Vuelo a la noche, de Fernando Cuestas
Reseña
Por Jorge Valbuena
Pienso en Li Po siguiendo a la luna bajo el agua, su manera de contemplar hasta el ahogo: una forma de volar hacia la noche. Distingo entonces en estos arcabuces que se enredan entre poemas y poetas, entre libro, épocas y lenguajes, una leve arquitectura de los sentidos que nos encuentran más allá de las cronologías y las edades, formas de ver al fondo de nuestros firmamentos, siguiendo los paisajes que nos envuelven y a los que solo damos forma cuando sobrevolamos nuestros recuerdos.
Contemplar no es un acto inofensivo, muchas veces algo cruje adentro o caemos de nuestra barca o perdemos un ojo en caída libre sobre el eco, contemplar siempre es un riesgo de metamorfosis. Y este poemario que pretende la levedad del vuelo es también un satélite vertiginoso: Vuelo a la noche, reciente libro del poeta Fernando Cuestas (Bogotá, 1962) publicado recientemente por Ediciones Exilio, tiene entre su espesura una mezcla turbulenta, un paisaje que se expande y florece pero que a la vez la noche se devora y el viaje hace permanente una convulsión de paisajes hechos de amalgama de memoria, con calles, campanarios y plazoletas, heridas de tiempo, en la otra orilla del ser donde el amor, la muerte y el silencio, manchan el aire con abrojos.
Los cincuenta poemas que recorren este viaje trazan un puente entre el adentro y el afuera donde el lenguaje es un abismo que de repente nos viste de hielo, plumajes de agua, incendios de nieve. Afuera el paisaje nos revela el adentro, se lee la vida en una postal de lluvia: El musgo trepa/ por la colina de asfalto. / Croa la rana desde/ su hábitat marino/ sin tiempo y sin agua/ Mera lluvia escondida/ bajo la piedra imantada. Y ahí, en una orilla de infinito respiramos, el paisaje es tiempo detenido y la poesía mueve las manecillas de sus segunderos como batutas ante un concierto de silencio: La vida/ como piedra sospechosa/ en la calle empinada. Sospechamos de la vida en cada vuelta de esquina de las calles de este vuelo que es este libro y el viento nos devuelve una sinfonía de asombro.
Así es como la polifonía del paisaje y el panteísmo de la mirada nos instala en un diálogo constante, del paisaje hacia el ser, del ser hacia el paisaje, usando como lienzo al tiempo, que hace parte del paisaje, Lugar donde ocurre el sol, y que equivale a otro territorio poblado de múltiples dimensiones y direcciones. Cuestas detalla la memoria como un bote de pintura (Claroscuro) al que volvemos una y otra vez, pero que también se guarda, para volver después a pintar la casa, sus grietas, sus temblores. Así los paisajes vienen teñidos de lenguaje, dispersos en la oscuridad, fugaces en el museo de nuestros pensamientos: desde este lugar/ la vista apenas/ si cabe/ en el hueco de mi mano. Por ello se nombran ciudades visitadas, personas, trozos de cielo o de árbol o de luz, como si fuesen una sola estampa, una sola postal que vamos siendo mientras duermen las brumas.
En este libro se respira por los ojos, es un intenso homenaje a la mirada, a sus diferentes cambios de piel, a la forma de capturar y resguardarnos en la cúpula de la vista: vagan las montañas/y los ojos que las miran. Un efecto de resonancia entre el paisaje y el retumbar de la memoria hace que se mantenga el vuelo, alas abiertas que solo en la poesía podemos desplegar, el poeta se disuelve entre el paisaje, nace infinitas veces entre los estambres de su canto: De regreso a casa, /un satélite me lleva de su mano.
ENSOÑACIÓN
UN enjambre de montañas
sostienen la luna
y se escucha a lo lejos
un eco que viene del cuerno
de un rinoceronte blanco.
Corre abril en volandas.
En la otra orilla del río
se dibuja un rostro
de burbujas secas.
Chocan en el agua
voces sin cuerpo
Allá donde tiemblan las horas
y mueren las noticias.
Primer sonar del viento,
la arena entre tus párpados
de heno y canto.
PARA QUÉ QUIERO MIS OJOS SI NO LOS DISTINGO
Donde el infinito se pierde
hay un muro oscuro.
Un poema es la vida
que nunca se interrumpe.
El día es noche disecada.
Para qué quiero mis ojos
si no los distingo.
Busco la luz
en la penumbra aparente.
Para qué inventar la rueda
si la luz lleva el poema.
Un paso que no lleva a ninguna parte
es huella temprana.
La felicidad está más allá
de lo conocido.
Cuando sana el dolor
la idea muere.