Revista Latinoemerica de Poesía

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Muestra de la Antología Poetas bajo palabra en el Caribe colombiano 2020



Antología Poetas bajo palabra en el Caribe colombiano 2020, editada por la Fundación Artística Casa de Hierro que reúne escritores nacionales y extranjeros.

Los autores antologados son:  Randall Roque (Costa Rica), Xavier Oquendo y Marialuz Albuja (Ecuador), Mario Pera (Perú), Daniel Calabrese (Argentina) y Héctor Monsalve Viveros (Chile). De Colombia: Jorge Valbuena, Ashanti Dinah Orozco Herrera, María Del Castillo, Armando Madiedo, Salomón Verhelst, Maria Matilde, Angélica Hoyos, y Tallulah Flores Prieto.

 

Ahora más que nunca se hace necesario vernos desde adentro, declararnos en sublevación con el afuera y comenzar a recuperar lo que hemos perdido como individuos; comenzar a reconocernos como el primer lugar que habitamos. Y ese ejercicio personal, es un ejercicio poético, y desde él, se abre una posibilidad de entablar una conversación intima, “sin intermediarios” como lo dijo el poeta ruso Joseph Brodsky.

La poesía nos recuerda la necesidad de detenernos, de pensarnos, y hoy precisamente, esa necesidad se hace urgente. Por eso, desde la Fundación Casa de Hierro insistimos en la importancia de generar esos escenarios de espejos, que nos permitan vernos a la cara y revelarnos como seres conscientes desde la sensibilidad. Es así, como a pesar de la amenaza que nos señala el mundo, no dejamos de hacer como institución, Poetas bajo palabra, un proyecto que apunta a la necesidad de encontrarnos en la palabra, de convertirla en un lugar de encuentro. Contra todos los obstáculos de gestión que se presentaron con la coyuntura actual, se logró continuar con el proyecto en su edición del 2020, y llegamos a sus 15 años de realización, esta vez, desde la virtualidad.

 

Fadir Delgado Acosta

 

 

 

Jorge Valbuena: (Facatativá, Colombia)

 

 

Gilgamesh 

 

Allí en Uruk, un hombre, leo 

salió a caminar por las callejas del sol 

desesperado por el color de la ceniza 

cuando la luz  

                  se muere en la tarde.  

 

Su boca no pudo pronunciar 

el cauce que vierte las edades 

-viento que al cruzar se posa 

en un silencio embestido-.  

 

Busca un lugar 

afanosamente  

dónde poner su pie sin que el camino 

siga llevándose el tiempo. 

 

Enamorado de la vida que ha dejado 

                                      amarrada a un espejo  

sale a buscar la eternidad. 

 

Su viaje es un largo retorno  

un caudal de dudas que defiende 

hasta encontrar una puerta. 

 

Lo olvida la vida 

abandonada en su reflejo  

Gilgamesh lejos  

no alcanzó a despedirla. 

 

Como quien huye de su sombra 

huye de la muerte  

                               y la vigila 

posada en el árbol de viento  

cavado en su carne. 

 

 

 Ashanti Dinah (Barranquilla, Colombia)

 

 

Misa negra

 

Un juramento bantú se borda en los labios

 

del Tata Nganga.

 

En medio de la lluvia dirige el ritual

de sacrificio de tres gallos.

 

Cuando la danza de un relámpago

 

troza el aire y se prolonga,

 

riega la memoria con la resina de la sangre.

 

A lo lejos, un tambor de selva

 

acaricia el vuelo de un búho.

 

En esta misa negra, pronunciamos

 

los nombres de todos nuestros muertos.

 

Descienden las escaleras del cielo

 

hacia el árbol gigante

 

donde hace siglos sembraron sus ombligos.

 

Con las oraciones sus voces se van caminando hacia un caldero de barro, donde se cuece la sal de la creación.

 

Ahí respiran las aldeas y los reinos africanos

 

arropados por su colmena interior.

 

Ahí están las palabras sagradas de Tituba

 

durante la quema de brujas.

 

Ahí reposa el canto de un cimarrón

 

fusilado con el fuego de una escopeta.

 

Ahí también residen los huesos de aquel fugitivo

 

colgado en lo alto del horcón.

 

 

 

Daniel Calabrese: (Argentina)

 

 

El regresador

 

Aquello que terminó

está sucediendo todavía.

 

Aquel amor que fue regresa.

 

Porque todo lo que lleva sangre o música

tarde o temprano se reanuda.

 

Pero cuidado.

Mi carne te conoce,

mis dedos caminaron ya cien veces

en la luz dormida de tu cuerpo.

 

Y no es agua la sed.

 

No basta clavar un puñal en el cielo

para desatar una tormenta.

 

 

 

 Marialuz Albuja (Ecuador)

 

 

Los pies de mamá, suspendidos en el aire, se balancean.

 

Toda ella una lámpara que acaso esperaba algo.

Apagada de pronto, mamá, como una hoja a punto de caer.

Junto a su cuerpo suspendido, una jeringa. Mamá en estado de levitación,

ya no ignorándome o mirando al techo,

ya no callando al verme llegar.

Mamá con los ojos desorbitados y el vómito sobre la túnica escogida para la muerte.

Majestuosa y grotesca, mamá, pintura medieval para el desgarramiento.

Dos bolas blancas sus ojos. Un colgante de esmeralda su cuerpo,

la joya más absurda, la vergonzosa piedra que no quise llevar expuesta.

Apagada de pronto, mamá, no sé qué hacer.  Tal vez no fue así.

Quizá saltó por la ventana. Quizá la mató el tipo de las jeringas.

Tal vez cayó del cielo donde solía refugiarse

y quedó presa en esta cuerda que ahora la mece despacio, al antojo de la brisa.

Mamá junto a una ventana por donde ruge el mar, acompañada por el romper de las olas,

teñida, de pronto, por el crepúsculo.

Sus ojos, dos bolas de luz.  Yo, el peso muerto que la arrastró al fondo del agua.

Tal vez se ahogó.

Tal vez, yo atada a su cuello, a su pie,

beso ahora la frente dormida en un lecho,

aprieto la bomba de la morfina y fabulo para ella otras muertes más dignas

como si allí se escondiera la libertad.

 

 


Randall Roque (Costa Rica)

 

 

¿Lo ves ahora?

 

Mirá bien al mundo. ¿Lo ves ahora? Hoy, apenas en la mañana, entre un tránsito del demonio, una familia abría las bolsas de basura conforme las apilaban los del municipio para que el camión se las llevara. Un niño encontró galletas y papas viejas. Las olfateó junto a dos zagüates con el pelo ensortijado por el barro, probó un par y continuó satisfecho. También continué rumbo a la oficina. Iba tarde: las presas imposibles, los padres dejando a sus hijos, el camión de la basura lento como un rinoceronte herido. No me detuve. No tenía tiempo. Y todos los demás tampoco. Nadie tiene tiempo. Eso somos: Individuos ingenuos y egoístas que creen en la manoseada democracia, en las clases sociales inalcanzables por uno o dos oportunistas de buen ver que roen el hueso por el lado equivocado.

 

¿Pensás que alguien arreglará el mundo por nosotros?

 

Mirá de nuevo por el retrovisor. Llegamos a tiempo a la oficina. Aunque ninguno sabe qué es el tiempo, tenemos claro que no es nuestro. Te sentís vacío. Una miseria humana por no detenerte. De eso se trata.

 

Ya miraste el mundo.

Ahora,

nunca estarás a salvo.

 

 

 

María Matilde Rodríguez (Barranquilla, Colombia)

 

 

III

 

Aquí no pasa nada que no sean barcos.

El sol se asoma por las venas de un lagarto asustado; poco o nada sabe él de los confines que habita.

Nuestras calles rotas desvían las miradas hacia el suelo plagado de universos pequeños. Mi casa, levantada sobre pilotes, abre sus piernas para el paso de un mar que nos ignora mientras crujen las vértebras de un animal que lanza a retazos. Con la madera de su costillar te voy a hacer una puerta que conduzca al solar donde los mangos caen como estrellas y los cuerpos se humedecen para rezar aleluyas de platino, allí donde enterré todos los recuerdos de estos años para sacarlos un día

y tenderlos junto al árbol de luz que atravesó la memoria de los transeúntes.

Aquí no pasa nada que no sean barcos.

Y los hombres y las mujeres son barcos cargados de pesadillas cubiertas con paraguas y sombreros de paja. No tenemos país, ni patria, no somos quejido ni lumbre encendida. Pero el sol seca la ropa más rápido que en el resto del mundo y los patios derraman olores negros que saben a comida sagrada.

Heredamos el sol en nuestra espalda y esa es nuestra única salida.

 

 

 

Tallulah Flores Prieto (Barranquilla, Colombia)

 

 

Cosas del río 

                                                           A Gabriel Jaime, quien me enseñó la luz.

 

Sin embargo, la luz.  Eso decías.

Pero hemos visto cómo la ciudad se tuerce

cuando de las montañas surge el ocaso con los muertos futuros

que poblarán la noche en las cloacas del río.

 

Todo ha sido decretado

irrevocablemente

para la montaña, el ocaso, la noche y el río.

El hombre contra el hombre, levantando la voz y las pezuñas,

pleno de odio y amor desbordados.

 

Pero el amanecer despierta,

y a plena luz del sol

tan poco qué decir.

 

La brisa se agita y en el aire flota uno que otro hueso de la noche última, 

los ladridos de un perro confundido, el mango de un cuchillo,

el humo del fogón ya levantado, un leve olor a carne ya podrida,

una mujer guardando algún secreto malo mientras ata desperdicios a su cuerpo,

y el gemido de un niño bulle en su entrepierna.   

 

Sin embargo, sabemos continuar.

Con algo de vigor, recobramos el sentido.

Hoy no hay que trabajar.

Además, es verano.

En Medellín se espera el renacer del río,

y hay una luz esplendorosa en estos días.

 

 

 

Salomón Verhelst ( Sucre, Colombia)

 

 

Lejanos bajeles vuelven,

bajan velas, sopla fuerte;

en altamar alguien cuenta,

que está triste hasta la muerte.

Alzan copas, todos beben,

es desdicha cualquier suerte.

“Sirve vino compañero,

es la vid para el inerte

y aunque vivo yo parezco,

quiero parca complacerte.

Porque playas no aparecen,

quiero playa nunca verte,

sirve vino camarada,

es la vid para el inerte”.

Brindan todos, todos mueren,

es desdicha cualquier suerte.

 

 

 

Angélica Hoyos Guzmán (Barranquilla, Colombia)

 

 

Exilio para los raros

 

Así somos los raros: solitarios,

delirantes y tercos como los toros.

Déjennos conjurados en la sílaba,

en los atardeceres,

en los eclipses,

somos ese caballo que corre por las avenidas.

Déjennos mirando perdidos hacia la semilla,

hacia los árboles y los pericos

que arraigan en las nubes.

Los raros, los miramos a ustedes

a los ojos y murmuramos su sangre,

el cotilleo no impide que fragüemos

sobre ustedes lo que hay de nosotros.

Déjennos, respetado público,

pues sus troncos recios nos incomodan,

nos sacan del agua turbia del sueño.

En el fondo de los raros arde el fuego

para la juntura, la revuelta,

la rareza nuestra

que es de ustedes, de los que vuelven,

de los que siempre están partiendo.

Otra vez aquí los raros,

—con nuestras serpientes y

nuestros hechizos—

solo a nosotros hacemos daño,

así en la tierra como en el cielo.

 

 

 

Mario Pera (Perú)

 

 

Ausencia de otoño

/giro del destino/

 

Mi madre no se llama María

no es virgen, ni hubiese permitido que me flagelaran

tolerándolo en sosiego.

Pero

como María

se adhirió a mi flanco con un lirio entre sus labios

y dijo:

Tú eres El Profeta.

El Profeta de la orfandad.

Mi sangre dejó de dar vida

se hizo un río de muerte que corona el Gólgota

tierra donde Adán permanece

entronizado en su vergüenza.

 

Se extravían mis pasos

por cuarenta noches

y otros tantos días

pues fue crítica la memoria del Levante

una épica justa de orfandad

librada sobre mis huesos de serpiente

que penden como candelabros

de la higuera donde incógnito

el dedo del limbo muerde la rueca.

Relincho mordiendo las faldas de mi madre

guardo en mi sangre

la sombra de un destino ulcerado

y solo puedo susurrar

la merma de mi odio:

tú no cambias.

Eres oscura.

 

 

 

María Del Castillo (Barranquilla, Colombia)

 

 

Galopas día

 

Vuelas a caballo

en el firmamento,

mi nube muerde

el cristal de fuego,

llueve miel

de tus vórtices,

nace una lengua

del clavel,

salta el ocaso

a otro cielo,

espejo de saliva

yace al centro,

un sol de mediodía

se perpetúa

al anochecer.

 

 

 

Armando Madiedo (Barranquilla, Colombia)

 

 

Migajas

 

 

Mi mesa nunca tuvo la certeza de un plato de comida. Sólo de las migas de los días. De los libros y polvo. Tampoco tengo sillas, ¿Para qué? Para estar pendiente de no marcar la pared, de no mecerme, (¿pero ¿cómo no mecerse?). No tengo dinero, tengo versos evaluados, que no sirven para comprar un taburete, una tabla.

 

Tengo estas líneas, escritas a lo que duele, a todo lo que impidió amara la escuela, a esta falta de todo, aunque subsidiada, a esta falta de amor con entradas gratis… a estas camisas de dotación, a esta parafernalia que nos venden.

 

¿Cómo escribirle a un paragua? si yo quiero lluvia, revolución. Yo no quiero otra cadena de comidas. Quiero un plato lleno en una mesa y con su silla.  Pero me toca esta guerra de papel, de solicitudes por escrito, de órdenes médicas, esta guerra de falacias mal escritas, de esta infelicidad virtual, inyectada, de estos problemas que no tenemos y nos tragamos, porque tenemos los cubiertos y vajilla almacenada y la sacamos a la hora de la cena frente a las noticias, y las bebemos cucharada a cucharada.

 

Nos toca esta historia repetida y envejecida, que no están en mis libros sobre la mesa, ni en la cabeza nadie, donde está el hambre con sus caras sucias, porque seguimos con la sed, con el delirio de vencer a la muerte como si no ganara todos los días, como si no anduviera en pedazos húmedos de rabia por las páginas de los diarios que leemos en las mañanas, con el desayuno que no tenemos, en la mesa en que no comemos, en la silla no usamos.

 

 

 

Xavier Oquendo (Ecuador)

 

 

Las monedas

 

El dinero brillaba como petróleo.

 

Con él nos pusimos a vivir. Construimos una casa enorme que nos cayó encima.

 

Hacia él volvimos, pero nos dio duro. Nos rompió la cara con sus monedas prietas.

 

Nos quedamos los de siempre, solos, pero firmes. Robles tiernos que no quieren hacer de la leña carbón de parrilla.

 

Quisimos visitar a la madre del dinero y pedir la mano de su vástago. Luego acostarnos con él y hacerle un hijo que grite en oro. Pero siempre pudo más que nosotros. Un día se fue y nos dejó unos cigarrillos para que los fumemos en las penas.

 

 

 

Héctor Monsalve (Chile)

 

 

Mi abuelo se llamó Héctor.

Mi padre se llama Héctor.

 

¿Cuánto dura ese nombre?

¿Está en él la furia de la vida?

¿Cuántas miradas hacia el cielo en la mañana?

 

En la mañana,

las sombras se retiran

y se ve el verde del camino,

el amarillo de los cerros.

 

Entonces,

yo voy hacia el gran río que brilla.

 

Como una hoja que se desprende

y se olvida del árbol,

yo voy hacia ese río.

 

Escribo en el agua en movimiento.

Cabe mi canto en el gran canto.

 

Yo soy Héctor.

Aprendí a caminar sobre las aguas.

 

 

 



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