Revista Latinoemerica de Poesía

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Murió Derek Walcott (1939-2017)Tres poemas para recordarlo



 


DESENLACE*

Yo vivo solo
al borde del agua sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.
Mas somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad
de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a
la poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni Curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,
y en una vida inmaculada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.
Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida.


*Versión de Vicente Araguas

 

 

 

CAÑAVERAL MARINO*

La mitad de mis amigos ha muerto.
Te haré unos nuevos, dijo la tierra.
No, grité. Devuélvemelos
tal como eran, con sus fallas y todo.
Esta noche puedo arrebatar su conversación
a la pálida resaca monótona
entre los cañaverales, pero no puedo caminar
sobre las hojas marinas iluminadas por la luna
solo, por ese camino albo
o flotar en el estado de sueño
en que las lechuzas abandonan la carga del mundo.
Oh tierra, el número de amigos que tú guardas
excede en mucho al de aquellos que quedan por amar.
Los cañaverales marinos al borde del acantilado despiden
un fulgor verde y plata;
eran ellos las lanzas seráficas de mi fe,
pero de aquello que se ha perdido nace algo aún más fuerte
que posee el brillo racional de la piedra,
que resiste el claro de luna, más allá de la desesperación,
tan fuerte como el viento, que nos apersona a aquellos que amamos
por entre los cañaverales divisores, tal como eran,
con fallas y todo, no perfectos, simplemente así.


*Versión de Verónica Zondek

 

 

Has olvidado el calor. Podría venir ardiendo de una cerca de zinc...*

Has olvidado el calor. Podría venir ardiendo de una cerca de zinc.
Ni siquiera las palmeras de la orilla del mar se agitan en paz.
El Imperio se mofa de todos los pensamientos en futuro.
Sólo los bajíos de este océano interior murmuran
versos de otro mar, al que éste recuerda-
mitos de islas análogas de olivo y mirto,
el sueño del Golfo adormilado. Aunque sus templos,
bloques blancos contra el verde, sean hoteles, y sus pórticos
centros comerciales, con el tiempo harán buenas ruinas;
por lo tanto ¿qué más da si la mano del Imperio es tan lenta como
una tortuga firmando el oleaje en lo que se refiere a tratados?
El genio llegará a contradecir la historia,
y está ahí en sus cuerpos tostados, en las olivas de los ojos,
como cuando los chulos de la Atenas demótica entretejieron el caos
de Asia, y las chicas de las aldeas de estacas, putas teñidas de alheña,
eran las hetairas. La marea vespertina baja, y el hedor
de imperios ulteriores -alzándose de bayas que orlan
los dobladillos de tiranos y playas- alcanza un tribunal
donde las nubes descienden sus escalones como senados que pasan,
no diferentes de cuando, bajo hojas de mirto que canturrean,
compartieron una sombra, el poeta y el asesino.


*Versión de Vicente Araguas

 

 



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