Revista Latinoemerica de Poesía

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Daniel Morales



Publicamos una selección de Daniel Morales (1999). Es autor de los libros Otro cielo (2020), Silbar cabizbajo para no romper en llanto (2021) y Habitar la náusea (2022).

  

El miedo huele a vainilla, a maracuyá

Uno avanza por la vida pateando piedras en el interior del pecho, mientras el mundo afila sus crayones y traza su dibujo cruel una vez más. Entonces el sol surge como una zarzamora eviscerada. Otro pájaro abatido se oscurece en el suelo. Las montañas agitan el viento desperezándose. Y todo desaparece de repente. Es muy simple: cobijas de hielo, risa y escalofrío, mocos y tiritar. Todo como un columpio averiado en dirección a la sangre. Una misma pesadilla tan larga como un pasillo de hospital. La incertidumbre, atronadora, de no volver a ser perdonado por nadie. Esa piscina olímpica en la que se ha convertido el llanto que ya no llega. Y qué incomodo es tener un cuerpo. Qué incómodo, de verdad. ¿Por qué ser estrictamente vertical? ¿Por qué estar restringido a una vaga vertebralidad que no toca ninguna cosa? Entonces abro los brazos y estiro los dedos. Abro los brazos y estiro los dedos una y otra vez. Y no. No necesitas decírmelo. Ya sé que estoy tan solo como el mundo.

*

Si pudiera colocar mi sombra en un frasco sería genuinamente feliz. Creo que algo dejó un cráter del tamaño de la luna en el fondo de mis ojos. Tal vez a alguien se le olvidó buscarme cuando era demasiado pequeño para sostenerme solo. Es auténtico decir que la inocencia es feroz porque hace doler todas las cosas. No importa. Mantente quieto, quieto, quieto. No respires. Estoy tratando de decir algo importante. Cuando el silencio es absoluto, estoy seguro de que en mi pecho hay una cajita musical por corazón.

*

Las nubes concentran polvo y ceniza. Si me lo preguntas, yo nunca pude cantar. Cantaba y la voz rompía sus hilos. Pude haber hecho otra cosa con mi vida, pero nunca pude cantar. Eso es algo que jamás podré perdonarme. Si te miro a los ojos alguna vez es porque quiero comprobar si estoy del otro lado, si es que todavía existo en alguna parte fuera de mí. Mañana el día volverá y escupirá fuego púrpura. Todo irá bien, es cierto, los charcos seguirán rompiendo sus venas de agua ante la inmanencia del día y conmigo desaparecerá la nube que he tratado de conservar por años entre mis manos. Yo solo escribo para que me abraces, no puedo negarlo, ya lo dije. Las espadas están clavándose en todo mi cuerpo justo ahora.

 

   

Entonces me hice cáscara y me resguardé dentro de mí mismo mientras tarareabas esa canción que justo ahora no recuerdo cómo se llama

Es curioso ofrecer cada vez menos a la vida y poder reír sin reparo alguno. Sé que es delicado, pero entiendo lo fácil que es quedarse completamente pasmado cuando la vida compone su grito despiadado. Aún recuerdo aquel día en el que compartimos un jugo de uva, mientras el sol explotaba al fondo y nosotros desaparecíamos bajo esos pedacitos rubí que nos cubrían con una lluvia leve de ardor y luz fluorescente. Así atendíamos la inquietud de nuestras manos al tiempo que sosteníamos gravemente la mirada en el fondo del vaso. Entonces no sé qué dije frente al temblor que sujetaba mi cuerpo y me hacía doler la pulpa del pecho. Quizás dije ombligo para no decir vacío, silencio, oquedad. Quizás dije agujero para no decir mundo, origen, nombre. Realmente no lo recuerdo. En mi cabeza algo parecido a un cachorro ladraba y luego caía un torrente de agua fría como un millar de espadas de hielo que partían mis átomos. Porque algo, ciertamente, había cambiado en el núcleo de la flor que se hería en la punta de nuestras bocas. Porque la mañana se iba, sí, y nosotros la despedíamos sin mirarnos trenzando el latido en compases lentos y armónicos. Entonces mi sombra no volvió a buscarme. Los diamantes brotaron, uno tras otro, bajo nuestros pies. La música apareció por debajo del sopor del día como una raíz caliente de guayacán. Y estaba ahí. Lo vi. Dentro de esos ojos grandes un astro reventó en mil pedazos. La belleza me hizo cáscara o corazón.

 

 

Mi único y verdadero plan es levantarme intacto de esta pesadilla

Ahora formo parte de un grupo secreto de borrachos que abrazan el viento en la madrugada. No quiero reconocerlo, pero ya estoy terminando de forjar una armadura con los pedazos que me han arrancado en contra de mi voluntad todos estos años. Por mi parte estoy bien con la idea de ser completamente honesto con las personas que miran el cielo. Uno siempre es menos que su propio pasado. Un corazón también es un museo. Aunque me digas que eso está mal, pediré perdón hasta romperme la boca y agradeceré hasta que ya no me quede más sangre que expectorar. Te lo juro, no hay nada más hermoso que un niño ladrándole a un cachorro que está enojado. Todo va bien, y, sin embargo, es triste admitir que ningún acontecimiento podrá salvarnos. Una respuesta, por ejemplo, me lo arrebató todo en un par de segundos. Pienso ahora que una mariposa puede ser realmente despiadada si tiene hambre y sed. Cualquiera lo sería. Es lo justo. Nunca entendí cómo la luz me daba forma de ángel cuando nadie me miraba arder en esa banca en la que ya no nos asiste la risa. En realidad, nadie me mira, nadie lo hace, ni siquiera ahora que el animal de mi pecho ruge y se destroza porque también padece de hambre y sed. Yo no sé cómo hacer para detener la velocidad extrema del mundo. No sostengo nada. No he podido sostener una sola cosa en mi vida. Todo es gigante para mí. Solo sé que nunca he tenido un lugar en el mundo porque todos los lugares amenazan con dejarnos solos. Es muy valiente y peligroso cerrar la puerta cuando se escapan las granadas de repente y nada puede hacerse. Pero no me digas que te quedarás. No. Sé que podría tallarte una flor de saliva en el cuello solo para que te quedes. Pero no. Eso no será. Ya no. Fue suficiente. Las despedidas ya doblan los kilómetros de nuestra edad.

 

  

Daniel Morales (1999). Licenciado en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad Industrial de Santander. Ha publicado los libros Otro cielo (2020), Silbar cabizbajo para no romper en llanto (2021) y Habitar la náusea (2022). Además, realizó los talleres de creación literaria Volver a la herida y Raíces que abren el asfalto (2023) en la ciudad de Bucaramanga.

 

 



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