Ciudades Invisibles, cuarta mesa
SIN TÍTULO - Pedro Larrea (Esp)
No deberían arder las ciudades
sino los hornos de pan y las farolas,
el combustible de los repartidores de gardenias
y las baldosas naranjas del paseo con sol reciente.
No deberían arder las ciudades
porque una ciudad es una cebra fogosa,
una ofrenda necesaria de sombra y luz
para aplacar la mandíbula del león humano.
No deberían arder las ciudades,
ni la que tiene piscina de leche para baño de unicornios
ni la poblada por escorpiones y tentáculos que los devorarían.
No deberían arder ni la torre ni la madriguera.
Deberían arder la muerte y su geometría.
Debería moldearse un cuerpo nuevo que recordara por sí mismo
cómo llegar al pantano en que se oculta la salamandra de la respiración.
Deberían arder las corazas. Deberían arder todos los círculos.
Pero no deberían arder las ciudades.
SIN TÍTULO - Adriana Almada (Arg)
Guardo un pliego de celofán desde la infancia. He crecido a su lado. Es hora de comenzar a desplegarlo y verificar su condición. Sigue intacto.
Mi respiración vela, de a ratos,
su transparencia. Lo desdoblo y hace ruido. Se quiebra. El solo tacto altera su composición física y metafísica. Mucho tiempo permaneció en esta caja que acabo de abrir. He desatado los lazos que la mantenían sellada y he revuelto su interior con ansiedad.
El celofán se retuerce, estrangulado.
AYER ENTRASTE EN LOS GALPONES LARGOS - Jorge Spíndola (Arg)
Todo lo sólido se desvanece en el aire;
todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin,
se ven forzados a considerar serenamente
sus condiciones de existencia.
Karl Marx, Manifiesto Comunista
ayer entraste en los galpones largos olvidados
que fueran el glorioso club pelota paleta de ypf
las canchas con pisos de pinotea
y arriba las tribunas con largas barandas
donde ahora sólo hacen nido las palomas
el marcador quieto con números de chapa
señalara un 5-2 cuando todo se detuvo
y los blancos pelotaris se disolvían como niebla
en la noche del km 3 de comodoro rivadavia
por un momento estuviste allí
regocijado
como un creyente
hasta que un estallido de palomas asustadas
partió el silencio de los ventanales vacíos
y te quedaste más sólo todavía
delante del 5-2
con ese viento golpeándote en la cara
ayer entraste en los galpones largos
de los almacenes de ypf
al borde de la playa
recordaste sus techos rosados navegando a la distancia
caminaste por el suelo de cemento
ahora cubierto por médanos de arena
con flores amarillas que asomaban
entre los viejos recipientes
de sulfito y bromuro de potasio
una liebre orejas largas salió corriendo
y se perdió detrás del cerrito
de los tanques oxidados
y otra vez
sentiste que aquí todo se disuelve
y que hasta las chapas se harán polvo
lo único sólido es este viento
golpeándote en la cara
la memoria sutil de los techos rosados
navegando a la distancia
ESTACION COCHABAMBA - Iván Oñate (Ecu)
Era la tarde de un día
hecho para siempre. Yo venía del Sur
sin resignarme todavía y
con un número en la mano
buscaba una puerta
o una tumba, yo no sé.
Pero di con plazas, con calles
que no conducían a ninguna parte,
Con muros negros como los abismos que salían a detenerme o
a empujarme
hasta dar con los andenes de una estación
de fierros detenidos y tristes.
Y allí
con el papel en la mano
como una llave o un cirio inútil
fue que los vi, a los tres,
A1 viejo al hombre y a la niña
o tal vez me equivoco
A la vieja
al hombre y al niño
o tal vez
A los tres viejos o a los tres niños
pero ella era hermosa y el hombre era fuerte
y el viejo pensativo y venían
sucios
agotados
moribundos pero con furia, como si una tormenta
de rayos y polvo
los hubiera humillado en su miseria, o fueran
los ángeles sobrantes
de una caída brutal sobre su propia tierra.
Y pasaron
sin siquiera verme,
pasaron simplemente,
Y yo dejé caer esa llave
que no sonó
porque no hay sonido
cuando algo cae al abismo.