Filosofía y literatura: conversación con Hugo Mujica (III parte)
Por Juan Esteban Londoño
Las siguientes anotaciones corresponden a una conversación con el poeta Hugo Mujica el 31 de julio de 2014, en el marco del V Congreso Colombiano de Filosofía, en la ciudad de Medellín. La mesa titulada Filosofía y literatura se dedicó a discutir la obra de Mujica. Estuvo presidida por el poeta y profesor Luis Arturo Restrepo (LAR), el poeta argentino (HM) y el escritor Juan Esteban Londoño (JEL), quien presentó una ponencia titulada: “Pensar la vida con Hugo Mujica”, la cual abrió la posibilidad de la conversación no solo entre los ponentes sino con el público (P), dando como resultado algunos de los fragmentos que se compartirán en esta tercera y última parte.
P1: Yo quería preguntar sobre eso de la finitud, Hugo. Y, tal vez tomando un poco esta imagen sobre el rostro, sobre esa palabra que suele más bien decir algo que no es propiamente lo que tú quieres mostrar.[…] ¿Esta invitación de poder nombrar lo abierto en su más excelso despliegue, cómo deben entenderse tomando en cuenta eso que dices del cuidado de la finitud? […] esa invitación a nombrar lo abierto ¿cómo debe entenderse? […]
HM: Yo creo que eso mismo es la realidad humana: esa tensión, no la resolución de sí. Eso es la creatividad. Eso es el sostener lo creativo. O sea, hay algo así como hay un silencio. Cuando llegás al silencio, el silencio habla y se dice en lo que vos decís. Y a la vez, en lo que vos decís te das cuenta que perdió el silencio al cual vos ibas a buscar. Para mí, la creatividad es el momento en el que acontece la chispa primera. Todo lo demás está bien, pero la droga es esa. Pero para mí es el intento de resolver dónde estaba yo, o cómo fue que yo no estaba, y me recibí y nací. O sea: ¿qué es ese pasar de la nada al ser? Yo creo que la creatividad es el lugar en el que las posibilidades humanas más cercanas están a esa chispa primera antes que se haga historia. Y el drama es ese: que cuando lo lográs, el logro es que te despidió a decirlo, y a la vez no se puede no decirlo. Porque pareciera que el contenido, aunque no es nada, es la expresión. El contenido te lleva a expresarse. Esa expresión es creatividad.
P2: Sí, digamos con eso del silencio, con esa imagen tan bonita, me gustaría también saber sobre el cuerpo, sobre ese ser que sea cuerpo, que siente y piensa. […] . Quisiera saber cómo es eso del cuerpo.
HM: Yo tengo un poema por ahí que dice: “adentro no cabe adentro”. Algo así como: “cuando el alma cabe adentro es que todavía no es el alma, es que aún no es de carne”. Para mí es diferente. No es que hay que desencarnarse para ver la transparencia del alma, sino que el alma es eso que todavía no somos, y que pulsa por ser. Y la encarnación de eso, eso es todo. O sea, nosotros no es que tengamos cuerpo; somos ese cuerpo, y no conocemos otro ser que el que nos atraviesa, y atravesándonos se vuelve nuestra circulación sanguínea. Digamos, es desde esa realidad. Esa realidad que la podés llevar hasta que somos nada más que energía, y la única energía de todo, o hasta que somos hasta donde termina el cuerpo. Para mí, yo soy desde donde empieza mi cuerpo. Y el afuera es la hondura vivida.
P3: Hugo, yo quisiera insistir sobre el silencio todavía más. Se ha dicho que la lingüística es universal. O, dicho de otra forma, que solamente a través del lenguaje es que tenemos experiencia y podemos llegar a construir un mundo. Yo pregunto: tanto que se habla sobre el silencio, en el sentido en el que se va al silencio, pero que el silencio es la palabra. ¿Hay una manera verdadera de vivir todo ese círculo del lenguaje teniendo contacto con este silencio, con el vacío, con la nada?
HM: Sí, pero de nuevo, tenemos este contacto con el vacío, con la nada, con lo que quieras. Pero yo diría que podemos ser ese contacto. Pero, para tenerlo, lo tenés que hacer propio. Y lo humano es hacerlo propio a través de contártelo. O sea, yo puedo estar expuesto ante una puesta de sol, pero no sé. Solamente cuando digo: “¡Qué lindo!”, ahí tomo conciencia de lo que estoy viviendo. De nuevo, cuando dije “¡Qué lindo!” me separé, y volví a mí. Pero eso es todo. O sea, las palabras anuncian la despedida. Pero, sin embargo, es la despedida de lo que vamos teniendo. Y no lo tuviéramos, si no habríamos partido.
P3: Hugo, y cuando uno va en busca no de la vida, como es en tu caso, sino en búsqueda de esa experiencia específica que es el silencio, o de la hondura, ¿ese silencio lo encontramos, sabiendo que siempre que vamos a buscar algo es la palabra lo que se devuelve hacia nosotros?
HM: No, nosotros no sabemos otra cosa que las palabras. Lo otro, lo podés haber vivido pero no lo sabés. Saber implica un orden del significado. Entonces, podés tener una experiencia de otra cosa. Pero es el experire, es el estar afuera. Para poder traer eso hacia vos, y saberlo y serlo, ahí tenés que nombrar. Esa es nuestra mano. Nosotros acogemos hablando. Y quizás todo eso otro que no logra verbalizarse sea la nostalgia que todos tenemos de plenitud o la idea de pérdida -perdimos un paraíso que nunca existió, y sin embargo lo anhelamos. Desde que el hombre es hombre esto aparece de mil formas-. Yo creo que todo eso es todo lo que estamos viviendo sin captarlo en eso que somos, que es lo que nos contamos.
P4: Con respecto a lo abierto, y que lo abierto lo nombra Rilke también, y cuando ahorita Juan Esteban en su ponencia hablaba de “el niño” y se apelaba a la tercera transformación de la búsqueda con el niño creativo, también recordaba un poco a Hölderlin, porque Hölderlin se queja de que no dejan ser al niño, de que lo visten con las máscaras del adulto, la conciencia y la razón. Y en un poema, habla justamente de que el niño es el que está posibilitado para las relaciones con el todo viviente, que para mi entender no es más que lo abierto. Yo veo ahí una cercanía: es el niño creativo, es el niño que se abre al tú viviente que es estar en lo abierto.
HM: Yo diría que no se abre, nunca se separó. Todavía está en ese juego del mundo. Y recordamos la imagen de Heráclito: “en el centro del mundo hay un niño que juega”. El niño no es que se abre. El niño nunca se cerró. Lo van cerrando cuando aparece el adolescente. Y el adolescente es el que adolece. ¿De qué adolece? Adolece de la infancia. ¿Pero y qué se vuelve? Un adulto, el que adultera. En la adolescencia él cree que le falta es un Mercedes Benz. Pero la niñez es esa dimensión nuestra que no es cronológica. Es la dimensión de todavía no haber sido arrojados.
P5: Hugo, te quería preguntar por un rasgo de tu poesía que, en su tono, en la manera en que suena el verso, no es lo más dominante en la tradición latinoamericana, porque veo que es como esa influencia alemana de la Gedanke, esa poesía-pensamiento. Entonces yo quería preguntar si nos podrías hablar algo de esa relación entre el pensamiento y, no ya la poesía, sino el pensamiento y el verso, el momento de la escritura. Es decir, cómo te confrontas buscando si hay pocos adjetivos, la sobriedad que reina en esa poesía tuya, digamos que muy distinta a esa variedad de sonidos que hay, por ejemplo, en la poesía de Mutis, más tropical, más llena de ese calor. Uno como colombiano siempre tiene la tierra ahí, y el río…
HM: A mí me sale así. Digo, lo que pasa es que ya hace mucho que es mi actitud en la vida. Yo, cuando doy clases, tengo muchos problemas. Porque para mí, las clases tendrían que durar diez minutos. Yo en diez minutos ya dije todo lo que tenía que decir. Y después hay que seguir estirando porque, bueno, porque me pagaron por cuarenta y cinco. Mi problema es la síntesis. Yo, cuando doy clases, tengo que cuidarme de saber poco de lo que voy a hablar. Porque, para mí, ir sabiendo es ir eliminando, ir desnudando. Y después me quedan dos versículos para decir en una clase. Pero esa es mi actitud en la vida. Yo, cuando entro en una casa en que nunca estuve, cuando miro la casa, empiezo a tirar, paso así y tiro todos los adornos que hay. Pero lo mío es como ir desnudando en la vida. Ese es mi tono anímico. Y cuando yo escribo me sale así. No es que “yo trato de…”. Al contrario, a veces quisiera pactar con un poco más de glamour para ser más amable ante los demás. Pero yo no tengo conciencia cuando escribo, de especulación. Es más, yo tengo cuatro carreras, y podría decir que de lo que menos sé yo es de literatura. Y lo hago casi como una protección, porque no quiero especular cuando escribo.
P6: ¿qué relación tiene tu poesía con esa experiencia concreta con el cristianismo, con los símbolos cristianos? Porque ahora dijiste: “no hay nada de eso. Es el hombre ante lo infinito”.
HM: Bueno, pero como sea: ante el infinito nos contamos historias. O sea, o científicas, o filosóficas.
P6: ¿Cuál es esa historia que te cuentas?
HM: Para mí, la especificidad de Cristo es la idea del dios que renuncia al poder. Es un dios que se hace humano. O sea, la experiencia más básica ha sido la cósmica. El hombre miraba a un cosmos que lo sobrepasa, entonces dios era el cosmos. Después vienen los judíos y dicen: “bueno, la historia nuestra, éramos esclavos en Egipto, salimos; luego se vuelven un poder en Babilonia… la posibilidad humana de nuestra historia excede a la historia”; entonces dios es la historia. Y después viene Cristo y, cuando se muere, dicen: en ése que fracasó estaba dios. De modo que el dios cósmico se vuelve historia, y después se vuelve humano. Y a mí me interesa eso. Algo muy significativo para mí es que yo estuve siete años en un monasterio trapense, y antes había estado dos años en un monasterio hindú. Y yo era discípulo de un hindú, de un gurú que vino de la India –que lo trajo William Burroghs y Allen Ginsberg a Estados Unidos-. Cuando yo llegué al monasterio trapense –yo vengo de familia anarquista, y del cristianismo no sabía nada-, al otro día desayunamos. El abad del lugar, el gurú, yo y unos monjes. Y había una frutera y había pan. Entonces los monjes comían pan. Entonces el gurú dijo, con buena onda: “bueno, nosotros en Oriente comeríamos la fruta, y no el pan, porque la fruta la da la naturaleza” –o sea, todo lo cósmico-. Y uno de los monjes dijo: “yo como el pan, porque el hermano que hace el pan se levanta a las dos de la mañana, para que cuando nos levantemos ya esté hecho el pan; y él se pone contento si se termina el pan”. Y ahí me parecía que se me abría todo un mundo. Estaba el cosmos por un lado, y este al que le interesaba poner contento al hermano. Es chiquita la historia, pero a mí me gustó esa historia: la del espíritu que se encarna, no la del cuerpo que se desencarna.
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