Daniel Montoya: Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza
En La Raíz Invertida andamos felices. Daniel Montoya, nuestro querido amigo, ha sido merecedor del Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza, uno de los más prestigiosos galardones de Colombia.
Daniel es autor de nuestro Sello Editorial con su obra "El libro de los errores", publicado este 2024, que ya se nos va de las manos. El libro ha generado comentarios entusiastas.
Felices por ti, apreciado Daniel.
Aquí, en exclusiva, tres poemas de "Diario de un niño de ceniza", de próxima aparición por la editorial Luna Libros:
NUTRICIÓN INICIAL
El primer bisonte rendido con mi propia mano
después de que mi madre me destetara fue una hormiga.
Una brava, alada y colorada hormiga del tamaño
y la corpulencia de un fríjol.
La llaman bachaco u hormiga culona y pica tan fuerte
como una avispa. Durante el bombardeo
de veinte años de Estados Unidos sobre Irak, Irán
Laos y Palestina, llovió ceniza
continuamente y del fondo de la tierra brotaron
espesos e inagotables arroyos
de bachacos aun faltando
seis meses para que fuera mayo.
Yo tendría unos ocho o diez meses.
Abuela había salido temprano a buscar quién
le leyera una carta que le acababa de llegar,
antes de que los pájaros de las noticias
oscurecieran el cielo con sus alas inmensas.
Y para que fuera aprendiendo a caminar,
para que fuera aprendiendo de una vez
como son las cosas en este mundo grávido,
mis cuidadores y tío Luis abrieron
en el patio de la casa un hueco de un metro
cuadrado y ahí me envasaron.
Desde una casa vecina se alcanzaba a oír el gorjeo
de El cazador novato en un radio muy pequeño
colgado de una viga. Voces infantiles
—como bachacos— manaban en la calle
gritando Todo el mundo tiene un precio
y lo repetían una y otra vez formando círculos,
se alejaban como destellos y volvían
a encontrarse en un nudo,
sin dejar de gritar ni repetir la misma frase.
Como todo viento trae su mañana,
el mío arrastró un enorme bachaco
hacia mi foso de maduración.
Acerqué la mano y la afilé hasta convertirla
en un solo dedo.
El bachaco se prendió a mi pulgar
e hizo fuerza para levantarme con sus mandíbulas
y transportarme victorioso a su colonia.
Un relámpago de supervivencia
me reveló que debía acarrearlo hasta mi boca.
Lento, muy lento, comencé a elevar la mano.
En una mente recién nacida
un bachaco pesa lo mismo que un bisonte.
Agotado, logré arrinconarlo en las encías,
logré masticarlo y triturarlo despacio:
una grasa de sabor agrio me llenó la boca.
Tarde o temprano, como decía abuela Teo,
todo peligro será
de la medida de nuestro plato.
Ojalá algún día, después de tantas transformaciones,
mi última metamorfosis sea en un bachaco.
Y antes de desaparecer mi forma humana alcance
a pinchar con mis mandíbulas de hormiga
un lugar de mi brazo
[como en las pinturas de Escher]
y así la especie de los bachacos pueda conocer
por fin el sabor de mi carne,
y yo pueda ser, fugazmente, comensal y manjar.
Qué agria proteína —dirán los bachacos en la cena—
la de esta especie de carne y exoesqueleto,
mientras afuera del hormigón
continuarán cantando otras generaciones
de voces infantiles:
Todo el mundo tiene un precio.
FLOTADOR
Cuando llovía disminuían los caminantes desconocidos en el barrio
yo me sentaba en el corredor a mirar caer el agua gris
a escuchar el sonido de las gotas contra los árboles, el viento y la luz
a mirar cómo corrían los espesos chorros por las canales que abuela
había abierto en el patio con una pala
A veces la corriente arrastraba una hormiga que pataleaba en vano
Sin recordar que una de ellas había intentado
levantarme y arrastrarme hasta su hormigón
yo la sacaba con un palo y la ponía en una matera
Vivía feliz creyendo que había nacido solo para sacar
las hormigas del agua
LA PARED BULLICIOSA
Por varias noches
escuchamos chillar la pared
medio dormido, medio despierto
yo la pateaba para que se callara
abuela la golpeaba con la mano
y la amenazaba con tumbarla
La pared obedecía por un momento
luego continuaba sus quejidos
Una tarde abuela corrió la cama
y encontró un hueco en un rincón
Era una camada de ratones
cubiertos con trozos de papel periódico
Aún tenían los ojos cerrados
y su piel era de un rosado transparente
Abuela comenzó a sacarlos
uno por uno, llenos de polvo
y como quien recibe a alguien atrapado
en los escombros de un edificio
yo los acostaba cuidadosamente
en un trapo extendido en el suelo
y los golpeaba en la cabeza
con el tacón de un zapato
uno por uno, abuela los sacaba
y yo los recibía para el certero final
fue un trabajo limpio, exacto
Abuela regañó al gato —que no era
de nadie— pero nos visitaba
Le dijo que era un bueno para nada
y le ordenó más atención
Según abuela, la madre de los ratones
regresaría en las siguientes noches
Esperamos dos semanas
pero la madre no regresó
Abuela se cansó de la cacería
y taponó el hueco con cemento
Yo volví a correr, saltar
mientras mis tías bailaban
escuchando las canciones
de Kaoma en un radio viejo
o se subían a una ola de Bachata rosa
liberada en La cuarta dimensión
También el gato olvidó
su vigilancia
Y ya silenciada la pared
volvimos a oír en la madrugada
los llamados en las puertas
los pasos despidiéndose
DANIEL MONTOYA es poeta, docente y narrador. Profesor de tiempo completo en la Universidad de Ibagué. Ganador del XLI Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, España (2021). Premio de poesía Juan Lozano y Lozano, Ibagué, 2020. Ganador del IX Premio Internacional de Poesía Granajoven, Granada, España (2018). Segundo premio en el XV Concurso Internacional Bonaventuriano de Poesía, Colombia, 2018. Finalista en el 34° Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, Colombia (2016). Ha publicado en algunas antologías de cuento y poesía. Ha escrito los poemarios El libro de los errores (2018; 2024), Políptico del aire (2018) Manual de Paternidad (2019) y Los apuntes de Humboldt (2021).