Revista Latinoemerica de Poesía

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Si después de la guerra hay un día



 

“Si después de la guerra hay un día” es una antología esencial que refleja la preocupación que tienen los poetas jóvenes (y no tan jóvenes) por la situación política y social de Colombia. Aquí se evidencian cuerpos desmembrados en los ríos, cabezas rodadas al viento, musgo que crece en las casas quemadas. Bajo el cuidado y la selección de Henry Alexander Gómez y Héctor Cañon, publicado por la Editorial Escarabajo, esta es una breve muestra de “Si después de la guerra hay un día”, testimonio del estrago, el llanto y la desolación.

 

 


LAVAR LA CULPA (John Fredy Galindo)

1
No vine para lavar en seco mis heridas. En mi resurrección dejé de lado todo porque ya no había espacio para los lamentos, y los niños que espantados corrían por las calles superaban dos a uno mis tra¬gedias. Hablo de un país y de la carne, de la ropa que se lava en los ríos que son como las tumbas, un país del que me fui y al que regre¬so, justo ahora cuando se empieza a abrir el cielo y la lluvia es otra patria, otra escena. He vuelto a vivir y no hay nadie para hablar, soy yo misma olvidándome de mí, soy yo misma imaginando mi reflejo, soy yo misma y mis senos viejos amamantan la nostalgia, salvo el dolor, salvo la sangre, salvo mi útero estropeado, mis ropas son un mapa hacia la muerte,
un libro abierto,
una fotografía del olvido.

2
Los amantes sueñan con el vivo perfume del trópico. Un río lento, Magdalena silenciosa, lava mi voz y la luz se cuela por entre las tejas de zinc como una música, sí, como la lengua de esta gente que cortó nuestras cabezas, de esta gente que mutiló nuestra esperanza. Emerge entonces la palabra de estos suelos cundidos por la sarna. Ahora solo quiero mirar lejos, lavar la culpa, el sosiego de una madre muerta que cuida su rebaño. Se empoza la piedad, le salen alas a la rabia, alas grandes y extraviadas, hechas del llanto del charco y el caimán, del cuerpo muerto que fue un barco, una tormenta, el musgo y la quimera, la tristeza de los cerros quemándose, mucha lluvia éramos y éramos tan solo otra música lejana.

3
Aprovecharemos para admirar los jardines adornados con las flores que le arrancaron a la muerte. No lavaremos en seco la luz que se resume en las formas del hastío, no lavaremos en seco la sangre que no puede coagular su camino y que ahora es como el agua del mar que también es un recuerdo.

 

 

SEGOVIA (Camila Charry)


Los perros también se acercaron
pero el hedor los alejó,
a ellos, que han aprendido a destilar de lo amargo
el amable vapor de la belleza.
El cuerpo ladeado se entregaba al abismo
suspendido de una rama, sus pies se sacudían bellamente,
la cabeza inclinada hacia los ojos de sus padres
parecía vieja, aguerrida
en ese cuerpo hinchado y extraordinariamente joven.
Abierto el vientre dejaba ver la sangre seca que retenía
los órganos
como una mueca generosa de la muerte.
Los padres se balanceaban abrazados
tristísimos sobre sus propios pies
bailaban al ritmo del cuerpo que pendía de la rama.

 

 

ME VOY VOLVIENDO NEGRO (Julio Balcázar)


Cuando mi negra se muera, me voy a hacer una canoa con su cuerpo, pa´ remontar el río. Mi río Atrato, ancho como las caderas de mi negra; mi río Timbiquí, lleno de voces, y de pájaros, como la misma voz de cascabel de mi negra: ahí la oigo que me grita: “vení, vos, diablo, ¡dónde se habrá metido!”. Voy yendo, mama buena, vengo de andarme por esa tierra donde se ensayan relámpagos; mirá cómo llueve con su alboroto de monos aullando felices, en las ramas de los árboles, lanzándole pepas de mango, al reflejo de la luna en el agua. Mirá cómo sale San Pedro a lavarse la túnica en el aguacero. Tiene la melena toda alborotada y los dientes sucios de mascar tamarindo. Amanece. Me voy volviendo negro. Con la bemba colgando, con la bemba que te llama, negra mía, en el cuero de los tambores, en mis palmas coloradas, ¡que por qué!, de tanto palmear la tierra. La tierra estaba todavía caliente, y era un amasijo sin forma y una bola caliente y un pedazo de fruta y un barrizal de cielo, cuando salimos a llamarte y los guacamayos aún no habían aprendido el arte de los telegramas; y te llamamos, golpeando con la palma abierta, esta tierra blanda que nuestras manos en su repique, fueron amasando; nos fuimos tiñendo de rojo-naranja, desnudos en la planta del pie, y de la entraña fresca de la selva te oímos cantar.

Era una voz venida del hondo socavón de tu alma, oliendo a cadena, a dulce, a madera mojada, a fuego viejo de otras sílabas aprendidas en el primer día del mundo, cuando Dios tirado en su hamaca dijo: “esa franja de lluvia que ven ahí, es el río; cuando yo me muera, me hacen una pira de grillos, y una canoa con este pecho y unas velas con esta barba, y unos remos de mis dos cejas, y van y pescan bagres y truchas arcoíris, y compran mucho aguardiente, y se emborrachan todos en mi nombre, que yo pago luego”. ¡Ya me voy volviendo negro!, más negro, ahí me crece la selva en el esternón, se me entiesa todo el lomo, ya voy, negra, que ya voy, a juntarme a la rotación de tus tetas, apretujado al ritmo de tu lengua, al sudor telúrico que se te sale por la risa. Se me va tiznando la frente, oscura la nariz de boxeador, carbón de orejas y pómulos. A mi negra le gusta verme amanecido en sus besos. Cuando mi negra se vaya, voy a despelucar un ramo de nubes para hacerle dos aretes, me voy a colgar sus collares pa´ subir, corriente arriba, a las fiestas de la virgen, que llenan el agua de flores. Mi negra anda descalza, mi negra libre, sus piernas que me ciñen, me aprietan, me exprimen, me comprimen, y me chupan, sus piernas que son dos troncos, que son las orillas de mi noche, que son la noche y las estrellas como perlas transpiradas de sus ojos. Cuando ella se vaya con la humedad del día que comienza, yo me iré a vivir al corazón de una papaya. Ya me voy, estoy, me voy haciendo negro, se me estiran las vocales, que por qué tengo ojos amarillos y grandes, que por qué tengo branquias, me voy, ay mamá, me sube el ritmo en un mareo, qué es esto que me quema en la cosquilla, se me dora el alma, se me hace semilla, selva que suda, que ruge, que pide, que vive, ay, por mi negra, si se me muere se me muere la risa, pero me iré por mi río a echar las redes, con mi negra, con sus tetas de trasatlántico portentoso, rompiendo las olas marrones, sucias de domingo.
Me voy, que ya me hago negro, las consonantes de aceite de coco de su amor, sus calzones diminutos, sus pedacito de alma hirviendo de noche, llenando este reguero de oscuridad, con estrellas, vení, vení mordeme aquí, chúpame acá, tocá, agarrá, sobá, frotá, cantá, bailá, me voy haciendo negro con su negrura, mi negra, mi piel se tensa, ahí la tambora, en el bohío, juntos en la choza, vení, vení, arañame, pinchame, tócame, ve, un poco, un poquitito, más, apretá, apretá, apretá, apretá.

 


BATALLA DE PALONEGRO (Angye Gaona)


—¡Deponga las armas!
(silencio) ¡Deponga las armas!
(silencio)
Y más silencio
conjugado en todos los tiempos
para el recuerdo de los generales
que mandan izar banderas con astas de huesos
Y cómo se aplaca la ira de los clavos engastados en las rótulas
si apenas se escucha un Empujen para que se acabe esto
cuando se ven hostigados los invictos de Palonegro
Invictos, sí. Porque si nadie gana nadie pierde
y siguen peleando las vísceras en las afueras de la vida
a donde llevaron a los heridos aunque aleguen buen trato

Invictos todos, sí. Porque si nadie gana nadie debe doblar de nuevo las rodillas
Pero me temo que las aves aquí se cargan con horrores
y habrá catres esperando con hambre el día 9
el día 15 de la batalla
cuando recoge la muerte sus despojos
y se desliza por el cafetal
hasta el Hospital de Campo Hermoso
Convéncete, mi amigo, de que jamás tendremos patria
la gastamos toda en ruinas
un solo escenario de siete leguas basta
para reducir su épica de huracanes a una hélice marchita
Siete leguas de rifles que se descuelgan a la muerte

Ya duérmete en la tierra que pasan los siglos de fiebres y viruelas
no llega la comida en mulas ni el agua
y sólo queda ya esta agua que se tiñe con nuestra sangre
y la lepra esperándonos camino a casa
 

  

CONJURO DEL BAUDÓ (Fernando Vargas Valencia)


A las víctimas del paramilitarismo en el Chocó

Madre:
qué dolor saber que soy un espanto.
No me enterraste como lo habían prometido los abuelos,
con el oro reclamado del río,
con el canto de las ancianas que se van llevando el alma
hacia el horizonte de la muerte,
donde uno se va sintiendo mariposa,
ángel o cigarra,
espiral del Baudó.
Pero a pesar de esta condición de alma en pena
que boga entre las heridas del río,
me espantan más los vivos,
aquellos que ya no pueden embriagarse de arena
sin envenenarse las entrañas.
Aquellos que se van haciendo niños
con el pasar del tiempo,
a quienes la vejez se les fue rompiendo como un árbol
que abandonaron los pescadores y los pájaros.
Ese mismo árbol que contemplé al nacer
y junto al cual, madre terrible,
no me enterraste.

 

 

PERDONE SEÑOR NO SOY DESPLAZADA (Angélica Hoyos Guzmán)


Perdone señor no he huido de las balas,
ni he visto la sangre de mis padres salpicar las noches
[de mi infancia.
No,
no han violado a mis hijas,
ni a mi madre,
tampoco encendí la pólvora en la celebración de los
[caídos.
Estaba de fiesta esa noche.
No fui ladrona fugada de su propia casa,
tampoco vi las extremidades colgando de los árboles,
ni los partidos de fútbol con las cabezas de los enemigos.
Perdone,
leía el periódico.
No serví el plato a mi víctimario en la misma mesa,
no soy el subsidio de una fila en el banco,
no dejé las armas,
nunca me las dieron,
no me obligaron a cantar mis desaparecidos.
Yo iba a la escuela dónde no cayeron los cilindros.
No andaba en alpargatas, ni en botas pantaneras.
No soy reinsertada,
ni desmovilizada,
tal vez otra NN en esta fosa común.
No me llamaron al campo,
me hice cobarde de cuna.
No señor,
no insista,
¡no soy duelo!
No puedo escribir su historia.
Perdone por esta lágrima,
por esta vida que le dieron,

no me perdone por la paz,
perdóneme la guerra,
perdone la muerte de mi letra.
Perdone su merced yo no puedo escribirlo

 

 

PEREGRINACIÓN A TRUJILLO (Omar Garzón Pinto)


Y bien, ya estamos aquí
sin decir un solo nombre,
sin cobrar venganza alguna,
acostando nuestras sombras
al lado de los nuestros
y pasa el viento
como un abismo a cada lado.
Todo cabe en una lágrima
y en esta lluvia que nos baja
/por la cara.
Por dentro aún gritamos
cuando la carne ahora es tierra
y nuestro llanto es tierra
/con su carne,
esa tierra donde caben
todos sus nombres,
esa que nadie recuerda.
Ahí están aunque no los vemos
y los oímos cuando ya no dicen
y les hablamos cuando ya no escuchan.
El recuerdo nos hace uno de nuevo,
nos hace niños a la sombra
de algún árbol del presente
y nos atrevemos a nacer
precisamente aquí
donde la muerte es cada paso.
Nunca había pesado tanto
una flor entre los dedos.

 

 

LO QUE DIGA ESTÁ LLENO DE POLVO (Fadir Delgado Acosta)


Debajo de la lengua tengo palabras heridas en combate
Hospitales con sus gasas ahogando la herida
Debajo de mi lengua tengo una legión de escombros
Me he partido los labios por quitar esos restos de piedras pegados
/ a los dientes
Lo que diga está lleno de polvo
De ciudades en ruinas
Lo que diga tiembla como punto de luz en el agua
será siempre un grito encalambrado
Siempre el domingo apuntándome con su escopeta
Siempre los perros abriendo la tierra para mostrarme sus huesos
Siempre la palabra que se escucha como la explosión de un tiro
Esa misma palabra que cava su tumba dentro de mi boca.

 

 

CARTA DE LAS MUJERES DE ESTE PAÍS (Fredy Yezzed)


Aquí estamos, con la espuma en la mano frente a los trastos,
escuchando el sonido de la sangre. A través de la ventana, la luz de la luna
ilumina los metales y las pompas de jabón.
Estamos ya viejas y recordamos cosas frágiles. Todas nosotras estábamos allí.
Nos dejaron vivas para que pudiésemos decir las manzanas podridas.
También para que susurremos mientras gotean nuestros dedos:
“No nos arrebataron el amor”.
Quisiese que el dolor se fuese como se va la grasa por el sifón.
Pero el dolor está ahí como un hijo creciendo adentro nuestro.
El dolor nos dice: “Hijas mías, mirad cómo han mudado de alas”.
Hay brillo en las cucharas y los tenedores, pero el recuerdo, el rayo,
el apellido de nuestros hombres aún sigue latiendo entre las manos.
Mientras lavamos una olla, un sartén, un colador, hay una que imagina
bañar y acariciar el pecho, las manos, los pies de su hombre.
Son otros los que hacen la guerra, pero somos nosotras
las que cargamos las carretillas de lodo de un cuarto al otro.
Entre nosotras y el grifo de agua, la luna y nuestros difuntos cantando.
No nos marcharemos sin más. Vamos a lo profundo del misterio.
Buscamos en el humilde jarro de nuestro pozo las palabras más sencillas
para decir con exactitud la costilla rota, su mano tronchada, sus ojos abiertos y quietos.
Cuánta pena hay en esta tarea diaria de lavar los platos, los vasos, nuestras sílabas.
La guerra tiene el nombre de un varón, pero la memoria, las vocales temblorosas de una mujer.
Nadie mejor que nosotras lo sabemos: “Todos somos culpables en la pesadilla”.
Y no hablar, lo creemos casi doblando las rodillas, es morir frente a los hijos.
Ninguna se oculte en la casa limpia, ninguna diga nunca, ninguna deje de desollar el alma.
Aquí estamos las mujeres de este país sacándole brillo a nuestros muertos.
Aquí estamos las mujeres de este país edificando con espuma
el amor. Aquí estamos las mujeres de este país
con la luna entre las manos.

 

 

VARIACIONES SOBRE LA MUERTE (María Gómez Lara)


I.


Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
JOSÉ LEZAMA LIMA

será por las ventanas
cuando quedan entreabiertas en la noche
la muerte se va acercando
no abandono sino brisa
tras los vidrios
los empuja
casi imperceptible
van cediendo
no hace falta quebrarlos
ellos mismos son la llave
sin puerta
mientras nosotros
esperamos


II.

golfo de sombras anunciando el puerto
LUIS DE GÓNGORA

pero es agua todavía es tormenta
vemos una forma cóncava
apenas dibujada entre la bruma
y nos vamos anudando sin la tierra
para zarpar después donde no hay barcos



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