217. Johanna Barraza Tafur
La poesía de Johanna Barraza Tafur
Un padre. Un árbol. Un disparo. Estas tres imágenes configuran las pulsaciones del libro: Sembré nísperos en la tumba de mi padre de Johanna Barraza de Barranquilla, quien en el 2019 ganó el Premio de poesía del Distrito de Barranquilla en la categoría de nuevos creadores.
Johanna es una poeta que desde la precisión de la palabra abre la cotidianidad de un Caribe: su oscuridad y la luz. Sus tiburones y pájaros.
En esta poesía se siente el grito como resonancia en cada palabra y las garras afiladas del calor. A cada texto lo asiste la urgencia de un reclamo en carne viva. Hay una muerte que duele. Está el sonido de un disparo que acecha a los poemas como un peligro que se debe nombrar para conjurarlo. Hay alguien aquí que reclama como hijo al padre que murió en sus brazos:
Señores forenses,
ese cuerpo no les pertenece,
murió en mis brazos
y desde entonces
yo lo parí.
Hay una sutil belleza de lo macabro y de las sombras en Sembré nísperos en la tumba de mi padre. Los poemas son como pequeñas detonaciones frente al ojo de lector.
Fadir Delgado Acosta
Poeta colombiana
I
Un ser con garras afiladas,
como buen macho
posee una gran cresta
y papada turgente.
Capaz de noquear a cualquiera
con su rabo
y mentarle la madre
a quien se atreva a cortárselo.
Experto en rituales de cortejo
y en general
de los más solitarios,
con una rutina inmutable
porque cualquier cambio
lo expone al estrés.
Si alguien quisiera matarlo
sabe en dónde
y a qué hora encontrarle.
Animal con desagradables resoplidos,
un caporo*,
eso era mi padre.
*Se le llama a la iguana macho en la costa colombiana.
II
Que un canario
resulte bueno para competir
es cuestión de instinto o suerte,
papá los elegía a ojo.
Un día me llevó a una pajarera,
había más de cincuenta en una jaula.
Los observó durante media hora
y cuando se decidió por uno
lo mojó con una jeringa,
el canario no se movió
como si supiera lo que pasaba.
La dueña lo sacó de la jaula
y lo metió en una bolsa de papel
llena de agujeros
para que respirara.
Nos despedimos
con esta frase de papá:
Espero que no salga flojo y con mañas.
III
Mi padre regalaba los canarios con mañas
mientras que a los mejores
los llevaba a competir
a la Iglesia de la Santa Cruz.
Nunca presencié una competencia de trino,
No es un lugar para niñas,
pero me la relataba:
la inscripción se paga
pasando por la mesa
del supervisor de pájaros,
quien le asignará un número.
Compiten más de cien.
Cuando están listos son agrupados,
uno reta al otro
y empieza la batalla de plumas,
los canarios cantan desde sus jaulas
como si fuera su último día.
Hay cuatro jurados por ronda
encargados de contar los trinos,
por cada tres seguidos,
algo así como tri-tri-tri,
marcan un punto a favor
con un collar de bolitas de colores,
gana el que más acumule
al final de una batalla de tres minutos.
Alrededor corren las apuestas,
aficionados alientan a las criaturas
y los dueños presionan al jurado.
El negocio, esto lo repetía fervorosamente,
no está en la competencia
sino en los pajareros que asisten
dispuestos a pagar lo que sea
por los mejores del día.
IV
En el barrio suenan disparos,
me apresuro a cerrar la puerta
pero un conocido la empuja
y lo dejo entrar.
Les disparan
a los que juegan cartas
en la esquina, dice.
Corro hacia el lugar
pero un vecino me detiene,
me abraza contra una reja,
pide que no me mueva
e intenta que no mire al sicario.
Decido mirarlo
mientras me apunta con el arma,
mi miedo no representa un peligro.
Las sillas y las mesas están agujereadas,
yo busco una billetera,
una camisa o una chancleta,
algo a lo que aferrarme.
Junto al árbol de níspero
veo el cuerpo de mi padre,
lo volteo para acunarlo
en mis brazos,
abre sus ojos
y su mirada penetra en mí
como bálsamo sobre una herida.
V
Desde aquel día
la muerte se pasea por el barrio,
junto a la puerta de mi casa.
Tiene 20 años,
nombre y apellido,
siempre usa una gorra
que no permite ver
sus ojos cafés,
esos que me gustaron
cuando era chica.
Ahora me obligan a jugar
a que no les conozco.
VI
Llevo horas aquí afuera,
abrumada de ver como la burocracia
nos persigue más allá de la muerte.
¿Acaso nos volvemos parte
de una sociedad para esto?
Señores forenses,
ese cuerpo no les pertenece,
murió en mis brazos
y desde entonces
yo lo parí.
Cada vez que esas puertas se abren
veo en el fondo
hombres con overoles blancos
entrar a una sala
y me siento como perra en labor
que no quiere que sus criaturas
sean tocadas por manos extrañas.
Señores,
devuélvanmelo como lo traje a este mundo,
desnudo, ensangrentado,
no lo toquen, no lo abran,
quiero ser yo quien vea su hígado cirrótico
y la trayectoria de las balas en su pecho.
Quizás pido mucho,
quizás no,
cada quién debería
hacer con sus muertos
lo que le plazca.
X
El árbol de níspero
junto al que murió mi padre
ha sido cortado.
Mi vecina vino a traerme
sus últimos frutos y una bala
que encontró en su tronco.
Teníamos dos cosas en común,
haber sostenido su cuerpo
mientras sangraba
y mantenernos en pie
sin importar los disparos.
Ñapa
Cuando muera tírenme al mar
y que me coman los tiburones,
danzarán alrededor de mi cuerpo
como en una rueda de cumbia,
seré el manjar del día.
No me entierren,
ahórrense ese sufrimiento,
láncenme al mar,
no pierdan tiempo en funerarias
ni dinero en un ataúd lindo,
no elijan
qué ropa y peinado debo llevar.
Es mi voluntad,
dejo este poema como prueba.
Johanna Barraza Tafur (Barranquilla, 1995). En el 2017, después del asesinato de su padre, se mudó a Buenos Aires, Argentina. Ciudad en la que estudia Filosofía y Edición en la Universidad de Buenos Aires. Sembré nisperos en la tumba de mi padre es su primer libro, ganador del premio de poesía 2019 “Germán Vargas Cantillo” del distrito de Barranquilla.