Revista Latinoemerica de Poesía

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Kevín Villacís. Metáforas en movimiento.



 

Nota y selección por Juan José Rodinás

 

Conocí a Kevín Villacís en un encuentro desarrollado en Ambato el año 2019, creo. Me llamó la atención algún verso suyo donde hablaba de un robot o un androide o algo así. Y sentí que le interesaba algo de lo que yo escribía o he escrito. Así que, cuando me obsequió su libro, lo leí con detenimiento. De hecho, pensé, cuando leí Extrañas costumbres del ser de Kevin Villacís, en que se trataba de una especie de libro río. Libro como los ríos que fluyen llevando a su paso el mundo que los rodea, como un brazo del tiempo, plegándose y desplegándose sobre una geografía vital, sobre una tierra de preguntas y vegetaciones. Un río de arrastre, aluviónico porque, como sugiere Robert Pinski, la poesía, para perdurar, debe adaptar lo impuro en el manantial de la poesía lírica más esencial. O, como señala, Boris Groys moverse entre el territorio de lo sagrado (es decir, entre aquello que la historia cultural señala como poético) y lo profano (es decir, aquello que no parece, en principio, propio de la experiencia aurática, pero que el poeta se plantea como un territorio a conquistar para la poesía).

Después, pensé que más bien se trataba de un libro avenida, donde el movimiento de la gente de las ciudades desmesuradas (Quito va de camino a convertirse en una), donde el bullicio se impregna en una narración interior desaforada, dislocada, pura en su juventud vívida y, a la vez, secreta. Aunque Kevin, en realidad, toma recursos de muchos repertorios estéticos. Surreal, coloquial, narrativo, humorístico, en sus poemas hay siempre momentos para la evocación, como en los siguientes versos donde se siente el brío del Lorca neoyorkino. Cito: “Ahora va sola por Harlem/ y por si aparece alguien familiar,/ lleva su pala/ en la cajuela del alma”. La crueldad y la tristeza se tejen en una trama sincrética donde la vida parece temblar como un bebé gateando en la noche del ártico, como el movimiento de las hojas al paso de las paso de las ambulancias. Este claroscuro, este tono donde la ira y la compasión parecen mezclarse se deja ver en muchos momentos. Cito: “Ahora ella busca tristemente al culpable/ de quitarle al mundo su enterrador”. Versos que acarrean la sensación de una tristeza honda, de una tanatología del espíritu. La muerte es un tema que parece central en la manera en que esta avenida del lenguaje, en que estas costumbres del ser revelan su extrañamiento ante la realidad. Cito: “Nadie quiere llegar al fin/ allá, en la sierra horizontal/ donde un ramo de flores/ es un ramo de calaveras en luto”.

Metáforas donde la vida se mueve de lugar hacia la muerte, hacia la expectativa de la mortalidad. Una sensación de luto sacude efectivamente el recorrido de estas páginas. También hay momentos donde la ironía se convierte en eje articulador de la experiencia que se mueve aquí: “Hemos muerto y no nos habíamos dado cuenta,/no se permiten sombreros en la iglesia/ y los muertos no podemos protestar/con tanto gusano que nos aprieta la mandíbula.” Nos recuerda a la gestualidad del surrealismo más cómico, cerca del humor negro que defendió Bretón. Todo esto va sucediendo a la manera de un paisaje en movimiento, un paisaje que gira en un movimiento excéntrico que, como dije, me recuerda a los ríos y a las avenidas. Después de todo, ¿qué es lo extraño de una costumbre? Aquello que nos mueve desde el centro hacia las periferias de la vida social, aquello que se vive y se proyecta como una experiencia excéntrica, descolocada, dislocada y dislocadora, finalmente viva. Esta avenida de la mente que Kevin ha creado para nosostros revela la belleza de estar vivos, de poner una brecha entre la angustia de la desaparición y la juguetería del tiempo presente. Aquí la extrañeza del ser, es la extrañeza del estar, de moverse a cielo abierto hacia los límites de la vida.

 

 

 

 

EL CUARTO DEL TAXIDERMISTA

 

Por oficio o por amor,

por necesidad o necedad,

por la familia o por la prevalencia,

por el éxtasis del ámbar o

              por la permanencia del cuarzo.

              Rutilante en su secuencia cotidiana.

Pegando plegarias al dios de la goma

             para que todo salga bien.

Que no se estanque un mal rostro,

ni una triste mueca quede como un sesgo

                                    de lo no cumplido.

Que sea visto como un don,

no como una brutalidad en contra de las divinidades.

Que piensen en el arte,

tal vez así recuerden que cada ojo

                            puede ser una ganzúa

que nos libere de viejos cuartos abandonados

en viejos corazones de viejas aspirinas.

 

Por estudio o por conservación,

por exhibirlo o por cultura que escultura,

por ejemplo, para que no se lleven su cuerpo

en una caja de un metro ochenta de largo

por 60 centímetros de ancho,

por ejemplo, para que un cementerio

                      no sea un museo abandonado

donde las estatuas hablan entre ellas

como para evitar ser olvidadas por los demás,

por casualidad, para que se vayan

                       a la quiebra las morgues

y devuelvan a los muertos al cuarto del taxidermista

o a la casa de mi humilde tío que se trasnocha

desde el oscuro año setenta y nueve

esperando que su hijo Arsín

despierte de la silla mecedora,

borre esa infantil sonrisa de la inocencia

y salte a los brazos de su padre,

como en una impasible rutina por salir

del plano de los que se fueron.

 

Por eso o por miedo,

por aquello o por sueño,

por sinceridad o por anhelo

de ver regresar a los que habitan en el aire

aunque sea en otra frecuencia, en otro plano,

en otro universo paralelo tan junto al nuestro

que a veces sentimos que nos respiran en la oreja

y decimos: ha de ser la esposa del tío,

a ella siempre le gusto el olor a desempleado

y a piel fresca antes de la disección.

 

Ojalá leyera esto el maestro Marcelo,

es difícil hacerlo salir de su taller.

Siempre mantiene los mismos procesos

de remojar la piel de cualquier animal

que llegue a su puerta,

hacer el piquelado como se hace la mezcla de

cafeína,

dejarlo todo curtido y dormir

hasta que estén listas las fibras de los nerviosos.

 

Nunca guardaba los corazones,

ni los pulmones, ni los riñones,

decía que en los órganos se esconde

lo bueno o lo malo,

mientras que la piel es sincera:

Si alguien vivió feliz, termina con los brazos

en posición del último abrazo que dieron en vida,

si alguien fue triste,

pareciera que su cuerpo terminara

agarrado de los hombros

como en un eterno frío

que lo seguirá por la eterna caída.

Mientras que otros, los que jamás

se decidieron a nada,

ni sintieron nada ni fueron consecuentes

con sus caricias o acacias,

terminan erectos, como a la espera de despertar

y que todo siga igual, o por lo menos, que nadie

haya tocado su caja de galletas

donde guardaron las cartas con amores fugaces

y pequeños remolinos que hicieron del cariño

                          un horror sagrado.

 

Sonaría raro, pero así pensaba mi tío,

era un sabueso de las buenas pieles

y decía venir de la secta del bisturí.

Siempre me dio miedo visitar su hogar,

si no era el taller, su casa estaba llena

de rostros colgados de los muros,

sonrientes, tristes, secos, diabólicos o

en un semblante tan santo

que sospecho un tenue olor a polen

o vida entre sus dientes o entre sus ojeras de

                                                          sándalo.

Pensarían que tantos animales serían hermosos

después de estirar el pulso

y quedarse con las patas al aire,

flotanto tanto pero tanto como buenos fantasmas

alrededor del xilófono de la sala.

 

No basta con la imagen que les dejo.

Mi viejo tío aprendió a hablar solo,

y sospecho que en las noches

alguno de los huéspedes congelados

mueve alguna patita o brazo o mano

y chasquea los dedos

como riéndose de la soledad

o del tío que ya parece muñeco de ventrílocuo.

 

No basta con su rutina que les cuento.

Algún día morirá

y no sé quién cumplirá su testamento.

 

                       Yo no le hago a la taxidermia.

 

Extraído de Extrañas costumbres del ser. (El Ángel Editor, 2021)


 

 

NARCISO NENÚFAR

 

Lo que es la amistad

de la rana con el río.

Viven juntos

hasta que uno salta

y se ahoga en el otro.

 

Lo que es el amor.

 

Extraído de Extrañas costumbres del ser. (El Ángel Editor, 2021)

 

 

***

 

 

KEVIN VILLACÍS LARCO (Sangolquí, Ecuador, 1997). Mediador de lectura, periodista, productor de artes literarias y multimediales. Fundador de La Calamita Producciones. Autor de los libros: Extrañas Costumbres del Ser (El Ángel Editor, 2021) y Mi amigo murió en la celda de al lado (Premio Nacional de poesía Paralelo Cero 2022). Sus poemas y escritos aparecen en: Antología del XI Encuentro de Poesía en Paralelo Cero 2019, Espacio, Me Has Vencido - Antología de poesía hispanoamericana, Uni-di-versos (El Ángel Editor, 2020); Voces Indelebles, antología de poesía erótica (2021); Brevestiario, antología de minificciones. (Revista Brevilla – Cl. 2021); Antología de Microficción en pequeño formato. (Editorial EOS Villa – Arg. 2021); Tras la Huella y El Legado del Bombardeo de Gernika (Fundación Ramón Rubial – Esp. 2022). Y en las revistas digitales: La Cintura de la Luna: Poesía Ecuatoriana Contemporánea (Revista Liberoamérica. Esp. 2021); Círculo de Poesía; La Raíz Invertida, entre otras.



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