Natalia Montejo: Algo esconde la tierra
“De la tierra germinan rostros sin nombre”, dice Natalia Montejo. Es decir, hay una escritura que brota desde lo que está debajo, subterráneo, una serie de palabras que se reúnen en la palma de la mano para lanzar ese puñado de tierra al aire y dejar que la intemperie le dé una forma al poema, al lenguaje que está acá para decirnos lo insólito, como quien colecciona ceños fruncidos, pero también lo familiar: el padre, la abuela, el amor. Este es un libro que es una pregunta, una sostenida arte poética que descansa en lo metafísico, y esto es lo más importante. Cuando rezamos la pregunta, cuando leemos esta incógnita precisa y necesaria, y que reposa en la búsqueda, estamos seguros de que estamos frente a algo importante: un tiempo suspendido en el cielo, una hoja que cae y anuncia el fin del mundo, una anciana que teje sus últimos días sobre el viento, el golpe de azadón con el que Natalia Montejo nos recuerda lo más sencillo y complejo de la poesía.
Henry Alexander Gómez
Del libro Algo esconde la tierra (Mr Jones Estudio Creativo, 2023)
INSTANTÁNEA
Mi madre, su sonrisa,
los juegos sobre el césped,
su abrazo.
Ni ella
ni yo
posamos frente a la cámara.
El extraño
nos sorprendió.
Al contemplar esa imagen,
la niña que fui se libera,
mi madre, en cambio,
aún anhela la sombra del extraño.
OTRO SONIDO
De la tierra germinan rostros sin nombre,
sujetos desteñidos en la rutina,
cansados de arrastrar las suelas
entre sombras.
Las calles reciben sus pasiones,
caen como hojas para ser más asfalto.
Tú que andas disimulada entre los callejones,
escuchando la marcha de los fantasmas,
acompáñame a la orilla del río.
Hay otro sonido posible.
Las piedras del fondo también esconden su canto.
MEDITACIÓN
Buda cierra los ojos en su postura de flor de loto
se entrega tranquilo al sonido del agua.
Es la del grifo que se apresura por el desagüe
llevándose el exceso de jabón.
MUTATIS MUTANDIS
Mi gata es un ángel travieso,
trepa por la cortina de estrellas.
Afila las uñas en mis miedos hasta dejarlos inservibles.
No se cansa de hostigar mi cobardía,
ni se acobarda ante los gritos,
no calla.
La gota de tigre duerme en mi mano,
deja caer sobre ella cantos
para algún día arrullar a mis crías.
Con paciencia limpia mis lágrimas,
me cubre de ternura suficiente
para no ser cruel.
Suficiente para poder
/levantarme de la cama.
En la sábana, ve a los antílopes desfilar ante sus ojos.
Después de una buena cacería,
soy digna de saborear la carne cruda de su víctima.
Dos colas felinas se mecen
una junto a la otra.
Nos miramos,
sus ojos reflejan mis afilados colmillos.
COLECCIONISTA
Colecciono ceños fruncidos.
Los empaco esperando
que la arruga se mantenga,
que la ira no se apague.
Los clasifico de acuerdo a su enfado,
a su desventura.
Antes que nada, voy a cazar el gesto.
No es difícil encontrarlo si se habita en la ciudad,
cada residente tiene uno.
Uno que maldice hasta la lluvia.
EL TIEMPO SUSPENDIDO EN EL CIELO
Abuela decía que Dios recogía el tiempo como hebra de hilo,
lo ovillaba en una rueca y nos iba jalando hasta encontrarnos junto a él.
De niña, imaginaba a Dios anudando la hilaza de mi tiempo
y elevándome como cometa.
Mientras abuela bordaba,
yo era un ave del paraíso.
No pudiste, abuela,
un día dejar de tejer,
cortar el hilo y soltar a Dios.
El tejido aún te espera.
MINIATURA
En la Feria de la Alasita,
ella recuerda la figura de una muñeca astillada
que esconde en el armario.
Con el vestido desteñido por el tiempo,
acurrucada sobre el piso,
la niña llora
con la súplica en las manos.
Ruega que llegue la madre o crezca pronto.
Una muñeca de arcilla descompuesta.
En la feria de la Alasita,
la montaña descubre que no mide más de un centímetro;
la mujer, en cambio, ha crecido,
suspira y repara el presente.
¡QUE EL TIEMPO SE DETENGA!
A los líderes sociales
¡Que el tiempo se detenga!
Ha muerto uno.
Las cifras solo ponen ceros a la derecha
y solo ha muerto uno,
pero ha muerto.
Una hoja que cae del árbol
es siempre
el fin del mundo.
PÁJARO
lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias
tío Juan después de muerto Yo ahora para que me quieras
Juan Gelman
¡Qué fortuna la del tío Juan,
haberse convertido en pájaro!
Mi padre, en cambio,
cuando se lo llevaron
seguía siendo hombre,
asustado,
pero hombre.
Arrodillada en el altar de mi madre
rogaba que fuera pájaro,
que su canto inclinara las montañas,
que su vida no tuviera precio,
que fuera diminuto.
Al tío y a mi padre los cargaron en un cajón.
¡Qué fortuna la del tío Juan,
llegó al crematorio municipal!
mi padre tan solo cayó a tierra desde la copa de un árbol.
Gelman escucha trinar las cenizas de su tío;
yo, el silencio.
Natalia Montejo Vélez (Bogotá-Colombia). Poeta y profesional en Estudios Literarios con una Maestría en Filosofía de la Universidad Javeriana y otra en Escrituras Creativas de la Universidad de Salamanca. Se desempeña como docente-investigadora en UNIMINUTO en el Programa de Comunicación Social-Periodismo. Lidera el proyecto de escrituras creativas El Árbol Rojo, del que hace parte su programa radial. Ha participado en diversos recitales de poesía y varios de sus poemas se encuentran publicados en revistas y antologías. Algo esconde la tierra, Mr. Jones Estudio Creativo, noviembre de 2023, es su ópera prima.