Revista Latinoemerica de Poesía

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El infierno musical



Nota y selección de Yubely Vahos


En El infierno musical (último libro que escribió y publicó Alejandra Pizarnik), la poeta argentina escribió: “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas”. Este fragmento posee un hálito surrealista, entendido en cuanto continuidad entre el camino creativo y la experiencia vital de la poeta. Pero, sobre todo resuma esa ahora célebre intensidad con que Alejandra escribió. Un proceso en el que se imbricaron la lectura de diversas tradiciones, la escritura cuidada, la comprensión de la poesía como una herramienta para horadar muros en el lenguaje, y el reconocimiento de que todo cuanto pretendiera plasmar en el papel debía partir de ella misma, pero trasmutado en algo más que recuerdo o excavación psicoanalítica; tornado en experiencia poética, comunión con otros.
Hay quienes, como César Aira, han querido ver en la poesía de Alejandra, y en su determinación de ofrendar su carne para darle un cuerpo a cada poema, la creación de un personaje ataviado con muchos rostros (el de la muñeca, el de la náufraga, el de la niña, el de las figuras de papel de colores). Esta es una aseveración que intenta salvar a la poeta de ser tornada en un bibelot para los cultores del sentimentalismo y el malditismo, pero la reduce a una actriz.
Sin embargo, a los poetas no les basta ninguna de las formulaciones huecas que se han difundido sobre Alejandra. Ellos, que leen al tiempo que escriben, y que escriben mientras continúan su cotidiano ejercicio de existir, han comprendido de la mano de la poeta argentina que la poesía no puede ser una planta ornamental para decorarse delante de otros. Debe ser la biga maestra de un proyecto vital.
Tal vez de allí proviene la fascinación que los poetas latinoamericanos han compartido por aquella mujer y por su escritura. Ellos han entendido que la aspiración de la poeta a la unidad de su vida con su obra está emparentada con la senda seguida por autores como Artur Rimbaud, César Vallejo, Anna Ajmátova o Roque Dalton. También se han inquietado ante la certeza de que Alejandra le entregó todo cuanto poseía a la poesía y cuando temió no tener nada más que decir, guardó silencio. Así, su voluntad de escribir sobre la argentina viene a completar aquello que fue el propósito de la poeta: habitar el poema. Leamos algunos poemas creados a partir de ella.

 


PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA (Olga Orozco)

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

 

 

FLORES PROHIBIDAS (Juan Manuel Roca)

Murieron las formas despavoridas y
no hubo más un afuera y un adentro
Alejandra Pizarnik

Cierras la puerta por la que has salido a un mundo color lila. Adentro queda tu corazón tatuado en almohadones blancos, un ábaco rojo donde llevabas la suma de los vientos. Afuera el sol, el amarillo ahorcado a la hora de la siesta, las horas de amor vedado, de flores prohibidas.
Diste un paso cerrando puertas, ajustando ventanas.
Adentro y afuera será necesario desordenar los sueños, cobijar los espantos, lavar de nuevo el río. Afuera y adentro graniza, extraños laúdes lo afirman, y los que cantan en medio de la guerra te saludan. Una señora recuerda aquellos pianistas del cine del oeste que siguen tocando mientras a su alrededor espejos y botellas se quiebran.
Afuera y adentro la vida es una fiesta a cuyas puertas vela una avara silenciosa.

 

 

ALEJANDRA PIZARNIK ABRE SU CUADERNO DE APUNTES (Jorge Boccanera)

A Jorge Arturo


El hombre que saca la cabeza del agua,
        es un pez y se asfixia.
El pez que mete la cabeza en el agua,
        es un hombre y se ahoga.
El poeta escribe en la línea del agua,
        y se asfixia,
y se ahoga.

 

 

ALEJANDRA PIZARNIK (Alberto Rodríguez Tosca)

Hubiera preferido cantar blues en cualquier pequeño sitio lleno de humo en vez de pasarme las noches de mi vida escarbando en el lenguaje como una oca.
A. P. (Diarios)

Porque tú no querías ni siquiera vivir. Ser un cuerpo más entre millones y millones de cuerpos maldiciendo la forma caprichosamente amable en que fueron colocados sobre el Universo. Nadie contó contigo para alistarte en el Mundo. Para inscribir tu nombre y tu rostro en la Gran Nómina. Nadie te preguntó si querías llamarte Alejandra Pizarnik y nacer en Buenos Aires un día y a una hora del año 1936.
¿Por qué entonces no clavaste tus níveas encías en las paredes del vientre de tu madre y gritaste como la posesa que fuiste (ya en vida ya en muerte) hasta que se le reventaran los tímpanos al Creador y de pura compasión te descreara? Tenías el valor. Tenías las manos limpias y algunas buenas razones. No nos culpes ahora por ese bar de mala muerte al que te confinaron para cantar blues por toda la eternidad por toda la eternidad por
toda la eternidad…

 

 

ROSTRO QUE NO SE ENCUENTRA (Saúl Gómez Mantilla)

A Alejandra Pizarnik

Alejandra camina por la ciudad
agujereado su cuerpo
roto de mentiras.
Alejandra entre ceniza,
sus ojos se coagulan
en la banca de un parque,
alejada de todo
recuerda el tranvía
donde su infancia quedó suspendida.
Alejandra muerta para sí misma
sonríe ante el hastío,
como un dolor nuevo
escupe su abandono
benéfico para nadie.

 

 

ALEJANDRA PIZARNIK (Ela Cuavas)

Ha amanecido nuevamente,
pero el mundo ya no es lo que antes fue.
Todo está agrietado y disperso como mi alma. Estoy sentada en una piedra,
sólo conservo mi boca y mis mordidas uñas, lo demás se perdió en el naufragio.
Los peces lo comieron tímidamente. Leo sin ojos mis poemas,
me las arreglo para que sea memoria mi boca.
¿De qué me servirá mi verbo
en este mundo que me inaugura? Es como comprar un vestido roto.
Siempre soñé este Apocalipsis conmigo sobreviviendo a sus sombras.
Ahora debo inventar un nuevo lenguaje para nombrarme.
Intentaré un canto de ave,
pero aquí no hay aves, tendré que inventarlas. Pero primero inventaré el bosque.

 

 

ALEJANDRA ES UNA MANZANA (Ela Urriola)

Alejandra es una manzana
Que cuelga en el árbol del paraíso
Dulce y envenenada
Se amamanta de desdichas
Casi un embrión de oráculo
Un parto de dudas
Y circunstancias
Las ortigas se yerguen
Bajo sus pies descalzos
Y ella baila con la brisa
Devora paisajes
Renace en un cuaderno arrugado
En el bandoneón áspero
Y en las torsiones de las espumas
Alejandra
No se juega en los riscos
Ni se cosechan promesas a deshora
Tus manos
Fecundan las rosas
Con el vítreo resplandor
De las canicas
Y cuando el cronopio te abraza
Tu corona de espinas se transforma en poesía
Un día te araña el pasado
Cicatrices escarlatas
Resurgen entre tus labios
Demasiado cansancio en tu piel de ninfa
Traes los ojos hinchados
De beberte
El mundo
El hambre milenaria de los profetas te supera
Y ya no encuentras la luz
Sino en las sombras
Niña de rincones y estrépitos
Gime un tango en tus huesos
Con voces lunfardas
Alas embalsamadas cosieron en tu espalda
Por eso escondes los miedos
Bajo tu piel de manzana
La balalaica ancestral
Gime como un presagio
Aunque amanezca no llega la luz a tus diarios
Mis manos auscultan las gavetas de otros
Pero las tuyas tienen la cerradura imposible
De las caricias
Hay frutos prodigados para morfar
Cultivos de trigo
Que cortan el hambre
Y flores endulzadas para arrancar el insomnio
Pero nada calma tus ganas
Tus sueños
Son relámpagos
De un inminente naufragio
Descubriste que tu árbol solo ha parido manzanas
Envenenadas
Tronco de la fiebre
La autoestima dislocada
Y la palabra
Niña perdida
Paloma que sobrevuela ciudades
Desde el subsuelo
No nació el humano que saciara tu
Sed de Maga
Arroja de tu boca la llave
Abre las puertas
Devuelve el aliento a los náufragos
Muerde nuevamente el precipicio
Y enséñanos a incinerarnos con palabras
A encender la penumbra
A asfixiarnos lentamente
Con la vida.

 

YUBELY VAHOS (Cisneros, Antioquia, 1996). Historiadora y estudiante de la maestría en comunicaciones. Poemas suyos han aparecido en antologías como Al amparo del Bosque, antología de poesía homoafectiva (Idartes, 2020), así como en revistas académicas y culturales, como Trashumante, Revista Universidad de Antioquia, Literariedad. Es autora de La toma: el M-19 en la Embajada de República Dominicana, 1980. (La Carreta, 2020).



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