Revista Latinoemerica de Poesía

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Óscar Slevh Pózel: Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango



 

Compartimos una selección de Breviario de insurrección del poeta Óscar Slevh Pózel, libro que obtuvo el XI Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango y está próximo a publicarse:

 

 

NOCHE

Un rostro intenta descifrar palabras frescas sobre la mesa.
Se inclina.
Las huele como el exorcismo a un viejo ángel.
Bordea una a una y la tinta ulcera las yemas.
Contempla el empeño, la espada en la garganta de aquel que las escribió.
La poca luz lo toca cosquilleándole los huesos con el temor de un polvillo
descansando en su sombra.
Vuelve sus manos a ellas como dos serpientes decapitadas
                                     como monumentos que algún día hablaron.
Siente pasos tras de sí, un eco de monasterio,
                                     un perfume a su costado.
¿Qué rumor se acerca a descifrar las palabras sobre la mesa?

 

  

 

DIMITRI SHOSTAKOVICH INVITA A SU WALTZ N° 2

Los pasos no se separan de la madera.
Antes invitados, ruedan a la luz de frías veladoras
en el sueño de sus miembros, el velo de un polvo tejido por la música.
Avanzan con las pupilas tiznadas de noche
                        agrietadas por la parsimonia del saxofón.
Bailan con disciplina, pulen anillos alrededor,
insomnes,
ignorando al andariego que transita hambriento por la sala.
Ni el respiro ya marchito o la flor sin sol logran apartarlos
del violín y su hilo atado al pecho, al talón abrazándose a la
Niebla.
Traspasan edades, paisajes de un recuerdo insignificante al mundo,
sin un porvenir salvo el de las arañas con sus cicatrices
sobre los rostros ya impasibles.
Bailan con ellos, con la sombra que conquistó
sus pies, con la melodía y el luto disfrazado de fiesta.
Bailan lo que fueron:
un pasillo de silencio
zapatos huérfanos
sin desprecio ni reparo, sin señal o súplica.
En tiniebla cada mejilla,
van al vals extraviados entre la Niebla.

 

 

  

 

EMILY DICKINSON ESCRIBE TRAS LA HIERBA

Esta es mi carta al mundo
que no me escribió nunca
Emily Dickinson

Alguien incubó una araña en tus manos,
un árido jardín de hueso.
¿Quién palpó tu espíritu de centinela?
Sólo sé del cautiverio poblado de frutos
lágrimas de ardiente color
el remordimiento de noches
habitadas por sombras,
                                   los objetos que tus huellas conociera.

Recuerdo la mañana en que tomabas una abeja para escribir sobre ella,
regar una soledad y prescindir de paraísos humeantes.
¿De qué piedra desenterraste los acertijos y el lenguaje parsimonioso de la muerte?

Son tus manos un girasol, fino traje
de la ceniza,
del polvo embalsamado.
Son tus manos emisarias.
Aún pesa en los dedos la araña que teje
tu carta al mundo.

 

 

  

 

POETA

A Gabriel Arturo Castro

Una salamandra guardó tildes rojas en su pecho y las conjuró a tu nombre
la noche del nacimiento.
Te he conocido antes del galope del potro
con la confianza de verte luego escondiendo silencios en el pajar de algún sueño.
Voz de pez antiguo,
fuego de una memoria clarividente,
                                                     heredero del mito y sus
cicatrices,
decidiste fabular un jardín dentro de una morada vuelta ruina.
Manos meditando sobre el humo, ¿en qué momento se te entregó las llaves de la eternidad?
Ocultas, sin ninguna puerta más que el asombro,
yacen en una piedra que sólo tú conoces.
Si tan siquiera pudiera tomar de Aurelio Arturo un viento
que cantara el rumor que le raptaste al bosque,
sabría de la noche y el incienso frotándose en tu primera mirada.

 

 

 

 


DAGUERROTIPO

Tras un retrato, la mano del centinela labra un gesto.
En él, vientres se esconden entre la sangre
con la incertidumbre de ser un árbol de raíz interminable.
Antiguos dedos se resbalan y caen en una mano, reverso que palpa rostros
y el frágil cuerpo de seres vueltos ceniza.
Extraviados ante las puertas de desconocidos
                                                                  anfitriones:
¿quién abrirá la caja donde suspiran viejos retratos?

 

 

  

 

 

SÚPLICA FINAL

A Héctor Rojas Herazo, ante un lecho; in memoriam

Por la sombra que de a poco carcome mi garganta y desnuda
un viejo sermón ante tu cuerpo.
Por la tardía semilla naciendo de mi voz
reteniéndose como un verbo amargo en tus dulces labios.
Por tu mirada que desciende incognitos pasadizos y mis ojos
pudriéndose por el silencio,
reclamando el murmullo del Dios que habité
                                                                 en tu piel.
Por el pájaro que trae dos inciensos en su pico y me niego a dejar entrar.
Por el abismo empuñado en mis manos,
la sangre de mis espinas desmenuzándose en tus pupilas
y el gesto de la fotografía vuelta blanco y negro.
Por mi permanencia en un laberinto que sólo conocía
tus pasos y la llave que con fervor pinté en tu vientre.
Por la noche tejida entre cuervos y el suspenso de un nervio
oculto entre escombros
Insomne
por temor al mañana.
Por nuestro olvido que se canta y siembra esquirlas en alguna memoria.
Por tu sueño.
Por domar esta tropa de escorpiones en mi pecho;
mírame.
escúchame.

 

  

 

 

 

PADRE

Padre, permíteme tus ojos y no sólo un nombre; no dejes en la oración el tiempo, aquel sudario que absorbe la piel. Mira mi rostro, descubre la semilla que pudrió tu pensamiento, no prescindas del pulso inexorable, no entregues tus dedos a otros labios. Mis labios, persignados, aún se desangran por el ir y venir del hueso.
Padre, no liberes la soledad, mucho menos la dejes vigilando mis noches, aleja su sal vestida de milagro. ¿Dónde pusiste la primera mirada, el fresco gesto enrollándose a la dureza de tu mano? Sé del niño que aún duerme en un baúl envuelto entre polillas, a la espera de los ojos que abalanzó dos puñados de tierra. Padre, concédeme un consuelo, un remordimiento, una esperanza o la calumnia capaz de mecer este cuerpo.
Padre, provoca una memoria anterior a los salmos y no bendigas mi desierto con el hastío de un rostro frío. Quita la máscara, pronuncia tu carencia, desencadena al leproso ángel que forzaste a este apellido y no puede volver a su paraíso. No lances más pesadillas al mundo para luego inclinarte, arrastrar humillaciones ante un dios que renunció a todo. Padre, limpia tus rodillas, no intentes borrar el látigo que clavaste en el llanto de la mujer que me ofreció a ti. Levanta el rostro: no trates de ocultar la fiebre del aguijón surcando tus mejillas.
Padre, ¿por qué no escucharme? ¿dónde el eco, el temblor de este antiguo silencio? Padre, por ti sé que todo espectro vuelve sobre sus pasos.

 

 

 

 

RICHARD WRIGHT

¿Qué secreta piedra domó tu tacto para devorar la eternidad?
¿A qué dios le raptaste su destino para poner bajo tu lengua el
sonido que aún tiembla en el fondo del sueño?
Ahí te veo,
en medio de luces intermitentes
como insectos marchitos por el graznido de un albatros.
                                             ¿Echoes?
¿Por qué fluye de tus dedos la paciencia de la enfermedad
presagio de un hambre carcomiéndote por dentro?
Asisto a tu escritura:
la blanca fila de páginas aún siente el galope de tus
                                              huellas.
Asisto a ver tus mejillas, el rostro ensimismado
sin advertir el escenario,
lienzo donde las luces fabulan sagrados recuerdos.
                                              Echoes.
¡Oh, Richard Wright!
supiste bautizar la lejanía,
frotaste una secreta piedra en tu pecho
y en tus manos las esquirlas inscribieron mis
Plegarias.

 

 

 

 


LA ESPERA

Lo terrible no es derrumbarse,
es entregarle a la esperanza un azar que ya conocía.
No se trata de estar sedientos, por el contrario,
es comulgar tras un intersticio
por amargo que sea.
Es encontrar en los escombros de la polilla un péndulo que nunca
ve su centro y el paraíso en la planta aferrada al
alambre de espinos.
Lo terrible es creer encontrar en la noche un dulce rostro
llagado por las ojeras.
Toda esperanza es un suicidio sutil.

 

 

 

 

SILENCIO

¿Dónde están las palabras?
¿Dónde está la señal que la locura borda en sus
tapices a la luz del relámpago?
Olga Orozco

Arde como sudario en el rostro de aquel tras la ventana
que recibe esquirlas de un viento extranjero.
Es el miedo al compartir su hambre en mi mano
                                       el que me invade;
su jardín de piedras coloridas, paciente dolor del asombro y la belleza.
Es la complicidad llamada escritura la que resucita el eco
de una antigua pregunta;
al hombre absorto y sus recuerdos.
Pronuncio este temor así agriete mis dientes,
dejo en su voz mi defensa y mi derrota como el pozo que impuso en mi garganta.
¿Quién podrá desenterrar su profunda raíz eludiendo la fragilidad traducida en rencor?
¿Dónde hallar una palabra que nos exima de la culpa de existir?

 

 

 

 

Óscar Slevh Pózel (Bogotá, 1994) Licenciado en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima. Autor del libro El Andariego de la Savia de ensayo, crónica y entrevista, con el cual obtuvo en el 2019 el “Premio Ibagué Capital Musical”. Premio “Ibagué Literaria: Relato Corto” (2022). Ganador del XI Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango con su libro Breviario de Insurrección. Sus ensayos, comentarios y selección de poemas de autores han aparecido en las revistas: Confabulación, Literariedad, La Raíz Invertida, entre más.

 

 



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