Jorge Gaitán Durán. Un rito de iniciación
Por: Santiago Espinosa
La muerte alcanzada
Hay obras donde parece que los poemas sólo adquirieran un sentido pleno tras la muerte de los poetas. Como si las circunstancias específicas del deceso fueran la última coda de una escritura, lo que determina su unidad. Rilke y las últimas rosas. Mandelstam viendo crujir el hielo. Escribe Jorge Gaitán Durán el 25 de Marzo de 1959, dos años antes del accidente: “…siempre viajamos hacia el paraíso. Con el viaje concluye una iniciación”, y agrega más adelante en la misma página de sus Diarios: “no sé si se haya advertido el simbolismo del avión: volamos, nos hemos desprendido de nuestra condición terrestre y ascendemos en busca de una condición a la vez nueva y antiquísima como el chamán que sube al cielo montado de su tamborín para restaurar la comunicación original –luego olvidada- entre el hombre y los dioses”.
El escritor como un héroe viajero, que anda por la tierra buscando y buscándose. El poema como un viaje, espiritual o erótico, un tránsito entre los mundos donde el poeta, frente a lo repentino del colapso, se convierte en profeta y víctima de sus propias revelaciones. Es entonces cuando los versos parecen nacer de una oscuridad posterior, de un vacío, y hacia ella nos dirigimos en una lectura retrospectiva que poema tras poema traza un camino de aprendizaje. Escribe el propio Gaitán Durán en “El regreso”, uno de sus últimos poemas, y que a la vuelta de una vida encuentra en la muerte su sentido revelado:
“El regreso para morir es grande.
(Lo dijo con su aventura el rey de Ítaca).
Mas amo el sol de mi patria,
El venado rojo que corre por los cerros,
Y las nobles voces de la tarde que fueron
Mi familia.
Mejor morir sin que nadie
Lamente glorias matinales, lejos
Del verano querido donde conocí dioses.
Todo para que mi imagen pasada
Sea la última fábula de la casa”.
Estas premoniciones ocurren en un autor que escribe diarios, que al publicarlos junto a sus poemas hace de ellos un necesario contrapunto para entender sus creaciones. Un autor que publica sus diarios se somete a un pacto con fuerzas extrañas, vende su alma al demonio de la casualidad. Transcurridas las circunstancias se corre el riesgo de que ciertas afirmaciones, aparentemente dispersas, adquieran el valor de un talismán en el tiempo. Gaitán, que desde sus primeros libros escribió sobre la muerte, quizás sabía de antemano que la muerte terminaría por escribirlo a él. Que una trama secreta perfilaba sus días en una misma pulsión ascendente.
El hombre y su revista
La muerte es la que engloba a una escritura de cara a su final, pero con Gaitán sería mucho más que esto. Su accidente aéreo, antes que cualquier otro evento del acontecer nacional, puso en crisis hasta las posibilidades creativas de sus contemporáneos más cercanos. Basta un breve repaso para evidenciar el lamento de una generación. Fernando Charry Lara le escribe el poema que cierra Los Adioses, culminación de una estética de muertes tempranas y promesas huidizas. Eduardo Carranza le había dedicado a Gaitán “El olvidado”, un poema que marca su paso del alarde amoroso a la muerte en el tiempo, y que ante el accidente de su amigo encuentra un desenlace premonitorio. Álvaro Mutis lo recuerda en “La cita”, un respectivo in memoriam que entre muertes de olvidos y leyendas, vidas truncadas, aparece en Los trabajos perdidos para arruinar toda esperanza. Eduardo Cote Lamus, -anticipándose a su propia suerte-, le dedica a su amigo muerto aquella gesta de derrotas que es Estoraques, su último libro.
Quien moría en ese accidente aéreo no sólo era un poeta de 37 años, que apenas comenzaba su mejor escritura con Si mañana despierto, publicado un año antes de su muerte. Gaitán Duran fue el fundador y director de la revista Mito, el que podría ser proyecto estético más importante de la historia de Colombia.
Mito publicó los textos de Marta Traba, la crítica argentina que justa o injustamente en algunos casos, terminó por direccionar esa edad de oro de la plástica colombiana: Alejandro Obregón y Fernando Botero, Juan Antonio Roda, Augusto Ramírez Villamizar y Edgar Negret. Publicó los ensayos de Jorge Eliécer Ruiz, los textos de filosofía o política que supieron dar cuenta de una época. Presentó para toda América Latina inéditos de Octavio Paz, Vicente Aleixandre. Traducciones a Saint John Perse, Gottfried Benn, Malraux y Jean Genet, entre otros. En sus páginas Carlos Fuentes fue publicado por primera vez en Sur América. El mismo Borges confesaba que de no haber sido por Mito no se habría conocido su obra por fuera de la Argentina. “Con Mito comenzaron las cosas”, dijo Gabriel García Márquez en alguna de sus entrevistas, quien publicó en la revista algunos de sus cuentos y El coronel no tiene quien le escriba.
Los cincuenta tuvieron en las páginas de esta revista un espíritu crítico y reflexivo, en las publicaciones de su sello editorial nuevos vasos comunicantes. Bajo la encrucijada de estos años: fracaso de los partidos políticos, violencia y dictadura, Mito fue una ventana para dialogar con el mundo, después de varias décadas de relativo aislamiento. Un espejo reflexivo para verse como país, en medio de un espíritu vergonzante que veía todo lo propio como inferior a sus expectativas.
Como lo expresa Armando Romero: “Mito es una toma de conciencia del intelectual tradicional y joven colombiano de que algo tenía que cambiar, de que había que transformar la conducta social, cultural y política del país”. Y agrega más adelante: “Porque Mito no sólo sería una revista: al convertirse en el centro de la actividad de un grupo de intelectuales, representará una línea de acción política que de una u otra manera incidirá sobre la República”.
Mito fue fundada en 1955, en plena dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla. Sobrevivió a las represiones con dignidad y hasta la muerte de Gaitán Durán nunca cedió una sola página de sus 42 números. Frente a una violencia generalizada, endilgada por uno y otro bando a su enemigo, Mito indagaba el problema desde sus causas. Abría las puertas a un diálogo nacional, como el que quiere restaurar los rostros, las ideas, para tratar de conciliar a un país atrincherado en sus rencores.
Todo esto lo hizo Mito con independencia, criticando a los partidos tradicionales y a los grupos de izquierda. Dándole voz a conservadores y liberales, marxistas o ácratas. Su problema era insistir en la importancia de la reflexión, restituir en el lenguaje una capacidad de criticar o transformar los entornos. Esta perspectiva se vería reflejada desde el primer número. Decía el editorial que escribió Gaitán Durán junto a Hernando Valencia Goelkel:
“Las palabras están en situación. Sería vano exigirles una posición unívoca, ideal. Nos interesa apenas que sean honestas con el medio donde vegetan penosamente o se expanden triunfales. Nos interesa que sean responsables…Rechazamos todo dogmatismo, todo sectarismo, todo sistema de prejuicios. Nuestra única intransigencia consistirá en no aceptar nada que atente contra la condición humana. No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Esta será nuestra libertad...”.
Con frecuencia se agrupa a esta generación de poetas bajo el nombre de la revista. Esto ha dificultado que se valore cada obra como hija de unas tensiones particulares, nacidas de una historia diversa y que casi nunca se contempla en su complejidad. Hecha esta salvedad, el sólo hecho de que se piense en Mito para denominar a una generación sería la mejor prueba de su trascendencia. Mito supo dar una visión detallada de su tiempo, heterogénea y valiente, se podría decir que hasta ayudó a crearlo desde sus propias obsesiones.
Todo este ánimo de crítica y apertura, su síntesis de lo local y lo universal, aquella reconciliación entre ética y estética a través de un diálogo honesto y responsable, sería la cristalización editorial del pensamiento de su director. La obra poética de Gaitán, como la revista, es la respuesta de un hombre atento, siempre reflexivo ante los dilemas en que vivió, consciente de su realidad y de la necesidad de cambiarla a través de las palabras.
Como lo advierte Romero, el papel de Gaitán Durán en aquel 9 de Abril del 48, “El Bogotazo”, hablaría mucho de lo que trataría de hacer años después en su faceta de intelectual. En medio de la confusión, en el momento en que la protesta comenzaba a deslizarse hacia el saqueo, Gaitán Durán, junto con Jorge Zalamea y otros intelectuales, se tomaron las oficinas de la Radiodifusora nacional. Desde allí, pensando que la ira podía transformarse en una fuerza revolucionaria, trataron inútilmente de coordinar a las masas, trasmitiendo mensajes para guiar la protesta y evitar las distracciones. Señala Romero con claridad: “digamos entre paréntesis que esta actitud de organizar, de tratar de dar una orientación de pensamiento al país para sacarlo del desbarajuste en que estaba, será el objetivo de la obra de Jorge Gaitán Durán, quien animará desde Mito la búsqueda de un nuevo orden como producto del cambio cultural y social”.
Diarios de un revolucionario
Esta concepción de la cultura, su vocación de cambio, será la que alumbrará en sus Diarios con una lucidez penetrante. Más que un registro de los días sus páginas son un testimonio de un viajero que intenta consolidar en las palabras la tensión de lo que advierte. Gaitán visita los países de la posguerra a la búsqueda de un sentido. Se acerca a las artes europeas desde la perspectiva abierta de un forastero. Si se mira en el espejo de Europa es para entenderse como artista y como persona, no para devorar o abstraer.
Dice Gaitán en alguna de estas páginas, resultado de esta mirada en perspectiva: “al respecto sería interesante estudiar el complejo de bastardía que lleva a la clase media y a la burguesía colombianas –en especial a nuestras “elites” económicas, intelectuales y sociales- a querer vestirse como los ingleses, ser eficaces como los norteamericanos, cultos como los franceses, y lo que es más explicable pero no menos discutible,- a querer hablar y escribir como los españoles…”
En sus páginas habla sobre cine con propiedad, nos cuenta como conoce a Vicente Aleixandre y Nazim Hikmet. Se acerca a los cuadros de Van Gogh y de Toulouse Lautrec, a la obra Brueghel, como el que busca entre las artes la síntesis vital de lo que permanece: “Van Gogh comienza buscando la luz material…pero…la fruta que devora debe poseer bajo su pulpa “algo más”, algo que permanezca bajo la fugacidad física de los ingredientes; y es a partir de esta premisa que él (Van Gogh) inicia su lírica por esa luz interior, inasible para los falsificadores de la realidad, que se esconde tras el esplendor de lo perecedero”.
Pero ante todo sus Diarios son una lectura política de la mayor importancia. Pasa por la China de Mao antes de su degradación gregaria. Como intelectual de izquierda nos deja uno de los testimonios más críticos y originales sobre el fracaso de la Unión Soviética, y que a la larga terminará por definir la distancia de este poeta frente a un marxismo militante. Escribe Gaitán sobre la Unión Soviética: “en lo referente a la cultura, ha ignorado que el objetivo final de la clase obrera no es el de realizarse como clase, sino el de realizar una sociedad sin clases. Se sacrifica la libertad espiritual del hombre soviético del porvenir a las tácticas y urgencias de la lucha entre líneas políticas que reflejan los aspectos contradictorios de la actual sociedad rusa”.
Gaitán Durán, al mismo tiempo en que Marcuse o Adorno, antes que Habermas o Adam Schaff, comprende los métodos soviéticos como un proceso burocrático de falsificación revolucionaria: la ausencia de una ética justificada por las paranoias del partido, la desaparición de las libertades bajo una visión mecánica de la historia. La imaginería religiosa disfrazada de propaganda, de los íconos ortodoxos a las imágenes de Lenin y de Stalin. La visión de un Estado deshumanizado enrarecido y persecutor. Remata Gaitán al respecto: “Nuestro problema es saber si estamos en capacidad de darle hoy a la revolución un contenido humano. No nos toca inquirir, sino contestar”.
Antes que “inquirir” Gaitán propone un pensamiento que se vuelva acción, una “Revolución invisible” bajo la “contribución lúcida de los intelectuales”. Insiste en la necesidad de promover una reforma agraria y de adelantar un proceso industrializador. Desenmascara a unos partidos anquilosados y despectivos, critica a la economía del país, cada vez más dependiente de la injerencia norteamericana. A propósito de la violencia Gaitán llama a entenderla desde sus “causas políticas” y “económicas”, “sociales y sicológicas”.
Si hay un colombiano moderno en el sentido cabal de la palabra, que haya comprendido el carácter de creación y destrucción del que hablaba Marx o Marshall Berman, que haya tenido plena conciencia de un ser humano capaz de transformar el mundo y, al mismo tiempo, incapaz de controlar “sus fuerzas infernales”, ese sería Jorge Gaitán Durán. Escribe en las Notas preliminares de La revolución invisible:
“Nuestro humanismo es quizás una paradoja: sentimos en carne viva la fascinación del pensamiento y el arte de este tiempo que gritan con desesperanza la indigencia del hombre frente a una Historia implacable y a la vez creemos firmemente que podemos reformar el mundo. Si estos apuntes contribuyen a que algunos escritores jóvenes partan desde lo concreto, sea en el plano de su existencia, sea en el plano de su nación, para conquistar el reino de la ética y la estética, harto habrán servido”.
Semejante empresa, aunque con todos los vicios de una visión esquemática de la historia, -demasiado burguesa para las texturas cambiantes del país, desesperadamente redentora a pesar de sus limitaciones-, consolidan uno de los pensamientos más originales del siglo XX colombiano. Ante la sin salida Gaitán toma la voz de los que afirman. Es un hombre que cree en la reflexión y en las capacidades de la cultura para una posible salvación del hombre. Y esto aplica para estas prosas como para sus primeros poemas, que comenzaron a aparecer en los medios bogotanos desde mediados de los cuarentas.
La ética del libertino
Poesía y Política, en la concepción de Gaitán hay una mutua necesidad entre estas dos regiones, no puede existir la una sin la otra. El pensador que sentencia en los Diarios: “a la larga sólo la conciencia podrá encontrar la vía justa entre el capitalismo pretendidamente democrático y la burocracia pretendidamente socialista. Para los intelectuales La Revolución comienza después de la revolución”, es el mismo que declara en sus primeros poemas una fe renovada en que los hombres se reúnan para cambiar las circunstancias.
La conciliación entre ética y estética, poesía y política, es la motivación de estos primeros libros: Insistiendo en la tristeza (1946), Presencia del hombre (1947) y Asombro (1949). Un humanismo a ultranza mueve a este poeta, quien cree en el surgimiento de un nuevo hombre, más bello y más libre: “Ya en mis párpados siento el despertar hermoso/ bajo la nueva luz del mundo redimido”, nos dice Gaitán en al cierre de “Presencia del hombre”, el poema que le da título a su primer libro.
Hay en estos poemas un amor a los hombres que como ocurre en los románticos, trasciende en su pulsión anímica a la llegada de la muerte. Y sin embargo, la excesiva ceremonialidad de estas palabras ahoga toda intuición poética, mata el riesgo en aras de una vitalidad que es demasiado cerebral como para tomársela en serio. La mano del poeta suejta sus materiales desde el cuello, asfixiándolos por completo. Es hielo y ceniza que vuelve el sentimiento impostura y la inteligencia perorata fácil, haciendo de los poemas modulaciones vacías. No hay entrega ni aventura en estas palabras, sólo proyectos. Los poemas terminan siendo unos monumentales ejercicios de simulación filosófica, arrogantes y estériles como los credos. La palabra tenía que aventurarse en el amor real. Probar la experiencia de lo ajeno para salir de las casillas de una reflexión pretenciosa, que anulaba en sus defensas cualquier encuentro. Gaitán vislumbraría esta iniciación en los desdoblamientos del erotismo.
Influenciado por las filosofías de entonces y su crítica a la razón -Escuela de Frankfurt y Existencialismo-, porque su decepción frente a la Unión Soviética lo llevó a pensar que una revolución verdadera tendría que comenzar en los dominios de lo íntimo. Política o racionalidad, no sabemos de cuál certeza se dudó primero. Lo cierto es que Gaitán comenzaría a trasladar sus esperanzas hacia ámbitos alternativos, buscando la utopía desde la subversión erótica. Con el Marqués de Sade a la cabeza, ese radicalizador de la razón aún desde sus orillas y que pasó por la obra de Gaitán hasta cambiarla por completo.
Antes de esto había un Gaitán político, un pensador que cifraba sus esperanzas en la transformación de los hombres. Sus anhelos se traducían en los versos con una ceremonialidad cantada. Ahora, a través de la influencia del Marqués de Sade, comienza a vislumbrase un poeta erótico que a partir de su propia experiencia, como persona y no como agente, trata de convocar una revolución desde el fondo de las intimidades, hallar el momento en que lo erótico y lo ético, las dos pulsiones que siempre lo movieron, encuentran su poderosa alianza en la oleada de los cuerpos que se aman.
Marx quiso ser un poeta, hallar la libertad de los suyos en el espíritu de su tiempo. Muy pronto se encontró con un ser humano enajenado de su alma y de su cuerpo, lo que dejaba el poema para después. Tras la derrota de la Comuna de París, tratando de conjurar estos fantasmas con las herramientas de la ciencia, terminó por sacrificar al poeta en los altares mecánicos de la economía política. Contrario a Marx, Gaitán quiso ser el líder intelectual de la transformación de los suyos, el lúcido pero arrogante profeta de una revolución invisible. Volcado hacia la intimidad, en el momento en que la vida y la muerte se trenzan en los cuerpos, sacrifica la comunicación efectiva con los suyos, racional y cotidiana, para tratar de salvar el misterio que nos ronda como especie, “el lado más humano del hombre”, para usar las palabras de Tagore, sólo expresable en las palabras de un poeta.
Escribe Gaitán en su ensayo sobre Sade El libertino y la revolución, y que cómo se indica desde el título más que un texto sobre literatura sería una tentación de revolución colectiva que parte de lo íntimo:
“…no escribo sobre Sade por motivos estrictamente literarios o filosóficos, ni tampoco porque su obra favorezca de singular modo mis obsesiones o contribuya a liberarme de ellas, sino por una comprobación sobre mi intimidad que quizás pueda extenderse a toda intimidad humana…las ideologías que degradan al hombre sólo se extinguirán cuando la revolución alcance la intimidad del hombre y realice una moral concreta, que se nutra de la más altas formas del erotismo…No dudo que sea esto lo que la revolución del mañana debe aprender del libertinaje del ayer…”
El erotismo, señala Gaitán, nos “desnuda” de prejuicios y alienaciones, “nos obliga a pasar de la experiencia erótica a la experiencia ética; nos enfrenta a nuestras más sobrecogedoras profundidades para luego plantarnos bajo la impecable luz de lo universal”. Es una fisura a los sistemas encontrada en el límite del placer. Quizá el último refugio para la libertad, tal como lo insinuaría George Orwell en 1984: “Cuando el hombre sabe que va a morir”, concluye Gaitán, “hace del acto erótico un “signo furioso de vida”, que supera la oposición entre el tú y el yo….El orgasmo lo justifica todo; es la única libertad posible en un mundo abrumador”.
Esa vecindad entre el erotismo y la muerte de la que hablaba Sade, que se explica en esa doble condición del sexo que es prolongación de la vida y desgarramiento, -el hombre “deja de ser quien es” cuando es amante-, se le aparece a Gaitán en la violenta belleza de una imagen: dos cuerpos que se buscan y se aman. Con esta imagen Gaitán encuentra la “concentración” y la “tensión” que anhelaba para sus poemas, quizás sea por eso que la ve en todas partes. En sus Diarios la descubre en la pintura de Brueghel, vuelve a verla entre las esculturas de Brancussi. La menciona en relación con la Revolución Soviética o al fondo de sus propias experiencias. Se sorprende al confirmarla en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel, otro amante de Sade y sus revoluciones. Tan sólo una imagen, la búsqueda desesperada para poder nombrarla. Gaitán comenzaba con ella su iniciación en los misterios de la muerte.
Dos cuerpos que se juntan desnudos…
Estas búsquedas encuentran su dimensión en los poemas de Amantes, publicados en la revista Mito hacia finales del 58: el momento donde esta poesía tiene su verdadero inicio. El concepto y lo vivido, la historia y la pregunta, se hermanan en el instante en que dos cuerpos se atraen y se repelen. Pocas veces la poesía colombiana había logrado este nivel de condensación:
“Dos cuerpos que se juntan desnudos
Solos en la ciudad donde habitan los astros
Inventan sin reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
O atroces arden como dos mundos
Que una vez cada mil años se cruzan en el cielo…”
Como en los poemas sobre el Tigre de Eduardo Lizalde, hay en los versos de este libro algo etéreo y brutal a la vez, tierno y depredador al mismo tiempo. La situación de una vida que se afirma violentamente contra la muerte: “Se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,/ Estrellas enemigas, imperios que se afrentan”, y que sin embargo se despide sutilmente, como muriendo en su propia luz, con el tono huidizo de los recuerdos y los sueños: “Se acarician efímeros entre mil soles/ que se despedazan…”.
A lo largo de estos poemas la influencia de Georges Bataille es evidente, el propio Gaitán lo reconoce en sus Diarios. El erotismo es entendido aquí como “la aprobación de la vida hasta en la muerte”, el caso de dos “seres discontinuos” que quieren prevalecer ante el “abismo fascinante de la muerte”, para citar al filósofo francés. Lo interesante de Gaitán es que a partir de esta visión de Bataille se hace una reflexión orgánica sobre el poema y el lenguaje, del papel de la distancia en la mediación de las palabras: “Sólo en la palabra, luna inútil, miramos/ como nuestros cuerpos son cuando se aman”.
Sobre esta conexión entre erotismo y escritura escribe Gaitán en sus Diarios, un año después de haber publicado Amantes: “Los cuerpos ayuntados son himno, poema, palabra. El poema es acto erótico”… “Sólo la poesía puede captar el erotismo. Sólo ella embellece la siguiente paradoja: la inteligencia se afana por aferrarnos a lo que somos, por no dejarnos fluir hacia el olvido de nosotros mismos, el cual es precisamente recuerdo de lo más hondo del ser”.
Quizás sólo hasta ahora aparezca una genuina vocación poética, una necesidad del poema por el poema, independientemente de las búsquedas políticas. La escritura sería la posibilidad de verse desde afuera, una proyección de lo erótico que es así mismo erótica, luchando entre el olvido y la trascendencia como los amantes de los que habla. Para usar los términos de Kant, en estos poemas ocurre un “juego de las categorías” en el que entran al ruedo la sensibilidad y la imaginación, la razón y el instinto, pero ninguna puede sobrellevar a la otra en la pulsión del instante. El resultado es la magnífica ambigüedad de la mejor poesía, o como lo escribe el Gaitán ensayista:
“El libertinaje de la imaginación culmina en soberanía imaginaria; el hombre de Sade sólo puede ser soberano en la literatura. A este libertino, cuya radical violencia proviene de la certidumbre de que todos somos efímeros, la palabra vuelta signo le depara la única inmortalidad en donde logra proseguir, sin traicionar sus principios, la carrera infinita del deseo hacia el Mal”.
Gaitán ha entrado en la fatalidad de las palabras. Sólo en ellas podría realizarse como humano, al margen de las posibilidades de una transformación en el mundo. Así como el amante vislumbra en el acto amoroso los abismos de la muerte, Gaitán comienza a vislumbrar con sus Amantes esas regiones donde cualquier certeza individual comienza a roturarse, se desdobla o desinhibe para ingresar una vez más en las honduras de lo otro. El poeta intelectual quiere iniciarse en los dominios de una experiencia común, plena, donde la racionalidad naufragaría como un pequeño barco a la deriva de sus pulsiones.
La iniciación en lo otro
Advertía Bataille que cuando el erotismo se eleva hasta sus últimos límites, en los dominios de “lo sagrado”, “el ser amado es para el amante la transparencia del mundo”. Como en el Banquete de Platón, el amante comienza con los cuerpos bellos hasta llegar a la esencia, ampliando las dimensiones de lo real hacia peligros insospechados. Escribe Gaitán hacia el final de sus Diarios: “comprendemos por qué en el ejercicio de la sexualidad no somos la misma persona que los demás ven en la calle o la oficina o el templo; por qué la angustia y el horror nos invaden cuando descubrimos que somos ese desconocido que se desnuda y goza hasta el olvido de su ser y se revuelca y crispa como una bestia en la obscenidad del orgasmo”.
En las dimensiones de este tránsito, poético y vital, hay que dejar de ser lo que se es para convertirse en otro, ocurre un Rito de Iniciación: “…la iniciación es el equivalente a un cambio básico en la condición existencial; el novicio emerge de su dura experiencia dotado con un ser totalmente diferente del que poseía antes de su iniciación; se ha convertido en otro”, señala Mircea Eliade.
Aquella visión de ritos iniciáticos no sólo fractura a la razón moderna y sus esperanzas de dominio, como lo señala Eliade la iniciación también rotura a esa moral cristiana de pretensiones universales y de cuyos prejuicios en la mente se lamentaba tanto el propio Gaitán. La iniciación nos habla de la dificultad de un tiempo continuo hacia el momento de la redención, llámese reino de los cielos o utopía colectiva, una temporalidad indispensable para una revolución de tipo mecanicista como en la que creyó Gaitán alguna vez.
Esta presencia de fuerzas extrañas, indomables, dota a esta poesía de una profundidad humana que le era ajena, antes veía a los seres como meros agentes. Le hace volcarse a la experiencia donde antes se limitaba a los conceptos. Tal situación también cambiaría su concepción política. Abre una verdadera sensibilidad para asumir a los otros en la complejidad de sus búsquedas, muchísimo más sutiles que las intensiones de unos “borregos” a los que había que dirigir o educar.
Y sin embargo, en los poemas de Amantes sigue existiendo una noción muy fuerte de culpabilidad cristiana, tema que aqueja a Gaitán desde su primer libro. La sensación de una conciencia que lo ata a sí mismo como el recuerdo de una herida. Esto le impide salir de sus protecciones racionales, adentrarse en lo profundo de los otros para ver o sentir el mundo. Se dice en uno de los poemas que le da nombre al libro: “…nos inferimos las viles injurias/ Con que el cielo afrenta a los que se aman”, o aparece esta cita en el poema “Guerrero” para que no queden dudas: “Vivo queda, es decir, culpable”.
En Gaitán, a pesar de todo, sigue estando el intelectual que mira a sus amantes desde arriba, sin comprometerse ni mancharse del todo. O como lo confiesa en sus Diarios en una suerte de declaración de principios: “jamás el intelectual es víctima de cierto tipo de cosas. El intelectual es siempre cómplice. No puede excusarse con la fe. Tiene la culpabilidad original de la conciencia”.
Lo que sigue separando a Gaitán de su gran poesía es la soberbia del comienzo. Aquel sentimiento que lo obliga a controlarlo todo y a predecirlo todo, como el que trata de ponerse en el centro de unos misterios que son mucho más fuertes que su conciencia. Había que aprender a valorar los instantes en su luminosidad, casi siempre gratuita, recobrar la sensibilidad de un presente. Atreverse a “amar con los ojos abiertos”, como lo dice en alguna parte de sus Diarios. Todo rito es una preparación que incluye viajes, cuidados para el cuerpo y para el alma. Pero también partiría de un despojo, de algo que se abandona en el pasado para acceder a un nuevo tipo de vida. Escribe Gaitán en los Diarios de su penúltimo viaje, “nunca más le rendiré pleitesía al recuerdo. Ahora quiero vivir”.
Si mañana despierto
No hay que olvidar que Gaitán escribió en tiempos donde la razón se puso en sospecha. Se hizo evidente su abrumadora incapacidad para evitar la estupidez y la barbarie, si no fue cómplice de estas dos en varias oportunidades. En medio de esta desconexión este poeta se erigía como un iluminado, diletante y pretensioso, un hombre que todo lo quería comprender o asumir desde la inteligencia. Su sin salida verbal, podríamos decir hoy, fue la misma de la filosofía occidental en su incapacidad de comprender lo distinto, lo que se reflejó en un cierto desprecio por la imaginación y la literatura en muchos de sus autores más estrictos. La renuncia a asumir una naturaleza al margen de su aprovechamiento y, con esto, un desdén por sentimientos o en general por lo que hubiera de naturaleza en nosotros. Esto hizo a la ciencia "dura" cómplice de un progreso arrasador, que pasó por el mundo desterrando mitos y prácticas ancestrales, con ellas la deslumbrante memoria de nuestras huellas culturales.
Aquella visión de una verdad unívoca, movida por las certezas, casi siempre ha sido ajena a la buena poesía. No debería sorprender que los mejores poemas de Gaitán fueran escritos al final. Su último libro se aleja de esta razón prepotente para entrar en unos misterios tan complejos como cotidianos. Como lo señala Fernando Charry Lara, puede que en ninguna parte se evidencie tanto este giro como en Los hampones, libreto para opera que escribió Gaitán en el 62.
Toda la obra, musicalizada por Luis Antonio Escobar, es una pequeña fábula sobre la incapacidad de la razón para moldear el destino. Canta una mujer hacia el comienzo de la obra: “…los hombres nunca pueden/ poseer lo que a medias comprenden,/ y la verdad es que desconocen todo,/ hasta la propia acción donde buscan/ justificaciones”. “Eres pusilánime como todo hombre/ que piensa demasiado”, remata alguno de los personajes. En medio de la encrucijada se dice hacia el final de la opera: “…cambio la inteligencia por la vida./ Déjenme vivir como un cobarde,/ como quien disfruta de su escarnio”.
Un poeta soberbio cree que controla sus versos, que sus poemas son suyos y no del lenguaje, lo que le hace asfixiar sus intuiciones. Asumir lo otro sería aceptar que el poema se escribe desde afuera, no es propiedad cabal del poeta sino que acude a su encuentro. El lenguaje, más que una herramienta, es experimentado en este caso como un transcurso, un tránsito total donde el poeta, víctima de sus propias revelaciones, sale completamente transformado en el esfuerzo de escribirlo, poniéndose en contacto con una tradición y una memoria ajena, un mundo velado del que apenas sospechaba.
El Gaitán del último libro, Si mañana despierto (1962), quiere habitar en el aquí y el ahora. Como el Zaratustra de Nietzsche, ha descendido de su montaña abstracta para afirmar la vida hacia el final de la vida. Es aquí cuando el hombre de letras, atento pero evasivo, se sorprende en sus Diarios porque “hace años no contemplaba el cielo”. Cuando el poeta comienza a sentir la muerte como una presencia verdadera, no abstracta: “precisamente porque no olvido la muerte creo con pasión en este mundo”, dice.
Hay en estos poemas un hombre que quiere vivir, sin culpas ni nostalgias: “Sé que estoy vivo en este bello día/ Acostado contigo. Es el verano”. El eterno viajero, que abandonó su tierra a la busca de otras verdades, comprende que el viaje realmente ocurría dentro de sí mismo, que muchas de esas razones ya estaban esperándolo en la tierra donde partió, no necesariamente en la gran civilización. Y entonces siente deseos de retornar, comienza a valorar con nombres propios a su "Valle de Cúcuta", pequeña patria solar en la frontera con Venezuela:
“…La verdad es el valle.
El azul es el azul.
El árbol colorado es la tierra caliente.
Ninguna cosa tiene simulacro de duda.
Aquí aprendí a vivir con el vuelo y el río”.
Pero antes había que abandonar la tierra para poderla valorar desde su sencillez –es el sino de los marineros-, como si los dominios perdidos fueran cabalmente valorados sólo de cara a su disolución, justo en la vísperas del último adiós. Y esta situación, de arraigo en lo extraño, es la que dota a sus palabras con la sabiduría del que se mira a la vuelta de los caminos, que sabe, viviendo de cara a las palabras, que en cada acción de la vida se deja un testamento.
Gaitán no sólo encuentra su plenitud poética en Si mañana despierto, encuentra su plenitud humana. Por algo dice en “Cada palabra”: “cuando la muerte es inminente, la palabra –cada palabra- se llena de sentido”. Sólo en los umbrales, antes del silencio, ocurriría el arribo de la gran poesía. Sobre esta serenidad encontrada afirma Fernando Charry: “persevera, en ráfagas insaciables una voluptuosidad que se mira a sí misma...Gaitán Durán no canta el resplandor solar sobre las cosas, su brillo sólido e inmóvil en el tiempo, sino que lo que retiene, secreto, fundido en la memoria más íntima”.
Imbuido en este estado, viéndose desde afuera pero en primera persona, sin la culpa de Amantes, sabiendo que va a morir y que quizá esa sea la única sabiduría, el ritmo de sus versos gana el sentido verdadero de aquello que transcurre, su ojo la luz para nombrar esos instantes en su simpleza y tensión: “el tiempo pasa por el río, Tan dulcemente como fluye/ El agua”. La poesía ya no es a estas alturas la conformación de una totalidad, plan o proyecto. Es el encuentro de un milagro, algo que rotura las rutinas como si apareciera un tiempo escondido dentro del tiempo: “De repente oyese una gota/ De agua, y otra, / Y otra más, en la tarde,/ Es la música”.
Si mañana despierto -se advertiría desde el título-, es el momento en que la sensibilidad vislumbraría su despertar, el fin de los tránsitos y del camino. El poeta ha completado su rito erótico. Ha encontrado la simpleza de la vida y una sabiduría serena para poder nombrarla. Como el que sigue las lógicas de un juego oscuro, ahora es cuando tiene que pagar con su muerte por el precio de estas revelaciones. Y el hombre de estos versos sabe que va a morir pronto. Aún en la dicha, aún en la plenitud del amor: “siento el sudor ligero de la siesta./ Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta/ en que más recordamos a la muerte”. Pero también sabe que va a trascender. Que la vida no es conciencia personal sino un despliegue perpetuo: “No pudo la muerte vencerme,/ batallé y viví. El cuerpo/ Infatigable contra el alma,/ Al blanco vuelo del día”.
Para prolongar el instante hacia lo cósmico debía cesar el tiempo humano, el de la historia y los amantes, para adentrarse en las orillas de un continuo misterioso. Una suspensión de todos los órdenes algo antes del final, semejante al más poderoso de los orgasmos, que se imagina en el poema como un retorno fugaz a los placeres de ese valle originario: Escribe Gaitán en su poema “El instante”, a pocos meses del accidente: “…junto al río,/ dos cuerpos bellos, siempre/ jóvenes. Nos reconocimos. / Habíamos muerto y despertábamos/ del tiempo…”.
Nos separaban dioses…
Todo estaba consumado. La iniciación siempre termina con la muerte. Muerte advertida en las palabras del poeta, ocurrida de repente para los que vivieron con él. Relata el novelista Pedro Gómez Valderrama, amigo de Gaitán Durán y compañero de Mito:
“Lo último que vio Jorge antes del mar inmenso, fue París, la maravillosa, la ciudad-refugio. (“Mas que por algo, decía en su Diario, se viaja contra algo…”) Se desprendía de ella en busca de vida, lo sabemos, no de la muerte. Sin embargo el presentimiento lo perseguía, lo acechaba: el 18 de Junio de 1962, me escribió muy brevemente. Me decía: “…llegaré a esa el 22 del presente mes, en Air France. A lo mejor llego antes que esta carta. Te adjunto lo último que he escrito. Agüero?” ¿Por qué escribió antes del viaje, ¿por qué mandó el poema? La muerte le escribía ya en las manos: la carta me llegó al día siguiente de la noticia”.
Y concluye Gómez Valderrama:
“La muerte, o el viaje. Días después de su muerte, “Nouvelles littéraries” de París relataba la frase que dijo (Gaitán) a un amigo francés que le acompañó para despedirlo: “Conoce usted el proverbio persa: “si quieres que te estimen, muere o viaja”.
Diez años antes de tomar el vuelo del que nunca regresaría, Gaitán escribió su poema “Patria violenta”. Hoy, cuando se ha rescatado después de tanto tiempo, nos llega como una despedida anticipada. Un último ajuste de cuentas con esa realidad que caracterizó su época, y contra la que combatió desde su revista desafiando los olvidos. “Patria violenta” de la que sus poemas son un inmejorable testamento de amor hacia la vida, aún en medio de la devastación: “Violenta Patria mía…todo estaba impregnado de ti/ el mar, los cien países/ que conocí, con tu dolor siguiéndome/ como si fuera ya mi propia sombra”.
El resto era ascender a los cielos para reencontrarse con los astros. Sin miedo ni culpas. Aceptar el destino con los ojos abiertos, como el que sabe que no muere la luz en los despojos del cuerpo:
“Soledades del cielo, las estrellas.
Los hombres, soledades de la tierra;
Nos separaban dioses, más luchamos
hasta habitar un día entre los astros”.
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Tomado de: “Escribir en la niebla: catorce poetas colombianos”. Valparaíso Ediciones: Granada, España, 2015.