Revista Latinoemerica de Poesía

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257. Carlos Santiago Amézquita



 

Publicamos una selección de poemas de Carlos Santiago Amézquita (Neiva, 1990). En el 2019 recibió el primer premio de poesía en el Concurso Departamental de Literatura del Huila.

 

 

 

 

En este mar
                    hay
                            una palabra
                                                mar
La palabra     mar
                    inunda
                    el oído
                                de quien escucha
                    el ojo
                                de quien lee
                    la boca
                                    sonidos en una caracola
                                           poema
                                                       que moja
                 memoria del mar
             imagen de infancia
                       quizás tuya
                                          no mía
                              escrita en mi letra
tus pies de niño
los dedos raspándose en
la arena se lavan con
agua helada
              tibia
las olas te elevan

en la orilla mamá se limpia
la sal en las pestañas

 

 

 

 

 

 

EL AMOR SE CONVIERTE lentamente en un texto,
un mensaje de Whatsapp, un poema, o un contrato.
Por supuesto, en el amor existen los analfabetos y también
quienes trascienden las fronteras del lenguaje para fundar
con su voz el mundo. También las víctimas
de la tradición, condenados a repetir la gloria y la miseria
de otros tiempos.

En cada palabra, en cada letra, es posible reconstruir
los rastros de un alma que para hacerse presente
debió despedazarse

existe la misma distancia entre los cuerpos
y los símbolos.

Lee despacio, presiente la vejez y el llanto
de quien ha elegido romperse
en pequeños suspiros
en Whatsapp, en un contrato o en una carta de amor.
Sus palabras palpitan con la sangre de nuestra especie,
sus corazones, como el tuyo, esperan que termine el silencio.

   

 

 

 

 

 

DIOS DE LA MUERTE

Cuando dije que necesitamos a un dios de la muerte me refería a la fe sin esperanza. Pero no fue eso lo que dije. Dije Dios de la muerte. Sonaba imponente, el nombre de una teología nueva, conjurada con palabras antiguas. Palabras arrastradas por las olas, abandonadas en la arena. El mundo se veía claro, simple intemperie, horadada por la lluvia y la sal. Y el océano acariciaba la tentación de la solidez.
A ese océano lo llamé muerte porque no elegí ni su profundidad ni su color, no fui yo quien convocó su presencia. Me ha sido dada por una mano severa y compasiva. Lejos de la playa, contemplé su inmensidad y me incliné ante ella. Intuí alegremente que con serena marcha llegaría a sumergirme en sus aguas. Hasta que escuché los gritos y vi los cuerpos que huyen de la marea.
Las olas se han levantado desafiando a la tierra y al tiempo. El océano viene. Furioso. Ardiente. Rojo. Tras de mí solo hay suelo, no hay altura, no puedo huir. Tu tampoco, lo veo en el rostro de los testigos. Las olas se han tragado la arena y han manchado mi puerta. El agua sabe a sangre. La sal a hierro. No sé tu nombre y me ahogo a tu lado. Ya no queda tierra en esta geografía, solo océano, Dios de la Muerte. Dije su nombre siendo inocente, lo escribí siendo cómplice.

 

 

 

 

 

 


LA BANDERA DE MI PIEL no es otra que la de la hidroeléctrica, la sangre de los hombres y los niños y las mujeres y los perros afluentes del Magdalena, secos ya todos, el relato más grande de mi pueblo narra desde el principio la masacre ¿Cuántos dioses, cuántos hombres? Muertos, desmembrados; el grito de la juventud inmaculada que arde en la culpa, sin ojos, las cuencas de oro, corona de rosas, sangre en los pies, vientre de oro, el agua limpia, la sed podrida, lágrimas de oro.
Y si me inclino ante el sol de la matanza, con las tripas en las manos, ten hambre, por dios, lluvia caníbal, que el nombre de mis hijos esté escrito, el de mis padres, que su sangre sea historia, la suya, que su sangre sea historia, que no me narren, que no me borren, que no sea yo personaje ni símbolo, que mis hijos hayan existido, que no me salve un poeta, que el nombre de uno no aglomere por bondad el de todos en esta masacre, agua de oro, agua de petróleo, agua de esmeraldas, ríos de sangre.
Y si me inclino ante los cuerpos ya devorados por el silencio, si he llegado tarde, ten rabia corazón mío, rabia de la noche con su luz blanda, rabia del golpe martillo fusil semiautomático, rabia de la comunión y el abrazo y la paz, rabia de la flor que crece impunemente, rabia de la sonrisa amable y los ojos dulces, rabia de la voz soberana y las tripas, rabia de los brazos tirados en la sangre de la frontera y la deuda histórica que con la tierra tiene el mar, lluvia de fuego en la noche, espejos de cráneo pulido, aquí está tu oro, ten rabia del oro amontonado en el océano, ten rabia del oro que es polvo blanco, rabia de haber llegado tarde, rabia de los hijos que crecen impunemente en los montes elíseos.
Escribir uno a uno sus nombres, las cuencas de oro, mina de coltán, vértigo ante la cascada, vómito negro, alquitrán en el humo que asciende con las almas de los perros que beben las aguas de la represa, beben ya borrachos, sus huesos inauditos, anónimos, incógnitos, mi herencia, lluvia caníbal, al caminar sobre la sangre seca, seca ya en el abrevadero, la sangre que nutre la planta, flor impune, maldita, la flor de las avionetas, flor de oro, el peso de nuestra carne en las básculas extranjeras, la sangre de mis hijos que descuelga como un adorno, guirnalda de intestino, mi boca llena de hígados y riñones y pulmones y páncreas, mi boca cancerosa, y sus células que se multiplican, y me brotan tumores en las paredes, en el café, en las cortinas, tumores hechos de pelos y dientes, tumores en los huevos con salchicha que sobre mi mesa avientan al mundo su aroma a hogar, a amor y festiva risa milagrosa de mañana antes del trabajo, tumores en las venas porque la carne está envenenada de bilis y de plomo, porque la tierra esta envenenada de carne, de balacera y acero y cruz y salitre, malaria y sífilis septentrional, envenenada de oro y acuífero, de elecciones populares y abrazos fraternales.

 

 

 

 

 

 

CADA ÉPOCA DEMANDA su propia escritura
balbucea en sus términos una incertidumbre específica
Yo soy en la extinción de los glaciares
Los versos corren como ríos
y se evaporan para siempre

Debe saberse esto
que el blanco en las montañas no volverá
aunque despleguemos nuestras más poderosas armas
las técnicas de la eternidad
lo que se fija en toda imagen es ausencia
maravillas momificadas

Quiero poner algunas flores
quizás una corona sobre los restos de las más altas montañas
celebrar sus cuerpos marchitos
caminar los campos sagrados de los últimos días
pero no he alcanzado ninguna altura
ni con los pies ni con la mirada
es decir con las palabras
que en este papel descienden
robándole su lugar
al blanco

 

 

 

 

 

 

Carlos Santiago Amézquita Villamizar (Neiva, 1990). Es Realizador de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia y Magister en Escrituras Creativas de la misma universidad. Escribió y dirigió el largometraje de ciencia ficción VIDA (2016), exhibido en muestras, curadurías y festivales de cine en Colombia y en el extranjero. Más recientemente se ha orientado a la escritura poética, lo que lo ha llevado a iniciar estudios en la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central (en Colombia) y a ser ganador del primer premio de poesía en el Concurso Departamental de Literatura del Huila, Colombia, en el 2019.

 

 

 

 



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