12. Piedad Bonnett
Nota y selección de Henry Alexander Gómez
Los poemas de Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951) siempre revelan algo triste y bello. Existe una transparencia que nos muestra en la poesía un lugar habitado por horas descompuestas, como una noche que dormita sobre pájaros callados. Pero siempre hay en su escritura una lección de supervivencia, una luz que se expande para hilar la ceniza y cantar con la sutileza del que sabe soñar.
Publicamos seis poemas de Explicaciones no pedidas, libro que, además del premio Casa de América de Poesía Americana (2010), acaba de ser reconocido con el Premio de Poesía José Lezama Lima.
Del libro Explicaciones no pedidas (2011)*
LA CICATRICES
No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.
PERLAS
Como el molusco
los poetas tenemos una belleza extraña,
que atrae y que repugna.
Nos gusta el fondo amargo de las aguas,
y en las profundidades vivimos, respiramos,
escondidos debajo de las conchas calcáreas
y a menudo aferrados a las piedras.
Cada tanto,
un elemento extraño nos invade,
se enquista en nuestra entraña
y comienza a crecer.
Una hermosa señal de que no estamos solos,
de que somos del mundo, para el mundo.
Amamos esa masa que crece en nuestros vientres,
que se hace dura y bella a expensas de lo blando.
La cerrazón asfixia, sin embargo.
Por eso nos abrimos y expulsamos
esas íntimas lágrimas,
casi siempre imperfectas.
Lo oscuro pare luz, y eso consuela.
LECCIÓN DE SUPERVIVENCIA
Nada hay de bello en el pepino o carajo de mar.
Es, en verdad, un animal sin gracia,
como su nombre.
En el fondo de los grandes océanos,
inmóvil, blando, amorfo,
permanece
condenado a la arena,
y ajeno a la belleza que encima de su cuerpo
despliega el mar.
Se sabe que
cuando el pepino de mar huele la muerte
en el depredador que lo amenaza,
expele
no sólo su intestino
sino el racimo entero de su vísceras,
que sirven de alimento a su enemigo.
Con un limpio ritual
huye el pepino de aquello que amenaza con dañarlo.
Para sobrevivir queda vacío.
Liviano ya de sí y libre de otros
muda de ser.
Y poco a poco
sus entrañas
se recomponen.
Y vuelve a ser, en letargo de sal,
una entidad en paz que vive a su manera.
EL OSCURO
Siempre habrá una presa fácil para el escorpión,
una piel expuesta a su aguijón traicionero.
La noche es su reino,
la aridez el lugar que sostiene su parálisis.
Dicen también los manuales que abomina de sus semejantes
quizá porque a través de ellos se reconoce
como una criatura rastrera.
Imagina su vientre viscoso
cargado de cerrada violencia.
Basta, sin embargo, un pequeño círculo de fuego
Para que el escorpión enloquezca
y se produzca él mismo la muerte.
Y es que hay seres que sucumben a la luz,
a todo deslumbramiento.
MESTER DE CETRERÍA
A esa hora,
entre humedad y mantas,
sobre almohadas que hierven pululantes de imágenes,
o al borde de sus largas camas desordenadas,
de ventanas,
de culpas que se agitan como nudos de anguilas,
un ejército de hombres se desvela.
Una
oscuridad más densa que la que parte en dos la noche insomne,
se expande entre sus cráneos,
baja por sus esófagos,
en sus entrañas se convierte en piedra. Las
únicas luces en esta galaxia
de hombres desconcertados
son las de sus infatigables cigarrillos,
o la de alguna puerta que a un jardín brumoso
de tanto en tanto se abre.
Buscan
nerviosamente el sueño
o se aferran
al pequeño jirón de la vigilia.
Uno salta al vacío desde el frágil balcón de su locura.
Otro,
sobre sí mismo hundido mira crecer su sombra.
Y otro afina su oído y chapucea
entre el rumor de fango de sus vísceras.
Yo soy el negro sol que los orbita.
Con mis manos los palpo, como un ciego
que en ellos se descifra.
También yo velo, como un ave rapaz sobre el que muere.
Y en medio de tinieblas, también abro los ojos
y tensa, atenta
a los ruidos confusos de la noche,
espero algún relámpago,
su luz fosforescente en las rendijas.
EL SOÑADO
Es el soñado,
el hecho de retazos miserables,
de descripciones de otros, Frankestein del deseo,
el de la hoja de vida imaginaria
y la conversación imaginaria
y la carta de amor imaginaria,
el que se niega
a ser como los otros
pero es todos los otros y ninguno,
muerta literatura,
y la literatura, ya sabemos
está hecha por dioses pequeños e impacientes
y a menudo rabiosos
que adoran lo que existe y sin embargo
viven de consagrar lo que no existe.
* Bonnet Piedad. Explicaciones no pedidas. Madrid: Visor Libros, 2011
Piedad Bonnett, nació en Amalfi, Antioquia, Colombia en 1951. Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, donde es profesora de literatura en la Facultad de Artes y Humanidades desde 1981. Obras: De Círculo y Ceniza, 1989 (Mención de Honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz); Nadie en casa, 1994; El hilo de los días, 1995 (Premio Nacional de Poesía Colcultura); Ese animal triste, 1996; No es más que la vida, Antología poética, 1998; Todos los amantes son guerreros, 1998, Las tretas del débil, 2004, Las herencias, 2008. En 1991 estrenó su obra de teatro Gato por liebre y en 1997 el Teatro Libre monta su segunda obra de teatro: Que muerde el aire afuera, bajo la dirección de Ricardo Camacho. Por su libro Explicaciones no pedidas (2011) fue merecedora de los Premios Casa de América de Poesía Americana (2010) y Premio de Poesía José Lezama Lima (2014). Recientemente publicó la novela Lo que no tiene nombre (2013).