Revista Latinoemerica de Poesía

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Emilia Ayarza: "Voces al mundo"



 

Transcribimos el prólogo escrito por el poeta mexicano Abigael Bohórquez al libro El universo es la patria de la enorme poeta bogotana Emilia Ayarza publicado en México en el año 1967. Igualmente, transcribimos uno de sus grandes poemas: “Voces al mundo”.

 

 

Prólogo

  

Las palabras le sonaban por todas partes. Recitaba a gritos versos amados. Reía con la alegría brutal de quienes sienten que el mundo les queda pequeño.
Entonces, haber vivido, fue, en Emilia Ayarza, fundamentalmente, estar viva, seguir viviendo.

 

Poesía directa, intensa, idioma que abandona todo titubeo para asestar golpes progresivos a la continuidad de cuellos robustos y de temo no haberme sabido explicar de la poesía que escribe actualmente la mujer en América. El ámbito se desborda, no sólo lo inmediato o lo cotidiano, sino las cosas que componen al mundo más allá de lo familiar, creándose así una poesía de aliento universal, caliente, siempre adentrándose en un cuerpo de mayores condensaciones y más transparente equilibrio. Emilia entra de golpe en una plenitud que cuando tiene peligro de nubarrones más o menos turbios son borrados por la sacudida oportuna de la ironía sin trastienda neurótica, tendiendo siempre a la solución abierta, poesía que ya se advertía devastadora y plena desde Voces al mundo y que ahora en El universo es la patria alcanza el tiempo justo humano, la más luminosa destrucción para el que tenga ojos para ver, oídos para escuchar y lengua como ésta donde nada sobra, para decir acerba y feroz debajo del tono contenido, las cosas de nuestro tiempo. Con El universo es la patria, Emilia Ayarza toma posición abierta ante la realidad del hombre y con desusual aliento épico su poesía sobrepasa la fuerza necesaria para trascender más allá de una lectura. La poeta ha conservado gran parte de la desesperación y la cólera de sus anteriores poemas, pero quizá en el interés de no caer en la grandilocuencia verbal de los poemas civiles incurre en prosaísmos, riesgo natural en el género épico, sin que ello signifique que la obra carezca de fuerza en muchas de sus partes, por lo contrario la salva un dominio mayor de los recursos expresivos y una mayor riqueza de temas, que hacen de El universo es la patria un libro que camina sobre América para que nadie olvide el nombre de Emilia cuya muerte física aun ahora es imposible de creer. Emilia poeta; un lenguaje acerado, rico en giros, agudo, a veces tierno. Los versos, aparentemente libres, aparecen llenos de un rigor, profundidad y música interior sobria. El verso es largo, y con sentido propio. Para Emilia no hubo palabras poéticas o no poéticas, todas le sirvieron. Esta es la poesía más difícil. La que indaga, averigua, define el tiempo que le ha correspondido vivir al poeta, la única poesía que puede aspirar a luchar con el tiempo. Emilia aprendió el rigor y la seriedad del poeta para enfrentarse al hombre de su momento. No es posible afrontar la aventura poética sin un mundo, sin una conclusión de los sucesos que nos golpean o que nos han golpeado. Emilia fue golpeada por el mundo y este mundo después de analizado lo virtió íntegro con sinceridad, con unidad en su poesía. Este es el método más difícil de hacer poesía, requiere oficio. Hay un diferencia, nada sutil entre el poeta que puede manejar su mundo vivencial (sin que intervenga para nada la trasnochada y romántica inspiración) y el poeta anárquico que hace un poema hoy a un poste eléctrico y mañana a una vieja coja. Y en Emilia Ayarza se confirma la unidad vital y desgarradora de una poesía con oficio, escrita con sangre, con huesos, con músculos, con sexo.

He aquí una poesía escrita de pie, por Emilia Ayarza, de Colombia, de México, del mundo, para que sepan…

 

ABIGAEL BOHÓRQUEZ

 

 

 

VOCES AL MUNDO

“Quien quiera que seas
yo pongo mi mano sobre ti;
sé tú mi poema!”.
Whitman.

Que vengan. Sí. Que estoy llamando.
Que estoy abriendo mi voz como una flor
al mundo entero.
Estoy hablando un millón de lenguas y dialectos
estoy estirando los brazos infinitamente.

Que vengan. Sí. Que vengan los tristes, las mujeres sin hijos,
los hombres negros, los niños sin risa,
los jornaleros, las vírgenes y los poetas
que vengan los ladrones, los que esconden en la axila la jeringa,
las monjas de sexo y de corneta blanca
que vengan, sí, que vengan.
Yo estoy en su llanto, en su vientre infecundo,
en su color de muerte viva, en su barro,
en su caos de llama y de silencio
en la penumbra mental de sus orgasmos.
Yo estoy en la puerta del mundo
alta y joven
en el centro del misterio y la verdad.

Ríos de fósforo me corren debajo de la piel.
Represento los árboles, el lodo y los diamantes.
Soy la ola cómplice de los piratas
y la serena espuma de los náufragos.

Que vengan. Que vengan todos a mi cuerpo universal.
A mis senos generales. A mi vientre infinible.
A mis brazos y a mis piernas cardinales.
Que vengan que soy la conciencia de los tristes
la memoria de los olvidados
la más desesperada tiniebla de los ciegos
el pecado capital de los cartujos
el agua, el pan, el techo, la tierra de los hombres.

Que nadie deje el venir.
Yo soy la playa. La jaula. El tren. El libro traducido.
La niña elemental. La cordillera. El traje azul.
Que no se detengan ante mí. Mis brazos son anchos
y rodean el globo
y no tengo medida ni límite especial.
Que vengan, que soy la hermana si casar,
la madre con amante, la pariente fea,
la hija indefinida y musculosa,
el sobrino ratero, la amiga vergonzante,
el desertor, la abuela sin cuentos,
la maestra de la piel de mapa.

Digo que vengan, porque soy múltiple, abundante y total.
Porque tengo el nombre de todos
la estatura, el sabor, la corrupción, la bondad de todos.
Camino los pasos de un millón de pies
estoy llena de besos, cubierta de vías,
multiplicada de sexos, de cartas y de olvidos.

No puedo concebir la soledad de nadie
mientras marque mi pulso la hora universal.
Yo pueblo y habito las torres y los subterráneos.
Las cunas y los cementerios.
Que vengan a buscar en mí, su patria,
la ley, su casa, el idioma y el color de su piel.

Que me busquen los dulces y me ganen los que juegan.
Que me surtan las cosechas y me moldeen los alfareros.
Que estudien sobre mí la geometría, el cáncer y la biblia.
Que hagan los niños su curso de inocencia
y se gradúen de cansancio los ancianos.

Que vengan las madres solteras,
las que tienen un hijo con los párpados quebrados
que mi padre era ilimite y su nombre
puede bautizar la criatura y devolverle
la alegría que perdió su madre al concebirlo.

Que vengan. Que vengan a mí. Que nadie pregunte
“adónde voy” mientras yo exista.
Y mientras cuatro paredes sostengan el techo de mi casa.
Que nadie diga “adónde me reclino”
entre tanto mis hombros sostengan en redondo el aire.

Nací el día de la luz y el pecado original.
Crecí del sol, de su germen de oro tibio
y se me hincharon las venas
cuando supo la llama que así empezaba el fuego.

No soy yo. Soy todos. Soy colectiva y numerosa.
Me cuento por millones
y existo por kilómetros.
Soy un mundo de aviones, de culebras y de ríos.
Retumbo de hormigas y leones
y tengo las orejas pegadas al espacio
para captar el desfile de los muertos.

Sí. Que vengan los alegres al cascabel que habito.
Que vengan y me miren de campanas
que yo les digo el lugar de las marimbas.
Que vengan, yo les explico cómo es la risa
de cuero de las panderetas
y la cintura musical de los violines.
Yo les enseño cómo llegar al fondo de los tiples
y al amarillo perfil de los trigales.
Les digo la aromática historia de las piñas
y el cuento en el sol mayor de los canarios.

Sí. Yo les descubro la orilla de los sueños.
El continente de la salud y los domingos.
Les doy un diploma a los que estudian
con la firma de un viaje o de una novia.

Que no se quede ninguno sin venir.
Que vengan los tristes a depositar
su llanto entre mis ojos.
Que yo me callo sus dudas y disimulo su cuna y su viruela.
Que no pregunto si el cadáver era grande o pequeño
y si la muerte llegó de puntillas o en medio de tambores.
Que nada digo si durmió de hombre en hombre.
Si llenó las horas de sudor y una sola moneda pequeñita
se repartió en siete bocas desoladas.
Que fundo una aldea de llanto
donde puedan asearse las lágrimas y los pañuelos
sin que nadie averigüe
de dónde vienen ni hacia qué sitio se dirigen.

Yo abro las ventanas del caos para que se orienten los suicidas.
Que vengan todos.
Que vengan.
Que no caigo en la cuenta de las estériles,
de las prostitutas
ni de los homosexuales.
Que vengan.
Que no creo en los idiotas ni en los lunes.
Que no lloro delante de los torpes o los mundos.

Que no. Que no digo nada de los tristes, ni de las lesbianas.
Que no cuento nada de los que tienen sobre el hombro un piojo.
O andan preguntando si hay una mujer para alquilar.
Yo tengo sitio para aquél y para ti.

Que vengan mis dulces enemigas
que pisen mi calle y mi memoria
que busquen a mi amado,
que él sabrá caminar sobre mi sombra.
Que se vistan de rojo o se desnuden de blanco.
Que excluyan mis esferas y mi vello.
Que pasen por encima de mi voz
de mis dedos calientes como venas.
Sí. Que vengan las pálidas, las angulosas,
las de la piel de plata como las sardinas
las simétricas las puras
las de dulce perfil, que se distinga
como un medallón al pecho de mi amado.
Que ninguna se detenga. Yo oriento sus palabras y su olor.

Y hago que él no extrañe su risa de acordeón.
Yo les indico la ruta de su sueño
de su caricia acostumbrada
y les aconsejo el color que le pone los poros en relieve.

Yo estoy íntegra completa para todos.
Con mi cuerpo grande, mi casa llena de rincones,
con mis libros, mi vino, y el humo de mi chimenea
que pone su rúbrica de pan sobre el tejado.
Sí que vengan. Que vengan los que cantan
y los que creen que cantan.
A todos les creo y les escucho.
Respeto a los poetas cuyo único poema
hace gigante su ínfima estatura.
Al escritor cuya novela
es la almohada de las niñas de provincia
o el sombrío hazmerreír de las imprentas.

Que nunca me burlo de la ingenua que ríe convencida
de que sólo tiene arrugas en el almanaque.
Digo que sí, cuando el pintor
me pregunta, si ese pecado mortal de líneas y colores
me trae a la memoria una tarde de agosto
con un crepúsculo de uvas y nostalgias
colgando en la penumbra de su propio peso.

Yo emerjo de la historia y de los monumentos.
De las niñas que engañan, de la greda
y del fondo de las tumbas.
Del hastío de los reyes y las solteronas
que se dobla sobre un gato, sobre un canario
o sobre un tablero de ajedrez.

Yo emerjo de nada y me sumerjo en todo.

Que vengan a mí los caminantes
los que tienen geográficos los ojos
y dejan el cansancio y la memoria en los museos.

Que vengan los presos y me cuenten
sus noches de kilómetro
sus hondos calendarios de frío
y me digan a qué saben los venenos
mientras afuera el viento se pasea.

Que vengan.
Que vengan todos a mi corazón.
Yo me pongo de pies y juro.
Tú, y tú, y tú, me encontrarás.
Y no te fallaré a ti. Ni a ti. Ni a ti. Ni a ti!


Emilia Ayarza (1919-1966)



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