vital de las mujeres, de esa energía creativa y fortalecida…”. En el mismo orden, afirma que “al estar en contacto con lo erótico, me rebelo contra la aceptación de la impotencia y de todos los estados de mi ser que no son naturales en mí, que se me han impuesto, tales como la resignación, la desesperación, la humillación, la depresión, la autonegación” (42, 44). Lorde asevera que “para las mujeres, la poesía no es un lujo. Es una necesidad vital”. Asimismo, nos invita a pensar en la poesía como aquello que “define la calidad de la luz bajo la cual formulamos nuestras esperanzas y sueños de supervivencia y cambio, que se plasman primero en palabras, después en ideas y, por fin, en una acción más tangible…Los más amplios horizontes de nuestras esperanzas y miedos están empedrados con nuestros poemas, labrados en la roca de las experiencias cotidianas” (15). Esa “energía creativa y fortalecida” y esa “necesidad vital” a las que hace referencia Lorde dan forma a la poética de Mónica Zepeda, la cual invita al lector a cuestionar instancias que se le han impuesto como verdades absolutas, a poner sobre la mesa temas considerados tabú en nuestra sociedad, conservadora a ultranza, y a enfrentarse consigo mismo e indagar sobre su propia existencia, entre tantos otros temas que convoca su oficio de poeta.

 

Si miento sobre el abismo (2014) es un ejemplo de la fuerza creadora y creativa de Mónica Zepeda; es también su ópera prima, en la que encontramos ya una voz poética potente, definida, perfilada en su propio “abismo”, pero capaz de trascenderse para evocar los abismos-otros de la humanidad. En los textos que conforman este cuaderno poético, la “palabra” es asidero del que se sostiene la voz lírica, que, como en cuerda floja, transita los filos del acantilado. Uno de esos filos es el tema del suicidio, como vemos en “Credo póstumo”, en el que el yo poético, sin tapujos ni eufemismos, angustiado se confiesa: “El suicidio / es mi hermano bastardo…”; “hermano” en tanto próximo, ya familiarizado con este; “bastardo” porque tanto el hablante poético como el suicidio mismo se desconocen, se desencuentran, no llegan a crear un vínculo, razón por la que “se muestra delante”, amenaza con cortar de tajo esa vida, “y no lo hace” (vv. 10, 12). Por otro lado, la voz poética advierte: “La enfermedad / es mi mejor amiga…”, es decir, es inherente a esa subjetividad que la padece, que la alberga, que es ocupada por ella y con quien puede dialogar e intimar al punto de confesarle que “[su] único deseo / por la muerte / es carnal”. (vv. 13-14; 16-18). La voz lírica parte de su experiencia de dolor y la poetiza, y al poetizarla se trasciende, porque el dolor es una condición humana y este puede conducir a los caminos más oscuros que puedan imaginarse. Pone de manifiesto, además, el tema de los trastornos mentales y emocionales que afectan a un alto porcentaje de la población. Por otro lado, la voz poética reniega de la materia (desea abandonar el cuerpo/la carne) y apuesta por el plano espiritual, esa otra vida, más allá de doctrinas y dogmas, en la que la voz poética cree, tal como lo indica el título del poema.   

 

El imaginario religioso es un elemento importante que se hace presente en el poemario. La primera parte de Si miento sobre el abismo lleva por título “Mi crucifixión”. Esta, a su vez, se subdivide en “Oscuridad” y “Cuestión de soles”, evocando así a una voz poética en tránsito: de las tinieblas a la luz. El poema arriba citado, “Credo póstumo”, pertenece a esta sección. Asimismo, “Oración”, texto que, desde mi lectura, considero una suerte de resemantización del concepto de “fe”. Antes afirmé mi inclinación hacia la poética de Mónica Zepeda como una necesidad de dilucidar esos enigmas de la condición humana. Tal vez sea muy presuntuoso de mi parte, pero, al menos, deseo acercarme a esa subjetividad que, retomando las palabras de Lorde, se rebela contra aquello que se le ha impuesto y que encuentra en la poesía un espacio de resistencia para formular y proponer ideas y, finalmente, “acciones más tangibles”. Mónica entiende la fe desde sus propios presupuestos, a partir de su experiencia de vida. En el texto, que sigue el andamiaje de una letanía, la voz poética pide la intercesión de algunas de las debilidades o tachas humanas para que, tal vez, el suplicio provocado por el dolor se apiade de ella. Cito íntegro el poema:

 

 

Esbozo de mis pecados,

   ruega por los otros

Caída de mis tropiezos,

   ten piedad de mí.

 

Orgullo de prejuicios,

   ruega por los otros.

Llanto de mis labios,

   ten piedad de mí.

 

Frente de los humildes,

   ruega por los otros.

Refugio del fugitivo,

   ten piedad de mí.

 

Cuenta del misterio,

   ruega por los otros.

Frustración de lo posible,

   ten piedad de mí.

 

Luz de las tinieblas,

   ruega por los otros.

Querida fe,

 ten piedad de mí.

Amén.

 

 

Su fe reside en aquello que percibe con sus sentidos y no en la retahíla de santos de las que las letanías católicas se nutren. Su fe habita, por tanto, en lo humano (uso este término con una acepción bivalente). Además, el yo poético ha intervenido la forma tradicional de la letanía, ha optado por un paralelismo sintáctico (a lo largo del poema) cuyo propósito es romper con el “nosotros”, por ello dirá “ruega por los otros”, “ten piedad de mí”.  Entiendo este quiebre en tanto que esos “otros” aún pueden alcanzar “la salvación”, mientras que la voz poética solo puede aspirar a una suerte de clemencia. Si bien ella está más allá de ser salvada, “los otros” aún pueden redimirse. Este es el amor crístico, despojado de lo egoico. Y, tal vez y solo tal vez, esta sea la propuesta de la autora entre los escombros del dolor.

 

Finalmente, quiero hacer hincapié en “De pronto, soy”, poema que cierra el libro. En él se objetiva esa suerte de simbiosis entre forma y contenido a la que aludía al inicio. Hay un alto grado de emotividad en el mensaje, encapsulada en la extraordinaria manera de cincelar la palabra. El poema inicia con una estrofa de cuatro versos de arte mayor, tres de ellos en función del verbo “querer” (en presente de indicativo y en primera persona del singular): “De emergencia, quiero tener salida. / De trébol, quiero deshojar mi suerte. / De frente, quiero estar en alto; / de arena, en el instante del reloj”. “De pronto”, por medio de la elipsis, el resto del poema se construye sobre el paralelismo sintáctico preposición-sustantivo-adjetivo (con excepción de los versos 27, 31 y 36 en los que se da a la inversa) y el ritmo de los versos se ralentiza, se vuelve espacioso, dilatado:

 

 

de personaje, antagonista;

de sujeto, implícito;

de efecto, secundario;

de mona, lisa;

de isla, desierta;

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Este dinamismo sintáctico negativo, como lo llama Bousoño, se debe a que los sustantivos están acompañados de adjetivos (los que, para el estudioso, poseen un “poder dilatorio”) (238). Ahora bien, el ritmo acusa más lentitud aún por razón de la elipsis, que obliga a hacer una pausa en la coma. La estrategia discursiva que utiliza Mónica Zepeda en este texto es un ejemplo del extraordinario conocimiento y manejo que posee del lenguaje. Sabe a la perfección de la agonía que el ritmo y la sintaxis reiterativos le imprimen al texto, y de cómo estos dos elementos mimetizan la angustia existencial que experimenta la voz poética en proceso de desidentificación de las normas impuestas. Porque violentar esas estructuras implica deconstruirse y rearmarse conservando su esencia. La prosodia, mayormente grave o llana (hay 24 palabras graves, 6 esdrújulas y 5 agudas, a partir de la elipsis y contando los versos en estructura inversa), lacera los adjetivos como la existencia misma del hablante poético. Hay, incluso, una suerte de auto(des)calificación, dado que la mayoría de los adjetivos posee un significado reprobatorio (incumplida, inoportuno, maldito, repugnante, perdida, oculto, tambaleante, solitario, pasajero, etc.) que dan la idea de caída, de un precipitarse hacia el final ad infinitum. Pero ese precipitarse hacia el final es en realidad un punto de inicio de una subjetividad que se erige en contra de lo establecido, que se redefine a partir de lo que el sistema considera proscrito:

 

 

Luego, de pronto,

soy

el juicio inapelable,

la vuelta continua

de un punto

 

final.

 

 

Quiero aquí retomar la idea del significado reprobatorio inherente a los adjetivos. Bousoño sostiene que en ocasiones “la reiteración no afecta a la materia fónica de las palabras…sino sólo al significado de ellas… La afectividad [les inculca] un significado único, que la enumeración sucesiva repite y, por consiguiente, acentúa” (258, 259). De esta forma, la emoción o exaltación manifiesta en el poema les imprime a los adjetivos un mismo significado, el de la reprobación. La voz poética se autocalifica en función de aquello que la descalifica en la mirada de la sociedad en la que está inserta. La autora escoge ese repertorio semántico para reiterar la idea de “vuelta continua / de un punto / final” (vv. 45-47) hacia su redefinición como sujeto histórico (en todo lo que este adjetivo implica) y para resignificar “lo reprobatorio”, poseerlo y (re)construirse a partir de ello.

 

Imagino a Mónica Zepeda en su proceso creativo, dialogando con la palabra, seduciéndola, indagando en ella, llevándola hasta sus últimas consecuencias. Mónica se desplaza por los vericuetos del lenguaje, debate con sus luces y sus sombras, desciende a sus profundidades. Su poesía posee una fuerza vehementemente exquisita, se alimenta de la vida, de lo infrecuente y de lo habitual que hay en ella. Como Lorde, Mónica se rebela ante la impotencia y las imposiciones, las cuestiona y las resignifica. A su vez, reconoce en sí misma el placer intelectual que le provee la escritura y que fortalece y estimula su ejercicio creativo. La palabra es su morada y en ella se gesta una poesía muy humana que trasciende el yo poético, que intenta dilucidar los enigmas del ser humano, que la lleva a redefinirse y, sobre todo, a formular nuevos cuestionamientos. Para ella, “la poesía no es un lujo, es una necesidad vital”.

 

 

 

Obras consultadas

 

Bousoño, Carlos. Teoría de la expresión poética. Editorial Gredos, 1966.

 

Lorde, Audre. La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias. horas y HORAS, la editorial, 2003.

 

Zepeda, Mónica. Si miento sobre el abismo. 2014.

 

 

 

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JUANA M. RAMOS. Nació en Santa Ana, El Salvador, y reside en la ciudad de Nueva York donde es profesora de español y literatura en York College, la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York (CUNY – por sus siglas en inglés). Ha participado en conferencias, coloquios, festivales y lecturas de poesía internacionales en México, Colombia, República Dominicana, Honduras, Cuba, Puerto Rico, El Salvador, Argentina, Guatemala y España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí (Artepoética Press, 2010; segunda edición revisada y ampliada, 2014); Palabras al borde de mis labios (miCieloediciones, 2014), En la batalla (Proyecto editorial La Chifurnia, 2016), Ruta 51C (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017), Sobre luciérnagas (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2019), Sin ambages/To the Point (Cuadernos Negros Editorial, 2020) y Clementina (La Chifurnia Libros, versión en español). Es coeditora de la antología bilingüe (español/italiano) Palabra Volcánica / Parola Vulcanica (Formarti, 2022) y del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992) (UCA Editores, 2016). Sus poemas y relatos han aparecido publicados en antologías, revistas literarias impresas y digitales a lo largo de Latinoamérica, EE.UU. y España. Además, sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. En 2020 dio inicio a una intensa labor cultural a través de EntreTmas, un espacio digital donde entrevista y promociona a escritoras latinoamericanas y españolas que residen en Estados Unidos, Latinoamérica y España.



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