53. Tallulah Flóres Prieto
Son múltiples los elementos que asisten a la poesía de Tallulah Flóres (Barranquilla, 1957). Su voz se siembra entre la geografía de la tierra o el agua y la tormenta interior que convoca una reflexión continua del lenguaje. Es decir, desde esa naturaleza híbrida que mantienen los barranquilleros, esa palabra siamesa que se bifurca entre mar y río, se desata una madeja con la que se teje el tiempo, el torbellino salvaje de la vida y la luz que arroja la conversación con el arte y sus “ínsulas extrañas”.
Hay una pregunta que se mantiene a lo largo de sus poemas de una y otra forma, una interpelación con la existencia que también es una celebración, entre el amor y la palabra, entre la corriente secreta de los ríos que traen y llevan “cosas vivas” y un sol que se esconde para que la noche haga una fiesta.
Festejamos la poesía de Tallulah Flóres con una selección de su trabajo publicado, junto con unos poemas inéditos que pertenecen al libro Poemas ocultos.
De Voces del tiempo
SI SE NOMBRA EL RÍO
No poseo absolutamente nada
que pueda igualarse a estos hombres hermosos
que asaltan ingenuos
la lengua oxidada del agua con sus cuerpos.
Los pescadores son ríos pequeños en el río.
Geometrías tatuadas por la mugre de este siglo
que pasa y permanece en cada puerto,
en cada orilla coloreada por el agua:
un verde, un ocre, un rojo en la certeza
que sólo suelen dar las cosas vivas
y todo tan intacto.
Intacto el negro río
y el marino intacto entre mis piernas
dementes y obstinadas algas
que respiran cansadas cuando el sol se lanza en sombra
haciendo otro ejercicio del paisaje
inclinado por buques de océanos distantes.
No quiero que este río se ahogue entre sus aguas.
No quiero que pierda la memoria y se detenga en lodo.
No quiero que ceda a la pobreza
y que todo se reduzca a la antigua afición de un espectáculo:
a la imagen de algún cine recordado.
NERVIOS DE INVIERNO
Homenaje a George Bacovia
El cuerpo de la noche se recoge.
Lentas, bajo sombras,
las tabernas gritan.
Caigo.
Y una sola palabra sobre el aire
que es de pronto un círculo de aves
mancha mi memoria.
Bacovia, poeta:
te leí con prisa,
sin sol,
incontrolable.
Me enseñaste hace tiempo una tristeza
de carcajadas lúgubres
y una humedad que sólo hallaba
en tus siempre escasos árboles
que me advirtieron el peligro.
Pensándolo bien
desde este trópico de rones,
de mitos
y de restos de basura,
me extravié en Rumania
durante aquel invierno ajeno.
¿Cómo adivinar que más tarde
habría de confundirme contigo en el espejo?
Siglos de sol,
una línea de luz en medio de la arena.
Barranquilla enterrada en una esquina
de risas y de baile.
Nada olvidado, todo decisivo.
Así tus cuervos y tus buitres de cristal
posados por siempre en cada hoja,
en cada texto,
en cada soledad mía
una y mil veces corregida.
George Bacovia:
a mí me gustaría repetirte en este cielo,
en esta página que traza
cada fase final del optimismo,
la historia de un poeta o
el estallido de una orquesta
que resiente cada noche mis sentidos.
Carrera enloquecida
o una leve manía por la vida.
FIN DE FIESTA
Entonces di vueltas y dije en voz alta:
yo, que combatí sin venganzas los horrores del día
tan ciertos,
que renuncié a descifrarme en el sol, en su tiempo,
que accedí a perpetuar el deber, la pereza,
para cada trayecto una versión de mi rostro,
una conciencia suelta
que aprendí a brincar desde adentro
cuando puse los pies en la tierra,
¿podré tener la noche?
Y traspasé con la mano una puerta.
Del otro lado, la puerta
con la sola esperanza sin ojos de cada nube negra,
adoré a mis demonios sintiendo el temor de saberlos tan cerca.
Y así estuve presente en el silencio rojo sin señas
de las cómodas sillas que no tienen regreso,
en el exilio suave, los bares que cuentan
que no es otra la historia:
mentiras en humo al final de la fiesta.
PUERTO COLOMBIA
I
Se diría que no es más que el mediodía,
lo sofocante del sol o
los patios que ingenuos
se levantan de tumbas sin mármol y sin verde.
Todo allí se traga el polvo de los muertos.
Incluso el mar
visitado los domingos
cualquier día se desgarra en un volcán de luz
que grita hacia las doce
compitiendo con la risa miserable de los niños.
Ellos saben del combate con las olas,
se desmoronan en el agua,
acomodan sus huesos entre trapos
y chillan incansables hasta dejarse poseer
por los fantasmas de su pueblo.
La historia ya no cuenta para nadie.
Las horas se juntan con las horas en lo que resta de este puerto
y la música estalla incesante y se adormece
en los ojos de los peces, en los vidrios de la arena.
Más allá las redes se devuelven.
Se diría que perciben lo implacable del reposo,
el misterio más profundo de las aguas,
las trincheras en la arena.
II
Así, la mirada obedece a un sol soberbio,
a un rojo indeciso que se humilla y se pierde
sin colinas que oculten un poco su agonía.
Las aves encierran el paisaje,
dialogan en secreto, giran libres
y se apoyan locas en el aire
con un grito que resuena todavía
en cada pie descalzo,
en cada remo,
en cada red que se aproxima.
Se cubre de luna el mar en ese instante.
Los peces se rinden en el agua,
los pájaros se duermen
y los faroles incendian las ciudades
inventadas cada noche
bajo el muelle.
Un doble Olimpo, por ejemplo.
Hoy, un acto inescrutable de columnas infinitas
hacia arriba-hacia abajo
un dibujo sin alma, sin olor,
sin dioses, sin desastres.
Finalmente, el espacio. Todo.
Y yo, al borde de la noche
o en esta orilla del Caribe.
NATURALEZA MUERTA
En verdad no hay historia:
desde la madrugada todo está quieto
y la niebla oculta los caminos.
A través de los árboles
las palabras
sigilosamente
se transforman en dibujos crueles,
signos cerrados de erotismo
que aparecen rodeados de miedo y de misterio.
El gris destierra el día,
pero yo sé que es temprano.
Me duele el cuerpo de andar a ciegas
y toco la fuerza de los troncos que no hablan.
No es un cuento:
las letras me recorren ávidas,
con rabia, y huyen de mí
sin revelar razones:
¡Infelices palabras!
No hay trama ya en el parque.
Soy yo, sin follajes,
y bajo el farol del centro
la luz
en precipicio
se apropia de mi boca.
De Nombrar las voces
HÉCTOR ROJAS HERAZO
Que no se diga nada de tu ausencia,
porque ahora tu mirada se posa sobre el mar
y tu perpetuo irte por tanto asombro y miedo
te acomodó justo en la bóveda de Dios
quizás antes de tiempo
un tanto sabio un tanto presumido
para poder pelear con él ahora que estás muerto
y no sabes dónde estás.
Que no se diga que no lo tienes todo,
porque nombraste el terreno pantanoso
que heredamos de ti en este Caribe pobre y concluido
que de tanta memoria desafiaste
afirmando tu propia eternidad en una idea de patio,
en un proyecto de luz a eso de las cinco
cuando la certidumbre de lo simple
mereció tu aprecio y tu dolor por saberte tan triste
y sabernos tan tristes en este lado del mundo.
Pero que no se diga que tampoco fue el mar
cuando el mar dirigió tu embarcación a remo
y el silencio fue más que ruido de tambores y de noche,
la voz de tus parientes y tus dulces caballos
reconstruyendo tu historia en la oscuridad del tiempo.
Tus parientes, que pusieron tus ojos en los ojos de ellos,
recogieron con cuidado los bordes de tu cuerpo,
y sin la frase acabada de las tumbas
te regalaron el sueño de tu azul salado
para que por fin vivieras una vida por fuera de la muerte.
PARA MIGUEL IRIARTE
Escúchame bien bajo este sordo sueño que te orienta hacia mí
cuando pases por tu casa del mar y grabes todo el pasado de tus costumbres rurales
y en tus poemas recojas los restos de esta ciudad que asusta
porque ves con precisión y afecto que nunca tuvo edad.
Por toda la música que se perdió en tu alma para saciar el abandono de siempre
escucha lo mejor de mí y traduce estas frases como mejor convenga
para robarle el tiempo a las batallas postergadas y perturbar el porvenir
antes de que encuentres unas manos más frescas
y expongas tu cuerpo al amor
y yo duerma de pie para besar tu sombra.
Escúchame bien que has escrito tu hora con valor y resistencia
sin la vergüenza anticipada de los verdugos y las víctimas
que no saben cómo pensar el odio o el amor.
Has sabido pronunciar las palabras acordes para devorar la tierra
tú saludas a los mangos cada día
y a los negros y blancos vestidos de inocencia
estrechándolo todo, dejando a un lado tu vida
para buscar palabras que reviertan las cosas que no están.
Te observo entre las sombras.
Mundo vacío. Solamente nada.
La verdad está allí cuando tú cantas y yo escribo y descanso sobre ti
como si fuera tu amor y tus palabras estuvieran en mí.
Abrázala –quien quiera que ella sea-
para que cante contigo el hombre que eres tú.
¿Me escuchas? Aléjate de mí
Para que puedas preparar mi cama
como un ave de paso cada noche.
JOHN DONNE
Esos papeles que hablan de parejas eternas
que llevan en sus labios las palabras que deben llevar,
y se aman más allá de las estancias y las risas,
y no niegan la muerte para no sentir temor,
son bellezas tristes que se fugan presas
cuando el tiempo se deja caer
y ya no hay estaciones ni nada qué decir.
Pero el círculo se abre
y del amor sus mártires llegan con menudo lenguaje
sobre los territorios anónimos
que ignoran los hombres que aman el sol
dejándose poseer por la brutalidad de los cuerpos,
por el capricho de las manos,
por los ojos que en vano buscan una noche concreta.
La tierra es ahora húmeda y los amantes despiertan
cuando la luz penetra y hace todo demasiado real,
y la voz de John Donne, un tanto justa para cerrar el círculo,
evoca la risa de los árboles de Twicknam
o se enreda en las ramas del más sagrado árbol
provocando a la muerte.
De Poemas ocultos
COSAS DEL RÍO
A Gabriel Jaime, quien me enseñó la luz
Sin embargo, la luz. Eso decías.
Pero hemos visto cómo la ciudad se tuerce
cuando de las montañas surge el ocaso con los muertos futuros
que poblarán la noche en las cloacas del río.
Todo ha sido decretado
irrevocablemente
para la montaña, el ocaso, la noche y el río.
El hombre contra el hombre, levantando la voz y las pezuñas,
pleno de odio y amor desbordados.
Pero el amanecer despierta,
y a plena luz del sol
tan poco qué decir.
La brisa se agita y en el aire flota uno que otro hueso de la noche última,
los ladridos de un perro confundido, el mango de un cuchillo,
el humo del fogón ya levantado, un leve olor a carne ya podrida,
una mujer guardando algún secreto malo mientras ata desperdicios a su cuerpo,
y el gemido de un niño bulle en su entrepierna.
Sin embargo, sabemos continuar.
Con algo de vigor, recobramos el sentido.
Hoy no hay que trabajar.
Además, es verano.
En Medellín se espera el renacer del río,
y hay una luz esplendorosa en estos días.
¿Somos culpables ante quién?
De bajar al infierno del subsuelo
¿O será ante nosotros culpable
El enviado ángel del cielo?
Arseni Tarkovsky
A Camilo Iriarte Flores, por ser quien es, y por Tarkovsky, el hijo.
Que nos disuada la noche,
que asole nuestra voz,
que tome una a una tus malas palabras y las mías,
y las de ellos pausadamente las acuñe
hasta ser un testimonio más del tiempo que llevamos a cuestas.
Para entonces discurrir desde la orilla,
usurpar el valor de nuestros muertos,
delatar con furia nuestra desvergüenza,
por haber pasado de mano en mano cada frase cifrada
que sufragó el hambre de todos y el silencio.
Y que se haga la luz,
que un nuevo río de palabras nos guíe con algo de piedad
para extraer agua de boca del cielo subterráneo,
para poder decir he aquí a los muertos,
sus pies desnudos intactos todavía,
una cinta, un vestido azul, los incontables ojos
bajo el velo que descubre los labios dañados de una niña.
Cabezas sueltas
Trozos
Una mano, una más, otra en reposo
asida de otra mano a las tarullas del Caribe.
Y que se haga la luz
sobre este cuerpo derrotado que es la piel de todos,
porque alguien nos mira ahora
y sus ojos son rápidos,
y la lluvia arrecia,
y no hay tiempo,
ya no hay tiempo suficiente,
y debemos marcharnos con sigilo.
No obstante, algo nos dice que sabremos llegar.
Todo está claro.
Llegaremos a casa
con un puñado de piedras en las manos,
con el odio y el frío entre los huesos.
MESA COMÚN
Sí, ¿pero de dónde este deseo de prolongar la vida?
Ay de nosotros y de nuestras vulneradas palabras,
de nuestros estrechos abrazos en el dolor que nos tocó.
Ay de nosotros y de nuestro infame desconsuelo,
merodeando entre la exaltación y la calma,
entre la voz y el silencio
hasta que nos distrae cualquier atardecer.
El árbol -decimos-,
el árbol, la hoja y tocamos el fruto.
El cielo – decimos-, la tierra traerá cosas buenas
sin duda
y nos sorprenderá en alguna mesa común.
De todos,
la mesa y el fruto,
la sonrisa inconclusa del amigo que miente para poder amar,
pedazos de ideas en nuestras terribles manos
hinchadas de tanta sensación.
Es el aullido del mar – alguien dice-, en las grietas de mi mente.
EL NOMBRE DE LA ROZA
Escuchábamos cómo se levantaban las olas saciadas de sí esa noche.
Desde la ventana
el viento viciaba el paisaje,
y arremetía contra los cables y las uvas de la playa,
despojándonos de toda luz.
Todo era pegajoso y negro y flotaban las cosas de la casa.
Tocábamos la mesa, la jarra, los cubiertos
para saber que seguíamos allí
indeciblemente solos
y a la espera.
Afuera,
vaporoso como un fantasma,
el viento arrancaba una a una las trinitarias del jardín,
curtiendo de rojo el médano entre el miedoso ajetreo de los perros,
y el polvo amarillento que esparcirían los gallos al amanecer.
Porque regresaría el paisaje.
Las niñas de la vecindad madurarían sus risas con sus muñecas al sol,
la anciana de la esquina espantaría las moscas del fogón,
la ropa estaría tendida contra el mar,
el ebrio hablaría a solas en el sendero sin nadie,
el perro apaleado con sus ojos punzantes atravesaría el portón,
entre el sí y el no, entre una pausa y otra la voz del expendedor.
Y después,
mucho después,
la caída de la tarde,
el bramido del color.
La abrasadora necesidad de la indulgencia.
El sendero nuestro sin otro horizonte que lo invisible del mar.
Tallulah Flóres Prieto (Barranquilla, 1957). Fue docente de español y literatura del colegio Hebreo Unión, y catedrática del programa de Comunicación Social de la Universidad del Norte; tallerista, columnista y cronista de Diario del Caribe y colaboradora de la revista cultural Olas de Barranquilla. Sus poemas han sido antologados en colecciones nacionales e internacionales, y traducidos al inglés, francés y rumano. Ha participado en eventos culturales y poéticos en Colombia y el exterior. Ha publicado Poesía para armar (Plazá & Janés), Cinematográfica (Colección Miguel Rasch Isla, Instituto Distrital de Barranquilla), Voces del tiempo (Ediciones Luna Hiena) y Nombrar las voces (en edición). Es considerada una de las voces femeninas más importantes de su región y del país, y ha recibido reconocimientos de la Asociación de Periodistas del Atlántico, la Universidad Simón Bolívar y la Asociación de Empresarias de Barranquilla. Ganó el Premio de Arte y Poesía del Festival Internacional de Poesía de Curtea de Arges, Rumanía. Recientemente, fue destacada por la revista Raíz Invertida como una de las principales poetas mujeres de su generación; seleccionada para el volumen Como llama que se eleva, Antología de mujeres poetas del Caribe colombiano- Ediciones Exilio, bajo la dirección del poeta Hernán Vargas Carreño. Su poesía reunida bajo el título El revès de la caída fue lanzada recientemente en la Feria del libro de Bogotá por la editorial Uniediciones, colecciòn Zenócrate, coordinada por el poeta Fernando Denis. Desde hace nueve años, codirige con el poeta Miguel Iriarte el Festival Internacional de Poesía en el Caribe, PoeMaRío que está celebrando sus primeros diez años. Actualmente, es profesora de literatura del colegio Theodoro Hertzl de Medellín, miembro del Consejo Editorial de la revista víacuarenta de la Biblioteca Piloto del Caribe, realiza traducciones de poesía para el Festival Internacional de poesía de Medellín, y prepara el libro Poemas ocultos.