Revista Latinoemerica de Poesía

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164. Luis Arturo Restrepo



Por María Lanese

Versos memorables que exaltan mi asombro por el hallazgo de sonidos e imágenes de gran potencia, que abren e irradian múltiples sentidos, que se hacen carne apelando con intensidad a lo sensible, y lo hacen con un refinamiento difícil de lograr tratándose de asuntos tan arduos, tan amargos, tratándose de cuestiones lacerantes.
Imágenes de dolorosa belleza, versos que se encuentran con las palabras justas para decir lo insoportable.
Después de atravesar algunos pasajes que estremecen, es un bálsamo la zona de calma del último tramo, pero en verdad, solo prepara para reponer fuerzas y asimilar el remate contundente que golpea como una estocada certera, para que mantengamos el corazón en alerta y los ojos bien abiertos.
Celebro esta Sucia luz que nos ofrece Luis Arturo, como un testimonio desgarrado y lúcido de lo que significa moverse en un entorno de muerte y descomposición que dura un tiempo que atraviesa generaciones.
Celebro esta fe rotunda en que es y será la palabra poética, siempre y cuando no abusemos de ella, reconociendo su poder, la que aun mortificada y devastada podrá redimirnos.



Leyendo a Blanca Varela (I)


Sé que no es posible evitar la sombra

de ser así
tus uñas habrían
desde hace mucho
hurgado en la oscuridad para lograr la luz

desde acá es otra cosa la espera

los ladridos del perro que encierras dentro
atormentan mis noches

es dulce aun así el desvelo con tus gritos

tu palabra vulnera la lengua y el resultado es
un goteo incesante
piel abrazada al precoz nacimiento

amargo amor resguardo del delirio

 

 
Sagradas escrituras


A imagen y semejanza hemos creado la caída
no para sumirnos en el vacío
sino para redimir en ella nuestras culpas

lo humano huye como pájaro incierto
lo animal alimenta la naturaleza descarriada
que nos hurtaron con la luz

para volver en sí basta asomarnos a nosotros
olvidar el nacimiento
y los primeros pasos
el mar su orilla segura
el pez grande que siempre devora al chico

las arenas del desierto imponen un camino franco
cielo desnudo sobre las cabezas de aquellos
que buscan en dios
su propia negación

 

 

Verdugos


Después de todo
no serán ellos quienes humillen nuestros sueños
para el día están hechos sus gestos y sus golpes
para la noche el descanso
reposo del dolor espejo impuesto entre la realidad
y la cordura

ya no hay confirmación ni negativa
otros han intentado el olvido
otros tantos el recuerdo

nadie sacia siquiera su propio apetito

las ramas de los árboles son demasiado altas para amarrar la soga
y para el linchamiento falta la disposición primera

así las cosas
solo nos queda la improvisación y el tedio
la esperanza en el mañana crea animales dispuestos para la fuga

 

 

Hambre propia


Hambre propia la escritura
no voluntad ni juicio
solo acecho
golpe que precisa una herida

hambre propia
mordedura o ánima
correr de lado turbado por el aire
salir a la intemperie y buscar cobijo

no más palabra sobre
palabra
aumento del vacío

cada letra incita a la rebelión
la realidad es el sustento que nos apacigua
mas el hambre no cesa
y encuentra su centro
en la privación de lo indecible

 

 

Pérdida

Para Yenny León

El sueño me ha sido negado
y a la mirada se le impone un muro blanco

el crujir de dientes me acecha
y no hay oscuridad posible
ni siquiera
cerrando los ojos

blanco sobre blanco mi destino

la palabra ya no arroja su ceniza
la palabra
siembra estéril de la que solo brota el hambre
la palabra
resguardo imposible
se agota en el ayuno obligado
en la escritura del cuerpo lacerado

 

 

Fósil


La madera se ha convertido en piedra
y aun así
su color insiste en recordar los cuerpos
quemados en la víspera del tiempo

al sacrificio por el fuego
se le concede la salvación del alma

al sacrificio por la palabra
la salvación de la lengua

la poesía insiste en volver sobre el silencio
cada vez que la voz se ha hecho
en contra suya
dura piedra

 

 

 

Auto de fe

Mi dios es carroña.
Raúl Zurita

Mi dios es carroña
y celebro la manera particular
en que se pudre

de su cara caen
sus ojos su lengua sus bigotes

me miro en sus despojos
y nos turnamos
el asco que compartimos
desde el vientre

hiede en mi palabra su voz
hiede en mi voz su palabra

dios

la única sílaba
que se pudre bajo la lengua

 

 

Herencia

El ombligo de Dios es un pozo
donde cada cual pregona su indigencia.
Lasse Söderberg


Nos asomamos al ombligo de dios
y confirmamos con resignación que está seco
el tiempo ha cortado de tajo
y para siempre el vínculo con nuestro nacimiento
mientras él reposa agonizante a la orilla del mundo
nosotros masticamos las raíces del árbol de la verdad
y nos complacemos con su savia amarga
todo lo que había que saber lo sabemos
nos es esquivo
nada queda entre dios y nosotros
salvo preguntas que nadie se atreve a responder
las piedras de su templo callan a golpes las lenguas inquietas
para beberla su sangre se ha hecho dura costra
la lameremos y escupiremos sobre el suelo
por los siglos de los siglos

 

 

Juego de espejos


Sobre la pared he dispuesto miles de palabras. Sobre ellas se reflejan los bordes de mi cara. Cada palabra está hecha a mi medida: dice y desdice el gesto opaco con que me pienso. Igual que un niño me miro en la sombra que retiene el muro. Cada raya proviene del sueño, cada línea descompone una sílaba más que me descubre.

 

 

Infancia


No recuerdo la primera palabra que escribí por cuenta propia. Solo sé que en ese misterioso gesto inició para mí la rebelión y el hastío, el camino a tientas, la mirada evasiva, el grito que se escribe aprendiendo a callar.

 

 

Atrevimiento


Escribir sobre el papel la palabra ciego y continuar con ambos ojos abiertos espantando la embestida, el soplo helado en que pueda arder la mirada. Nada sucede. La sola palabra se va ahogando. Sus líneas se hacen mínima palpitación y, como en débiles arenas, el blanco de la página se apodera del color, come sus bordes y los míos. Así, nítidos se hacen la espera y el desespero. La imposibilidad de habitar un mundo que sobre la hoja se resista al hundimiento.

 

 

Esperanza


Muerta hace mucho la palabra, se encargan de darle sepultura a sus restos, solo las moscas y los escarabajos. Poca carne queda en los huesos, y en la lengua de los animales, comienza a advertirse un suave tufo a tinta y naftalina. Si al menos un poco de piel y a la deriva, su silencio como semilla se extendiera, podríamos un día, alimentarnos de su cadáver.

 

 

Relación de los despojos recogidos al final de la guerra

Para Mery Yolanda Sánchez

— Ojo por ojo: un ojo por cada muerto. Total, no son tantos muertos.
— El engaño es para los débiles de corazón. Solo la esperanza muerde el ánimo de quien en verdad la padece.
— Balas de sobra. Muchas razones quedaron en pie.
— Dios es una zarigüeya a la que uno a uno, y todos al tiempo, apalean. Luego, en coro, ruegan queriendo comer un trozo de su carne.
— 18.000 hectáreas arrasadas. La espera insiste. El miedo no cede terreno.
— A un hombre le han arrancado los dientes. No para venderlos. Para que no muerda más la rabia.
— Sin brazos, un cristo se eleva sobre la cúpula de una iglesia. De tener dedos, estos apuntarían al asesino.
— Una pila de sábanas blancas. Banderas que en su momento invocaron la paz. Hoy la luz entra en ellas por el camino trazado por las balas.
— Un arrume de anteojos, prótesis de hombros, de caderas y de piernas. Dedos postizos y lenguas que ya no lamen. Un museo en donde pagas la entrada restregando tu piel en muros hechos con cal, barro y sangre de animales.
— Una lengua ha escrito en la pared —letra sobre letra— dejando en ella su carne y su sangre, las palabras que le dieron sentido a nuestra vida: violación, desaparición, odio, fe, muerte, tortura, secuestro. Ahora la pared desprende las sobras sobre la tierra abonada. Esperamos que la siembra no dé sus frutos.
— Algunos oleoductos. Barriles y barriles vacíos. Nos queda esperar décadas, quizá siglos o ya se acerque el día. Los cuerpos que se descomponen bajo tierra iniciaron ya la combustión de la carne.
— La culpa. La duda. La farsa. Crecen contra los pilares que sostienen la gran mentira.
— Solo una vez y para siempre, la vida. No la que quisimos, no la que queremos. Hemos venido a improvisar. Tanteando, un pie ha buscado el camino del gozo, el otro lo sigue sin conseguirlo.
— El exilio no va por dentro. A cuestas las familias cargan sobre sí los animales, sus muertos, unos cuantos víveres, puñados de ceniza. Y una oración turbia que no sacia ni da cobijo.
— La inmediatez, el goce, la desesperación —nueva trinidad del desparpajo—.
— Desde una zarza ardiendo, día y noche, y desde el principio de los días, en este país habla dios. Le pide al hijo que mate al padre. Aquí el mandato no tiene vuelta atrás. Ni qué decir de la versión oficial en la que es el padre quien debe matar al hijo.
— Una lista con los muertos aplazados. La guerra insiste, voraz, en ponerse al día. Blancos sus ojos, la podredumbre blanca que roe el hueso.
— Palabras. Muchas palabras. Todas silenciadas.

 

Luis Arturo Restrepo (Medellín, 1983). Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Apuesta de cenizas (Tragaluz Editores, 2010). Dos poetas colombianos que contiene su libro Réquiem por Tarkovski, (en coedición del Ministerio de Cultura de Colombia y Sílaba Editores, incluye también un libro del poeta Óscar Hernández, 2012). En el fuego, la mirada (Sílaba Editores, 2014) y libro más reciente, Sucia luz (Sílaba Editores, 2018).

 



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