Juana M. Ramos
Presentamos una selección de poemas de la poeta salvadoreña Juana M. Ramos, reside en la ciudad de Nueva York donde es profesora de español y literatura en York College, CUNY.
Lo que somos
En día de lluvia, casi torrencial,
los viandantes se apresuran a abordar
el más "público" de todos los transportes.
Los paraguas escurren y salpican
los espacios ocupados.
Un hombre con olor a humedad,
abre las piernas e invade el asiento adyacente.
Nadie se atreve a desafiarlo.
Una caja en la que yace un árbol
de navidad penetra el amontonamiento.
Un niño obeso, gaseosa en mano,
busca acomodo con el mismo desenfreno
con el que engulle su refresco
(su madre lo llama a gritos, él la ignora
y sigue bebiendo del azucarado cáliz).
El pie de una joven violenta la línea blanca
y provoca la ira del alto parlante que repite
sin cesar: “Move away from the door.”
Todos hablan al unísono.
El autobús se desliza por la avenida
Flushing preñado de los de 9 a 5,
de jubilados que lo montan a mitad de precio
de hombres y mujeres, la mano de obra barata,
de ojos que evitan mirar de frente,
de los que aún tienen esperanza de
ocupar una de las varias piezas reservadas,
por ley, a inquilinos con "bajos ingresos"
en los lujosos condominios que se yerguen
en lugares, hasta hace un par de años,"inhóspitos".
Una mujer canosa, colmada de insomnio
los observa con acritud, entretanto calcula
cómo sería su vida menos
el veinte por ciento de su sueldo.
Se observa, se entera por fin
de que es tan parte de la multitud
como la multitud misma.
Es una más en la caterva.
Mientras la lluvia arrecia,
cualquier ínfula ha amainado.
Es lo que somos, piensa,
el montón, concluye.
Pulaski Bridge
Me seduce la verticalidad
de Northern Boulevard
que me ofrece sus aceras
su paisaje urbano
perenne.
Mi paso diestro
alcanza el ritmo deseado
me empuja a otro paisaje
desolado en el que hombres
dispuestos con cascos y cemento
levantan hogares ajenos
con vista al río y la ciudad
que se alza inasequible a la distancia.
La hora del almuerzo,
los hombres comen sentados
en botes de pintura vacíos,
de apéndice un cigarrillo.
De golpe, me invaden las nanas,
la cebolla,el poeta pastor.
Camino sin mirar atrás,
cabizbaja, calculando tiempos
y distancias que no acaban.
Levanto la mirada,
el Pulaski Bridge, el puente
más desamparado de todos.
Sobre él, me detengo
a mitad de camino,
me asomo a una baranda
apesadumbrada y anémica
que invita a irrespetarla.
Observo el agua tranquila,
calculo su profundidad.
En la espalda la mochila
llena de miedos y papeles y ropa
y unas botas a las que la sal de tantos
inviernos ha empezado a derruir.
Es como cargar piedras, pienso.
El Pulaski y la mochila,
ambos de mi parte.
Vuelvo a calcular profundidades
y el peso y el salto
y me voy por la tangente.
Me armo de cobardía, desisto.
Acabo por cruzarlo.
McGuinnes Blvd me recibe,
me señala la ruta a casa.
En otra ocasión será, me digo,
en otra ocasión habrá sido.
Cuarenta y tres años
(10 de octubre de 2013)
Una mujer de cuarenta y tres años
asume, no sin alterarse,
la temprana decrepitud de su cuerpo
las visitas constantes al médico
la laguna de dudas en su expediente
la sangre en los tubos de ensayo
la incipiente artritis en su rodilla izquierda,
las resonancias magnéticas
que devuelven un hígado en aumento.
La rigidez en la espalda se la debe
a las iras, las renuncias,
a las insatisfacciones, a las misas
y al eterno sermón
del pecado y el castigo.
En ocasiones se descubre
al borde de una crisis,
al ras de la locura.
Le provoca una sonrisa
el olor a tierra mojada,
más de una vez al año
la paralizan los miedos.
Sospecha de la gente que
se presta para todo,
de los que pretenden
quedar bien con dios y con el diablo,
de las carcajadas forzadas e histéricas;
no lleva reloj,
no tiene más prisas,
detesta lo doméstico,
la compra en el supermercado,
no sabe cuadrar chequeras,
amontona correspondencia
sin abrir en todas las gavetas,
ha desarrollado todo tipo de alergias,
les teme a las muestras excesivas de afecto.
Una mujer de cuarenta y tres años,
orilla, barranco, caída;
harta de los mismos malestares,
de escuchar la misma queja
con sus respectivos gestos,
reitero, de la temprana
decrepitud de su cuerpo,
de la frondosidad de otros cuerpos,
de sus señas personales,
de la insistencia del crepúsculo y el alba,
de los días frescos y azules.
Una mujer de cuarenta y tres años
vive con la puerta enteramente abierta,
porque una palabra no le basta,
porque se sabe aún digna
de que entren en su casa.
***
JUANA M. RAMOS. Nació en Santa Ana, El Salvador, y reside en la ciudad de Nueva York donde es profesora de español y literatura en York College, CUNY. Ha participado en festivales y lecturas de poesía internacionales en México, Colombia, República Dominicana, Honduras, Cuba, Puerto Rico, El Salvador, Argentina, Guatemala y España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí (Artepoética Press, 2010; segunda edición revisada y ampliada, 2014); Palabras al borde de mis labios (miCieloediciones, 2014), En la batalla (Proyecto editorial La Chifurnia, 2016), Ruta 51C (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017) y Sobre luciérnagas (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2019). Es coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992) (UCA Editores, 2016). Además, sus poemas y relatos han aparecido publicados en varias antologías, revistas literarias impresas y digitales a lo largo de Latinoamérica, EE.UU. y España.